PRESENTACIÓN
En una época en la que los viajes interplanetarios tripulados están dejando de ser una promesa, los veloces aviones supersónicos rompen la barrera del sonido de manera regular, la transportación aérea entre países y continentes es una realidad cotidiana, los satélites, las computadoras y otros instrumentos ayudan a que la navegación terrestre, marítima y aérea sea cada vez más confortable y segura, es difícil entender los peligros y riesgos que los viajeros de hace no muchos años tenían que afrontar para ir de un lugar a otro.
La falta de caminos, la abundancia de territorios apenas conocidos, las frecuentes epidemias de enfermedades mortales y la presencia de piratas y asaltantes en los caminos eran sólo algunas de las causas que convertían cualquier viaje en una verdadera aventura.
Las pesadas locomotoras de vapor que circulaban a fines del siglo pasado se movían, en el mejor de los casos, a velocidades de unos cuarenta kilómetros por hora, lo que las convertía en el medio de transporte más rápido. Sin embargo, hay que recordar que la mayoría de los países carecía de vías férreas, o las que tenían eran pocas y en general de tramos cortos.
Los grandes buques de vapor eran todavía más lentos: se desplazaban a velocidades de sólo unos veinte kilómetros por hora. Y ni qué decir de las carretas tiradas por caballos, que eran el transporte más común.
En esas condiciones, emprender un viaje corto era cosa de semanas, y los más largos llegaban a necesitar de años para su realización.
Si a lo complicado que era viajar se añade una limitación total y absoluta del tiempo disponible para hacerlo, se comprenderá lo difícil que resultó el viaje que aquí se reseña.
Fue realizado por un grupo de mexicanos entre septiembre de 1874 y noviembre de 1875. Literalmente hablando, nuestros compatriotas dieron la vuelta al mundo y, para lograrlo, tuvieron que vencer múltiples dificultades.
Por la similitud que pudiera haber, creemos interesante indicar que el célebre autor francés Julio Verne escribió su libro La vuelta al mundo en ochenta días en 1873.
Este viaje, que bien podría llamarse el Primer viaje internacional de la ciencia mexicana, se llevó a cabo con el propósito explícito de estudiar el paso del planeta Venus frente al disco solar, ocurrido el 9 de diciembre de 1874.
El gobierno mexicano quería contribuir con la comunidad científica internacional, así se formó y envió una Comisión de Astrónomos Mexicanos para que observaran tan raro suceso. Al frente de ésta se puso al ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, destacado hombre de ciencia y gran promotor de los estudios astronómicos en nuestro país.
Además de la Memoria técnica sobre la observación de ese fenómeno, publicada en París a mediados de 1875, las imprentas de la capital de México produjeron dos libros que reseñaban las actividades de nuestros comisionados durante esa expedición: Viaje de la Comisión Astronómica Mexicana al Japón, escrito por Díaz Covarrubias, en el que, además de la descripción puramente anecdótica, vierte apreciaciones muy interesantes sobre las costumbres y la organización política, económica y social de los países visitados.
La obra fue escrita en un lenguaje ameno y sencillo, concebida para un público general. Sin embargo, con el fin de presentar un trabajo completo, su autor le agregó varios apéndices, donde presenta toda la información relevante; desde el formulismo matemático necesario para determinar exactamente la posición geográfica de los dos observatorios mexicanos instalados en suelo japonés, hasta detalles sobre la observación del paso de Venus, así como fotografías y otros datos de interés.
En ese libro solamente se relata el viaje desde que los comisionados salieron de la capital mexicana hasta que realizaron las observaciones en las cercanías de la ciudad japonesa de Yokohama.
El otro libro, escrito por el cronista oficial de la Comisión, el ingeniero Francisco Bulnes, se titula Sobre el hemisferio norte once mil leguas. Impresiones de viaje a Cuba, los Estados Unidos, el Japón, China, Conchinchina, Egipto y Europa. En él no se presta gran importancia al trabajo de observación del tránsito venusino, más bien se relatan las peripecias ocurridas durante el viaje, especialmente las sucedidas al autor. Con frecuencia Bulnes abre grandes paréntesis donde se dedica a analizar las costumbres y la moral social de los pueblos que fueron visitando. A diferencia del libro de Díaz Covarrubias, el relato de Bulnes continúa después de hechas las observaciones, proporcionando información sobre la ruta seguida para regresar a México.
Este primer escrito de Bulnes ya muestra el estilo tan característico de ese autor; la narración es frecuentemente interrumpida por divagaciones filosóficas, matizadas con una fuerte dosis de sarcasmo y humorismo. Sobre ese libro, publicado a fines de 1875, Felipe Teixidor, compilador de la obra Viajeros mexicanos. Siglos
XIX
yXX
; ha escrito:
Esa obra está agotada; se conoce solamente un ejemplar que se encuentra en la Biblioteca Nacional de México: Por eso y por el valor que la obra tiene para los estudios del México positivista, pudiera ser que se hiciera una edición crítica de ella.
Esas obras de Díaz Covarrubias y Bulnes se complementan muy bien, dando una visión completa de las dificultades que nuestros viajeros tuvieron que vencer para realizar, de la manera más satisfactoria, la misión que se les había encomendado. Asimismo, son una demostración clara de los esfuerzos que se han hecho en nuestro país, aun en tiempos de profundas crisis económicas y políticas, para lograr una ciencia propia y consolidar la identidad cultural de México.
La importancia de ese viaje dentro del contexto de la historia de la ciencia en México no ha sido todavía correctamente valorada. Es deseable que los especialistas en esa disciplina encuentren en la presente reseña motivos suficientes para que, recurriendo a los originales, lleven a cabo un estudio crítico que determine la influencia que esa expedición tuvo en el gran movimiento científico mexicano que, como una consecuencia del positivismo comtiano, se llevó a cabo en el último cuarto del siglo
XIX
en nuestro país, así como sus posteriores manifestaciones en el establecimiento y desarrollo de las instituciones dedicadas a cultivar las ciencias exactas y naturales en México. Muy especialmente, en lo referente al establecimiento y consolidación de la moderna pero ya centenaria tradición astronómica mexicana.