I. LA COMISIÓN MEXICANA

DESPUÉS del triunfo definitivo de los mexicanos en 1867, Benito Juárez y los gobernantes que le siguieron se preocuparon por dotar a la nación de instituciones educativas y culturales de alto nivel académico, en la creencia de que así lograrían incorporar a México al grupo de naciones tecnológicamente desarrolladas. Desgraciadamente las circunstancias políticas, económicas y sociales de nuestro pueblo hicieron que muchos de los esfuerzos encaminados en aquella dirección fracasaran, o en el mejor de los casos, quedaran aislados sin lograr su objetivo principal.

A pesar de ello se generó un gran interés por conocer las potencialidades de nuestro país, lo que a su vez promovió que la ciudadanía culta se interesara en participar en las actividades de una serie de agrupaciones, como la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, la Sociedad Científica Antonio Alzate, la Sociedad Humboldt y otras, que promovían el estudio de las ciencias exactas y naturales, así como el desarrollo de la sociedad y el arte, tratando de que la nación mexicana tuviera los beneficios de la cultura universal.

La idea de enviar una comisión de astrónomos mexicanos para observar el tránsito de Venus en 1874 fue discutida primero en la Cámara de Diputados en 1871. Sin embargo, esa discusión, por no haber sido presentada con carácter oficial, no fue muy lejos seguramente porque se pensó que aún faltaba mucho tiempo para la fecha en que habría de ocurrir el fenómeno.

En 1872 Francisco Jiménez, astrónomo mexicano muy conocido en los círculos culturales de nuestro país, publicó a petición de la Dirección de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística un artículo sobre los pasos de Venus y Mercurio. En él, además de presentar la información solicitada. relataba la participación que los criollos mexicanos Joaquín Velázquez de León, Antonio Alzate y José Antonio Bartolache habían tenido en las observaciones del tránsito venusino de 1769. Ese escrito, aparecido en el boletín de esa sociedad en el mismo 1872, contribuyó a despertar el interés de algunas personas para que México enviara una comisión en 1874.

A principios de ese año volvió a tratarse el tema en una reunión de miembros de la sociedad arriba citada. En aquella ocasión, por considerar que ya el tiempo disponible para organizar seriamente una expedición era insuficiente, no se concluyó nada.

El 11 de abril del mismo año el ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, presidente anual de la Sociedad Humboldt, presentó una memoria, posteriormente impresa, que intituló Exposición popular del objeto y utilidad de la observación del paso de Venus por el disco del Sol. Ese trabajo revivió la discusión sobre la posibilidad de mandar un grupo de científicos mexicanos para que realizara las observaciones pertinentes.

Díaz Covarrubias recalcó en dicha reunión que debido a la hora en que ocurriría el tránsito, solamente sería visible en su totalidad en una zona que incluía parte de Asia y Oceanía, región casi antípoda a nuestro país en el globo terráqueo, por lo que el viaje, de hacerse, no sería fácil y tendría que emprenderse lo antes posible.




Figura 1. Comisión Mexicana. De pie y de izquierda a derecha, Francisco Jiménez, Francisco Díaz Covarrubias, Francisco Bulnes. Sentados, Agustín Barroso y Manuel Fernández Leal. Tomada de L. G. León, Los progresos de la astronomía en México desde 1810 hasta 1910.

Además de la justificación puramente científica para realizar esa expedición, se insistió en que México, como prueba de la madurez institucional que había alcanzado después de triunfar sobre los conservadores y sus aliados extranjeros, debía contribuir al concierto de los países civilizados en tan noble y desinteresada misión, que a fin de cuentas aportaría información que acrecentaría el acervo cultural de la humanidad.

No faltaron opositores a este proyecto. Se dijo que la situación económica del erario público no estaba en condiciones de andar pagando un viaje para que algunos individuos fueran hasta el otro lado del mundo a ver pasar un planeta.

En fin, llegó el 8 de septiembre, fecha en la que se conmemoró el vigésimo séptimo aniversario de la defensa del Molino del Rey en contra del invasor estadounidense. En ese acto el diputado Juan José Baz habló del asunto del tránsito de Venus con el presidente de la República, Sebastián Lerdo de Tejada. Éste se entusiasmó con la idea, sobre todo por lo que en el plano cultural podría aportar a un país como el nuestro, que después de tantas guerras aún buscaba su identidad. Un evento de esta naturaleza podría servir para reforzar el orgullo nacional.

El ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, persona que se había distinguido como educador y científico notable, desde muy joven se dio a conocer por sus investigaciones y trabajos en el campo de la geodesia y la astronomía. Sus predicciones sobre la ocurrencia de eclipses y otros fenómenos astronómicos, basadas en cálculos matemáticos de lo más rigurosos, habían demostrado sobradamente su capacidad en esta área del conocimiento humano; además, entre enero y junio de 1863 había instalado el primer observatorio astronómico oficial que existió en el México independiente, en Chapultepec.

A nadie debió extrañar que el presidente Lerdo de Tejada mandara llamarlo para que le asesorara sobre la posibilidad de que astrónomos mexicanos concurrieran a observar el evento que ocurriría el 9 de diciembre de 1874. En efecto, el 11 de septiembre, Díaz Covarrubias se entrevistó con Lerdo de Tejada. Éste le hizo las dos preguntas siguientes: ¿había en México personas capaces para integrar una comisión astronómica que intentara realizar con éxito la observación del tránsito?, y de ser así, ¿había instrumentos adecuados y disponibles en la capital del país o sus cercanías?

Díaz Covarrubias contestó afirmativamente a las dos preguntas, e hizo saber al Presidente que el problema más serio era el poco tiempo disponible antes de la ocurrencia del tránsito y lo largo del viaje que se tendría que hacer. Por instrucciones de Lerdo de Tejada se dedicó a reunir información exacta sobre la posible duración del viaje de ida y la ruta que se seguiría

Planear un viaje desde la ciudad de México hasta algún remoto punto de Asia u Oceanía no era empresa fácil en aquellos días. Además de los problemas inherentes a todo viaje de esa magnitud, se presentaba la dificultad de transportar de manera segura los instrumentos que habrían de utilizarse. En efecto, la principal carga que llevarían eran los pesados telescopios, objetos muy voluminosos y masivos, pero a la vez extremadamente delicados.

Acapulco, puerto tradicional para viajar al Oriente, era el lugar idóneo para embarcarse hacia las lejanas tierras que intentaban visitar. Sin embargo la falta de caminos regularmente transitables entre ese puerto y la ciudad de México, así como la falta de barcos confiables que partieran en fecha próxima hacia Asia u Oceanía, obligaron a Díaz Covarrubias a tomar otra ruta.

Aprovechando que desde 1873 se había terminado en su totalidad la ruta del Ferrocarril Mexicano entre la capital del país y Veracruz, decidió que lo más práctico sería viajar a ese puerto para de ahí embarcarse a Nueva York, desde donde cruzarían en tren los Estados Unidos, para llegar finalmente a San Francisco, California. Un viaje mucho más largo que el de la ciudad de México a Acapulco, pero dadas las condiciones de nuestro país, resultaba más confiable y probablemente más rápido ese recorrido a través del enorme territorio estadounidense.

Las estimaciones que Díaz Covarrubias hizo del tiempo que tardaría el viaje total hasta Pekín, lugar escogido como posible punto para la instalación del observatorio mexicano, fueron las siguientes:

De México a Nueva York . . . . . . 12 días
De Nueva York a San Francisco 8 días
De San Francisco a Yokohama 25 días
De Yokohama a Pekín 10 días


por lo que en total, desde la ciudad de México hasta Pekín harían unos dos meses. Si lograban salir de la capital de la República el 17 de septiembre y no había ningún contratiempo serio, alrededor del 12 de noviembre podrían estar en China. ¡Casi un mes antes de que ocurriera el paso de Venus!

El presidente Lerdo de Tejada estuvo de acuerdo con este plan y con el presupuesto que le presentó Díaz Covarrubias, por lo que le dio facultades para reunir los instrumentos necesarios, así como para nombrar a los astrónomos que integrarían la Comisión.

Desde un principio Díaz Covarrubias consideró que la Comisión debería estar integrada por cuatro personas, de tal manera que, si fuera posible, se dividiría en dos grupos que tratarían de efectuar independientemente la observación del tránsito venusino desde dos lugares diferentes. Así, podrían determinar la paralaje solar sin tener que recurrir a los datos que obtuvieran comisiones de otros países; además, de esta manera también se aumentaba la posibilidad de realizar bien la observación, pues si en alguno de los dos observatorios mexicanos había algún problema imprevisto o se presentaba mal tiempo, siempre quedaba la posibilidad de que en el otro se realizara de manera satisfactoria la observación.

Se preocupó entonces por conseguir instrumentos suficientes para formar dos equipos de trabajo, cuidando que los aparatos utilizados fueran lo más similares posible. Pudo disponer de un telescopio cenital, un teodolito y un barómetro proporcionados por el Ministerio de Fomento. La Escuela de Ingenieros le facilitó otro telescopio cenital y un cronómetro, mientras que el Colegio Militar facilitó un telescopio refractor sencillo y otro cronómetro. Además se consiguieron en diferentes partes instrumentos pequeños como termómetros, higrómetros y sextantes. Finalmente el mismo Díaz Covarrubias proporcionó de su observatorio particular algunos otros instrumentos, entre los que se encontraban dos telescopios de tipo altazimut.



Figura 2. Anteojo cenital de Troughton & Simms usado por miembros de la Comisión Astronómica Mexicana. Archivo de Placas Fotográficas, Instituto de Astronomía, UNAM.

Todos esos aparatos, cuidadosamente desarmados y empacados en resistentes cajas de madera, quedaron listos para el largo viaje.

El 14 de septiembre, Díaz Covarrubias presentó al presidente Lerdo de Tejada su propuesta para integrar la Comisión Astronómica Mexicana. Éste la aprobó, con la única modificación de agregar una persona más, cuya responsabilidad principal sería la de hacer la crónica oficial del viaje. Finalmente la comisión quedó integrada por las siguientes personas: ingeniero Francisco Díaz Covarrubias, presidente y primer astrónomo de la Comisión; ingeniero Francisco Jiménez, segundo astrónomo; ingeniero Manuel Fernández Leal, topógrafo y calculador; ingeniero Agustín Barroso, calculador y fotógrafo, e ingeniero Francisco Bulnes, cronista y calculador.

Tan pronto como los comisionados tuvieron listo lo necesario para iniciar el viaje, se presentaron ante Lerdo de Tejada para informarle de su partida. El 18 de septiembre por la tarde, el Presidente se entrevistó con ellos para darles sus últimas instrucciones. A las doce de la noche de ese mismo día partieron a bordo del Ferrocarril Mexicano rumbo a Orizaba, Díaz Covarrubias, Bulnes y Barroso. Francisco Jiménez y Manuel Fernández Leal salieron al día siguiente, cuidando del transporte de las pesadas cajas.

LOS INTEGRANTES DE LA COMISIÓN ASTRONÓMICA MEXICANA

Sin la pretensión de presentar un estudio biográfico completo sobre los cinco miembros de la Comisión Astronómica Mexicana, sí juzgamos de interés para este trabajo señalar algunos de los aspectos sobresalientes en la vida de cada uno de ellos hasta su nombramiento como miembros de esa comisión; sobre todo porque esos hechos seguramente influyeron de manera importante en la decisión de incorporarlos a ésta.

Tanto por su trayectoria académica como por su participación en la vida política y cultural del país, Francisco Díaz Covarrubias, promotor y alma de la Comisión, fue el personaje más importante de ella.

Nació en Jalapa en 1833; fue el mayor de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. A temprana edad quedaron huérfanos de padre, por lo que su madre, mujer de fuerte personalidad y gran interés por la cultura, decidió trasladarse en compañía de sus hijos a la ciudad de México, donde, con ayuda de algunas amistades de la familia, logró proporcionarles la mejor educación posible en el México de aquellos años.

A los dieciséis años Francisco Díaz Covarrubias entró como alumno interno al Colegio de Minería, donde rápidamente destacó como uno de los mejores y más capaces estudiantes. Ya para 1851 se había dado a conocer por el constante interés que manifestaba en todos los estudios y muy especialmente en lo tocante a la astronomía. En los exámenes finales de ese año le tocó el honor de ser alumno actuante de la segunda clase de matemáticas y en la de principios de astronomía y geografía.

En 1852 volvió a ganar esa distinción, sólo que en esa ocasión fue alumno actuante de las clases de física, alemán, topografía y geodesia.

Lo mismo logró al año siguiente, cuando fue alumno actuante de las clases de química, y de topografía, geodesia y cosmografía.

Para 1854 ya no figuró como alumno actuante en los actos públicos porque fungió como profesor interino de la clase de topografía, geodesia y cosmografía.

Hacia principios de 1855, con la colaboración de Juan María Balbotín, determinó mediante observaciones astronómicas la posición exacta de la ciudad de Querétaro. Durante ese año y el siguiente continuó como profesor interino de la materia señalada. Además fue nombrado primeramente tercer vocal de la junta facultativa del Colegio de Minería y después secretario de la misma.

Para 1856 su prestigio como especialista sobresaliente en el ramo de la geodesia era bien conocido en la capital de la República, por lo que frecuentemente era consultado sobre ese tema por sus compañeros de profesión y funcionarios gubernamentales de alta jerarquía. Así por ejemplo, en junio de ese año, Manuel Siliceo, ministro de Fomento, le pidió a Díaz Covarrubias que realizara las observaciones astronómicas necesarias para determinar de la manera más precisa posible la posición geográfica de la ciudad de México. Estas fueron hechas rápidamente por el astrónomo, utilizando para ello los instrumentos del pequeño observatorio de prácticas del Colegio de Minería.

Cuando las entregó al ministro de Fomento aclaró que no eran tan precisas como él hubiera deseado y que en un futuro cercano, al tener mayor número de observaciones, las mejoraría. A pesar de su aclaración, el informe fue bien aceptado y el Ministro le agradeció su interés y colaboración, indicándole que sus datos serían utilizados en los informes oficiales pertinentes.

Debido al interés que el gobierno de la República tenía por conocer y cuantificar los recursos naturales del país, se preocupó por promover y apoyar muchos estudios encaminados a ese fin. En 1856 organizó la Dirección General para la Formación del Mapa Geográfico del Valle de México encargada de realizar todos los estudios necesarios para tener el conocimiento sobre la ciudad de México y sus alrededores. Ese organismo dividió el trabajo entre varias secciones, poniendo al frente de cada una de ellas a connotados especialistas.

De la sección de astronomía y geodesia se nombró director al ingeniero José Salazar Ilarregui y primer ingeniero a Francisco Díaz Covarrubias. Es interesante hacer notar que eso sucedía cuando éste contaba con escasos veinticuatro años de edad y todavía no se había recibido.

Díaz Covarrubias calculó y dijo públicamente que el 25 de marzo de 1857 ocurriría un eclipse total de Sol que, parcialmente, sería visto desde la ciudad de México. Como el Calendario de Galván, máxima autoridad popular en este tipo de eventos, aseguraba que dicho fenómeno no sería visto desde nuestra capital, la predicción del joven astrónomo fue recibida con sarcasmo y burlas.

A pesar de la fuerte crítica que se le hizo, Díaz Covarrubias no entró en polémicas inútiles y respondió invitando a los interesados para que asistieran a su campo de observación ubicado por el rumbo de San Lázaro, donde había instalado doce telescopios y algunos cronómetros que diferentes instituciones le habían prestado, para que ahí, el día señalado por él, pudieran comprobar su predicción.

El evento astronómico ocurrió con sólo dos segundos de diferencia a lo predicho por Díaz Covarrubias, por lo que, al término del eclipse, fue ovacionado y convertido momentáneamente en una especie de ídolo popular.

El 24 de agosto de 1858 Francisco Díaz Covarrubias presentó de manera por demás brillante su examen profesional, recibiendo el título de ingeniero geógrafo.

Los acontecimientos políticos ocurridos por esos años dificultaron y finalmente impidieron que la Comisión encargada del estudio del Valle de México pudiera terminar sus trabajos. Sin embargo, algunos de ellos fueron publicados, entre otros, la Determinación de la posición geográfica de México, publicada en 1859, y las tablas geodésicas calculadas para latitudes de la República, publicación que apareció el 1º de enero de 1859 en el periódico científico Anales Mexicanos.

El 2 de junio de ese mismo año el periódico capitalino La Sociedad publicó los cálculos hechos por Díaz Covarrubias relativos a un eclipse solar que habría de ocurrir el 18 de julio de 1860. A diferencia de lo sucedido en 1857, en esta ocasión, la información proporcionada por nuestro astrónomo no fue tan sólo bien recibida, sino que se publicó con elogios, invitándose a los demás periódicos a que la reprodujeran.

El 14 de abril de 1861 comenzó un viaje hacia los Estados Unidos con la idea de visitar algunos observatorios astronómicos de ese país, así como comprar instrumentos que requería la Dirección de Caminos, dependencia que había sido puesta bajo su cargo.

En esas fechas los Estados Unidos se encontraban en los principios de la Guerra de secesión, lo que afectó el viaje planeado por el ingeniero Covarrubias.

Por reflejar de cierta manera el carácter del joven científico mexicano, relataremos una anécdota que con motivo de esa guerra le ocurrió a nuestro personaje. En su libro sobre el viaje a Japón narra que iba de Nueva York a La Habana a bordo del vapor De Soto, buque mercante que pertenecía a los estados del norte, por lo que el capitán de dicha nave se veía obligado a realizar la travesía con todas las precauciones posibles, tratando de evitar encontrar algún barco confederado. Una tarde que se hallaban en el llamado Canal de Bahama se presentó a babor y a considerable distancia un barco de guerra de los sureños, que seguramente intentaba darles caza. El De Soto sólo contaba con dos pequeños cañones, incapaces de sostener batalla con un crucero como el que los perseguía. A pesar de ello el capitán preparó a la tripulación, en caso de combate, e invitó a todos los pasajeros a tomar también las armas. La invitación no fue rehusada por nadie. Dadas las circunstancias, Díaz Covarrubias consideró un deber impuesto por sus convicciones liberales, luchar contra los esclavistas. Hechos los preparativos para el supuesto combate, el capitán del De Soto comenzó a impartir instrucciones a sus tripulantes para maniobrar con el barco, intentando escapar de esa manera del crucero confederado. Cambiaba de rumbo a cada instante, ocultándose de cuando en cuando de la vista de su enemigo al meterse entre los múltiples islotes de la zona. Apagaba algunas veces las luces de babor, otras las de estribor y en ocasiones todas. De esa manera logró aumentar la distancia que los separaba del buque de los confederados, pues el capitán de esa nave, no atreviéndose a tener un posible choque con los muchos arrecifes del lugar, disminuyó la velocidad de su barco, dejando que se le escapara una presa segura. A medianoche ya habían logrado perder completamente al enemigo. Entonces el capitán del De Soto dirigió su barco directamente a Cuba, sin disminuir para nada la potencia de las máquinas, llegando al día siguiente a las seguras aguas de la isla. Concluye Díaz Covarrubias esa anécdota diciendo:


Durante esa larga noche de vigilia y alarma, yo no sé si me causaba tanta emoción la perspectiva de un combate naval tan desfavorable para nosotros, como el peligro constante que corríamos de estrellarnos contra algunos de los muchos arrecifes que allí existen, e ir a aumentar de ese modo los restos de numerosos buques que entre ellos han perecido.

A su regreso a México volvió a encargarse de su clase en el Colegio de Minería y de algunos asuntos oficiales.

En noviembre de ese mismo año la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la que era miembro activo, lo comisionó, junto con otros destacados socios de esa organización, para que elaborara el Cuadro Sinóptico de la República Mexicana, recayendo en sus manos la responsabilidad de redactar la memoria correspondiente a las aplicaciones de la astronomía a la geografía.

A fines de 1861 el ministro de Fomento celebró un contrato con Díaz Covarrubias, por el cual éste se comprometió a terminar en un plazo de diez meses el trabajo que había dejado inconcluso la Dirección General para la Formación del Mapa Geográfico del Valle de México. Como resultado de ese compromiso, Díaz Covarrubias redactó la Memoria presentada al Ministro de Fomento, sobre la medida de la base para la triangulación fundamental del Valle de México, escrito que los especialistas de su tiempo juzgaron obra verdaderamente notable.

En cumplimiento del encargo que le había hecho la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística en noviembre de 1861, publicó en el Boletín de esa misma sociedad la Carta Hidrográfica del Valle de México levantada de orden del Ministerio de Fomento, por los ingenieros Miguel Iglesias, Andrés Almaraz, Mariano Santa María y José Antonio de la Peña, bajo la dirección del ingeniero geógrafo Francisco Díaz Covarrubias. 1862.

Su interés por la astronomía lo llevó a proponer la creación de un observatorio astronómico que se ubicara en el Castillo de Chapultepec. Apoyada su propuesta por el ministro de Justicia, Jesús Terán, de quien en esa época dependía el ramo de Educación, se procedió a ponerla en práctica. En septiembre de 1862 fue nombrado director del futuro Observatorio Astronómico Nacional, encargándosele que instalara en Chapultepec algunos de los mejores instrumentos astronómicos que por ese entonces había en la ciudad de México. Se le pidió además que hiciera las recomendaciones pertinentes para la futura compra de aparatos de mayor potencia.

Debido a la intervención francesa, ese observatorio tuvo una vida realmente corta. Comenzó a trabajar en enero de 1863. Los primeros trabajos realizados fueron las observaciones necesarias para conocer los parámetros instrumentales más importantes de los telescopios instalados ahí. El 31 de mayo de ese mismo año, ante la inminente entrada de las tropas invasoras a la capital de la República, Díaz Covarrubias y sus colaboradores se vieron obligados a suspender los trabajos del observatorio y a guardar los instrumentos.

A pesar de que Maximiliano trató varias veces de contratar los servicios de Díaz Covarrubias, éste siempre se negó, prefiriendo vivir en San Luis Potosí y después en Tamaulipas, donde sobrevivió haciendo levantamientos geodésicos y topográficos, así como la demarcación de los terrenos de algunas grandes haciendas.

El 24 de septiembre de 1866 envió para su publicación en el periódico capitalino La Sociedad, una carta protestando enérgicamente por el caso que la Compañía del Camino de Fierro, encargada de tender la vía entre San Luis Potosí y Tampico, estaba haciendo de una carta topográfica de esa zona, que él había levantado con anterioridad y la citada compañía extranjera había publicado y utilizado sin su conocimiento y sin darle el crédito que como autor de dicho mapa le correspondía.

Durante el tiempo de su autoexilio y como consecuencia de su práctica en el terreno de la geodesia, escribió la obra Tratado de topografía, geodesia y astronomía, que publicado en 1870, habría de servir como libro de texto en esas materias por el resto del siglo XIX, ya que por ser un libro concebido específicamente para las necesidades de nuestro país, resultó muy superior a los europeos que entonces se usaban en México.

Como muchos otros liberales, Díaz Covarrubias volvió a la ciudad de México cuando el presidente Juárez logró la derrota definitiva de los conservadores y fuerzas extranjeras que los apoyaban. A poco de haberse restablecido el gobierno legal, Juárez fue a Chapultepec y en compañía de Díaz Covarrubias, recorrió las instalaciones de lo que había sido el observatorio astronómico. Encontraron que los instrumentos estaban casi todos inservibles y que las instalaciones mismas se encontraban en muy mal estado. Personalmente el presidente Juárez encargó al ingeniero Díaz Covarrubias que realizara un estudio para la posible reinstalación del observatorio. Éste concluyó que la mayoría del instrumental estaba tan dañado que el dinero invertido en su compra se había perdido. Como en esos momentos la enorme cantidad de problemas que la guerra había dejado y lo exiguo del erario nacional no permitían pensar en un nuevo gasto para reponer los instrumentos dañados, Díaz Covarrubias propuso que se esperara una mejor ocasión para tratar de reinstalar el Observatorio Astronómico Nacional en Chapultepec.

El 23 de julio de 1867, fue nombrado por el presidente Juárez oficial mayor del Ministerio de Fomento.

Desde que nuestro país había logrado su independencia, una de las causas de mayor distanciamiento entre los liberales y los conservadores fue la cuestión educativa. Desde los primeros años de lucha entre esos grupos los ciudadanos que comulgaban con las ideas liberales habían intentado, de diferentes maneras, arrancar la educación popular de manos del clero. Por eso, cuando el triunfo liberal fue definitivo, una de la primeras cosas que Juárez hizo fue expedir la Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal del 2 de diciembre de 1867 y bajo la cual fue creada la Escuela Nacional Preparatoria.

Esta escuela, fundada dentro del marco por ese entonces oficial del positivismo comtiano, congregó a los más destacados educadores de ese momento, encabezados por Gabino Barreda.

Francisco Díaz Covarrubias participó desde el inicio del proceso de creación de la Preparatoria, siendo uno de los miembros de la comisión que delineó el plan de estudios original. Iniciadas las labores docentes de esa escuela, fue profesor fundador del segundo curso de matemáticas (geometría y trigonometría) y el 3 de febrero de 1869 fue nombrado subdirector de ese plantel educativo.

Al mismo tiempo que se hacía cargo del curso mencionado y de la subdirección de la Preparatoria, realizaba su trabajo en el Ministerio de Fomento y estudiaba la posibilidad de volver a abrir el Observatorio Astronómico Nacional.

Durante 1870 publicó un notable libro, Nuevos métodos astronómicos, en el que además de tratar de la manera clásica los problemas geodésicos relacionados con la astronomía, incluyó varios procedimientos totalmente nuevos y desarrollados por él, mostrando así su capacidad y creatividad como investigador científico.

En 1871 dejó el curso de geometría y trigonometría para dirigir la Academia Superior de Matemáticas de la Escuela Nacional Preparatoria. Convencido de que los textos disponibles para ese curso no cumplían cabalmente las necesidades de los alumnos, se dio a la tarea de escribir un texto de cálculo diferencial e integral, el cual publicó en 1874 bajo el título de Elementos de análisis trascendente.

A grandes rasgos, ésta había sido la trayectoria de Francisco Díaz Covarrubias cuando fue nombrado presidente y primer astrónomo de la Comisión Astronómica Mexicana.

Segundo en importancia en esa comisión fue Francisco Jiménez. Nació en la ciudad de México en mayo de 1824. A los dieciséis años ingresó al Colegio Militar con la intención de seguir la carrera de ingeniero militar. A los diecisiete años le fue conferido el grado de subteniente alumno.

En 1847 participó en la lucha contra el invasor estadounidense. Por su grado de capitán fue uno de los oficiales que participaron en la defensa del Castillo de Chapultepec durante la gesta de los Niños Héroes. Después de una encarnizada batalla, la superioridad numérica y técnica del invasor se impuso, y él fue hecho prisionero junto con los demás defensores del Colegio Militar.

La guerra entre México y los Estados Unidos terminó con la imposición, por parte de este último país, del llamado Tratado de Guadalupe, cuyo artículo 5º concretó el despojo de los territorios mexicanos del norte.

El 2 de noviembre de 1848 el presidente José Joaquín de Herrera ordenó que se formara la comisión que habría de marcar los nuevos límites entre nuestro país y los Estados Unidos.

Al frente de la Comisión Mexicana de Límites se puso al ingeniero y general Pedro García Conde, quien poco después habría de morir en el desempeño de esa comisión. El jefe de los trabajos científicos y geómetra de la misma fue el ingeniero José Salazar Ilarregui.

Por su experiencia en las observaciones astronómicas, Francisco Jiménez fue nombrado agrimensor de esa comisión, quedando encargado de coordinar los trabajos para la determinación de las posiciones geográficas de los puntos más notables a lo largo de nuestra nueva frontera con los Estados Unidos.

Los trabajos de la Comisión de Límites comenzaron el 10 de octubre de 1849, y se continuaron por espacio de seis años. Desde un principio, nuestros representantes se vieron sujetos a condiciones de trabajo muy difíciles, pues los múltiples cambios políticos habidos por ese tiempo en México entorpecieron frecuentemente sus labores, llegando incluso a olvidarse de enviarles los fondos indispensables para su manutención y dejándolos sin la necesaria escolta militar, indispensable para ellos, ya que con frecuencia se movían en territorios habitados por tribus hostiles, no sujetas a más jefe que el reconocido por las propias tribus.

En enero de 1856 se terminó el trazo definitivo de la línea fronteriza, por lo que Francisco Jiménez y demás comisionados pudieron finalmente regresar a la ciudad de México.

En ese mismo año Francisco Jiménez recibió el título de ingeniero geógrafo, además se reincorporó a sus labores docentes en el Colegio Militar, donde fue catedrático de geodesia y astronomía durante varios años.

En 1857 se publicó en Washington la Memoria de los trabajos de científicos practicados bajo la dirección de Francisco Jiménez, primer ingeniero de la Comisión de Límites Mexicanos.

En febrero de 1858 el jefe de la Comisión Mexicana de Límites, José Salazar Ilarregui, envió al gobierno de la República, por conducto del segundo jefe de esa comisión, ingeniero Francisco Jiménez, cincuenta y ocho mapas de la línea divisoria, cuatro de ellos generales y cincuenta y cuatro de detalle. Además incluía las actas originales de la Comisión Mixta y una colección de vistas de los puntos más notables a lo largo de la frontera con los Estados Unidos, cuyas coordenadas geográficas habían sido determinadas astronómicamente y que, según dijera el mismo Salazar Ilarregui, eran las más precisas determinadas en México. Hizo al mismo tiempo un elogio de los comisionados, resaltando de manera muy especial el trabajo y la habilidad de Francisco Jiménez.

En 1861 el ministro de Fomento lo nombró junto con el ingeniero Antonio García Cubas, para que coordinaran los trabajos tendientes a elaborar la carta geográfica de la República. Las circunstancias políticas de aquellos momentos obligaron a suspender ese trabajo. A pesar de ello se publicaron algunas de las investigaciones que iban a formar parte de esa carta; así por ejemplo, García Cubas publicó en 1863 la Descripción y uso del troqueámetro, por Francisco Jiménez, ingeniero geógrafo, y distancias medidas con troqueámetro por los ingenieros de la Comisión de Límites, D. José Salazar Ilarregui, D. Francisco Jiménez, D. Manuel Fernández, D. Manuel Alemán, D. Agustín y D. Luis Díaz, D. Ignacio Molina y D. Miguel Iglesias.

En 1864, cuando era inspector de caminos, Francisco Jiménez fue comisionado para que, en compañía del ingeniero Miguel Iglesias, realizara un estudio técnico del viejo problema del desagüe de la capital y del Valle de México.

En junio de 1865 Francisco Jiménez publicó la Memoria sobre la determinación astronómica de San Juan Teotihuacán, donde, con gran claridad, informa acerca de todas las operaciones que tuvo que hacer para determinar la posición geográfica de esa población. En noviembre de ese mismo año fue nombrado subsecretario interino del Ministerio de Fomento.

Continuando con sus estudios geográficos, fue el primero en determinar las longitudes en nuestro país utilizando señales telegráficas. En 1866 llevó a cabo la determinación de la latitud de Cuernavaca, empleando por primera vez el telégrafo electromagnético, mediante el que se transmitieron señales entre esa ciudad y la capital. Se intercambiaron ciento veinte señales en los días 3, 4, 8, 12, 13 y 14 de marzo de ese año. La información relativa a ese estudio fue publicada en la Memoria sobre la determinación astronómica de la ciudad de Cuernavaca.

Con motivo de sus trabajos topográficos y geodésicos hechos a lo largo del río Mezcala, publicó en diciembre de 1870 la Memoria relativa a las observaciones astronómicas hechas en la exploración del río de Mezcala.

En marzo de 1872 la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la que era socio, le encargó que escribiera un artículo sobre los pasos de Venus y de Mercurio frente al disco solar. El trabajo fue publicado en el boletín de esa sociedad durante el mismo año. En él, además de proporcionar la información relevante de esos fenómenos astronómicos, hacía notar la importancia del trabajo desarrollado en 1769 por los criollos mexicanos Joaquín Velázquez de León y Antonio Alzate, quienes con las observaciones que hicieron del tránsito venusino de ese año, contribuyeron a fijar el mejor valor de la paralaje solar logrado durante el siglo XVIII. Ese estudio contribuyó a despertar el interés de algunos intelectuales de nuestro país, para que se enviara una comisión de mexicanos a observar el tránsito de 1874.

A principios de 1873 apareció publicado en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística un "Dictamen de la Comisión Astronómica relativo a la publicación de un nuevo calendario que esté en armonía con los fenómenos celestes actuales", artículo en el que Jiménez y Díaz Covarrubias analizaron desde el punto de vista astronómico una propuesta que se había hecho en el seno de esa sociedad para cambiar el calendario civil que se utilizaba en nuestro país. La conclusión dada por los astrónomos demuestra ampliamente su sentido práctico, ya que aunque reconocen las inconsistencias astronómicas del actual calendario civil, proponen se siga usando pues se ha convertido en costumbre internacional, y cambiarlo podría ocasionar una marginación de nuestro país.

Veamos ahora algo acerca de Manuel Fernández Leal, topógrafo y calculista de la Comisión Astronómica Mexicana.

Nació en la ciudad de Jalapa, Veracruz, en 1831. Radicado en la capital del país entró como interno al Colegio de Minería, donde destacó como estudiante. Ahí fincó una sólida amistad con Francisco Díaz Covarrubias.

En 1852, en compañía de éste, fue alumno actuante en los actos públicos de la clase de física.

El mismo honor le cupo en la clase de topografía y geodesia, sólo que por haber varios alumnos con igualdad de méritos, se realizó un sorteo para escoger a la persona que representaría a esa clase, resultando Díaz Covarrubias el alumno actuante.

En los actos públicos de 1853 volvió a suceder lo mismo en el segundo curso de topografía y geodesia. Al realizarse el sorteo correspondiente, volvió a salir favorecido Díaz Covarrubias.

Después de terminar sus estudios en el Colegio de Minería, colaboró en algunas ocasiones con los miembros de la Comisión de Límites con los Estados Unidos.

En noviembre de 1856, al establecerse la Dirección General para la Formación del Mapa Geográfico del Valle de México, el ingeniero Manuel Fernández Leal fue nombrado primer topógrafo de esa comisión, encargándosele que coordinara la sección de topografía, así como la redacción de la memoria correspondiente.

Cuando en 1858 José Salazar Ilarregui, jefe de la Comisión de Límites, rindió su informe final ante el gobierno de la República, hizo reconocimiento del trabajo desarrollado por sus colaboradores, entre ellos, Manuel Fernández Leal.

La importancia que se dio a las matemáticas en los planes de estudio de la Escueta Nacional Preparatoria fue grande, ya que de acuerdo con la filosofía positivista, dicha ciencia era el fundamento sobre el que debían apoyarse todos los demás estudios. Por esa razón Gabino Barreda, fundador y primer director de la Preparatoria, se preocupó por poner al frente de los cursos de matemáticas a los profesores más destacados. Manuel Fernández Leal y Francisco Díaz Covarrubias fueron los profesores fundadores del segundo curso de matemáticas, el cual comprendía el estudio de la geometría y la trigonometría.

En esa misma época Manuel Fernández Leal ya era un importante funcionario del Ministerio de Fomento, del que años después llegaría a ser titular.

En enero de 1874, debido a las necesidades del alumnado de la Preparatoria, Fernández Leal pasó con carácter de profesor interino a la cátedra de primero de matemáticas, conservando la propiedad de la que había sido fundador.

Agustín Barroso, quien fuera nombrado calculador y fotógrafo de la Comisión Astronómica Mexicana, fue otro de los alumnos sobresalientes del Colegio de Minería.

En 1874 entró como interno a esa institución con la intención de convertirse en ingeniero de minas. En 1848 resultó alumno actuante en la clase de francés. Durante sus primeros años de estudios hizo especial amistad con Francisco Díaz Covarrubias y Manuel Fernández Leal.

En los actos públicos de noviembre de 1851 fue alumno actuante en las clases de zoología y geología.

Al término de sus estudios continuó en el Colegio de Minería, entrando a formar parte de la administración de esa institución. En 1858 fue nombrado secretario de la junta facultativa de ese colegio y en febrero del siguiente año se le designó profesor sustituto de cátedras.

En 1861 se le puso al frente de los ingenieros que fueron enviados a trazar y abrir un canal entre Tuxpan, Veracruz y Tampico. A su regreso a la ciudad de México volvió a ocuparse de su puesto de secretario y profesor en el Colegio de Minería.

Su interés por la astronomía y su amistad con Díaz Covarrubias lo llevaron a colaborar con éste en la instalación del Observatorio Astronómico Nacional en Chapultepec. Durante la breve existencia de esa institución científica dedicó parte considerable de su tiempo a la instalación y primeras pruebas de los instrumentos astronómicos que ahí hubo.

En agosto de 1863 el director del Colegio de Minería, Joaquín Velázquez de León, reconfirmó a Barroso en el puesto de secretario de la junta facultativa de esa escuela. En noviembre del mismo año se hizo cargo, ya como profesor, de la cátedra de botánica, zoología y principios de anatomía.

Durante varios años continuó su labor administrativa y pedagógica en Minería. Eventualmente recibió algunas comisiones relativas a su profesión por parte de funcionarios gubernamentales.

Agustín Barroso tuvo gran interés en la entonces joven ciencia de la fotografía, no concretándose solamente a la toma de instantáneas, sino que se preocupó por conocer a fondo el proceso fotográfico, y fue capaz de preparar las emulsiones que utilizaba y desarrollar todos los pasos necesarios para obtener una fotografía.

Ese interés lo condujo a estudiar las técnicas fotográficas que se podrían aplicar a la fotografía astronómica, siendo uno de los primeros mexicanos que tomaron fotografías de objetos celestes.

Díaz Covarrubias diría de Agustín Barroso:
reúne a sus amplios y variados conocimientos científicos una habilidad poco común en la práctica fotográfica.

En septiembre de 1870 comenzó a formar parte del personal docente de la Escuela Nacional Preparatoria siendo nombrado ayudante suplente del primer curso de matemáticas de esa institución.

En febrero de 1872, como reconocimiento a su capacidad docente, fue nombrado profesor ayudante de ese curso.

El 7 de octubre de 1874 la Dirección de la Escuela Nacional Preparatoria aprobó la solicitud que había hecho varios días antes para que le fuera concedida una licencia para ausentarse de su cátedra, pues iba a formar parte de la comisión mexicana encargada de observar el tránsito de Venus por el disco solar. El 28 de julio de 1875, y por la misma razón, se le prorrogó la licencia por el resto de ese año.

Francisco Bulnes, quien fuera incorporado como calculista y cronista de esa comisión por instrucciones expresas del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, había nacido en la ciudad de México en el año de 1847.

Fue alumno del Colegio de Minería, donde estudió la carrera de ingeniería de minas. En 1868 concluyó esos estudios, y; se dio a conocer como una persona de inteligencia notable, amplia cultura universal, crítica mordaz y palabra fácil y convincente. Posiblemente debido a esas cualidades, Gabino Barreda lo invitó a formar parte del grupo de profesores fundadores de la Escuela Nacional Preparatoria, nombrándolo en 1868, cuando solamente contaba con diecinueve años de edad, profesor ayudante del primer curso de matemáticas, donde se impartían aritmética y álgebra.

El ser profesor ayudante no significaba asistir al profesor titular, sino que tenía la responsabilidad de un grupo propio de alumnos. Ese nombramiento llevaba implícita la idea de que, si bien no tenía experiencia docente, podría, en un futuro próximo, ser un buen profesor.

El 30 de diciembre de 1869, con base en el desempeño mostrado, se confirmó a Francisco Bulnes como profesor ayudante del primer curso de matemáticas.

Díaz Covarrubias había tratado profesionalmente en el Colegio de Minería a Bulnes. Convencido de su inteligencia y sólidos conocimientos, es posible que a él se deba su entrada primero a la Escuela Nacional Preparatoria y, después, su incorporación a la Comisión Astronómica Mexicana.

En su libro Viaje al Japón, Díaz Covarrubias se expresó acerca de Francisco Bulnes de la siguiente manera:
este joven, cuyas conversaciones siempre llenas de chispa nos han distraído más de una vez en las largas horas de tedio que inevitablemente se cuentan en todo viaje.

A grandes rasgos, éstos fueron los principales méritos científicos, profesionales y docentes de los cinco miembros de la Comisión Astronómica Mexicana. Posteriormente habrían de demostrar con su capacidad y amor al trabajo que eran las personas idóneas para realizar dicha expedición que, además de ser la primera de ese tipo en el México independiente, sirvió para que la comunidad astronómica internacional conociera la capacidad de los astrónomos mexicanos de ese entonces, que si bien en número muy reducido respecto al de los países desarrollados, no desmerecieron en cuanto a conocimientos y técnicas de trabajo.