XII. UNA EXPERIENCIA PERSONAL

MUY frecuentemente ofrezco pláticas de divulgación sobre diversos temas astronómicos, dirigidas al público en general pues una de nuestras obligaciones es comunicar al público qué ocurre en la astronomía nacional y en la internacional. Cuando en el público hay estudiantes, es común que al final de la conferencia me pregunten cómo podrían llegar a ser astrónomos.

¿Cómo se hace un astrónomo? Aparte de mucha dedicación y empeño, debe uno realizar una secuencia de estudios bastante prolongados. Restringiré mi exposición al caso de un astrónomo mexicano típico, caso en el que quedo incluido.

Después de terminar la Preparatoria, la mayoría de nosotros hemos realizado la licenciatura de Física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México. Una vez concluidos los estudios, que nos proporcionaron una preparación en física y matemáticas, comienza propiamente la especialización en astronomía. Para obtener la licenciatura en física es necesario realizar una tesis, o sea un trabajo en que uno revisa (en algunos casos afortunados, investiga) un tema con cierto detalle y profundidad. Si uno está interesado en la astronomía, resultará lógico que esta tesis verse sobre un tema astronómico. En mi caso, yo tuve la suerte de que fuera mi directora de tesis la doctora Silvia Torres de Peimbert, uno de los miembros más destacados del personal de investigación del Instituto de Astronomía. El tema de mi tesis fue el estudio de las nebulosas planetarias. Estos objetos son nubes de gas en expansión, puesto que fueron eyectadas hacia el espacio circundante por una estrella vieja.

El paso entre resolver los problemas planteados en los libros de texto y encarar un problema de investigación, representó un salto cuántico para mí, ya que en el primer caso se cuenta con la información proporcionada en el mismo libro y la investigación requiere que busquemos en muchas fuentes y, en ocasiones, tengamos que proponer algo nuevo.

Terminada la licenciatura la persona no se halla aún capacitada para hacer investigación (salvo los casos excepcionales de personas que a veces ni licenciatura tenían y que fueron, sin embargo, exitosos investigadores) por lo que es necesario realizar un doctorado en astronomía. Ya es posible realizar estos estudios en México, pero cuando yo concluí la licenciatura (1973) no existía esta posibilidad y realizaba uno el doctorado en el extranjero, generalmente en los Estados Unidos o en algún país europeo. Nuevamente asesorado por la doctora Torres de Peimbert, logré que me aceptaran en la Universidad de Harvard, ubicada en Cambridge, Massachusetts, en el noreste de los Estados Unidos.

Al iniciar mis estudios de doctorado volví a experimentar un cambio brusco respecto a lo que estaba acostumbrado. El paso de trabajo era mucho más intenso. En lugar de conspirar todos juntos contra el profesor, los estudiantes competían ferozmente entre ellos por las mejores calificaciones. Tuve que comenzar a estudiar día y noche. Afortunadamente, mi empeño tuvo frutos y transcurridos dos años había yo concluido el pesado programa de cursos de astronomía y física. Tenía que comenzar a escoger un tema para mi tesis doctoral.

En México, la mayoría de mi experiencia astronómica había tenido que ver con la astronomía que se realiza en la región visible del espectro electromagnético, o sea la luz. Durante mi estancia en Harvard me había yo percatado de que la astronomía era mucho más de lo que dominábamos en México; se estaba estudiando al Universo ya no sólo mediante la luz de los astros, sino captando sus ondas de radio, sus rayos X, su radiación infrarroja, entre otras formas de radiación. Por esto pensé que aportaría más a la astronomía mexicana si me especializaba en una de estas nuevas astronomías que captaban radiaciones invisibles y que permitían estudiar nuevos fenómenos y objetos cósmicos, por lo que decidí convertirme en un radioastrónomo.

Con la ayuda de los doctores Eric J. Chaisson, que dirigió mi tesis doctoral; y de James M. Moran, que me introdujo a las poderosas técnicas de la interferometría radioastronómica, comencé a concentrarme en la radioastronomía. Me fascinaba particularmente el hecho de que mediante la radioastronomía, iba yo a poder "observar" el centro de nuestra galaxia, el centro de la Vía Láctea. Esta región había permanecido oculta a los astrónomos porque el polvo cósmico que existe en el espacio es opaco a la luz y no permite que ésta al salir del centro de la Vía Láctea llegue a nosotros. Sin embargo, este polvo cósmico es transparente a las ondas de radio. En el centro de la Vía Láctea se producen, por procesos naturales, ondas de radio que sí se pueden detectar en la Tierra.

Finalmente, en 1976 partí a Green Bank, Virginia Occidental, a realizar mi primer experimento de observación radioastronómica. El instrumento que iba a utilizar era el imponente radiotelescopio con plato de 42 metros de diámetro del Observatorio Radioastronómico de los Estados Unidos (ver Figura 34). Nervioso, preparaba yo el programa de observación en el cuarto de la consola de mando. El operador del radiotelescopio esperaba a que yo le entregara dicho programa escuchando música en un pequeño receptor que había traído. Francamente, me sentía inseguro y dudaba de la relevancia y el éxito del programa que iba a iniciar. ¿Podría remontar las limitaciones y deficiencias de mi preparación, la cual había ocurrido en ambientes en que la alta tecnología estaba prácticamente ausente? Pensé que estaría yo más tranquilo en mi nativa Mérida, atendiendo una tienda. Pero del receptor que estaba asentado sobre la consola comenzó a surgir una melodía conocida. Se trataba de una composición de mi paisano Armando Manzanero, cuyas canciones han recorrido el mundo. Pensé que si un compositor de mi tierra había tenido tanto éxito ahí y en todas partes, no había razón para que un radioastrónomo se desempeñara al menos dignamente. Me puse de pie y con paso firme me dirigí, programa en mano, al operador del radiotelescopio.


Figura 34. El radiotelescopio con plato de 42 metros de diámetro del Observatorio Radioastronómico Nacional de los EUA.

Dos años y varios radiotelescopios después concluí mi tesis doctoral que presenta un estudio sobre el núcleo de la Vía Láctea. En dicha tesis presenté evidencia observacional que favorecía la teoría de que ahí residía un hoyo negro supermasivo. La tesis fue aceptada y recibí el doctorado en astronomía de la Universidad de Harvard. En 1980 mi tesis recibió el premio Robert J. Trumpler de la Astronomical Society of the Pacific, el cual se entrega anualmente a la mejor tesis de astronomía realizada en América del Norte.

De nuevo mi persona volvió a sufrir una sacudida al regresar a México a trabajar en el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México. En lo científico, nuestro medio está mucho más limitado. Los grandes recursos económicos de los que se dispone en Estados Unidos son inexistentes en México. En particular, no contamos con un radiotelescopio, por lo cual tengo que viajar frecuentemente al extranjero para usarlos. Más aún, estos viajes los tengo que subsidiar parcialmente de mi bolsillo, porque el apoyo económico para viajar con que contamos es también muy reducido.

La situación ha empeorado con la crisis que vive nuestro país. Los astrónomos mexicanos continuamos trabajando entusiastamente, pero siempre con la preocupación diaria de ver que nuestra ciencia, y de hecho todas las ciencias, no reciben en nuestro país el apoyo que necesitan. Aún con estas dificultades, continúo recomendando a la gente joven que haga una carrera en las ciencias.