IV. LA VISIÓN MEDIEVAL DEL MUNDO

INTRODUCCIÓN

A PESAR de los grandes avances que alcanzó la ciencia griega, su vigor no continuó cuando Roma sustituyó a Grecia como la gran potencia del Mediterráneo. Los romanos, que gracias a su organización política y social lograron construir un vasto imperio, no tuvieron mayor interés en las matemáticas que el estrictamente necesario para la administración de los territorios conquistados. Esa actitud se extendió a las demás disciplinas científicas desarrolladas en la antigüedad, por lo que puede afirmarse que los pensadores romanos realmente no contribuyeron al conocimiento científico.

Además, cuando el Imperio romano dejó a la Iglesia católica su sitio como la única fuerza política y espiritual del mundo occidental, el rechazo hacia el conocimiento científico fue todavía mayor. En esas condiciones la cultura europea entró en un periodo de estancamiento durante el cual no sólo no se promovió el desarrollo de la ciencia, sino que incluso se propició la pérdida de la mayor parte del conocimiento generado por los griegos.

La intención del presente capítulo es mostrar los conocimientos astronómicos que manejaron los pensadores europeos entre los años 500 y 1450 de nuestra era, periodo conocido como la Edad Media. El desarrollo científico de esta época ha sido considerado estéril, ya que a pesar de ser un lapso mayor del que separa a Tales de Mileto de Tolomeo, durante él no hubo ninguna aportación científica novedosa de importancia. Las ideas que el hombre culto del medievo tuvo sobre el Universo y el lugar que nuestro planeta ocupaba en él fueron las que se expresan al principio del Génesis que, combinadas con conceptos paganos más antiguos, llegaron a convertirse en dogma.

EL LARGO REINADO DEL GEOCENTRISMO

El cristianismo, que se originó como la doctrina moral de una secta judía minoritaria, se convirtió a principios del siglo IV en el credo oficial del Imperio romano. A partir de esa época los sacerdotes cristianos adquirieron un poder que les permitió oponerse en forma sistemática a toda sabiduría pagana. Esa actitud de franca cerrazón al conocimiento buscó aniquilar cualquier actividad relacionada con el pensamiento analítico inherente al proceso científico. Como ejemplos tempranos y relevantes de esa actitud contraria a la ciencia pueden mencionarse los siguientes: en el año 390 un enardecido grupo de cristianos quemó la famosa Biblioteca de Alejandría; pocos años después, en 415, seguidores de esa nueva secta religiosa asesinaron a Hipatia (ca. 370-415), matemática alejandrina que realizó una destacada labor científica en el Museo de aquella ciudad.

La actitud romana hacia el conocimiento teórico, así como la predisposición cristiana hacia la ciencia fueron factores determinantes de una estructura social donde el estudio de las leyes de la naturaleza no tuvo importancia. En esas circunstancias no debe extrañar que la mayoría de la información científica utilizada durante la Edad Media estuviera contenida únicamente en compendios, obras que intentaron resumir el conocimiento generado por los griegos. Entre ese tipo de escritos sobresalieron trabajos como los de Plinio (23-79) o Séneca (4-65), quien en sus Cuestiones naturales escribió sobre geografía y fenómenos metereológicos. En ese libro trató el tema del tamaño de la Tierra. Sus datos fueron aceptados sin ningún cuestionamiento por los eruditos europeos del medievo, pasando de generación en generación. Como dichos valores eran considerablemente menores a los verdaderos, durante siglos hicieron pensar que nuestro planeta era más pequeño de lo que en realidad es. La larga vigencia e importancia que tuvieron conocimientos como los trasmitidos por Séneca queda manifiesta al saber que fueron el sustento teórico utilizado por Colón a fines del siglo XV para asegurar la existencia de una ruta corta hacia las Indias. Como sabemos, el descubrimiento de América fue casual, pues en realidad el almirante estaba convencido de que el mundo tenía dimensiones menores y de que su viaje lo llevaría a las costas asiáticas.

Los compendios fueron obras enciclopédicas que resumían la información científica proveniente del mundo griego, y la hacían accesible a un amplio sector de lectores no especializados. En general fueron de menor calidad que los textos originales escritos por los griegos, ya que no estaban sistematizados, eran confusos y hasta contradictorios. Calcidio, Macrobio y Marciano Capella fueron autores latinos de ese tipo de obras en donde, por ejemplo, cuando tratan la distribución de los cuerpos celestes, cada uno asignó un orden diferente para los planetas, sin que dieran alguna razón o explicación. Alrededor de la Tierra central Macrobio situó a la Luna y al Sol, después a Venus y luego a Mercurio. Más allá de éste se hallaban Marte, Júpiter y Saturno. Calcidio afirmó que describiendo una trayectoria circular en torno a nuestro planeta se encontraba la Luna y después Mercurio y Venus; venían luego el Sol, Marte, Júpiter, Saturno y la esfera de las estrellas fijas. Por su parte, Marciano Capella utilizó ambas descripciones, confundiendo más a sus lectores sobre el orden de los astros en la bóveda celeste.

A pesar de la labor de los compiladores latinos, entre los siglos V y X la ciencia decayó en Europa, llegando en ese periodo a su nivel más bajo desde que se originó en Grecia. Por lo que toca al tema principal de este libro, puede afirmarse que entre los siglos VII y XVII el número de autores europeos interesados en el estudio del Universo fue realmente muy reducido. Además, sus trabajos no aportaron nada nuevo, pues en el mejor de los casos lo que escribieron tuvo una franca intención didáctica, siendo sus explicaciones meramente descriptivas.

Los conocimientos astronómicos que poseían los estudiosos del medievo pueden ejemplificarse citando los trabajos de san Isidoro de Sevilla (560-636), erudito que vivió en esa ciudad española alrededor del año 600. Entre otras obras redactó una extensa enciclopedia de 20 tomos a la que tituló Etimologías. En el tercer libro, llamado De las cuatro disciplinas matemáticas trató sobre aritmética, música, geometría y astronomía, y de esta última dijo "que estudia las leyes de los astros". En ese texto la sección astronómica es la más extensa. Trata de manera descriptiva y no técnica temas como la forma del mundo, la esfera celeste, los planetas, sus movimientos, del zodiaco y de las estrellas. Distingue entre astronomía y astrología, considerando a la primera una ciencia, y a la segunda una superstición. Cree que el Sol está hecho de fuego, además afirma que es más grande que la Tierra y que la Luna. Dice que ésta recibe la luz del Sol, eclipsándose cuando entra en la sombra proyectada por nuestro planeta. Para él son siete los planetas, y cada uno tiene su movimiento propio a través de su correspondiente esfera cristalina. Estas giran en sentido contrario a la esfera de las estrellas fijas, pues si no fuera así, "el mundo saltaría en añicos" debido a la rapidez con la que esa esfera gira. A la Vía Láctea la llamó el círculo cándido, y dijo que "era una zona lechosa que podía ser vista sobre la esfera celeste. Algunos dicen que es la trayectoria seguida por el Sol, y que recibe su luz del paso que ese astro luminoso hace por el cielo".

Éste y otros trabajos similares presentaban solamente descripciones de los fenómenos celestes más evidentes, sin aportar ideas nuevas. Aunque el modelo cósmico utilizado por los estudiosos del medievo era en todos los casos el geocéntrico (figura 13), para aquellas fechas ya se había perdido la capacidad de manejar los conceptos geométricos contenidos en la obra de Tolomeo. El Universo, tal y como lo entendía el hombre culto de la Edad Media fue poéticamente descrito por Dante Alighieri (1265-1321), quien lo recorre en un viaje imaginario narrado en su obra La Divina Comedia, publicada en el siglo XIV (figura 14).

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Figura 13. Modelo planetario medieval geocéntrico, que incluye la esfera de los bienaventurados o paraíso empíreo.

 

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Figura 14. Representación del Universo como se entendía en la edad Media.

Durante la primera etapa de la Edad Media arraigaron en el pensamiento europeo ideas sobre la forma y la estructura del Universo directamente surgidas de la interpretación literal de la Biblia. Así, por ejemplo, se aceptó la idea de que la Tierra estaba inmóvil basándose en el pasaje bíblico donde se afirma que Dios ordenó al Sol detenerse sobre la ciudad de Gabaón, para que así el ejército comandado por Josué tuviera tiempo de ganar la batalla que ahí se estaba librando. Además de la inmovilidad terrestre, ese pasaje implicaba que el Sol se movía en torno a la Tierra.

Como se verá más adelante, también en ese periodo surgieron varios dogmas, como el de la Tierra plana, idea que por cierto incorpora mitos cosmogónicos previos al cristianismo. Así arraigó el concepto mesopotámico de un océano que rodeaba a la Tierra plana y que estaba vedado a la navegación, ya que el castigo para quienes desobedecieran ese mandato era la caída al abismo sin límite.

Isidoro de Sevilla, Casiodoro, el venerable Beda, y algunas mujeres como Hildegarda y Herrad de Landsberg, alemanas que vivieron en el siglo XII, fueron de los pocos personajes que durante la baja Edad Media mostraron cierta curiosidad por el estudio de la estructura del Universo, lo que confirma que el oscurantismo científico había arraigado en la Europa occidental durante el primer milenio de nuestra era.

LOS ÁRABES Y SU INFLUENCIA

Mientras eso sucedía, los árabes fueron unificados bajo una fe religiosa única. Durante el primer tercio del siglo VII Mahoma (ca. 570-632), convertido en líder espiritual y militar de las diversas tribus que habitaban la península arábiga logró imponerles el islamismo. Para el siglo siguiente la influencia cultural de esta nueva religión se había extendido desde el Asia Central hasta España. En su primera etapa la religión musulmana no buscó aniquilar la ciencia pagana, por el contrario, sus dirigentes realizaron importantes esfuerzos para conservar el conocimiento científico, especialmente el generado por los griegos.

Entre los siglos VIII y IX, ciudades como Bagdad, Damasco y Jundishapur fueron sitios de trabajo para grupos de sabios persas, judíos, griegos, sirios e hindúes, quienes bajo la protección directa de los califas tradujeron al árabe parte considerable de la literatura científica griega, así como obras persas y de la India. Durante ese lapso fueron transcritos a dicho idioma los principales textos de Aristóteles y Tolomeo.

La ciencia islámica tuvo su periodo de mayor auge entre los siglos IX y XI, cuando fueron redactados extensos tratados como el Compendio de astronomía, escrito por Al-Fargani, 1 o textos médicos como el Liber Continens de Rhazes (865-925) y el Canon de Avicena (980-1037). Sin entrar en mayores detalles, los árabes hicieron valiosas aportaciones propias a la ciencia, destacando sus contribuciones en medicina, óptica y matemáticas. En esta última nos legaron el álgebra y el desarrollo de la trigonometría.

Respecto al tema que aquí nos interesa los árabes no aportaron realmente nuevas teorías planetarias o modelos cosmogónicos, sino que aceptaron la astronomía griega como tal. Por ejemplo, Al-Sufi (903-986), importante astrónomo persa de la corte de Bagdad, escribió El libro de las estrellas fijas, basado principalmente en el Almagesto de Tolomeo. En esa obra Al-Sufi revisó el catálogo de posiciones estelares hecho por el autor griego, actualizándolo e incluyendo importantes comentarios sobre los nombres de las estrellas y de las constelaciones. Amplió también la lista de objetos con aspecto nebuloso que Tolomeo había incluido en el Almagesto, agregando el primer informe conocido sobre la observación de la galaxia de Andrómeda. Por otra parte, el ya mencionado Alfraganus escribió sobre la teoría matemática en que se basa el uso del astrolabio. La importancia de su Compendio de astronomía también radica en que es un comentario muy completo del Almagesto.

Por ser el primer autor que hace mención explícita acerca de la constitución de la Vía Láctea, debemos señalar que en el año 1029 Al-Biruni (973-1048) escribió sobre Kahkashan, nombre persa de la Vía Láctea, y dijo que:

estaba formada por una colección sin número de fragmentos cuya naturaleza es el de las nubes de estrellas. Ellos forman aproximadamente un gran círculo, el cual pasa entre las constelaciones de los Gemelos y Sagitario. Las nubes de estrellas están más densamente reunidas en algunas zonas que en otras. Algunas veces es ancha y otras delgada, y ocasionalmente se rompe en tres o cuatro ramificaciones.

Sin duda, una de las mayores contribuciones que los árabes hicieron en el campo astronómico fue preservar la existencia de obras como el Almagesto, que por cierto debe a ellos ese nombre. También perfeccionaron el astrolabio (figura 15) e incluso inventaron otros aparatos que permitieron mejorar la precisión de las observaciones astronómicas.

Otra contribución muy valiosa de los árabes a la astronomía fue la continuación ininterrumpida de los trabajos de observación iniciados por los griegos y otros pueblos más antiguos. Este hecho por sí solo tuvo gran importancia en el desarrollo posterior de la astronomía, particularmente en los estudios que trataron de establecer las dimensiones y estructura del cosmos, ya que los datos observacionales de los árabes, publicados en forma de tablas astronómicas, como por ejemplo las Tablas toledanas, estaban basados en registros continuos que cubrían un periodo de más de 900 años, lo que les dio la exactitud necesaria para determinar las posiciones de los cuerpos celestes en forma precisa. Esto fue aprovechado por los astrónomos del Renacimiento quienes, basándose en ese material pudieron hacer descubrimientos que habrían de cambiar en forma radical nuestra visión del Universo.

Una clara huella del predominio astronómico que los árabes tuvieron durante parte de la Edad Media europea es la incorporación a nuestro lenguaje de términos como zenit, 2 nadir 3 o almanaque. 4 También han quedado los nombres que ellos pusieron a un considerable número de estrellas brillantes; tal es el caso de Albireo, Aldebarán, Algol, Altair, Betelgeuse, Mizar, El Nath, etcétera.

Al declinar la cultura islámica ocurrió un proceso de retroalimentación de la ciencia europea. Durante el siglo XIIse inició un verdadero alud de traducciones de obras científicas del árabe al latín, lo que, además de regresar la parte más significativa de la ciencia griega a Europa, introdujo en ésta las aportaciones propias de los árabes. De esa forma los estudiosos europeos de la alta Edad Media y del Renacimiento pudieron conocer obras como el Almagesto, la Óptica y la Geografía de Tolomeo, la Física, la Meteorología, De los cielos y del mundo y otros textos de Aristóteles. Igualmente dispusieron de los Elementos, la Óptica, la Catóptrica y los Datos de Euclides, así como obras de Arquímedes y otros científicos y filósofos de la antigua Grecia. Los árabes sirvieron de puente para que la ciencia griega salvara el gran obstáculo de la oscurantista Edad Media europea.

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Figura 15. Astrolabio. Aparato de medición astronómica que fue perfeccionado durante la Edad Media por los árabes.

ARISTOTELISMO

Los trabajos científicos de Aristóteles comenzaron a ser conocidos por los europeos cultos durante los siglos XII y XIII, y fue precisamente en este último que la tradición aristotélica arraigó, cuando inició su papel protagónico sustituyendo gradualmente a las interpretaciones surgidas entre los platónicos de la baja Edad Media. Estos habían procurado reconciliar la cosmovisión de Platón y el relato bíblico de la creación, de la cual surgió la idea de un cosmos unificado por fuerzas astrológicas que relacionaban al microcosmos, entendido como el dominio del hombre, y al macrocosmos, que los llevó a establecer la existencia de un universo fundamentalmente homogéneo, formado en toda su extensión por los mismos elementos.

Aristóteles trasmitió a la Edad Media la visión de un mundo ordenado y armónico, pero bien diferenciado en dos partes totalmente distintas: la región sublunar que se caracterizaba por ser cambiante y corruptible, y la región celeste que era perfecta e inmutable. De acuerdo con ese pensador la estructura del Universo estaba perfectamente integrada, pues debe recordarse que su modelo homocéntrico de esferas cristalinas explicaba el movimiento de todos los cuerpos celestes. Esta cosmovisión resultó satisfactoria y fácilmente entendible para quienes vivían en una sociedad estática y fuertemente jerarquizada, lo que explica la enorme influencia y larga duración del pensamiento aristotélico durante la Edad Media y parte del Renacimiento.

A pesar del rápido arraigo de la ciencia aristotélica, hubo ciertos elementos de su cosmovisión que fueron cuestionados y sujetos a una fuerte crítica por parte de los teólogos medievales. Esto generó grandes debates, como el de la Universidad de París durante buena parte del siglo XIII y que culminó en el año 1277 con la condena de excomunión para quienes enseñaran pública o privadamente los textos aristotélicos en esa institución.

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Figura 16. Representación medieval de la creación del mundo.

Estrictamente hablando, Aristóteles no produjo ningún modelo cosmogónico, ya que para él el mundo era eterno. Como no había tenido principio no podría tener fin. Este postulado aristotélico causó un rechazo total por parte de los teólogos, ya fueran cristianos, judíos o musulmanes, pues era evidente que chocaba de manera frontal con el episodio supremo de la creación del mundo (figura 16). La solución que pensadores tan importantes como santo Tomás de Aquino (1225-1274) o Maimónides (1135-1204) encontraron a ese dilema, fue rechazar dicho postulado bajo la base exclusiva de la fe. Así, cuando las teorías aristotélicas entraban en conflicto con los preceptos bíblicos, se atenían exclusivamente a éstos. Por ejemplo, esta fue la actitud que tomaron Juan Buridan (1295-1358) y Nicolás de Oresme (1320-1382), físicos medievales que analizaron detenidamente la posibilidad de que el movimiento diurno fuera causado por una verdadera rotación de la Tierra en lugar de pensar en un desplazamiento de toda la bóveda celeste en torno a la Tierra. En el debate del problema aportaron una serie de razonamientos que tendían a demostrar que un giro terrestre de oeste a este era equivalente a considerar que todas las esferas celestes giraban alrededor de nuestro planeta, pero tenía la ventaja de dar como resultado un universo más armonioso, evitando además la necesidad de introducir una esfera exterior a la de las estrellas fijas, que tenía como función principal ser el motor primario necesario para trasmitir el movimiento a todas las demás. A pesar de sus notables argumentos, Buridan y Oresme finalmente sostuvieron la inmovilidad de la Tierra pues la fe así lo exigía.

Una vez establecido este compromiso que aseguraba la primacía de la Iglesia, hubo una reconciliación entre la teología judeo-cristiana y la ciencia pagana trasmitida por las obras aristotélicas. La complementación fue muy adecuada, ya que Aristóteles dejó una descripción física del mundo muy completa pero sin una cosmogonía, mientras que las Sagradas Escrituras presentaban una cosmogonía precisa.

Los textos de Aristóteles introdujeron en la Europa medieval el modelo de las esferas homocéntricas ideado por Eudoxio, pero sin su fundamento geométrico y con el importante añadido de considerarlas como esferas sólidas de naturaleza material. La idea de un universo construido por esferas sólidas y cristalinas que transportaban a los cuerpos celestes y que servían de soporte al mundo, fue un concepto que tuvo gran auge durante la Edad Media. De acuerdo con ese esquema, la estructura y organización del cosmos se debía a que esas esferas y los astros que ellas transportaban ocupaban el lugar natural que les correspondía, y que no podían estar en ningún otro sitio.

Los comentaristas cristianos de las obras de Aristóteles ya no contaban con la capacidad de manejar los conceptos geométricos desarrollados en el Almagesto. Analizando las Sagradas Escrituras postularon la existencia de tres esferas exteriores a las que ocupaban los planetas. La externa era invisible e inmóvil y fue denominada la esfera empírea. Según ellos servía como morada a los ángeles y a los bienaventurados. La esfera de enmedio era perfectamente transparente y cristalina. Algunos de esos pensadores la identificaron con el Primum Mobile aristotélico, y la relacionaron directamente con Dios. La tercera, que era la más interna, fue tomada como el firmamento, donde se localizaban las estrellas fijas.

A pesar de tener notables puntos de conflicto, una vez que estos fueron superados por los preceptos de la fe, el modelo cósmico de Aristóteles fue compatible con las Sagradas Escrituras y con las diversas interpretaciones teológicas medievales, lo que permitió el largo reinado de esas ideas geocéntricas.

LA TIERRA PLANA Y LOS NAVEGANTES INTEROCEÁNICOS

Una noción contemporánea muy difundida es la que asegura que antes de los viajes realizados por Colón la gente pensaba que la Tierra era plana (figura 17), y que fue él quien primeramente señaló que nuestro planeta era en realidad un globo. Esto no fue así, pues, como ya se ha visto, desde la antigüedad clásica la Tierra fue considerada esférica.

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Figura 17. La Tierra plana, según las ideas populares del medievo.

Los argumentos que Aristóteles dio para probar lógicamente la esfericidad terrestre fueron tan sólidos que en realidad, después de él, no hubo pensadores de importancia que apoyaran la existencia de la Tierra plana. Sin embargo, esta idea surgió como una consecuencia de la interpretación literal que los llamados Padres de la Iglesia hicieron de las Sagradas Escrituras. Uno de los primeros fue Lactancio (¿1250-1325?), quien en el siglo IV atacó mediante diversos escritos a la ciencia y a la filosofía helénicas. Sobre bases únicamente teológicas criticó con severidad a la física aristotélica y se opuso abiertamente a la idea de la Tierra esférica. En forma burlona se preguntaba: ¿habrá alguien tan extravagante para creer que los hombres tienen pies por encima de la cabeza, o lo increíble para nosotros, que están colgados allá abajo?, ¿que las hierbas y los árboles crecen ahí descendiendo, y que las lluvias, los granizos y las nieves suben hacia la Tierra?

Los sucesores ideológicos de Lactancio tuvieron por norma la interpretación literal de la Biblia, y en especial de aquellos pasajes que tenían que ver con aspectos cosmogónicos. A través de la Iglesia de Oriente, donde fueron más influyentes, trasmitieron su visión de la Tierra plana e inmóvil, destacando dos puntos notables de la geografía bíblica: Jerusalén en el centro, y el paraíso terrenal en la periferia. Siguiendo esas ideas durante la Edad Media, la forma de nuestro planeta fue plasmada en cartas geográficas realmente simples (figura 18), donde el mundo plano era mostrado como un círculo dividido en tres partes por los ríos Don (Tanais) y Nilo (Nilus) y por el mar Mediterráneo. Cada una de las partes obtenidas con esta división correspondía a un continente: Europa, África y Asia. Al centro de todo estaba Jerusalén.

Esa representación, además de estar de acuerdo con lo establecido por el dogma religioso cristiano, respondía bien a las exigencias impuestas por el sentido común de personas que, o no se desplazaban de su lugar de origen, o lo hacían en forma muy limitada. Por estas razones no es de extrañar que el modelo de la Tierra plana tuviera fuerte arraigo, sobre todo en las capas inferiores de la población medieval europea, mientras que los más preparados aceptaban la idea griega de la Tierra esférica, al menos cuando la consideraban en su contexto astronómico.

John de Mandeville (siglo XIV), autor de un libro de viajes llamado Itinerarius, publicado en 1485, escribía:

a la gente sencilla le parece que no se podría ir debajo de la Tierra y que se tendría que caer hacia el cielo cuando se estuviera por abajo. Pero no puede ser así, como tampoco podemos caer hacia el cielo desde la Tierra en que estamos. Y si se pudiera caer de la Tierra hacia el cielo, con mayor razón la tierra y el mar, que son tan grandes y pesados, caerían hacia el firmamento. Pero no puede ser, pues no sería caer sino subir.

 

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Figura 18. Dos mapas terrestres medievales.

El texto astronómico más utilizado por los europeos de la alta Edad Media y el Renacimiento fue De Sphaera, obra escrita en el siglo XIII por Juan de Sacrobosco, quien apegándose a la ortodoxia geocentrista trasmitió y reafirmó los conceptos cósmicos desarrollados por Aristóteles y Tolomeo. Su influyente libro fue ampliamente utilizado en las más importantes universidades europeas hasta bien entrado el siglo XVII. En él, muchos estudiosos aprendieron que:

la máquina universal del Mundo está dividida en dos regiones, la del éter y la de los elementos. La Tierra es como el centro del Mundo; está situada en medio de todas las cosas. En torno de la Tierra está el agua; en torno del agua está el aire; en torno del aire está ese fuego puro y exento de agitación que, como dice Aristóteles en el libro de los Meteoros, alcanza el orbe de la Luna. Cada uno de los últimos tres elementos rodea la Tierra en forma de capa esférica...

La ambivalencia entre una Tierra esférica y una Tierra plana persistió a lo largo de la Edad Media, sin embargo, después de considerables esfuerzos intelectuales, los pensadores de ese periodo encontraron una manera de conciliar ambas concepciones. Manejaron el concepto de una Tierra plana cuando se trataba del sitio que habitaban, mientras que al hablar de la escala cósmica consideraban a la Tierra esférica.

Durante los últimos años del siglo XV y primeros del XVI surgió una discusión que, basándose en los nuevos descubrimientos geográficos buscó determinar la forma verdadera de nuestro planeta. Esa discusión, que tuvo muchos elementos filosóficos y teológicos habría de ser resuelta en forma definitiva por las expediciones de los grandes navegantes.

Dos fueron los viajes concluyentes para resolver el problema de la forma de la Tierra. El primero y sin lugar a dudas el que mayores cambios conceptuales causó fue el realizado en 1492 por Cristóbal Colón (ca. 1446-1506), quien mediante su hazaña demostró que era posible viajar hacia Occidente, que había otras tierras habitadas, y que los pobladores de éstas vivían incluso en zonas donde el dogma establecía que no era posible la vida humana.

A pesar de que Colón no parece haberse percatado de la magnitud de sus descubrimientos, sus viajes demostraron que las dimensiones terrestres trasmitidas desde la antigüedad, y que por muchos siglos fueron consideradas correctas, en realidad eran considerablemente diferentes de las verdaderas. Como consecuencia directa de los viajes colombinos, para los europeos el mundo se ensanchó y se hizo más complejo, lo que necesariamente tuvo repercusiones profundas que a corto plazo obligaron a filósofos y científicos a replantearse la interpretación de la naturaleza.

El segundo fue el viaje de circunnavegación que inició Fernando de Magallanes (1470-1521) en 1519, el cual concluyó, tras la muerte de este capitán portugués, Juan Sebastián Elcano (1476-1526) en 1522. La realización de este viaje fue la prueba irrefutable de la esfericidad terrestre (figura 19).

Un resultado secundario de este viaje que tuvo gran importancia para la astronomía fue que los europeos vieron por primera vez completo el hemisferio sur celeste, región en la que la Vía Láctea muestra gran riqueza de detalles. Durante ese viaje se observó por primera vez las ahora llamadas Nubes de Magallanes, dos brillantes conglomerados de aspecto difuso muy claramente localizados en el cielo austral, cuya naturaleza habría de establecerse apenas en el siglo XX.

El descubrimiento de un considerable número de estrellas brillantes sólo visibles desde el hemisferio sur terrestre obligó a los astrónomos a formar nuevas constelaciones, evidentemente diferentes de las que habían surgido entre los caldeos, egipcios y griegos, quienes no conocieron esa parte de la bóveda celeste. La belleza del cielo austral impresionó mucho a los navegantes, quienes rápidamente aprendieron a utilizar sus estrellas para orientarse en tan largos y peligrosos viajes.

Al margen de la discusión teórica sobre la forma y dimensiones de la Tierra, las audaces empresas de los navegantes interoceánicos favorecieron las primeras aplicaciones prácticas del saber astronómico. Tanto italianos como alemanes desarrollaron durante el siglo XV diversos aspectos de la observación astronómica. Tal fue el caso de la construcción de tablas astronómicas más precisas pero a la vez más sencillas, cuyo uso permitía que los navegantes pudieran trazar fácilmente los mapas de las rutas que estaban explorando.

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Figura 19. Planisferio elaborado en 1542 donde fue marcada la ruta de navegación seguida por la expedición de Magallanes.

Otra consecuencia directa de los descubrimientos hechos por los grandes navegantes fue el cambio en el enfoque social tradicional de la astronomía, pues a partir de ellos adquirió una dimensión diferente por los efectos económicos y políticos de tales descubrimientos. Así, conscientes de los beneficios que esta nueva manera de entender los estudios astronómicos podía tener, los monarcas de naciones como España, Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia se apresuraron a fundar escuelas náuticas, donde además de preparar a sus navegantes en los aspectos prácticos de esa profesión, se les enseñó por primera vez la materia de cosmografía, 5 en forma académica y bajo programas de estudio bien establecidos. La necesidad de resolver problemas como el de la posición precisa de un barco en altamar, o de contar con instrumentos de navegación confiables sirvieron para promover nuevos métodos de observación y de análisis, que a su vez enriquecieron la fundamentación teórica de la astronomía. Todo ello generó un fuerte crecimiento de esta disciplina, lo que logró desligarla de todo el bagaje astrológico con que había convivido por milenios.

EL FIN DE UNA ÉPOCA

Durante un periodo tan largo como el de la Edad Media fue natural que surgieran en Europa pensadores que, sin cuestionar las enseñanzas de la Iglesia, sí trataran de criticar algunos de los principios de la ciencia aristotélica. Tal fue el caso de los ya mencionados Juan Buridan y Nicolás de Oresme Esa actitud comenzó a cobrar mayor fuerza a partir del siglo XIV y ya no paró hasta desembocar en la revolución científica que tuvo lugar durante el Renacimiento.

Uno de los hombres más notables del periodo de transición entre esas dos épocas fue Nicolás de Cusa (1401-1464), quien se distinguió prácticamente en todas las áreas del conocimiento que por entonces se cultivaban. Sus discusiones filosóficas en contra de la existencia de un cosmos perfecto, esférico y finito lo hacen uno de los precursores de la visión moderna del Universo. Su obra más importante, De Docta Ignorantia ("La docta ignorancia") contiene afirmaciones de importancia para el tema que nos interesa. En ese texto considera que la Tierra es un planeta más, que se mueve como los otros. Al asegurar "que la Tierra es una noble estrella" [planeta], rompió en forma radical la idea aristotélica de dos mundos totalmente distintos y separados: el terrestre y el celeste. Además, dejó de considerar a la Tierra como el centro cósmico, ya que pensaba que el Universo no estaba limitado por una esfera exterior perfecta, impenetrable y cristalina, de radio finito y centro fijo, y creía que el cosmos no tenía fronteras y que su forma era indeterminada. En esa obra Nicolás de Cusa afirmó que "el Universo no es infinito y sin embargo no puede ser concebido como finito, ya que no hay límites dentro de los cuales se encuentre".

Con un enfoque diferente del de los filósofos, los astrónomos del siglo XV aportaron datos que habrían de ser utilizados posteriormente para cuestionar la validez del universo aristotélico. Entre los más notables se encuentran Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482) y Georg von Peurbach (1423-1461).

Toscanelli fue médico de profesión. Destacó como astrónomo, matemático y geógrafo. Lo mencionamos porque, aunque realmente no hizo intentos de teorizar sobre el origen y estructura del Universo, sus observaciones fueron muy valiosas para quienes sí lo hicieron. Su cuidadosa información de los cometas aparecidos en los años 1433,1449, 1456, 1457 y 1472 fue de gran importancia, pues sus datos y dibujos sobre las posiciones de esos objetos fueron muy exactas para su época. Por otra parte, Peurbach fue el primero que trató de establecer a qué distancia de la Tierra se encontraban los cometas y, aunque de sus datos concluyó que se hallaban por debajo de la esfera lunar, señaló el camino a seguir para determinar tales distancias. Esta técnica resultaría muy útil en los siguientes siglos, ya que permitió demostrar que los cometas eran en realidad cuerpos celestes.

Los trabajos iniciados por estos dos observadores habrían de servir para que los científicos de los siglos XVI y XVII mostraran que los cometas se movían en órbitas localizadas más allá de la Luna, lo que ayudó a echar por tierra el esquema del cosmos aristotélico, propiciando el fin de una larga época en que el conocimiento científico estuvo supeditado al interés religioso.

Abu-al-'Abbas al-Farghani (ca. 850). Astrónomo de Bagdad también conocido por su nombre latinizado de Alfraganus.
Punto de la bóveda celeste que corresponde a la vertical del observador. También llamado "cenit".
Punto contrario al zenit. Antípoda del observador.
Registro que consigna los días del año y que contiene indicaciones astronómicas como las fases de la Luna.
La cosmografía también es conocida como astronomía de posición, ya que su principal función es determinar la posición de los astros en la bóveda celeste.