VII. HACIA EL FUTURO

INTRODUCCIÓN

PARA hablar del futuro es necesario describir los acontecimientos actuales, ya que acaso sólo así se puede proyectar un panorama con bases. Si bien en las ciencias e ingeniería espaciales casi todo es futuro, estamos viviendo ya las primeras décadas de actividad práctica. Todo lo relacionado con el tema es de actualidad, se está haciendo, o queda, todavía, por hacer; esto último es particularmente cierto en los países en desarrollo, que en su mayoría se mantienen al margen o dan apenas sus primeros pasos en el campo aeroespacial.

Para comenzar trataremos de establecer una comparación y evaluación del estado actual de las actividades espaciales de los países más avanzados y continuar después con un análisis de los diversos aspectos de estas actividades, en el que se resuman y destaquen los puntos de interés centrales en este libro, por ejemplo, el campo de los materiales multicomponentes. También aprovecharemos para señalar aquellos factores que particularmente en nuestro país frenan el avance de estas actividades. Asimismo, hablaremos de las estrategias y las herramientas a nuestro alcance que pueden servir para forjarnos un futuro en el área espacial, sin dejar de tratar también los aspectos del contexto socioeconómico en que se dará su aprovechamiento; para finalizar, se puntualizarán algunas de las metas que podemos alcanzar en el corto plazo.

Las apreciaciones que siguen a continuación, debe aclararse, carecen de datos suficientemente comprobados que las ubiquen más allá de la duda; son, pues, material que hay que tratar con cuidado, aun cuando se trató de evitar conclusiones en casos de duda en cuanto a la veracidad de las fuentes originales, además de que reflejan la visión de quien está abordando un tema más general que aquel donde se siente en casa. Sin embargo, me atrevo a hacer tales apreciaciones con el ánimo de proyectar el panorama que veo en el ejercicio del trabajo, y aún más, deseando suscitar una sana polémica con lectores que así lo quisieran, para evolucionar en colaboración, hacia posiciones más atinadas y practicar la tarea de afinar el juicio.

LOS SATÉLITES DE COMUNICACIONES

La industria aeroespacial, sólo en Estados Unidos, empleó 836 000 personas en 1988. Esta cantidad ha ido en aumento desde las primeras décadas del siglo. Para un país como ése, la industria aeroespacial representa el primer contribuyente de la balanza de pagos; en 1987, por ejemplo, sus exportaciones —dirigidas mayoritariamente (80%) a cuatro países: Inglaterra, Canadá, Francia y la RFA—, alcanzaron 102 000 millones de dólares. Anteriormente en la actividad espacial estadunidense el empleo de personas había pasado de 140 000 en 1983, a 220 000 en 1988, mientras que la URSS tiene 600 000 especialistas (claro está que se debe considerar que la cifra estadunidense refleja, además, la baja actividad que causó la falla de varios de sus sistemas de lanzamiento, como el transbordador y dos tipos diferentes de cohetes). La NASA aumentó su presupuesto de 8 900 millones de dólares en 1988 a 11 500 para 1989, con lo que espera retomar la iniciativa espacial cuando menos en algunos rubros; ya no son épocas para destacar en todo. En cuanto a la distribución de gastos dirigidos hacia las actividades espaciales, cabe señalar que 70% van destinados a satélites de comunicación civiles y militares.

En general, los satélites de comunicaciones (satcoms) son estaciones repetidoras colocadas sobre un punto fijo en la órbita ecuatorial, la llamada órbita geoestacionaria (OGE), que se encuentra a una distancia de cerca de 36 000 km "anclada" sobre algún punto fijo de la superficie terrestre. A esas alturas los satélites giran en sincronía con la rotación de la Tierra, de donde les viene la oportuna propiedad de mantenerse fijos sobre un punto prestablecido de la superficie terrestre. Para colocar un satélite en la OGE es común, primero, colocarlo en una órbita terrestre baja; una vez ahí, los satélites encienden sus propios motores para impulsarse y colocarse en el plano ecuatorial, plano en el que se corta imaginariamente la Tierra en dos por el ecuador, como una naranja. Aunque a primera vista los satcoms parecen equipos muy complicados, resultan ser en realidad relativamente sencillos: constan de captadores solares que convierten la energía solar en energía eléctrica, que almacenan en baterías, para poder seguir funcionando en los momentos que la sombra de la Tierra los cubre; poseen, también, tanques de combustible y pequeños motores de reacción capaces de corregir su posición orbital, que continuamente es perturbada por la acción gravitatoria de la Luna, el Sol y las variaciones gravitacionales propias de la Tierra; su equipo central consta de antenas diseñadas para recibir ondas electromagnéticas que portan información, mandada desde una estación central en tierra, para, después, enviarla hacia regiones específicas del planeta, que por lo general son los países que pagan los gastos del sistema, su puesta en órbita y operación. Para recibir una señal, los satélites cuentan con una serie de dispositivos llamados transpondedores (TPD), que operan en diferentes frecuencias como las estaciones de radio. Para los primeros meses de 1988 había en órbita 524 transpondedores, muchos de los cuales están llegando al fin de su vida útil. Se espera que para 1996 su número llegue a 710; conociendo su costo unitario, podemos calcular que, hasta esa fecha, el comercio acumulado con estos dispositivos llegará a ser de 5 200 millones de dólares.

La gran mayoría de los satélites operan sus transpondedores en la banda "C", que abarca un intervalo de frecuencias que van de 3.7-6.4 Ghz (la G se refiere al prefijo Giga que es un uno seguido por nueve ceros, el Hertz o hz es la unidad de frecuencia, un ciclo por segundo), y que según se ha acordado internacionalmente serán utilizadas exclusivamente en comunicaciones satelitarias. Las nuevas generaciones de satélites operan en frecuencias mayores: 11.7 a 14.5 Ghz, en la llamada banda Ku, lo que permite que se usen antenas parabólicas receptoras más pequeñas. La tendencia de los nuevos satélites es utilizar crecientemente la banda Ku; sin embargo, en los últimos y próximos años se puede hablar de un periodo de transición con los satélites de tipo híbrido, en los que los transpondedores funcionan parte en la banda C y parte en la Ku. El sistema de satélites Morelos por ejemplo, adquirido por México en 1985, es precisamente de tipo híbrido, y tenía en ese momento un costo total de cerca de 200 millones de dólares. A raíz de los problemas del transbordador, la incertidumbre de operación de sistemas espaciales, y en particular, valga la frase, la inseguridad en la que han caído las compañías aseguradoras, hizo que en 1988 el mismo sistema fuera cotizado en 422 millones de dólares. Si en 1985 el precio por transpondedor era de 5.3 millones de dólares, hoy en día ese costo ha aumentado un 20%; en cualquier caso, el incremento del costo de los satélites se debe a la duplicación no tanto del costo del satélite y sus subsistemas, como del costo de lanzamiento y de los seguros de protección.

Debido a la limitación de la vida útil que tiene cualquier equipo, se estima que para 1996 todos los transpondedores hoy en órbita estarán fuera de operación, por lo que deberán ser remplazados continuamente por otros. Además, debemos considerar las expansiones de servicios esperados de los satcoms, entre las cuales están: 1) redes privadas de comunicación, de voz y datos, para uso exclusivo de grandes corporaciones o gobiernos, renglón en el que se espera un incremento máximo de nuevos servicios; 2) programas de televisión enviados por cable a los hogares con miras al entretenimiento (y a la nada despreciable penetración cultural); 3) difusión directa de los cada vez más frecuentes "eventos especiales" de televisión; y, 4) a partir de 1993 se puede esperar un importante aumento de los servicios de comunicaciones móviles, tanto para vehículos en tierra, como en mar y aire. Sobre estos nuevos servicios, las cifras de 1988 indican que las redes privadas ocuparon 94 traspondedores, mientras que en 1995 llegarán, según los especialistas, a 315. La razón es que para muchas empresas transnacionales, el servicio público de comunicaciones aun en los países desarrollados, resulta más complicado, costoso e incierto. Otra ventaja notable para el público, en cuanto a los cambios de frecuencias de transmisión en los satélites, de la banda C a la Ku, en la banda Ku tendrán de seis a siete veces más potencia, lo que significa para el consumidor el poder utilizar antenas mucho más pequeñas que las que ostentan múltiples residencias de la ciudad de México; el tamaño de los platos receptores muy probablemente llegará a ser de la sexta a la octava parte de los armatostes que hoy observamos. La ventaja de los satélites con transpondedores híbridos, como el caso de los Morelos, se basa en los costos unitarios, ya que generalmente los satélites emiten en una banda, o en otra, y sin embargo, para un periodo de transición como el referido, lo que conviene es contar con ambos tipos a bordo para suavizar los problemas que implica cambiar el equipo de tierra, que es diferente, no sólo por el tamaño de los platos receptores, sino por la electrónica de recepción y procesamiento. A pesar de esta ventaja, surge también un problema: si se tienen los transpondedores de la banda Ku en órbita, es necesario, considerando su vida limitada, darles uso lo más rápidamente posible, lo que implica gastos considerablemente mayores que los requeridos para la recepción de la banda C (pues su uso ya establecido ha permitido que los costos del desarrollo de la electrónica bajen). En lo que se refiere al futuro, podemos confiar en que la tendencia en el diseño de satcoms será la de aumentar el número y la potencia de cada transpondedor, y asimismo, se puede esperar que los satcoms seguirán dominando la mayor parte del mercado espacial, cuando menos hasta el fin del siglo, por lo que se mantendrá una fuerte demanda que progresivamente iría inclinándose hacia los transpondedores de la banda Ku.

EQUIPOS PARA LANZAMIENTO

En lo tocante a las inversiones en las actividades espaciales, el segundo renglón en importancia es el desarrollo y operación de diversos sistemas de lanzamiento que, a manera de clasificación, se catalogarían en propulsores recuperables y desechables. Los sistemas recuperables están diseñados para utilizar repetidamente algunas de las partes más costosas. Los ejemplos más conocidos son los transbordadores estadunidenses y el Burán soviético, basados, en el caso de Estados Unidos, en un sistema de propulsión doble; por un lado, en el empenaje o cola del orbitador, los motores de combustible líquido, que queman una combinación de oxígeno e hidrógeno, almacenados en el tanque central de gran tamaño y administrados por medio de bombas que inyectan el combustible y oxidante dosificados a las cámaras de combustión; además, a cada lado del tanque central se encuentran dos motores impulsores que utilizan combustible sólido, previamente mezclado con su oxidante. La combinación de los motores de combustible líquido y sólido funciona simultáneamente hasta que se agotan los impulsores sólidos, que se separan a los dos minutos de lanzamiento, y están provistos de equipos de paracaídas para ser recuperados y reutilizados. Una vez separados los impulsores, el transbordador continúa su ascenso, más ligero, bajo el impulso de los motores de combustible líquido, que funcionan hasta agotarlo. En esa etapa el orbitador, que tiene la forma de un avión con ala delta (triangular), entra en órbita, y se separa del tanque principal, que es la única parte desechable del sistema, pues se quema al entrar dando tumbos a la atmósfera. Las ventajas que teóricamente presenta este tipo de sistema se basan en la reutilización de las partes más caras de un lanzador en otras misiones. No obstante, en la práctica, este nuevo concepto se ha encontrado con problemas técnicos.

Para el caso de los lanzadores desechables, históricamente precursores de la actividad espacial, pueden estar hechos también con motores de combustible líquido o sólido; estos últimos se colocan alrededor de la primera etapa en diferentes disposiciones radiales, según los requerimientos de la misión. Sus ventajas principales se relacionan con la ya larga experiencia en su utilización y el gran control de calidad de sus partes (se producen en serie, lo que permite un estricto control de sus características). Como en el caso de los datos en relación con los satcoms, sólo citaremos una serie de datos e información que permitan al lector deducir sus propias conclusiones sobre las actividades espaciales en la actualidad, así como también tener una idea de las tendencias más importantes en el futuro.

El estado actual de los equipos de lanzamiento es, en una palabra, desconcertante, aunque para ser justos, debemos señalar que el desconcierto proviene más del llamado mundo occidental, que de la, hoy por hoy, primera potencia mundial espacial, la Unión Soviética. El desconcierto al que nos referimos, como suele ser en estos casos, no proviene solamente de problemas técnicos y científicos, se diría que más bien proviene de una limitante filosófica.

Para fundamentar la aseveración anterior, estoy convencido de que conviene presentar al lector algunas experiencias directas. Cuando a finales de la década de 1960, en plena vida el proyecto Apolo, se presentaban ante la prensa los impresionantes planes del futuro programa espacial de los EUA, no faltaban nunca ni bombos ni platillos. Como estudiantes de ingeniería aeroespacial en los últimos años de la carrera, era algo común que recibiéramos la visita de los promotores asociados a las grandes empresas, que entonces preparaban las diversas alternativas de un transbordador, de donde debía surgir el diseño más apropiado del equipo que sustituiría, según ellos de una vez por todas, los cohetes tradicionales que, no obstante, les habían servido bien en el proyecto Apolo y en buena parte de las investigaciones planetarias. Con el transbordador se iniciaba la Era de los Equipos Recuperables. En aquellas fechas, todos los estudios eran favorables a la introducción de equipo recuperable, que por esta virtud hiciera caer los costos de poner cada tonelada en órbita hasta niveles que, en el papel, oscilaban entre la cuarta y la quinta parte de lo que costaban entonces los programas en boga.

Seguramente muchos quedarán impresionados por los siguientes datos: la estancia de un astronauta en la Luna costaba 30 000 dólares, ¡cada segundo! El costo de los varios kilogramos de material lunar traído durante el proyecto Apolo fue de 1 000 millones de dólares, y entre 1958 y 1972 los EUA gastaron 63 000 millones de dólares en actividades espaciales (en cualquier caso, sirva de comparación que, algo millones de veces más inútil y oprobioso, como la guerra a Vietnam, costó a los estadunidenses 120 000 millones de dólares). En contraste, los robots de exploración automática Lunajod proporcionaron a la URSS una cantidad suficiente de rocas lunares, a un costo cinco veces menor.

Sin embargo, las nuevas tecnologías, o como se reconoce hoy en día, el mito de las nuevas tecnologías, habrían de costar muy caro a aquellos que con la sola promesa de un supersístema de lanzamiento anulaban la cohetería desechable, sin calcular que los cohetes convencionales seguían siendo útiles.

Paradójicamente, el estado general de los últimos años del programa espacial norteamericano presenta los siguientes signos diagnósticos: 1) falla catastrófica e identificación de múltiples problemas serios con el transbordador espacial; 2) una serie de fracasos en el lanzamiento de cohetes desechables, supuestamente confiables; y en consecuencia una indecisión gubernamental sobre los caminos que ha de seguir el esfuerzo espacial —quizá sea este el problema más serio— y, por si fuera poco, un desacuerdo de la comunidad aeroespacial sobre las mejores vías para la recuperación.

Sobre las repercusiones del trágico final del Challenger y su tripulación en el programa norteamericano, es necesario explayarnos un poco más, pues el accidente expuso las concepciones filosóficas erróneas en las que incurrió la NASA y en las que puede caer cualquiera al emprender programas en búsqueda de una supuesta modernización, que no aproveche ampliamente las experiencias previas y la capacidad instalada.

Entre los efectos que tiene el accidente del transbordador podemos citar las siguientes repercusiones: 1) freno a la investigación espacial en ciencias de la microgravedad, y en la colocación de equipos autómatas avanzados ya preparados para el estudio del sistema solar; 2) reducción de operaciones, de 24 vuelos anuales programados (en la década de 1970 se hablaba de hasta 100 vuelos anuales) a menos de la mitad, hecho que por sí solo duplica el ya alto costo de operación del sistema completo. Al respecto, el profesor emérito norteamericano James A. Van Allen, que tiene en su haber no sólo el descubrimiento, en 1958, de los famosos cinturones de radiación alrededor de la Tierra que llevan su nombre, sino que además fue el investigador principal en el desarrollo de 24 satélites y misiones planetarias, expuso las siguientes opiniones sobre el transbordador: 1) "al ritmo, considerado optimista, de ocho a diez lanzamientos al año, el transbordador se convierte en el sistema más costoso y menos robusto [que en el lenguaje espacial significa menos confiable], además de inadecuado para las necesidades de Estados Unidos"; 2) "el fracaso de la política nacional del uso exclusivo del transbordador tripulado para lanzar todo tipo de satélites —muchos de los cuales no requerían de la intervención de astronautas— que sólo fue aclarado ante el público con el accidente del Challenger". Durante los primeros vuelos exitosos del transbordador, se llegó a confirmar, ilusoriamente, que los equipos desechables quedaban atrás. Y adelantándose en los hechos, el mismo Van Allen añade: 3) "el desarrollo de una gran estación espacial es en estos tiempos, groseramente inadecuado; deberíamos buscar avances paulatinos mucho menos costosos, que sean, además, validados por medio de consideraciones apoyadas en información correcta y en una actitud crítica". Finalmente opina, basándose en su experiencia anterior —que abarca desde el Explorador 1 hasta los Viajeros l0 y 11, que nos dieron las impresionantes imágenes de los detalles de la superficie de Júpiter y de los anillos de Saturno—, que: 4) "las ciencias espaciales avanzan más con equipo automático, a excepción de los estudios sobre fisiología y psicología humana en condiciones de microgravedad".

Otras repercusiones que podemos citar son: 1) freno al avance y alcance de la estación espacial hacia donde se afocan los principales esfuerzos de la NASA; 2) incremento inusitado del costo de los seguros de vuelo, que pasó a ser de entre 5 y 10%, a 20 o 30% del costo total de un satcom, por ejemplo; 3) la competencia comercial de diversos lanzadores, como el Ariane, de la Agencia Espacial Europea, que a raíz del accidente comprometió sus próximos cuatro años de servicio en el lanzamiento de cargas útiles, principalmente de aquellas que el transbordador no va a poder cumplir (que implican de 65 a 90 satcoms, con costos de lanzamiento de 25 a 40 millones de dólares cada uno y significan 50% del mercado occidental), esto no sólo por su imposibilidad de volar con la frecuencia prevista, sino por la nueva política que pone al transbordador fuera del campo de los lanzamientos comerciales, para poder dedicarlo, en más de un tercio de los vuelos, a misiones militares secretas; 4) el Protón, de la firma Glavcosmos soviética, que por cierto presenta uno de los máximos márgenes de confiabilidad en el mercado (92%), con una experiencia de 110 lanzamientos, con sólo dos fallas registradas desde 1978. También, cabe anotar, que hoy día hay entre 60 y 100 satélites que esperan ser lanzados, hecho que ha provocado que también otros países traten de captar parte del mercado de lanzamiento, por ejemplo, el lanzador chino "Larga Marcha", desarrollado a partir del Vostok, que también ha asegurado a diversos clientes, con costos menores a los del Ariane, los cohetes indios, los japoneses y próximamente los brasileños. En Estados Unidos compiten también las únicas tres firmas que todavía fabrican cohetes desechables; para el año 2000, a la vuelta de la esquina, se espera que 15 países posean cohetes capaces de lanzamiento a la órbita.

Desde luego que las opiniones sobre el estado actual del transbordador no se limitan a las enunciadas; se podrían llenar ya varios volúmenes de opiniones, en su mayoría exageradamente contrarias a este nuevo sistema, que si bien presenta serios problemas, éstos pueden ser resueltos, y por tanto sigue teniendo mucho sentido como equipo portador de cargas útiles a órbita baja. Las expectativas iniciales creadas alrededor del transbordador llegaron a generar tales ilusiones, aun entre los expertos, al punto de que su presencia casi acabó con la cohetería desechable, ya que desaparecieron las líneas de producción, y los expertos en estos cohetes en Estados Unidos se han retirado en su mayoría. Sin embargo, con la nueva política que limita el uso del transbordador a actividades militares y científicas, la tendencia que hoy se reestablece es la de comercializar los lanzamientos de cohetes desechables, por lo que la iniciativa privada ha reinstalado, como mencionábamos, tres fábricas de propulsores.

Técnicamente hablando, las fallas del transbordador se deben a los siguientes factores: primero, en cuanto a los motores principales, que queman combustibles líquidos, las expectativas iniciales estimaban que sería posible utilizarlos hasta cien veces, con un ajuste general sólo cada 50 vuelos; sin embargo, estos motores se revisan detalladamente cada tres o cuatro vuelos, debido a que, entre otros aspectos, los alabes o aspas de las turbinas inyectoras de combustible se agrietan, así como también, las toberas de los impulsores sólidos, hechas con un nuevo material compuesto, carbono-carbono, se erosionan durante cada uso más allá de lo que se estimó en su diseño; segundo, el conocido problema de las juntas de los impulsores de combustible sólido, que fue el causante directo de la pérdida de la tripulación y del transbordador Challenger; tercero, se han encontrado problemas con los sistemas de direccionamiento de las toberas de estos mismos motores, cuya falla también se traduciría en una catástrofe; cuarto, en pruebas recientes se han registrado problemas con las válvulas que alimentan los motores desde el tanque central; si estas válvulas, de 43 cm de diámetro, se cierran accidentalmente pueden causar una explosión también desastrosa.

En fin, no faltan los diagnósticos de todo tipo; sólo de la oficina que agrupa a los astronautas de la NASA surgió en 1986 una lista de 36 aspectos que los astronautas profesionales del transbordador consideraban necesario revisar antes del siguiente lanzamiento: cosa que se hizo sólo parcialmente. Pero los diagnósticos sobre el estado actual del programa espacial estadunidense no se limitan a cuestiones técnicas y científicas, como las que hemos enlistado; resulta interesante por ejemplo citar la opinión de C. J. Brown, asistente del secretario de Comercio de Estados Unidos, quien dijo "...el programa espacial tiene como problema de raíz que se ha frustrado eficazmente al capitalismo empresarial y se le ha reemplazado con un monopolio gubernamental", opinión peculiar y sugestiva puesto que uno esperaría una opinión más meditada en los labios de un funcionario de tan alto rango; un somero vistazo al vigoroso programa espacial de la URSS —prototipo de monopolio gubernamental—, demuestra que ni siquiera en el diagnóstico del problema estadunidense se está logrando suficiente claridad.

Entre los múltiples organismos que tienen bajo su responsabilidad el desarrollo tecnocientífico en Estados Unidos, destacan la Academia Nacional de Ciencias y el Consejo Nacional de Investigaciones. Por un pedido de la Casa Blanca, estas dos organizaciones formaron un grupo de estudio —otro más— para diagnosticar los problemas de la empresa espacial y sugerir las estrategias de recuperación a seguir. Entre sus sorprendentes descubrimientos se puede citar la opinión de que la NASA no es una organización tecnológicamente fuerte, aseveración que sin duda a muchos nos suena inesperada. En cuanto a los vuelos tripulados, hizo las siguientes recomendaciones: 1) se requiere de un trabajo extenso para evaluar los efectos de vuelo espacial prolongado; 2) es necesario conocer detalladamente los efectos de radiación espacial en humanos; 3) se requiere de desarrollo y validación en los sistemas de apoyo vital de malla cerrada, es decir, aquellos que hacen una nave espacial habitable por largos periodos; 4) hacer hincapié en el desarrollo de trajes, para actividad extravehicular, de alta presión; 5) aumentar el apoyo robótico en las operaciones humanas. En cuanto a los aspectos de propulsión, recomendó, entre otras cosas: 1) motores de diseño avanzado reutilizables, confiables y que tengan la capacidad de tolerar fallas; 2) motor de combustible líquido para vehículo reutilizable para transferencia orbital, por ejemplo, para viajar entre la estación espacial y algún satélite que requiera de reparaciones; 3) el desarrollo de un propulsor de alto impulso y rendimiento (como el Energía), que se va a requerir para misiones planetarias.

En la actualidad, se calcula que se requerirán de 300 a 350 lanzamientos hasta 1995; pero con la precaución de no ignorar que en la bibliografía estadunidense y europea se ignora olímpicamente que la mayor actividad espacial no se da en Occidente, sino en la URSS; este país ha tenido un promedio de cerca de cien lanzamientos anuales en los últimos cinco años, por lo que la cifra mundial de lanzamientos sería más realista si la colocamos entre 1 000 y 1 050 lanzamientos (no se puede suponer tampoco que subirán al espacio sólo 1 050 satélites, ya que hay lanzadores que colocan con un solo impulsor de 8 a 12 satélites pequeños en órbita, o 2 o 3 grandes).

La cohetería soviética, a diferencia de lo que muchos piensan en nuestros países, fue desarrollada de manera totalmente independiente de la cohetería occidental (incluyendo la cohetería de la Alemania de la preguerra). Konstantin Tsiolkovski, maestro rural y aficionado a la física, las matemáticas y la astronomía, a principios de siglo publicó un trabajo en donde presenta por primera vez los cálculos básicos necesarios para poner en órbita satélites y exploradores del Sistema Solar. En ése y en trabajos posteriores demuestra la necesidad de recurrir a combustibles líquidos para lograr el impulso necesario para llegar a la órbita. Sin embargo, lo más sorprendente de la contribución de este sabio, aunque él nunca llegó a ver materializadas sus propuestas, es su predicción sobre el futuro de la cosmonáutica, publicada en un folleto que han bautizado recientemente como "Plan Tsiolkovski". Vale la pena reproducir los 16 puntos de este plan, que nos permite entender el origen y dirección que ha tomado el programa espacial de la URSS (se añade, después de la predicción de Tsiolkovski el avance tecnológico que lo materializa): 1) "Se construye un avión cohete con alas y con órganos de control habituales... Año 1942. Avión cohete BI-1 2) "Hay que disminuir poco a poco las alas de los aviones, aumentar la potencia del motor y la velocidad... " Años 1947-1948. Aparatos reactores M1G-15, MIG-17y LA-l5. 3) "El casco de sucesivos aeroplanos hay que hacerlo impenetrable a los gases, y llenarlo de oxígeno, con aparatos que absorban el bióxido de carbono, el amoniaco y otros productos expedidos por el ser humano..." Año 1955. Avión TU-104. 4) "Se adoptan los timones que he descrito [se refiere a los accionados por gases], que funcionan magníficamente en el vacío y en el aire muy enrarecido, a donde llega el proyectil en vuelo. Se pone en servicio un aeroplano sin alas, doble o triple, lleno de oxígeno, herméticamente cerrado..." Año 1956. Cohetes balísticos actuales. 5) "...la velocidad llega a 8 km/s, la fuerza centrífuga elimina por completo el peso y el cohete por primera vez sale de los límites de la atmósfera..." Año 1957. Lanzamiento del primer satélite artificial de la Tierra. 6) "Después se puede utilizar un casco simple, no doble. Se repiten los vuelos más allá de la atmósfera. Los aparatos reactores se alejan más y más de la envoltura aérea de la Tierra y permanecen más tiempo en el éter. No obstante, regresan porque tienen una reserva limitada de alimentos y oxígeno." Comienzo de la década de 1960. Naves espaciales de las series Vostok, Mercurio y Géminis. 7) "Se hacen intentos de librarse del anhídrido carbónico y de otras excreciones humanas mediante plantas enanas seleccionadas que, a la vez, proporcionan sustancias nutritivas..." Año 1964. Experimentos espaciales con la clorela. 8) "Se confeccionan escafandras etéreas (ropas) para salir sin peligro del cohete al éter." Año 1965. Paseo espacial de Alexéi Leónov.

Hasta este momento se han cumplido todos estos pronósticos, hechos hace más de 80 años, y vale la pena aclarar que estas actividades fueron desarrolladas en el orden previsto. Los restantes ocho puntos proporcionan una lista de actividades que podemos esperar se den en el futuro de la exploración espacial. 9) "Con el fin de obtener oxígeno, alimentos y depurar el aire del cohete, se inventan compartimentos especiales para plantas. Los cohetes llevan todo esto plegado al éter, y allí se despliega y arma. El hombre consigue una gran independencia de la Tierra, puesto que obtiene medios de subsistencia por sí mismo." 10) "Se instalan amplios poblados alrededor de la Tierra." 11) "Se utiliza la energía solar no sólo para alimentación y comodidades de vida, sino también para la traslación por todo el Sistema Solar." 12) "Se fundan colonias en el cinturón de asteroides y en otros lugares del Sistema Solar donde encuentren pequeños cuerpos celestes." 13) "Se desarrolla la industria y aumenta el número de colonias." 14) "Se consigue la perfección individual (de cada persona) y colectiva (social)." 15) "La población del Sistema Solar se hace 100 000 millones de veces mayor que la actual en la Tierra. Se llega a un límite más allá del cual es inevitable el asentamiento por toda la Vía Láctea." 16) "Comienza a apagarse el Sol. La población restante del Sistema Solar se aleja de éste, partiendo hacia otros soles, a unirse con los hermanos que volaron antes."

KONSTANTIN TSIOLKOVSKI, 1903

Aparte de Tsiolkovski podríamos mencionar a Vladimir Vetchinkin (1888-1950) como uno de los pioneros de la cohetería, cuyas soluciones a toda una serie de problemas teóricos tienen vigencia hasta nuestros días. En cuanto a los aspectos prácticos de la cohetería, es indispensable mencionar los trabajos de Serguei Koroliov, a quien los soviéticos llaman "padre de la cosmonáutica práctica" y que fue uno de los primeros constructores de portentosos cohetes de combustible líquido. En 1933 despegaba un pequeño cohete de menos de 20 kg de peso, que alcanzó una altura de 400 metros. Sin embargo, este primer lanzamiento significó una victoria tras muchos años de esfuerzos dedicados al desarrollo de la cohetería para alcanzar la órbita. El nombre del constructor en jefe, Koroliov, está asociado íntimamente al desarrollo de la cohetería soviética (aunque tal hecho no lo salvó de las represiones de Stalin).

Poco después del sorpresivo lanzamiento del Sputnik en 1957, el lanzamiento en 1961 del inolvidable Yuri Gagarin (1934-1968) vino a sorprender al mundo todavía más. Pocos más autorizados para referir este excepcional acontecimiento, que el pionero alemán de la cohetería, el profesor Hermann Oberth de la RFA —a quien llaman "el padre de la cohetería alemana": "...ya soy viejo y hubo un tiempo en que perdí la esperanza de llegar a vivir hasta la era cósmica. Pero ahí tenemos en órbita alrededor de la Tierra un Sputnik ruso y dentro de unos cuantos años en el cosmos se hablará en ruso... lamentablemente, no sé quién ha construido el potente cohete y la primera nave para la travesía cósmica. Seguramente si viviera mi colega el señor Tsiolkovski, con quien mantenía correspondencia, cuando nos encontrásemos con el magnífico constructor exclamaríamos: ¡Bravo! ¡Bravo! Usted ha hecho realidad el sueño que alimentó nuestra inteligencia muchos años y a cuya realización hicimos el aporte que pudimos". Precisamente después del vuelo de Gagarin en abril de 1961, el periódico Pravda volvió a hacerle una entrevista al profesor Oberth: —Me alegro mucho —dijo el sabio— de que hayan hecho realidad mis predicciones concernientes a la posibilidad del vuelo del hombre al espacio cósmico. Hice esa predicción en 1923. —Pero entonces usted no suponía que el primer cosmonauta sería un ruso. —No —respondió Oberth—. Creía que sería un alemán. —¿Y cuándo llegó a la convicción de que sería un soviético? —El 4 de octubre de 1957, cuando la Unión Soviética puso con todo éxito en órbita el primer satélite artificial de la Tierra...

No es común en nuestro medio encontrar material detallado sobre la cosmonáutica soviética, pero por suerte existe un libro publicado por primera vez en 1981, y en 1986 en su traducción al español, titulado El programa espacial soviético: páginas de la historia, de la editorial Progreso de Moscú, de donde proviene el anterior material. Estoy seguro que para aquellos interesados en el desarrollo de la astronáutica, la lectura de este libro revelará toda una serie de datos e informaciones que hasta nuestros días no se conocían suficientemente en Occidente.

En cuanto al futuro de la tecnología coheteril no se puede decir que los actuales cohetes de combustible líquido y sólido sean sustituidos en nuestro siglo, o aun en las primeras décadas del próximo. De los varios conceptos de nueva tecnología que aquí mencionaremos, cabe iniciar la explicación con el más probable sustituto del cohete con base en combustibles líquidos o aquellos híbridos que utilizan simultáneamente propulsores de combustible sólido; nos referimos al llamado cohete atómico. Según lo conciben los que lo han propuesto desde hace varias décadas, el cohete atómico aprovecha una secuencia de minúsculas explosiones atómicas —ojo, ecologistas— que se dan en el interior de la cámara de combustión.

Los cohetes atómicos son capaces de generar suficiente energía para impulsar cargas útiles hasta la órbita terrestre o más allá; sin embargo tienen una serie de limitaciones que hasta el momento no se sabe cómo evitar; entre ellas están: a) generan una contaminación inaceptable para la atmósfera terrestre; b) existe un grave riesgo para la tripulación debido a las emisiones radiactivas que se generan durante su funcionamiento; c) se estima que estos cohetes pesarían entre 5 y 10 veces más que los sistemas actuales para la misma cantidad de impulso; d) otro problema de los cohetes atómicos es que el proceso para su puesta en marcha, o para detener su funcionamiento, es considerablemente más complejo que el de los cohetes de combustible líquido. Pero quizá en el futuro no sea un problema si consideramos que, por ejemplo, los cohetes de combustible sólido no se podían apagar hasta que se acababa la mezcla de combustible y comburente, y que en los últimos años se han hecho pruebas con estos cohetes cuyo comburente, en este caso el oxígeno, ahora se inyecta en la cámara de combustión para iniciar la ignición y se puede suspender al detener el suministro de oxígeno, ya que la combustión ocurre solamente en una capa delgada de contacto entre el combustible y el oxígeno inyectado; e) las limitaciones de los cohetes atómicos por sus problemas de contaminación —lo que los hace útiles sólo en el espacio cósmico, lejos de los planetas—, hacen que actualmente se oriente la investigación a tratar de combinarlos con motores de combustible y comburente líquido que los pongan en órbita; f) por otro lado, existe también el problema de que la combustión se da a millones de grados centígrados, y todavía no se conocen materiales que puedan soportar esas temperaturas. Ante esta situación sólo podemos esperar que algún descubrimiento novedoso nulifique en el futuro las desventajas mencionadas, y dé lugar a que el cohete atómico pueda convertirse en realidad.

Se ha trabajado también con cohetes de bajo impulso, que basan su funcionamiento en la expulsión de partículas no radiactivas aceleradas por un campo electromagnético en dirección contraria al vuelo. Entre éstos se hallan en primer término los motores iónicos, que aceleran partículas cargadas eléctricamente utilizando campos eléctricos. La ventaja de estos motores es su bajo peso y la larga duración de su funcionamiento, lo que da como resultado, sin embargo, un impulso de baja intensidad, pero que por su larga duración pueden imprimir gran velocidad a la carga útil, hecho que resulta atractivo en misiones de gran distancia dentro o fuera del Sistema Solar. Estos pequeños motores se encuentran ya en el mercado, y probablemente serán incluidos en las futuras generaciones de satélites y naves exploradoras, así como en los satcoms, para lograr el ajuste continuo de su órbita.

Entre los nuevos aparatos también podemos mencionar los cohetes electrotérmicos y magnetohidrodinámicos, que también funcionan acelerando partículas no radiactivas. Estos últimos tienen la ventaja de proporcionar decenas de veces más impulso específico que los cohetes líquidos, pero su empuje total es miles de veces menor, y sólo funcionan en el vacío, por lo que desde luego quedan descartados para los lanzamientos desde la superficie terrestre. Sin embargo, si se operan estos motores desde la órbita terrestre, se aprovecha su bajo consumo de combustible y que pueden impulsar las cargas útiles a velocidades de más de 100 km/s. Las fuentes de energía para generar los campos eléctricos necesarios para su funcionamiento tienen un peso considerable, lo cual constituye una limitación; no obstante, es posible utilizar fuentes alternas de energía como la helioeléctrica (la extraída del Sol), por lo que algunos autores se refieren a estas naves como "veleros cósmicos".

Por los datos mencionados arriba, se espera una sustitución de los motores tradicionales por aquellos basados en estas nuevas técnicas; sin embargo, esto tardará varias décadas, aunque incuestionablemente estos motores serán los que en el futuro permitirán generar las grandes velocidades requeridas para la exploración práctica del Sistema Solar o más allá.

LA PERCEPCIÓN REMOTA

La tercera actividad espacial en importancia desde el punto de vista económico es la percepción remota (PR), que se refiere, como ya se mencionó, a la exploración ya sea de la Tierra o del espacio, utilizando equipos que observan y miden a distancia. De aquí al año 2000 se espera que en este renglón se incurra en gastos de 4 000 millones de dólares más o menos. Sólo en 1986 se gastaron 150 millones de dólares para la puesta en órbita, operación y venta de las imágenes obtenidas por estos satélites; de hecho, los satélites meteorológicos que desde la órbita geoestacionaria obtienen datos sobre nubosidad y temperaturas atmosféricas y terrestres, también realizan actividad de percepción a distancia, por lo que las cifras mencionadas llegan en realidad a ser todavía mayores.

Para ilustrar el punto anterior diremos que constantemente aumenta la demanda de datos para la previsión del clima, no sólo por parte de agricultores, cuya producción depende mayoritariamente de los aspectos climáticos, sino también de la industria de la construcción, y la del transporte, que desean calcular con anterioridad aumentos en la demanda de sus servicios. Si bien en el caso de los agricultores las necesidades de prever el clima son bastante evidentes, quizá convenga explicar un poco más cómo la predicción climática con datos espaciales afecta a las industrias de la construcción y del transporte. En el primer caso, en los países de clima extremoso es importante establecer las fechas probables del inicio de las primeras heladas, ya que de esto depende la toma de toda una serie de costosas medidas que permiten a las compañías constructoras edificar en climas fríos. En el caso de la industria del transporte es interesante anotar que la cantidad de viajeros en un fin de semana puede variar hasta en un 50% debido a la percepción que del clima se tenga.

Hoy en día, existen sólo dos satélites occidentales de percepción remota civiles; sin embargo, la compañía encargada de los lanzamientos europeos estima que, para finales del siglo, subirán al espacio de 8 a 15 naves dedicadas a este propósito. En 1989 se espera colocar en órbita el segundo satélite francés de teleobservación SPOT, que sustituirá, y quizá por algún tiempo complemente al único satélite europeo de percepción remota hoy en órbita. También en los próximos años, los europeos, canadienses y japoneses tienen planeado colocar en órbita los satélites homónimos ERSI y RADARSAT, que son capaces de obtener imágenes de alta resolución, por medio de equipo de radar de apertura sintética. Estos equipos tienen la capacidad de obtener imágenes en la oscuridad y aun a través de la más espesa nubosidad, por lo que resultan particularmente útiles para los países nórdicos y ciertas zonas tropicales. En un principio se esperaba que las imágenes basadas en ondas de radar, a diferencia de las que funcionan en la banda visible del espectro electromagnético, produjeran resultados particularmente útiles a los oceanógrafos; las primeras imágenes de sectores terrestres obtenidas con radar (en particular aquellas obtenidas por los norteamericanos SAR-A y SAR-B, a bordo del transbordador), demostraron la gran utilidad que tienen también para los científicos las imágenes de superficies continentales. Como ejemplo podemos mencionar dos interesantes fenómenos: el primero se relaciona con la obtención de imágenes de estructuras geológicas enterradas hasta 6 m debajo de la superficie en una zona de Egipto; sorpresivamente, las imágenes mostraban dichas estructuras escondidas en las dunas del desierto. Asimismo, por la capacidad de ciertas frecuencias de radar para penetrar la vegetación, fue posible localizar por medio de esta técnica obras arqueológicas olvidadas; en particular, largos caminos mayas bajo las selvas de México y Centroamérica.

Además de las agencias occidentales, cabe mencionar las imágenes obtenidas desde el espacio por los equipos soviéticos. Soyuzkarta, la agencia soviética dedicada a la venta de imágenes espaciales, lanzó recientemente al mercado un producto inesperado. Las imágenes soviéticas son diferentes a las occidentales en varios aspectos: primero, debido a que poseen 40% mayor resolución que las del satélite francés SPOT 1, y 80% más que los satélites norteamericanos de la serie LANDSAT-TM, ya que aquellos detectan objetos de sólo 6 m de diámetro, hecho que por sí mismo aumenta la diversidad de usos en los que pueden ser empleadas. Segundo, no son como las "imágenes electrónicas" del equipo occidental, que requieren de computadoras para ser interpretadas, sino que se adquieren ya impresas en papel de color, y presentan directamente los rasgos que interesan al usuario potencial, aunque recientemente se habla de una firma soviética que pretende comercializar también imágenes electrónicas, en cinta magnética como las de Occidente pero con resolución de 4-5 m.

Los países que operan este tipo de satélites, o que utilizan estas imágenes para dar servicio a terceros, han encontrado una actividad claramente rentable; por ejemplo, la Agencia Espacial Sueca está realizando mapas topográficos para Filipinas e Indonesia que, con su enorme cantidad de islas, difícilmente podrían realizar este proyecto sin la ayuda de imágenes de satélites. La próxima década Brasil, China y la India colocarán sus propios satélites de teledetección, los dos primeros en conjunto. Los satélites para el estudio de los recursos naturales tienen en su haber una serie de operaciones que pueden ya considerarse rutinarias, entre las cuales están la supervisión de cosechas, el estudio forestal, la planeación urbana, la exploración de petróleo y gas, la mineralogía, el uso de suelos y la investigación oceanográfica, entre otros. Sólo en Estados Unidos hay 100 compañías dedicadas a la interpretación de imágenes satelitarias, se calcula que existen 100 más en otros países.

Cabe señalar aquí un hecho muy interesante. El Instituto de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil tiene una antena para captar las imágenes de los satélites occidentales y cuenta con más de 1 400 usuarios de este tipo de imágenes, lo que hace que Brasil, junto con la India, sea uno de los países en desarrollo que más utiliza las nuevas tecnologías espaciales.

Un hecho reciente nos permite aseverar que en las próximas décadas se dará un impulso muy importante a la utilización de imágenes de percepción remota: diferentes grupos dedicados a la teledetección están desarrollando los programas necesarios para la interpretación de imágenes en computadoras personales, lo que multiplicará de manera notable el número de usuarios en todo el orbe. En nuestro país hay un número muy bajo de usuarios (20), aunque al principio esta técnica despertó el entusiasmo de muchos grupos de trabajo, principalmente en las universidades, esto se debe, al menos en parte, al alto costo de las imágenes y de los equipos para su procesamiento, pero creo que principalmente se debe a la ignorancia por parte de quienes toman las decisiones sobre el potencial de estos productos: falta difusión amplia del tema.

Un aspecto muy importante respecto al uso de imágenes se refiere al archivo que de éstas guardan principalmente Estados Unidos y la URSS, ya que muchas de las aplicaciones requieren de imágenes de la misma zona obtenidas en diferentes fechas, para analizar los cambios ocurridos. En nuestro país contamos con un excelente ejemplo para ilustrar la importancia de poseer un archivo de imágenes: la ciudad de México, una de las mayores concentraciones urbanas del planeta. Nuestra ciudad crece y crece, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta cuánto ni hacia dónde ni a qué velocidad. Cuando pensamos en la imagen espacial de una ciudad de más de 18 millones de habitantes (véase la figura 28), en la que se puede observar buena parte de sus obras de infraestructura, salta a la vista que las técnicas tradicionales para obtener la información necesaria serían un proyecto complicado, costoso, enorme, además de inútil, debido a lo tardado del proceso de catastro: una vez terminadas ciertas zonas los especialistas se trasladarían a otras, y el rápido, continuo y desordenado crecimiento pondría en duda constantemente la vigencia de sus datos (hace unos años se mencionaba el increíble número de 3 600 personas que diariamente se incorporaban a la ciudad, ya sea por nacimiento o por influjo de las zonas rurales). La técnica de percepción remota permite localizar, con relativa facilidad, los nuevos asentamientos periódicamente (en lapsos semestrales o anuales).

Recordando que se pueden restar dos imágenes en una computadora, por lo que con imágenes periódicas de la ciudad podríamos saber, con una precisión de más o menos la quinta parte de una manzana o cuadra, cuánto está creciendo la ciudad, en qué direcciones predomina el crecimiento, y para saber la velocidad a la que ha crecido en los últimos años, además de restar dos imágenes, se utilizarían las imágenes de los archivos de la Soyuzkarta, la rusa, o de EOSAT, su contraparte estadunidense.


Figura 28. Imagen digital de la ciudad de México obtenida por satélite francés Spot 1. Nótese los detalles observables a 800 km de altura.


Otra novedad que puede difundir el uso de las imágenes satelitarias de percepción remota, es la relacionada con los medios masivos de comunicación. Los ejemplos más notables de esta nueva aplicación son las imágenes publicadas en periódicos y revistas de la zona de Chernóbil después del accidente de la planta nuclear, y las de los sitios en que se ha instalado cohetería antibarcos en Irán (y desde luego en muchos otros países) en el estrecho de Ormuz. Hoy se habla de un proyecto de las agencias informativas para preparar el primer MEDIASAT, un satélite capaz de distinguir objetos menores que un automóvil, hecho hasta ahora exclusivo de los satélites militares.

Hay un hecho incuestionable en relación con estos satélites (mencionado detalladamente por la doctora Ruth Gall y sus coautores en el libro Las actividades espaciales en México: una revisión crítica, número 20 de esta misma serie): por la política, aceptada internacionalmente, que permite el vuelo libre de los satélites de un país sobre cualquier otro, todos hemos perdido parte de nuestra soberanía. Los satélites no dan una perspectiva sólo nacional, pues desde la órbita muchas cosas se ven: automáticamente los satélites ofrecen una perspectiva internacional y completa del globo terráqueo. Las nuevas técnicas no presentan soluciones únicamente, sino que también vienen cargadas de problemas, quizá principalmente tecnocientíficos, pero también, como se ilustra en el último caso, de política y derecho internacional.

Otro problema que podemos mencionar en relación con el sistema de percepción remota estadunidense, es que como resultado de la suspensión de vuelos del transbordador, y de una política de comercialización confusa y aparentemente prematura de las actividades espaciales, los satélites LANDSAT 4 y 5 ya excedieron su vida útil en órbita y pueden dejar de funcionar en cualquier momento, aun cuando faltan de dos a cuatro años para lanzar sus reemplazos; por lo anterior la continuidad de las imágenes de archivo de Estados Unidos peligran. Por otro lado, ninguno de los satélites en órbita realiza sus observaciones en las mismas bandas del espectro ni cubre las mismas áreas sobre la superficie terrestre, y tampoco funcionan con la misma resolución, por lo que el uso de los datos de distinto origen conlleva una dificultad adicional.

Aun así, por la creciente diversidad de fuentes de imágenes, el futuro de las actividades de percepción remota puede considerarse asegurado, y en las próximas dos décadas seremos testigos de la puesta en órbita de satélites cada vez más complejos y costeables por el tipo y utilidad de la información que mandarán a la Tierra. Para ilustrar el creciente número de satélites de percepción remota que dan ya servicio con una calidad de imagen cada vez mejor podemos citar al Cosmos 1906 (lanzado a finales de 1987), que es un satélite de nueva generación capaz de fotografiar, con un detalle antes exclusivo de los militares, amplias zonas de la Tierra; por ejemplo, en 10 minutos puede cubrir una superficie equivalente a la mitad de nuestro país y alcanza una resolución tal que las carreteras, y las terracerías rurales incluso, se pueden distinguir con claridad; según la Agencia Espacial Soviética, con este tipo de satélite se reducen enormemente los costos de los estudios de recursos naturales; posee también la capacidad de fotografiar la misma zona desde distintos ángulos, con lo que es posible reconstruir mapas de relieve del terreno. Estos satélites vuelan a una altura máxima de 270 km y mínima de 190 km (en comparación, LANDSAT y SPOT orbitan a 800 km), y por su tipo de órbita cubren totalmente a los países de América Latina. Cuando estas imágenes empiecen a entrar en el mercado, a través de Soyuzkarta, sin duda resultarán de gran interés para los especialistas, quienes además se verán beneficiados por el supuesto bajo costo.

Además, es previsible que en el futuro se sigan colocando otros satélites de percepción remota en la órbita polar, una órbita que pasa por los polos, y que en combinación con la rotación de la Tierra permite una cobertura completa del globo, por lo que será posible estudiar la Tierra en múltiples bandas del espectro electromagnético. Más que satélites éstas son verdaderas plataformas, en las cuales se instala toda una serie de instrumentos científicos que podrán irse actualizando conforme a los avances y necesidades de información.

Si bien actualmente la exploración desde el espacio con radar ha demostrado una utilidad incuestionable, quedan muchos aspectos por estudiar de esta nueva técnica, que seguramente darán información hoy difícil de imaginar. Por lo pronto, los equipos de radar que trabajan en órbita han dado a la humanidad importantes descubrimientos, entre los que destaca la sorpresiva topografía mina. Veamos: todos sabemos que los mapas topográficos son de gran utilidad en la exploración y localización de recursos naturales; la "topografía oceánica", quizá para algunos sorprendente, también es importante y con radar, se ha descubierto que la superficie del mar refleja la topografía del fondo marino, esto es: si en alguna parte del océano hay abismos o macizos montañosos, la forma de la superficie del océano cambiará según las estructuras geológicas submarinas, lo que las hará evidentes al observador; este descubrimiento es otro ejemplo más de información inesperada surgida durante el proceso de investigación. Los primeros satélites con radar tenían como propósito localizar y clasificar barcos y submarinos desde el espacio, lo que en el caso de los submarinos lograban porque sobre ellos se observa una especie de joroba, seguida de una estela generalmente de varios kilómetros, y el estudio sistemático de este hecho permitía identificar el tamaño, velocidad y dirección de viaje del submarino. En estas investigaciones se descubrió también que no sólo los objetos móviles causaban efectos en la superficie que podían ser observados desde el espacio, sino que también el subsuelo marino se manifiesta en la superficie, con lo que proporciona datos de utilidad a los ingenieros dedicados al diseño de puertos, plataformas y exploración de otras estructuras marinas.

ESTACIONES ESPACIALES

Las estaciones espaciales son, sin lugar a dudas, uno de los temas de mayor actualidad, en particular porque implican la presencia constante del hombre en órbita. Las grandes potencias presentan en este renglón quizá una de sus mayores divergencias. Mientras el proyecto Apolo canalizó considerables recursos a la exploración lunar y al transbordador espacial, los soviéticos dirigieron sus esfuerzos a la presencia permanente del hombre en órbita. Hoy somos testigos de la presencia continua de dos y hasta cinco cosmonautas trabajando en la estación espacial Mir por periodos que llegan a más de 12 meses.

No se puede concebir el progreso de la investigación espacial tripulada, incluyendo los próximos viajes a Marte, sin tener la experiencia de astronautas en órbita por periodos prolongados. Una estación espacial es mucho más que un puerto para viajar más allá de la órbita terrestre. La estación espacial Mir; y dentro de unos diez años la estadunidense "internacional", son laboratorios multidisciplinarios donde se realizan experimentos para desarrollar muchos campos de la investigación espacial y terrestre: biología, astronomía, ciencias de materiales, farmacología, percepción remota, aprovechamiento de la energía solar y en fisiología y psicología humanas, entre otros.

El mundo está viviendo momentos brillantes de la automatización, y muchas de las actividades exploratorias en el espacio se conducen de manera automática con costos mucho menores a los de las naves tripuladas; pero un aparato programado no puede realizar la diversidad de actividades y no puede tomar las decisiones del ser humano, del que depende realmente la exploración y futura colonización del espacio que nos rodea. Por ejemplo, en unos cuantos meses en órbita, la tripulación formada por los cosmonautas Titov y Manarov realizó más de 130 observaciones con el equipo HEXE, un proyecto conjunto soviético-europeo que consiste en cuatro instrumentos diseñados para observar la radiación cósmica de alta energía con un telescopio que detecta los rayos X provenientes de muy diversos objetos astronómicos; asimismo, en la parte ultravioleta del espectro han realizado más de 20 observaciones, desde el módulo Quantum, que fue adicionado a la estación espacial en el primer semestre de 1987. Con estos equipos, por ejemplo, fue posible por primera vez en la historia registrar las emisiones provenientes de la explosión de una estrella "supernova", la SN1987a, que no había sido observada desde los antiguos astrónomos chinos, y presentar ante la comunidad científica internacional, la secuencia de núcleos atómicos y rayos X emitidos durante los primeros días del extraordinario suceso: una demostración de las múltiples posibilidades del hombre permanentemente en órbita terrestre. Asimismo, Romanenko con sus dos acompañantes Laveikin (quien regresó a la Tierra tras serle detectadas anomalías cardiacas) y Alexandrov (quien lo suplió a partir de julio de ese mismo año) realizaron durante su estancia de 325 días en el espacio más de mil experimentos que abarcan las disciplinas mencionadas. Basta citar que a principios de 1988 se anunció que se está preparando la estación espacial denominada Mir 2, que al igual que su antecesora, constará de un módulo básico al que se podrán acoplar grandes elementos que serán puestos en órbita por el cohete Energía, capaz de colocar en órbita cargas de hasta 200 toneladas y que ya fue probado en mayo de 1987, y en 1988 con el lanzamiento del transbordador Burán. No obstante, también el programa de la URSS, debido a problemas técnicos y de balanza de pagos, está sufriendo retrasos. En últimas fechas, al retrasarse la manufactura de dos grandes módulos adicionales de laboratorios, que requieren de una instalación casi simultánea, los soviéticos se vieron obligados a interrumpir su estancia en la Mir por 3 o 4 meses. En esta actividad nadie está a salvo de sorpresas.

Referirse a la estación espacial norteamericana y sobre todo a sus características de funcionamiento, o incluso a su forma, no es cosa fácil, ya que en los últimos cinco años la NASA ha realizado una secuencia continua de cambios no poco drásticos que han sumido al proyecto en cierta indefinición. Un hecho particularmente incomprensible para los que observamos el escenario desde fuera, por ejemplo, fue el intento de los militares norteamericanos de ejercer un control considerable de la estación espacial, lo que no sólo antagonizó y desconcertó a los ingenieros y científicos de la NASA, sino que afectó gravemente las negociaciones que el gobierno norteamericano tenía con los países de Europa, Japón y Canadá para compartir los gastos del proyecto, que según los analistas del gobierno de los Estados Unidos alcanzarán los 15 000 millones de dólares; aunque si nos atenemos a las experiencias anteriores, sobre todo en relación con las promesas que rodearon el proyecto del transbordador, podemos prever que esta cifra llegará a multiplicarse por un factor hasta hoy desconocido (entre 2 y 10 veces).

Es lógico esperar que un proyecto de esta magnitud, realizado en años cuando inclusive la economía norteamericana enfrenta la incertidumbre, encuentre oposición; nunca ha faltado quien opine que cualquier gasto invertido en los viajes de Colón, en la estación espacial o en la exploración de Marte, es innecesario. Sin embargo, no deja de llamar la atención el hecho de que el ex director de uno de los principales centros de investigación de la NASA, el doctor Bruce Murray, destacado científico planetario, opina que la estación espacial, como sitio para desarrollar procesos que lleguen a ser económicamente costeables y manufacturas de materiales con propiedades extraordinarias, "no tiene fundamento ni el apoyo de las compañías que se proponen utilizarla". Según Murray, las ciencias de la microgravedad son importantes, pero no necesitan de una instalación de ese costo para ser realizadas; dice que la estación sólo tiene sentido lógico principalmente en términos de la misión a Marte, y añade que, a diferencia de la década de 1960, "no hay un interés nacional para realizar un gran malabarismo tripulado, que simplemente se limite a mostrar la musculatura técnica del país", y concluye "...es mejor utilizar tal esfuerzo como un símbolo de que las superpotencias pueden cooperar en el espacio", con lo que toca un punto clave del estado actual de la investigación espacial.

A este respecto, tampoco deja de sorprender, al revisar documentos en los que se explican las diversas alternativas del futuro norteamericano en el espacio, que en ellas se ignore, de manera casi infantil, que su contraparte soviética se encuentra en una etapa avanzada en el desarrollo de las estaciones espaciales, por lo que un intercambio entre ambas potencias sería, cuando menos, mutuamente benéfico, o principalmente benéfico para los mismos norteamericanos. En el Foro Espacial Internacional realizado en octubre de 1987 en Moscú, el máximo representante de la delegación estadunidense, y director adjunto de la NASA, se refirió a la imposibilidad de saber, a estas alturas, si un programa de cooperación espacial entre su país y la URSS significa una transferencia de tecnología, y que de todas formas, no podía decir la dirección en que dicha transferencia se daría.

Para complicar más el análisis de la estación espacial y sus medios de apoyo, el creciente interés de los militares norteamencanos por utilizar estos recursos ha creado una política verdaderamente sorprendente: a finales de 1986 la administración de Reagan hizo pública su intención de mezclar información técnica falsa con información veraz, supuestamente para despistar al enemigo, pero los más despistados en realidad son aquellos que tratan de entender el avance del proceso tecnológico y las tendencias que realmente serán favorecidas en el futuro; esta situación, pues, ha creado una desconfianza justificada de lo que se lee sobre el campo aeroespacial. Cuando por fin se aclaró que la estación espacial norteamericana no sería controlada por los militares, los socios internacionales de la NASA llegaron, después de más de un año de tensas negociaciones, a la conclusión de que iban a cooperar. La cooperación europea se basa principalmente en el uso del módulo tripulable, llamado Colón, y de una plataforma polar autónoma, a la que se puede dar servicio con el transbordador estadunidense, o con el futuro transbordador europeo conocido como Hermes; y aunque poco se sabe al respecto, los japoneses también han anunciado su interés en construir no sólo un módulo similar, sino además un pequeño transbordador que comenzará a funcionar aproximadamente en una década.

A pesar de todas las discusiones y cambios que han plagado el proyecto de la estación espacial norteamericana, ésta será desarrollada sin duda, aun cuando la motivación básica sea solamente no permitir que los soviéticos sean los únicos que orbiten permanentemente la Tierra. Las ventajas de una estación espacial son múltiples, como ya hemos mencionado, pero hay que pensar también en una de ellas: son un lugar de ensamble y prueba de equipos automáticos de exploración espacial, pues toda misión automática, al no contar con la asistencia de una estación de ensamble en órbita, requiere que la carga útil sea totalmente armada y funcional antes de su puesta en órbita y, en vista de los castigos del lanzamiento, las estaciones espaciales ahorrarán la obligación de realizar múltiples pruebas en el equipo antes de enviarlo a órbita. Otra ventaja que se deriva de la estación es su mero carácter de almacén. En el futuro, el flujo de vehículos pesados a órbita, como los cohetes Energía soviéticos (que, por cierto, son reutilizables), y el futuro ALV estadunidense, se incrementará constantemente, por lo que un almacén espacial permitirá que el costo de las partes de diferentes equipos sea distribuido entre muchos usuarios. El cohete ruso Energía comparte con el transbordador espacial estadunidense, con el cual el público está mucho más familiarizado, el hecho de que está equipado con impulsores laterales provistos de sistemas de paracaídas para ser recuperados; asimismo, partes del motor principal serán también recuperables, por lo que los costos de cada lanzamiento se reducirán de manera proporcional con el número de usos que tengan. Con el nuevo impulsor Energía, se espera que la Unión Soviética duplique en los próximos cinco años su capacidad de colocar cargas útiles en órbita, y que ésta sea cuadruplicada en menos de 15 años.

Volviendo a las estaciones, otro de los rasgos característicos de éstas, se está ejemplificando ya en la estación espacial Mir; se trata de la solicitud por parte de una compañía privada de Occidente, para utilizar la estación en el desarrollo de experimentos supervisados por los cosmonautas soviéticos a bordo. El experimento, del que hablamos ya un poco, trata sobre el crecimiento de cristales de proteínas, y como parte del convenio la compañía no da a conocer ni al público ni a los soviéticos de qué proteína se trata. Al igual que los cristales usados en microelectrónica, los de proteínas crecidos en el espacio presentan una mayor homogeneidad, y un menor número de defectos en sus arreglos moleculares. El propósito principal de obtener un cristal de proteína con estas características, es realizar estudios de la disposición de cada parte de la cadena que forman estas grandes moléculas. Dichos experimentos se realizan en la estación Mir; no sólo porque el transbordador no esté funcionando normalmente, sino porque la estación Mir con su prolongado estado de microgravedad, provee al experimento de las condiciones que necesita, pues ya en cinco ocasiones anteriores la compañía ha experimentado en el transbordador, pero sus objetivos experimentales exigen una permanencia en el espacio de semanas a meses, situación que no podrá darse en Estados Unidos sino hasta dentro de 8 o 10 años aproximadamente.

Retomando las comparaciones de los aspectos filosóficos de los programas espaciales de Estados Unidos y la URSS, cabe mencionar que el gobierno norteamericano permite que las compañías norteamericanas contraten los servicios espaciales soviéticos, como en el caso anterior, pero impone la condición de que los soviéticos no inspeccionen directamente las cápsulas, sino que la inspección (que se lleva a cabo por razones de seguridad) sea realizada por un tercero. En contraposición, cuando el transbordador de la NASA pone en órbita una carga útil de otro país, no sólo es inspeccionada detalladamente, sino que la NASA se considera copropietario de los datos e información técnica y aun científica obtenidos durante el vuelo; además de que debe tener acceso a la información que dé el análisis de los datos, llevado a cabo por científicos en tierra después del vuelo. Curiosa asimetría...

PEQUEÑOS EXPERIMENTOS AUTOMÁTICOS

Los experimentos automáticos, cuyo propósito es explorar las características de algún proceso que se beneficie con las condiciones espaciales, tienen asegurada una creciente actividad futura. Ya hemos hecho referencia de manera detallada a los experimentos que la UNAM pretende realizar a bordo del transbordador. Los experimentos a los que nos referiremos aquí, son esencialmente similares a éstos, es decir, requieren de un pequeño espacio, de un tiempo limitado en órbita, y de un costo bajo; la investigación exploratoria tiene como objetivo el profundizar en conocimiento, y rara vez la producción constante de algún material especial. Sin embargo, estas actividades no requieren de un sistema tan costoso y complejo como el transbordador. En muchas ocasiones es suficiente el lanzamiento de un cohete con múltiples cargas útiles a bordo que realice vuelos orbitales de varios días, o aun suborbitales, en donde los periodos de microgravedad son menores de media hora, lo cual basta en ocasiones para realizar algunos experimentos.

Algunas compañías privadas que pretenden participar en el mercado de pequeñas cargas útiles, estiman que requerirán de 50 a 100 lanzamientos suborbitales por año, y que cada cohete será capaz de portar de 5 a 15 experimentos independientes.

En Estados Unidos la primera compañía privada pionera en este nuevo negocio espacial, intentó realizar su primer lanzamiento a mediados de 1988, pero no lo hizo; una segunda compañía pretende realizar algo similar poco menos de un año después. Los objetivos principales de estas compañías son lanzar pequeños satélites, realizar experimentos automáticos, mediciones atmosféricas y, por desgracia, llevar a cabo también experimentos de tipo militar. Otras compañías estiman que, en vuelos orbitales, la demanda para los próximos 6 o 7 años oscilará entre 300 y 350 cargas útiles anuales, lo que implica un promedio de 75 lanzamientos al año.

También existen programas como el Lightsat, satélites ligeros, a los que las grandes compañías que controlan los mercados internacionales celosamente se refieren como Cheapsats; dichas compañías proponen cientos de lanzamientos al año de este tipo de satélites, cuyo peso es menor a 2 toneladas, pero se sabe por experiencia que en muchas ocasiones estos proyectos resultan ser algo ilusorios. Una de las mayores ventajas que presentan estos sistemas es su rápido acceso a órbita (contando el tiempo desde que se inicia la integración de la carga útil hasta su puesta en órbita) que va de cuatro meses a dos años, que, comparado con el tiempo requerido por una carga útil mayor, puede llegar a ser 10 o 20 veces más breve. Con este tipo de sistemas se estima que el acceso a la órbita costará cerca de 3 000 dólares por kilogramo, cerca de la mitad de lo que cuestan otros vehículos.

A pesar de todo lo anterior, creo pertinente volver a advertir al lector que estos datos, como se puede observar, se derivan de la información que publican las empresas occidentales dedicadas a este nuevo negocio, pero todos conocemos los abismos que existen entre la publicidad y la realidad: nadie en sus cabales podría asegurar siquiera que estas compañías existan dentro de cinco años, y para muestra basta un botón: la empresa más comprometida en esta ocupación y que incluso ya ha probado los motores de sus cohetes, casi desaparece en el llamado "lunes negro" en octubre de 1987, cuando se vino abajo la bolsa de valores de Nueva York.

Otra de las empresas mencionadas tiene como su segundo proyecto más importante, el identificado con el glorioso nombre de "Celestis", que se propone nada menos que colocar en una órbita permanente 10 000 urnas de cenizas humanas, y creo que, cuando menos, tenemos el derecho de dudar de que existan 10 000 personas lo suficientemente afectadas en su juicio para desear algo tan frívolo y absurdo.

Volviendo a los satélites ligeros, algo que despierta mucha más preocupación e interés es que en 1988 la Agencia de Proyectos Militares Avanzados de Estados Unidos (DARPA) invirtió 35 millones de dólares en esa dirección, y más recientemente han hablado de colocar en órbita este tipo de cargas útiles pequeñas, utilizando como plataforma de lanzamiento un avión que vuela a una altura de 10 a 20 kilómetros.

De los programas en pleno funcionamiento para poner en órbita experimentos automáticos de dimensiones reducidas, podemos citar el Fotón, que la firma Glavcosmos de la URSS ofrece comercialmente: coloca en órbita, y recupera, cápsulas que orbitan la Tierra entre 14 y 30 días; las cargas útiles pueden llegar a pesar 500 kg y medir hasta 2 m de diámetro, y pueden ocupar un volumen máximo de cerca de 5 m³. El ejemplo más reciente de la utilización de este medio es el contrato con una compañía privada alemana en el que se ha negociado la utilización de tres cápsulas soviéticas, que se estima volarán a partir de 1989 una cada año. La compañía alemana pretende subcontratar a diferentes instituciones de la RFA para que realicen experimentos en el espacio en las cápsulas. En este sentido también podemos mencionar el ofrecimiento de la Agencia Espacial China de colocar varias cápsulas recuperables y realizar experimentos sobre crecimiento de cristales, que están a cargo de una compañía europea.

Como el lector podrá concluir, estos últimos ejemplos, además del programa de pequeños experimentos de la NASA, en el cual ha participado la UNAM, dan una idea del futuro que presenta oportunidades crecientes para poner en órbita experimentos automáticos.

MISIONES PLANETARIAS

Todavía están frescas en la memoria las sorprendentes imágenes obtenidas por los Voyager I y II que se acercaron primero a Júpiter, luego a Saturno, a Urano y a Neptuno. Sin embargo, hay muchos planes y misiones destinados a la exploración de los planetas de nuestro Sistema Solar que seguramente profundizarán los conocimientos de la humanidad sobre su entorno más inmediato en el Universo.

En 1988 la URSS puso en marcha una misión a Marte que dio nuevos datos sobre el planeta rojo y en particular sobre su satélite Fobos; durante su trayectoria, la misión estudió además algunas características del viento solar. Dicha misión tuvo una propiedad a nuestro juicio muy importante: fue de carácter netamente internacional; en ella participaron no sólo los países socialistas miembros de Intercosmos, sino que se unieron varios países de Europa occidental, la Agencia Espacial Europea, y Brasil; incluso los estadunidenses participaron en el proyecto apoyando en la localización precisa de la nave por medio de las antenas de rastreo lejano de la NASA, que también captaron y analizaron la información proveniente de la estación que se posaría sobre Fobos, la luna de Marte; en marzo de 1989, se perdió contacto con la nave, sólo quedaron los datos tomados durante el largo viaje, y algunas de las primeras fotografías tomadas.

La siguiente misión a Marte, planeada por la URSS para 1994, plantea enviar dos naves idénticas, programadas para realizar trabajo de exploración por duplicado. Cada una de ellas tiene un aditamento que se quedará en la órbita marciana estudiando el planeta al igual que lo hacen los satélites de percepción remota con la Tierra; simultáneamente, cada uno de ellos lanzará además hacia la superficie de Marte dos equipos exploradores: a) el primero consta de un equipo que, después de posarse sobre la superficie de Marte, realizará una exploración similar a la que efectuaron sobre la Luna los equipos robot Lunajod, es decir, recorrerá la superficie observando con una serie de cámaras y enviando hacia la Tierra las imágenes y los datos físicos obtenidos; b) el segundo equipo consta de un globo equipado con cámaras de baja altitud; el globo, de producción francesa, se mantendrá en la atmósfera durante el día y mediante efectos térmicos bajará a la superficie durante la noche, durante esta etapa enviará información a la Tierra, utilizando los transpondedores de las naves que quedan en órbita.

Todavía se están estudiando algunos cambios para la misión, que permitirán ampliar el rendimiento de los equipos enviados a Marte; se planea sustituir, por ejemplo, la entrada directa a la órbita, que exige la utilización de retrocohetes para frenado, para que la nave pueda ser capturada por el campo gravitacional de Marte. La nueva maniobra de aerofrenado tiene la ventaja de que no requiere de combustible para funcionar, pues se da por medio de fuerzas aerodinámicas de la nave cuando comienza a entrar en la atmósfera marciana. Este cambio por sí solo permitirá aumentar en una tonelada y media la carga útil que se enviará al planeta rojo. Además, con este cambio se podrá colocar un segundo satélite de 50 kg en órbita para obtener datos gravitatorios; se mandarán a la superficie diez estaciones meteorológicas equipadas con transmisores, que enviarán durante varios años datos sobre temperatura, presión y velocidad del viento; asimismo, se hace posible el lanzamiento de dos penetrómetros, que se hundirán por impacto hasta cinco metros bajo la superficie, estos dispositivos, que dejarán fuera un equipo transmisor, enviarán datos sobre la composición química, la temperatura del suelo y el contenido de agua. Algunas teorías suponen que bajo la superficie de Marte hay grandes depósitos de agua congelada, en capas como de 10 a 40 m de espesor.

Por otro lado, los satélites en la órbita de Marte enviarán a la Tierra imágenes de alta resolución, en las que se pueden distinguir objetos hasta de 1 m de diámetro en la superficie. Estos mismos satélites enviarán de retorno a la Tierra una cápsula con el material fotográfico que probablemente se recupere desde la estación Mir. Actualmente continúan las pláticas entre la URSS y los Estados Unidos para intentar hacer de esta misión un ensayo de cooperación internacional. Aquí, el sentido de cooperación es muy claro, la URSS argumenta, con bases, que la colaboración estadunidense tendrá un papel destacado en el diseño del control de avance del explorador autómata. Recordemos que la distancia de Marte a la Tierra retarda la comunicación de ida y vuelta decenas de minutos, por lo que una nave que avanza en el terreno de Marte corre el peligro de caer o voltearse en los accidentes naturales del mismo. Este problema obliga a usar programas de control "inteligentes", es decir con capacidad de aprender sobre la marcha y tomar decisiones atinadas. En estos programas de inteligencia artificial es donde podrían participar los científicos estadunidenses. Para oponerse a la cooperación, algunos esgrimen los eternos argumentos y políticas que tratan de impedir la transferencia de tecnología, pero de nuevo se tendría que decidir antes en qué sentido se da la cooperación y quién es el que sale ganando. Creo que está claro que todos salimos ganando.

Más adelante, en 1995, la URSS lanzará una nave científica que se identifica con el nombre del proyecto, Corona, cuyo propósito es estudiar precisamente la corona solar, o sea la radiación que se observa alrededor del Sol, como cuando se tapa durante un eclipse total o con un disco. Curiosamente esta misión se iniciará en dirección a Júpiter, desde donde mandará datos e imágenes del planeta gigante. Posteriormente, utilizando como propulsión el campo gravitacional de Júpiter, será lanzada hacia el Sol para acercarse a una distancia sin precedente de un millón y medio de kilómetros (la Tierra está a cerca de 150 millones de kilómetros del Sol).

En 1998, serán enviados dos equipos simultáneamente hacia la superficie marciana; constarán nuevamente de exploradores móviles, que aparte de enviar imágenes, se espera regresarán a la Tierra por primera vez con muestras de suelo y rocas. Un año después, se enviará a Júpiter una nave que seguirá después hacia Saturno; cerca de éste se desprenderá un explorador que tiene como objetivo descender sobre la superficie de Titán, la única luna de Saturno con atmósfera, de la que se sospecha que tiene océanos de hielo y metano, un hidrocarburo que por la presión atmosférica y la temperatura ambiente se encuentra también en estado gaseoso mezclado con la atmósfera, que es de nitrógeno. Este ingenio llevará a bordo 50 kg de instrumentos, que incluyen cámaras de televisión, y un globo explorador con un equipo científico que viajará a 2 o 3 km sobre la superficie de Titán. Posteriormente, descenderá a la superficie para enviar datos sobre la presión, temperatura y composición química del suelo durante 10 días.

En cuanto a una misión tripulada a Marte la limitante principal no es de carácter técnico, sino médico sencillamente. Para llegar a Marte será necesario conocer, o cuando menos poder estimar el funcionamiento del organismo durante una experiencia de 30 meses seguidos en órbita (dos y media veces más que la marca de permanencia actual). El tiempo acumulado por los soviéticos en órbita equivale a 14 hombres/año, en comparación, los estadunidenses tienen sólo 5; la información acumulada en este tiempo por ambos no basta sin embargo para anticipar o calcular lo que ocurriría durante los 30 meses de un viaje a Marte; no obstante, después de observar la notable recuperación de Romanenko, después de 326 días en órbita, Oleg Gazenko, director del Instituto Soviético de Problemas Médico-Biológicos, dijo que con esto se tenía "más que suficiente información biomédica para modelar la forma más económica posible de ir a Marte" y añadió: "no es indispensable para una misión a Marte, probar previamente durante tres años la resistencia de los cosmonautas". Si nos limitáramos a juzgar las secuencias anteriores, ninguno de los dos países está en posibilidades de realizar solo la misión en los próximos 10 años.

Por cierto que uno de los rasgos más característicos de la investigación espacial de la URSS es que cada uno de sus avances son prueba de un ejercicio extremo de cautela, hecho en el que muy probablemente se base el que la Unión Soviética sea hoy, en muchos aspectos importantes, la primera potencia espacial. La superioridad de la URSS en el renglón de las investigaciones espaciales es un hecho reconocido hoy en día por los expertos. Sin embargo, el público en general, en países como el nuestro, desconoce esta situación, por lo que considero necesario dedicarle unas líneas.

En primer término, es necesario señalar que la URSS nunca desecha equipo probado; por ejemplo, las cápsulas de tipo Vostok utilizadas de septiembre a octubre de 1987 para poner en órbita a dos primates y otros animales, son esencialmente iguales a las utilizadas en el vuelo de Gagarin al espacio hace más de 30 años. Otro ejemplo similar es la utilización de las naves Venera, que en un lapso de dos años fueron reconfiguradas para estudiar no sólo los aspectos de su misión fundamental, la exploración de Venus, sino para que, después de dejar una parte en la órbita venusina, los equipos de exploración siguieran hacia el cometa Halley y mandaran a la Tierra las primeras imágenes de este legendario cometa de 16 km de diámetro.

En contraste con este criterio, los estadunidenses llevan a cabo diseños completos de sus equipos en la gran mayoría de las nuevas aplicaciones, lo cual, aunque resulta un buen negocio para las compañías que los fabrican, encarece considerablemente el presupuesto dedicado a la exploración espacial. Otra actitud típica de los investigadores espaciales de Estados Unidos es su desdén generalizado, matizado por grandes lagunas de ignorancia, hacia las actividades espaciales de la URSS, mientras sus contrapartes de la URSS devoran" todo lo publicado en Occidente, filtrando las modas y los aspectos más llamativos del verdadero avance. Además, en Estados Unidos hay una obsesión por los resultados rápidos y espectaculares y se olvidan los planes a largo plazo. Para la URSS al contrario, quizá por su milenaria tradición, tiene menos valor el espectáculo y más la participación en planes y programas a largo plazo, aunque tampoco son inmunes a fallas y retrasos ni es justificada su exagerada modestia y menos su reserva.

Las diferentes concepciones filosóficas de ambas potencias en este terreno parecen recordarnos inevitablemente la fábula de la liebre y la tortuga. Hoy en día la tortuga no sólo se encuentra a la cabeza por su capacidad de lanzamiento a órbita, sus estaciones orbitales tripuladas y los logros de sus satélites de percepción remota, sino que sus planes de exploración del Sistema Solar harán que en la próxima década encabece las actividades más avanzadas en el espacio en este rubro, si es que no caen de nuevo en el inmovilismo.

En el campo de las ciencias de la microgravedad, Estados Unidos se encuentra, según sus propios expertos, en tercer lugar después de la URSS y la RFA, en el mejor de los casos; en cuarto o quinto lugar si incluimos a franceses y japoneses; estos últimos países, han desarrollado este campo basándose curiosamente en los equipos norteamericanos, aunque los franceses han avanzado todavía más (en 1965 colocaron ya su primer satélite en órbita, llamado Diapason, en un cohete, Diamante de diseño propio), ya que aprovechan también la capacidad y ofrecimientos de la agencia espacial soviética.

También en cuanto a plataformas multiusos los soviéticos llevan la delantera, y ni hablar en lo que se refiere a las operaciones tripuladas, en las que sólo hasta el siglo XXI Estados Unidos logrará, quizá, igualar la estancia prolongada de los cosmonautas en órbita. En opinión de los propios expertos de Estados Unidos, el problema no es "...cómo lograr más dólares para actividades en el espacio, sino más rendimiento de sus actividades en el espacio por cada dólar".

En cuanto a la exploración de Marte, los estadunidenses basan sus planes principalmente en los proyectos definidos en el informe llamado "Liderazgo y el futuro espacial estadunidense" preparado para el administrador de la NASA por la astronauta doctora Sally K. Ride, que fue presentado en agosto de 1987. Este informe, basado en el análisis de 18 estudios anteriores y en numerosas referencias, fue realizado por medio de talleres en los que participaron cerca de 70 expertos destacados en las actividades de investigación militares y comerciales de ese país. El informe plantea cuatro misiones específicas con las que se intenta dar un impulso a largo plazo a sus planes espaciales: 1) la instalación de una colonia humana en la Luna; 2) la exploración detallada de los planetas externos del Sistema Solar (de Júpiter a Plutón); 3) la colocación de una plataforma en órbita polar equipada con múltiples equipos para estudiar la Tierra, y 4) la exploración humana de Marte. En este último caso el escenario de exploración que visualizan se basa en la exploración robótica de Marte en la década de 1990, que comenzaría con un observador orbital en 1992, para culminar con la colocación de dos exploradores automáticos que bajarían a la superficie y regresarían a la Tierra con muestras de suelo y rocas. Esta misión lograría una caracterización geoquímica del planeta y un mapeo completo del mismo con imágenes ópticas, así como la selección de los sitios más interesantes para la exploración. Planean establecer también un programa de investigación biomédica en su futura estación espacial, para validar la factibilidad del vuelo espacial prolongado, lo cual les permitiría decidir si la nave a Marte debe ir o no equipada con cámaras centrífugas que generen gravedad artificial. Posteriormente, diseñarían y prepararían tres misiones tripuladas para la exploración de la superficie marciana, durante periodos de dos semanas antes del regreso, para que en el año 2010 se pueda instalar un puesto de exploración avanzada en la superficie.

Basándonos en los datos incluidos en este informe y en las tareas calificadas de imprescindibles, así como en la situación del futuro cercano en relación con equipos pesados de lanzamiento, podemos llegar a las siguientes estimaciones aproximadas: la misión a Marte requeriría, según ellos, de colocar en la órbita terrestre baja cerca de 1 140 toneladas de equipo, que necesitarían cerca de 38 vuelos del transbordador, utilizado a su máxima capacidad, pero considerando que la eficiencia alcanzada ha sido de 85%, la cifra real sería de aproximadamente 44 vuelos dedicados exclusivamente a la misión a Marte; ahora bien, si se toma la cifra "optimista" de 8 a 10 vuelos anuales del transbordador y considerando que una tercera parte de los vuelos son ocupados por el Departamento de Defensa y que otro tercio, como mínimo, sería dedicado a la manutención de la estación espacial, que es necesaria para organizar la misión, esto implica que utilizando 2 o 3 transbordadores cada año se podría preparar esta misión, cuando muy pronto, en 10 o 14 años; quizá la única manera de llevarla a cabo sería el cambio radical de la política espacial estadunidense, cosa muy difícil de lograr puesto que las administraciones actuales enfrentan un déficit presupuestario que hoy en día alcanza sus más altos niveles. Sin embargo, acaso la nueva administración, más sobria y conocedora de la importancia de las actividades espaciales, suspendería los programas de "Guerra de las Galaxias", con lo cual la misión podría fundamentarse en hechos más reales. Por su lado, la Unión Soviética posee los equipos necesarios para hacer posibles muchos de los pasos intermedios que permitirían alcanzar el objetivo, en particular el potente cohete Energía y la estación espacial, y ha planteado en público, específicamente en el Foro Espacial Internacional en octubre de 1987, que con base en una cooperación internacional, la misión tripulada a Marte sería posible mucho antes de lo planeado por cualquiera de los dos países independientemente. ¿Triunfará la razón? Ya veremos.

ACTIVIDADES MILITARES

La mayoría de los equipos puestos en la órbita terrestre cumplen misiones militares. Veamos algunos de los hechos más destacados. En primer lugar están los satélites de comunicación de uso militar exclusivo, seguidos por los llamados "Medios Técnicos Nacionales", es decir, los satélites de radio escucha, los de obtención de imágenes de alta resolución, nocturnas y de radar.

Sin embargo, en nuestros días se dan pasos muy peligrosos para saturar el espacio con armas llamadas "defensivas", cuyas repercusiones son verdaderamente graves y resultan inaceptables para cualquier persona en su sano juicio. Al respecto, los militares estadunidenses (de los soviéticos no tenemos información) han publicado un plan para la conducción de once ejercicios con misiones militares del transbordador, y según los resultados, se desarrollarían actividades subsecuentes. Los ejercicios se refieren principalmente a tres objetivos: reconocimiento estratégico, aviso de lanzamientos de cohetes balísticos, coordinado con lanzamientos de prueba, y vigilancia de las fuerzas navales soviéticas. Para esto, 8 de los primeros 14 vuelos que siguen a la reanudación de actividades del transbordador se dedicarían a la operación de las cargas útiles militares, necesarias para realizar los ejercicios. Desde luego, la justificación presentada ante el público se basa en información "secreta" que posee el Departamento de Defensa, relativa a actividades soviéticas similares. Sin embargo cabe citar al cosmonauta Jean-Loup Cretiene, militar francés que estuvo un mes en la Mir a finales de 1988, quien afirmó que "...en la estación no hay equipo militar a bordo, sus actividades son claramente civiles..."

Los once ejercicios son los siguientes:

1) Intervención humana en la adquisición de imágenes multiespectrales y seguimiento de objetivos en la superficie.

2) Utilización de sextantes espaciales para localizar la latitud y longitud de objetos, con una precisión de más o menos 10 km.

3) Discriminación de barcos y submarinos propios y ajenos.

4) Observación de maniobras militares terrestres con sensores ópticos para apoyar comandantes en batalla.

5) Identificación de objetos espaciales soviéticos que pongan en peligro equipo espacial y terrestre de Estados Unidos.

6) Observaciones geológicas para optimizar los movimientos de equipo pesado y tropas en tierra durante una guerra.

7) Uso de aparatos ópticos manuales para adquirir, observar e identificar blancos móviles y estacionarios.

8) Observaciones con instrumentos ópticos manuales de lanzamientos de misiles terrestres y submarinos.

9) Presencia de un meteorólogo militar para apoyo durante las batallas.

10) Estudios ionosféricos y aurorales para apoyar la selección de equipos y sistemas de armamento estratégico y comunicaciones para uso en batalla.

11) Uso de designador láser de objetivos para adquirir, seguir y ayudar a destruir blancos durante una guerra.

Como decíamos, los belicistas aseguran que todas estas actividades se realizan ya a bordo de la estación Mir; pero si recordamos también que con argumentos similares fundamentaron el desarrollo de diversos sistemas militares como los bombarderos estratégicos, los portaviones nucleares y los submarinos misilísticos nucleares, y otros más, cabe la duda sobre su veracidad.

Desde el punto de vista de los países en desarrollo y subdesarrollados, los grandes gastos incurridos por las superpotencias en el armamentismo espacial resultan cuando menos insultantes; además, este tipo de programas son financiados, principalmente, con la venta de armamentos a estos países que son, paradójicamente, el mayor mercado militar; por lo anterior, las actividades belicistas a juicio de millones de personas son las que impiden un desarrollo más justo de la sociedad. Algunas cifras adicionales de la actividad belicista en el mundo son: a) en los arsenales de las potencias nucleares existen, según el CIPRI (Instituto de Estudios Militares y Sobre la Paz, en Suecia) cerca de 70 000 ojivas nucleares, es decir, 1 250 000 bombas como las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki; b) más de la mitad de los físicos e ingenieros de la humanidad trabajan en tecnología bélica; c) se gastan cerca de 35 000 millones de dólares al año en el desarrollo de nuevo armamento. Estas cifras son tan asombrosas, que el común de la gente aparta de su conciencia el significado real del gasto en armamento. Aun más, hacen que los que trabajan en el desarrollo del armamento mundial, generen un cinismo especial, para no pensar en las repercusiones de lo que hacen. Para evitar racionalizar sobre el producto de su trabajo, estos millones de individuos preparados adoptan seudoargumentos de corte sencillo, que si analizáramos con algo de detenimiento, demostraríamos fácilmente su absurdo. De todo esto resalta la importancia de los planteamientos de desarme que surgen; en particular, es necesario recalcar una creciente propuesta en cuanto a que los gastos en armamento se vayan redirigiendo hacia el desarrollo más justo de todos los países, y aunque no faltará quien identifique como utópicos estos planteamientos, creo que las mentes verdaderamente civilizadas de este planeta nunca han hecho un planteamiento más lógico y humanitario.

MATERIALES AEROESPACIALES

La industria aeroespacial ha generado una gran cantidad de materiales nuevos, cuya utilización rebasa claramente los propósitos originales. Recordemos, para situarnos de nuevo en este campo, que fueron las actividades espaciales las que impulsaron la miniaturización de los circuitos electrónicos (como los microprocesadores, diodos y microcomputadoras) hoy presentes en cualquier lugar del planeta. Tampoco es casual que sea en el ambiente de microgravedad donde se vislumbre el laboratorio del futuro que producirá materiales aún hoy inimaginables. Entre los materiales novedosos que podemos esperar en el futuro próximo, debemos mencionar los metales porosos, los materiales compuestos, las cerámicas reforzadas por fibras, las estructuras laminares de aluminio, cobre y carbono epoxi, el teflón y las fibras de vidrio; estas últimas, por ejemplo, tuvieron un aprovechamiento rápido en la fabricación de lanchas y barcos de pesca, y hoy día se comienzan a utilizar en los llamados materiales "inteligentes", éstos constituidos principalmente por fibras de carbono, kevlar o mylar, inmersos en termoplásticos, pero también una fibra de cada 100 es una fibra de vidrio, o más propiamente dicho, una fibra óptica, por la que se hacen viajar señales de luz. Estas señales nos permiten diagnosticar el estado de fuerzas internas que ocurren en estos materiales durante su fabricación, tratamiento térmico y desempeño práctico; se les llama "materiales inteligentes", por la propiedad que tienen de aprovechar los fenómenos de propagación de la luz dentro de una fibra, en función de las tensiones y deformaciones de las piezas terminadas. El descubrimiento de estas propiedades de las fibras ópticas proviene de las experiencias ocurridas durante su estudio en el laboratorio, e instalación como cables de transmisión de teléfonos. Los cables de fibra óptica posibilitan el mayor flujo de información conocido hasta la fecha en cualquier sistema de comunicaciones, y esto se debe a las altas frecuencias a las que se propaga la luz, en comparación con las ondas de radio o las microondas. Esto ilustra de nuevo cómo de una actividad surgen soluciones a problemas científicos o tecnológicos ajenos. A pesar de que estos materiales apenas han comenzado a surgir, la tremenda ventaja de conocer los esfuerzos internos de un material, durante las diversas solicitaciones o demandas mecánicas a las que es sometido cuando se utiliza, asegura que en el futuro escucharemos cada vez más sobre estos nuevos materiales.

En cuanto a los metales porosos, su principal atributo es la posibilidad de bajar su temperatura exterior, con base en procesos de transpiración, tal como lo hace el cuerpo humano, que evapora varios litros de agua al día durante un día caluroso, precisamente con el objeto de bajar su temperatura. Pero volviendo al material aeroespacial, patentado con el nombre de Lamilloy en una de sus primeras versiones, que se espera utilizar por primera vez en la sección de más alta temperatura dentro de un turborreactor, que es donde se inyecta el combustible encendido, acompañado de aire a presión. Para impulsar una aeronave, los gases se expanden y expulsan, generando el efecto de empuje por reacción. Con este tipo de materiales porosos se puede incrementar la temperatura a la que se quema un combustible; la temperatura se podrá acercar hasta al 80% de la temperatura estequiométrica mencionada. Al transpirar continuamente cada una de las aspas de los ventiladores de la turbina, las aleaciones porosas podrán mantener sus características de rigidez y resistencia a pesar de encontrarse en un ambiente en el que se fundirían si faltara el enfriamiento. Con este desarrollo de la técnica metalúrgica se esperan aumentos de rendimiento de entre 20 y 35%, lo que se reflejará también en el ahorro de combustible en proporciones similares.

Hemos descrito ya cómo las fibras de diferentes materiales pueden combinarse con termoplásticos para formar piezas de alta resistencia y bajo peso. Sin embargo, uno de los materiales más socorridos para sustituir el uso de placas (por su peso), se elabora por medio de dos delgadas láminas de material compuesto, entre las cuales se coloca una ligera estructura de aluminio con celdas hexagonales, que recuerdan inmediatamente un panal de abejas. En la figura 29 mostramos un esquema de este material. No es posible sólo con números informar sobre las notables propiedades de este material en capas, tres veces más rígido que aceros especiales; la mera experiencia de sostenerlo entre las manos, intentando torcerlo o doblarlo, aun con ayuda de una rodilla, es impresionante, cuando menos para quienes aprecian las sorpresas. Las fibras de refuerzo de este material pueden ser de carbono, Nomex, Kevlar, Cuarzo y Mylar, y presentan ventajas adicionales, como la inmunidad a la corrosión, la facilidad de repararlo con equipo portátil, y el ser impermeables a cualquier líquido.

Figura 29. Esquema de material emparedado, en el cual una estructura ligera separa dos capas de alta rigidez.


Si bien hemos mencionado que estos materiales se utilizan desde hace algunos años en los equipos aeroespaciales militares, una compañía que fabrica pequeños aviones a reacción para ejecutivos, ha iniciado la producción civil de aeronaves fabricadas en un 90% con estos materiales. Su elaboración implica primero dar a las piezas su forma final, y luego se calientan a 250ºC; simultáneamente se aumenta la presión dentro del horno para evitar que se generen problemas de delaminación, por burbujas de aire atrapadas en el material multicapas; algunos hornos trabajan al vacío. Sorprende un poco el hecho de que a pesar de que estas naves son las primeras fabricadas con una casi total ausencia de metales, sus precios sean, aun los de los primeros modelos, competitivos con sus equivalentes metálicos tradicionales.

Para asegurar que las piezas fabricadas queden libres de burbujas, la misma compañía inventó un proceso para visualizar el tamaño y la forma de las burbujas. Dicho proceso consiste en lanzar un pequeño chorro de agua, con ciertos aditivos que aumentan su capacidad de mojar el material, en dirección perpendicular a la superficie; del otro lado, en el mismo punto, se hace incidir otro chorro de agua; el primero de los chorros (el vibratorio) transmite pulsos que hacen variar la presión de agua a frecuencias ultrasónicas, más de 20 000 veces por segundo, mientras que el segundo está equipado con sensores que detectan el paso de los pulsos ultrasónicos del primero a través del material. Los chorros de agua barren la superficie del material y los datos de velocidad de transmisión de las ondas mecánicas, causadas por el chorro vibratorio se almacenan en una memoria de computadora; después, con técnicas similares a las del procesamiento de imágenes de satélite por computadora, se reconstruye un mapa de la superficie usando diferentes colores para representar las distintas velocidades de propagación; de esta manera se identifica la gravedad de los defectos que puede tener el material.

Los materiales multicapas son sometidos además a pruebas experimentales de fatiga (que en los aviones equivalen, por ejemplo, al desgaste ocasionado por vibración de las alas y los ciclos de presurización) doblándolos y desdoblándolos millones de veces, proceso que se interrumpe para observar la evolución de los defectos que causa la fatiga. Estas son pruebas de laboratorio necesarias para anticipar la vida útil de estos materiales; además, con este mismo objetivo, se someten también a ciclos de calor, frío y humedad, precedidos por inmersión total en agua, lo que permite estimar en un corto plazo las acciones de los drásticos cambios ambientales a los que serán expuestos.

Aparte de los sensores basados en fibras ópticas inmersas en los termoplásticos, también se han desarrollado sensores de presión, vibración y deformación del tamaño de una tarjeta de crédito. Éstos se adhieren a las paredes internas del fuselaje y las alas, y se usan para realizar estudios aerodinámicos y estructurales en los prototipos fabricados por esta compañía. Además, se ha colocado este tipo de sensores bajo los mosaicos cerámicos que protegen al transbordador espacial de las altas temperaturas que causa la fricción durante el regreso a la Tierra. Estos sensores cubren los intervalos de presión generalmente encontrados en aerodinámica, así como las vibraciones y deformaciones comunes al vuelo de una aeronave, lo que hace de los prototipos verdaderos laboratorios aerodinámicos en pleno vuelo.

En cuanto a la metalurgia y, en particular, a la utilización de nuevos metales para la industria aeroespacial, creo que resultará ilustrativo enterarse de los siguientes antecedentes: en 1880 el 96% de la producción total de metales correspondía al hierro y a los aceros que con él se fabrican; unos 50 años después, esta cifra había cambiado sólo en 1.5%; ahora bien, la introducción de aviones fabricados totalmente de metal, a finales de la década de 1930, aumentó también la utilización de metales diferentes al acero, principalmente aleaciones de aluminio y magnesio. De la producción de acero, 25% es consumido por la corrosión, por lo que la vida útil de este metal es de cerca de 35 años, con lo que es evidente que lo deseable es sustituirlo o añadirle nuevos elementos que aumenten su rendimiento y vida útil. Sin embargo, como las cifras indican, no estamos ni siquiera cerca de abandonar la utilización del hierro; las investigaciones recientes encaminadas a mejorar las propiedades de los aceros, en particular los tratamientos radiactivos del hierro con base en neutrones, imprimen a este metal propiedades completamente nuevas, inesperadas, sorprendentes y útiles, además de que la introducción de aceros inoxidables y tenaces ha mejorado mucho su aplicabilidad. Adicionalmente, es tal la inversión mundial en plantas de producción de acero, que nadie se propondría derribarlas, por las promesas de los nuevos materiales.

Aparte de los aluminios aeroespaciales el cambio más importante en la metalurgia aeroespacial se está dando con la aplicación del titanio, y en mucho menor proporción, del circonio. El primero es muy abundante en la Tierra, llega a formar 0.6% de la corteza terrestre. Sus propiedades en relación con los aceros lo hacen particularmente notable: a) presenta una resistencia del doble de los aceros tenaces; b) es relativamente más ligero, pero, sobre todo, tiene una resistencia a la corrosión que resulta para todo fin práctico, eterna. Además, su punto de fusión es de cerca de 1 725 º C: supera en esto al acero por

200ºC aproximadamente. Es también curioso enterarse de que, aunque este metal fue descubierto como óxido hace poco menos de 200 años, la primera producción ya como metal se dio después de finalizar la segunda Guerra Mundial. En 1948 se produjeron sólo 10 toneladas, mientras que apenas siete años después se producían ya 20 000 toneladas y la producción de 1986 alcanzó las 87 000 toneladas.

PROGRAMAS ESPACIALES DE OTROS PAÍSES DESARROLLADOS

Ya nos hemos referido a los programas y actividades espaciales de las dos superpotencias. En esta sección quisiéramos incluir, aunque sea brevemente, algunas de las actividades espaciales de otros países desarrollados que tienen mucha importancia porque abarcan un gran número de programas que veremos florecer en el futuro.

Hemos mencionado la importancia económica que para Europa tienen las actividades de los países de la Agencia Espacial Europea, y aunque no sea posible cubrirlas en detalle, sí es importante dar a conocer algunos de sus principales logros. Hoy en Europa se están multiplicando las actividades espaciales. En 1965 los franceses colocaron su primer satélite en órbita, pero el verdadero impulso de la actividad europea se dio en el momento en el que tuvieron una serie de lanzadores propios.

Además de los antecedentes teóricos de Oberth y las posteriores experiencias bélicas de W. von Braun, debemos mencionar el destacado trabajo del ingeniero francés Robert Esnault Pelterie, miembro de la Academia de Ciencias desde 1936, quien inventó el motor radial de aviación y el control de vuelo con base en el bastón de mando. Éste se llegó a interesar tanto en la cohetería y la astronáutica, que en 1930 publicó un libro llamado La astronáutica, donde trata algunos de los aspectos ya conocidos por nosotros a lo largo de este trabajo. Casi desde principio del siglo, se dio cuenta del futuro de la propulsión nuclear, y una anécdota nos muestra su dedicación directa al tema coheteril: perdió cuatro dedos experimentando con tetranitro metano como combustible. Este notable ingeniero, al igual que Oberth para Alemania, puede ser considerado el padre de la astronáutica francesa.

Además de la ya mencionada repercusión de la cohetería europea, basada en los modelos Ariane I a V, en el mercado comercial de lanzamiento de satélites, es importante señalar que este propulsor fue desarrollado por la Sociedad Europea de Propulsión (SEP), en la que colaboran cercanamente Francia, Alemania y otros, como antes, Inglaterra.

Hoy las actividades espaciales europeas se adentran en múltiples campos: nuevos servicios de comunicaciones, preparación de la estación espacial Colón, satélites autónomos y recuperables, investigación de materiales en microgravedad, efectos de la microgravedad en humanos —en particular estudios sobre el SV desarrollados a bordo del laboratorio espacial europeo SPACELAB, puesto en órbita por el transbordador—, protección de los seres humanos a la radiación cósmica, resistencia de microorganismos a las condiciones espaciales, previsión climática, cartografía antártica, exploración geológica y geofísica, desarrollo de infraestructura nacional basada en observaciones espaciales, mediciones de los movimientos de la corteza terrestre con una precisión de centímetros, fuentes extraterrestres de rayos X (proyecto ROSAT y HEXE), estudio de fuentes infrarrojas astronómicas, exploración de los planetas gaseosos y otras más.

En cuanto a las políticas espaciales, haremos referencia en particular a la de la RFA, confiando en que los elementos clave que mencionamos; son parecidos a los demás miembros de la Comunidad Europea: 1) fomento a la investigación básica y aplicada; 2) búsqueda de aplicaciones de tecnología espacial para aprovecharla en el desarrollo general de sus países; 3) apoyo a la capacidad de competitividad internacional de su industria espacial; 4) mejoramiento de la colaboración internacional y, de particular interés para nosotros, 5) ayuda a los países en desarrollo en sus propias tareas de desarrollo.

Los puntos capitales de dicha política espacial pueden dividirse en dos: la investigación extraterrestre (ciencias biomédicas y astronómicas) y la investigación espacial hacia la Tierra (el estudio de las zonas polares, mapas de zonas inexploradas, la oceanografía, la exploración y descubrimiento de recursos, estudios atmosféricos que incluyen la supervisión ambiental, y satélites para apoyar la navegación). Entre sus programas exploratorios sobre el aprovechamiento del espacio destacan los usos de la microgravedad para obtener sustancias activas (como fármacos totalmente nuevos) y desarrollar la tecnología para producirlos; el programa para desarrollo de nuevos materiales y tecnología de procesos, así como el de biotécnica.

Queda claro que este tipo de programas busca una mayor independencia espacial respecto a las superpotencias y, a juzgar por las relaciones que tienen los organismos espaciales de cada país con los diversos ministerios de sus gobiernos, no sólo coordinan las investigaciones técnicas y científicas del espacio, sino que además sirven como punto de contacto con la política industrial del gobierno.

ESTADO COMPARATIVO

México carece de un programa que impulse su desarrollo aeroespacial y, lo que es más grave, de una política que defina el estado deseable de nuestra competencia en este campo. Por consiguiente, al igual que otros países, avanzados o no, su participación en actividades espaciales y aeronáuticas se limita a dar respuesta a situaciones que se presentan sin invitación: no se controlan ni dirigen los esfuerzos de manera congruente con un plan para forjar conscientemente el futuro. La ausencia de un programa y de una política aeroespacial se debe, a mi juicio, a un desconocimiento de la capacidad que la ciencia y tecnología espacial tienen para fomentar el progreso general de las naciones, y en particular, a la errónea percepción de que las actividades espaciales son un lujo exclusivo de países tecnificados. Sin duda, el argumento más frecuente en contra es el de la falta de recursos, pero no creo que eso refleje la realidad, pues sí se han hecho inversiones nada despreciables en temas aeroespaciales, con pocos o nulos resultados, pero sin la coherencia, seriedad y continuidad que requiere cualquier programa estratégico de este calibre. Sabemos que países similares al nuestro han avanzado notablemente en esta dirección, como la India y Brasil, que comparten con México una cierta desorganización económica y social y la presencia de una comunidad científica bastante capaz, en comparación con la de otros países en desarrollo.

Los casos citados quizá pueden explicarse porque su actividad espacial es fruto de sus políticas militares que nulificaron las consideraciones socioeconómicas. Ambos países iniciaron su actividad espacial incursionando en el desarrollo de cohetes lanzadores de uso militar, y gobiernos subsecuentes, más sobrios y acordes con una política de desarrollo social, redirigieron estas actividades a objetivos civiles, como los de comunicaciones, teledetección de recursos y metereología, por ejemplo. En nuestro caso la cercanía de una gran potencia espacial nos inclinó quizá a pensar que tal desarrollo acabaría por trasponer las fronteras y nos haría partícipes automáticamente. Pero la realidad, siempre tan implacable, es que la tecnología se atrinchera y no pasa las fronteras tan fácilmente como lo hacen las ideas frívolas de un cantante, o una moda de ropa o peinado.

Es evidente pues que cualquier desarrollo científico o tecnológico tendrá que venir principalmente de nuestros propios esfuerzos y programas, y pasaríamos del campo de los inocentes al de los tontos si esperáramos lo contrario. Sin embargo, la colaboración seria y, sobre todo, desinteresada debe ser siempre bienvenida y fomentada. Con algunos ejemplos hemos ilustrado ya la importancia de la cooperación internacional.

Analicemos qué requerimos para un desarrollo en aspectos espaciales: lo primero, y más evidente, son los sistemas coheteriles para llegar con nuestra carga útil a la órbita terrestre. Que cada país desarrolle sus propios lanzadores es caro y poco práctico. Actualmente son muchos los países. que tienen ya capacidad de lanzamiento a la órbita; a pesar de los recientes accidentes con el transbordador espacial de Estados Unidos, y con el Ariane europeo durante 1986 y 1987, los esfuerzos, por ejemplo, de la URSS, demuestran la importancia que este país pionero atribuye a la potenciación del cosmos y al instaurar, entre todos los países con capacidad espacial, una organización espacial mundial, similar a la que se ocupa de la salud desde la ONU. Nuestros medios para llegar con una carga a órbita, no son pues un esfuerzo tardío y aislado, es el de la cooperación internacional con diversos países dispuestos a ello, hay que evitar una sola relación, ya que esto aumenta nuestra dependencia.

El segundo argumento a favor del desarrollo de un programa espacial mexicano es que esto nos daría la posibilidad de alcanzar tecnologías avanzadas y conocimientos prácticos para una producción especializada: a lo largo de esta obra se han dado numerosos ejemplos de cómo la actividad espacial ha fomentado el avance de campos afines a muchas otras actividades de importancia económica; si retomamos el ejemplo de los materiales nuevos, es evidente que en el futuro se requerirá de una utilización más racional de los materiales para construir equipos científicos, tecnológicos y de producción; en esa dirección, en los estudios espaciales mexicanos se deberá incluir el fomento a la metalurgia, particularmente la no ferrosa, pues, como lo demuestra la práctica de las actividades espaciales en países avanzados y en desarrollo, los equipos modernos requerirán de materiales que presenten ventajas en sus relaciones de resistencia-peso y rigidez-resistencia, como ejemplifican las aleaciones de aluminio-litio, las de titanio y también para ciertos casos, las de circonio; todos ellos materiales abundantes en la amplia gama de recursos naturales de nuestro país.

El prestigio internacional derivado de la conducción de programas espaciales adecuados a las condiciones de cada país es un aspecto que no debe descuidarse. México, como otros países similares, busca entrar al siglo XXI con la imagen, respaldada ampliamente por los hechos, de un país con autodeterminación, lo que implica necesariamente que el país respalde su pleno desarrollo integral con una actividad seria en campos considerados estratégicos dentro de la ciencia y la tecnología, en vista de su considerable potencial económico. Asimismo, un programa espacial nacional sería una de las semillas de la integración tecnocientífica latinoamericana, que no puede dejar de ser considerada, sin pagar por ello el costo implícito de permanecer en el subdesarrollo.

Otro argumento de importancia se refiere al ejercicio de nuestra soberanía, que depende, en los aspectos técnicos, del conocimiento de nuestros propios recursos, que hoy en día se pueden estudiar de manera más rápida, precisa y racional desde el espacio o por medio de técnicas de origen espacial.

El impulso que imprimen las actividades aeroespaciales a una amplia gama de proyectos, ajenos en principio a este tema, es en sí uno de los argumentos con más significado. En la última década se han identificado varios campos prioritarios para el desarrollo de un país; entre ellos hay una serie de actividades cuyo origen puede el lector asociar fácilmente con muchos de los diversos proyectos de investigación espacial de otros países, concretamente con el desarrollo de nuevos materiales, la microelectrónica y computación, la biotecnología, la exploración de recursos, las comunicaciones por satélite, las fibras ópticas, y con la aeronáutica, entre otros. Desde luego el desarrollo de estos campos no puede basarse exclusivamente en un programa espacial; cada uno de ellos debe impulsarse de manera consiente según la necesidad; sin embargo, la práctica demuestra que los avances tienen su origen en los grandes proyectos multidisciplinarios, como lo fue el Apolo para la exploración lunar, y que hoy se simbolizan con la serie de esfuerzos encaminados a la exploración del planeta más parecido al nuestro: Marte.

HERRAMIENTAS DE RECUPERACIÓN

A estas alturas de la revolución tecnocientífica, sería un error de impredecibles consecuencias quedar al margen del desarrollo espacial. En las llamadas "ciencias de la microgravedad" sólo hay que ver los primeros resultados de estas investigaciones, para identificar una ciencia que aun estando en formación, proporciona, y con toda seguridad lo hará en el futuro, resultados útiles para el progreso de ése y muchos otros temas de interés práctico y científico. La investigación espacial no es un tema de moda (eso ya pasó); se perfila hoy como una herramienta con potencial comprobado en la producción de materiales muy especiales, como en el ya mencionado caso de los fármacos y aleaciones de características extraordinarias, que dependen directamente de una o de varias de las condiciones presentes en la fabricación espacial.

Por el lado de los recursos humanos calificados, el país cuenta ya con suficientes investigadores e ingenieros, principalmente en sus universidades y centros de investigación, para abordar un modesto y útil programa espacial, con objetivos centrados en, por ejemplo, la búsqueda de nuevos conocimientos, la captación y aplicación de tecnologías aeroespaciales a problemas de índole muy variada, que incluya además una valiosa formación de equipos de profesionistas, acostumbrados al hábito de buscar el mejor diseño y a innovar, cumpliendo con las más estrictas normas de calidad internacional.

Algo menos tangible, en el campo de las ideas, afecta concretamente también los planes para utilizar la ciencia y la tecnología en todo su caudal en nuestros países: su identificación como una actividad improductiva, aunque seria, pero vista como un oficio privilegiado y reservado a las mentes superdotadas, que excluyen al resto de la sociedad de saber para qué sirve su trabajo, y del aprovechamiento de los resultados. Estos conceptos incorrectos, pero firmemente arraigados, no sólo limitan el acceso al conocimiento de mentes jóvenes y más prácticas, sino que provocan el aislamiento de una actividad tan importante como la ciencia de otras actividades sociales básicas como la industria, con lo que se desperdicia una condición necesaria para su progreso mutuo. Estas concepciones, que mantienen alejadas a la ciencia y a la tecnología avanzada de la industria, tienen un efecto negativo adicional: la acumulación de industrias atrasadas y de baja productividad, hecho que aletarga al sistema económico general del país y sus posibilidades reales de desarrollarse, y hasta de sobrevivir en el mundo moderno, caracterizado por una dura competencia.

Asimismo, limitando las actividades que pudiera desarrollar nuestro país, está el hecho de que la información aeroespacial presentada al público no se orienta a la comprensión del potencial benéfico que esta actividad conlleva. Antes por el contrario, el manejo frívolo y personalista de esta información parece corroborar y fortalecer la visión de que éstas no son actividades necesarias ni propias de nuestro país. Es muy frecuente en nuestro medio encontrar que un alto porcentaje de ciudadanos no tienen ni idea de la necesidad de realizar investigaciones y estudios espaciales (resultado del tipo y la forma en que esta información se presenta al público). Existen otras dificultades que impiden que la población juzgue correctamente las ventajas de proyectos tecnocientíficos, aun cuando sean sensiblemente cercanas a cada ciudadano, como el caso de la investigación biomédica. Acentuando la situación, actúa otro tipo de factores que provienen de la baja escolaridad de la mayoría de la población. Estos factores se manifiestan con las siguientes carencias generalizadas: un muy bajo porcentaje de la población conoce las ventajas de utilizar y fomentar una mentalidad cuantitativa, es decir, la gente incurre en comparaciones demasiado vagas para ir formando una opinión objetiva sobre muchos campos. Esto se puede explicar de manera mas clara por medio de una serie de ejemplos: la mentalidad cuantitativa se manifiesta en la apreciación comparativa de diferentes medidas, por medio de cantidades, como "tantos por ciento"; la gente sabe que hay muchos mexicanos sin hogar, pero no se preocupa por saber o difundir qué porcentaje de mexicanos no tiene hogar. Estas cantidades son las que permiten actuar, ya que neutralizan las contraopiniones irresponsables, como la de "es que no trabajan". Tampoco se han aprovechado los múltiples medios de comunicación, en particular la televisión, para familiarizar a nuestros ciudadanos con el manejo de gráficas, que muchas veces pueden sustituir una discusión complicada; aquello de que una imagen vale más que mil palabras se manifiesta claramente con el ejemplo de las gráficas. Se utiliza poco también el expresar la distribución de sucesos en el tiempo, que si bien se emplea mucho en las ciencias e ingenierías por medio de distribuciones estadísticas, ni los científicos ni los ingenieros nos hemos preocupado por aprovechar las oportunidades de difusión para acostumbrar a la población paulatina, pero continuamente, a la comprensión y uso de este tipo de representación abstracta. En muchos casos, se podría utilizar también la analogía y la comparación de costos de diferentes actividades para que la gente capte con claridad el significado de las cifras, sobre todo cuando éstas van acompañadas de más de seis ceros. Decir en televisión que se invirtieron 63 000 millones de dólares en el programa espacial estadunidense entre 1958 y 1972, para la gran mayoría explica muy poco. Sin embargo, si se expresara esta misma cantidad en el número de viviendas, escuelas, hospitales y centros culturales que se podrían construir con esa suma, a nadie le quedaría duda de lo que significan verdaderamente esas cantidades.

Lo más sorprendente de todo esto es que no existe ningún argumento en contra de impulsar la mentalidad cuantitativa en la población, pues se tienen los medios, particularmente los canales televisivos culturales que existen —y los que se podrían iniciar con el uso de los transpondedores latentes del Sistema Morelos de Satélites— para fomentar este importante aspecto de la percepción de la realidad. Desde luego existen algunos hechos que demuestran la presencia de personas conscientes de la capacidad de la televisión para educar; sin embargo, es necesario hacer de esta actividad una política fomentada por todos los sectores sociales.

Refiriéndonos de nuevo a los aspectos aeroespaciales, brilla por su ausencia la expresión, ya no de una política nacional sobre la investigación espacial, sino siquiera la de una expresión ponderada de los beneficios que este tipo de actividades tendrían para el país. México, repetimos, no es ajeno a las actividades espaciales. Una parte importante de la actividad económica del país está basada en los diversos equipos en órbita. A lo largo del libro se ha hablado de la utilización de los satélites de comunicaciones que vinculan por primera vez a todo el país, de los satélites meteorológicos que, en combinación con el sistema climatológico mundial (que incluye de 15 000 a 20 000 estaciones terrestres), nos permite aprovechar esta información en actividades tan importantes como la agricultura, la pesca y, hasta donde cabe, en prevención de desastres. Asimismo, los satélites de percepción remota, y las imágenes que éstos proporcionan, están siendo utilizados a un mínimo de la capacidad que nos corresponde; en la gran mayoría de los casos, los costos asociados con las imágenes y aun la fabricación de satélites de este tipo, quedan plenamente justificados por los efectos económicos favorables que esta información tiene (que superan de decenas a cientos de veces los costos del estudio).

Por último, cabe recordar otro de los aspectos centrales de este libro, que se refiere a la conducción de experimentos en microgravedad. Este es un campo que apenas comienza a dar frutos, y éstos son todavía de naturaleza especializada, por lo que es más difícil evaluarlos en comparación con las tres actividades mencionadas arriba. No obstante, estamos a muy buen tiempo para entrar en este nuevo campo, cosa que ya hemos hecho y continuaremos, pero enfrentando un futuro algo incierto la próxima década.

EL INVESTIGADOR ESPACIAL EN MÉXICO

La mayoría de los investigadores en nuestro país trabaja en un tema en el que no se cuestiona la necesidad de la propia disciplina, ésta es aceptada como útil. En el caso de los investigadores espaciales, sólo una parte se acepta como justificada: la que se refiere a sus aspectos geofísicos, planetarios y astronómicos, que además ya han alcanzado tradición seria y robusta.

Para dedicarse a los aspectos más aplicados de la ciencia y la tecnología espacial, como los satélites de investigación, los experimentos en microgravedad y la fabricación de materiales en el espacio, el marco de referencia y de evaluación cambia sustancialmente. Se carece de una tradición, que en nuestro medio puede tomar muchos años forjar.

Así pues, el establecimiento y homologación de esta actividad al nivel de otros temas asociados, como la geofísica y la astronomía, dependerá de su desempeño inicial y de la seriedad de sus esfuerzos en los próximos años. Evidentemente, también dependerá del apoyo financiero que reciba esta área, pero este aspecto no es el más importante, ya que, en general, es posible definir proyectos que encuentren suficiente financiamiento, cuando éstos justifican su existencia por su relevancia y potencial, aunque se consuma mucho tiempo en lograrlo.

Un punto que adquiere particular importancia en tiempos de crisis económica, es la imagen que de los investigadores espaciales tienen los comités de evaluación de los investigadores, ya que de la percepción que tengan de la relevancia y seriedad del trabajo espacial, resultan las remuneraciones adicionales, y los apoyos que para intentar sostener el salario se han instituido dentro y fuera de las dependencias de investigación en México. Si, como buena parte de la población, perciben el tema espacial como un lujo, propagandístico y ajeno a las necesidades nacionales, su evaluación resultará consecuentemente limitada. Esta situación afecta, por factores meramente económicos, el interés de nuevos investigadores para dedicarse a éste y otros nuevos campos. Aquí también afecta la carencia de una política espacial nacional, enrareciendo aún más la atmósfera donde se intentan actividades de vanguardia como éstas.

Por lo pronto y en el futuro cercano, los que ahora dedicamos esfuerzos para introducir la investigación y desarrollo de la ingeniería aeroespacial, nos encontramos ante autoridades y comités que desconocen la importancia de adentrarnos en el campo aeroespacial y pagamos, como también se paga en los casos de otros campos relativamente nuevos, con remuneraciones inferiores a la que tienen acceso aquellos que laboran en campos con mayor tradición y mejor comprendidos, más "científicos", digamos, menos "tecnológicos".

Aparte de no existir en el país personas capacitadas para evaluar con conocimiento de causa a los investigadores y proyectos aeroespaciales, tampoco existe todavía un gremio o escuela con presencia académica suficiente, por lo que los contactos con investigadores del tema se reducen a esporádicas pláticas con académicos de otros países, quienes, habría que anotar, no siempre sitúan sus consejos y sugerencias en el contexto de la realidad de un país en desarrollo. Este proceso de adaptación reduce aún más, para los investigadores de países en desarrollo, el principal recurso contra el que se mide el avance de un tema: el tiempo.

LA ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO ESPACIAL

Se ha señalado en diversas secciones del libro la necesidad de enmarcar el trabajo de investigación espacial dentro de un programa nacional; sin embargo, al no existir todavía siquiera una política espacial, los investigadores interesados en nuestros temas nos hemos visto obligados a organizarnos bajo los auspicios de alguna institución sólida. Como es natural, en un país que vive una centralización de las funciones de investigación, se tomó como sede la Universidad Nacional (UNAM) pero sin excluir interesados de otras instituciones, como el Politécnico (IPN), el Instituto de Investigaciones Eléctricas, etcétera. En junio de 1985 se formalizó con la rectoría de la UNAM el Grupo Interdisciplinario de Actividades Espaciales (GIAE), que venía funcionando esporádicamente desde más de un año antes. El GIAE quedó adscrito a la Coordinación de la Investigación Científica de la Universidad, y sin contar con instalaciones ni personal propio, funciona con investigadores prestados de varios institutos de investigación y facultades, dentro y fuera de la UNAM.

Entre los objetivos más importantes del GIAE, está el de fomentar la autodeterminación y crear una autosuficiencia creciente en la materia. Como es lógico, sus vínculos no sólo rebasan a la Universidad, sino que incluso se ha realizado una labor fuera del país. Así, el GIAE ha concertado convenios de colaboración con países como Brasil y la India para desarrollar proyectos conjuntos, y hemos continuado los esfuerzos para incluir a Argentina, la URSS y la Agencia Espacial Europea (ESA), además de que planeamos proseguir el trabajo iniciado en 1985 con la NASA de Estados Unidos. La diversidad de nuestras relaciones responde a la necesidad de mantener la autodeterminación que consideramos indispensable en un trabajo de carácter estratégico, aparte de que ello aumenta nuestros márgenes de operación y reduce la vulnerabilidad de nuestros proyectos: a pesar de la corta vida el GIAE, ya vivió una primera experiencia al quedarse en tierra, cuando menos tres años, su equipo listo para vuelo con la suspensión de vuelos del transbordador estadunidense. Se estima que los equipos de investigación futuros, a la luz de los convenios ya concertados o en trámite, contarán con varias alternativas para subir instrumentos al espacio y en muchos casos para recuperarlos de la órbita.

CONTEXTO SOCIOECONÓMICO DE LA INVESTIGACIÓN ESPACIAL EN LATINOAMÉRICA

Ningún programa de investigación y desarrollo puede darse al margen de la situación social y económica de un país; más aún cuando los países están inmersos en una crisis económica para la cual no parece haber programas de recuperación claros y contundentes. En América Latina, cualquier actividad nueva o que implique gastos considerables debe ser analizada en cuanto a su potencial en el contexto de la deuda externa, y en el de los programas políticos, que si bien varían de país a país, comparten en el caso de Latinoamérica el mismo interés: sacar a sus países del subdesarrollo y encaminarlos en la vía del crecimiento económico estable.

Para finales de 1987, la deuda de Latinoamérica alcanzaba cerca de 500 000 millones de dólares (casi 8 programas espaciales de Estados Unidos), de los cuales 114 000 millones correspondían a Brasil, 105 000 millones a México, y casi 50 000 millones a la Argentina. Según estimaciones de diversas fuentes, para el año 2000 el total de la deuda de Latinoamérica alcanzará de 650 a 700 000 millones de dólares, lo que hoy día representa la deuda total de los países en desarrollo. Como todos sabemos, los pagos de la deuda se vuelven cada vez más difíciles de saldar, al punto de que buena parte de los economistas, independientemente de su orientación ideológica, se acercan progresivamente a la conclusión de que la deuda es impagable. Para ilustrar este punto, podemos mencionar que de 30 a 40% del Producto Interno Bruto (PIB) de México se dedica al mero pago de los servicios que esta deuda devenga, por lo que con el porcentaje restante se vuelve cada vez más difícil invertir en programas que posibiliten el crecimiento económico del país. Esta situación ha generado condiciones de inflación que corroen rápidamente las economías de los países en desarrollo.

Si bien en 1973 los intereses ascendían de 3 a 4% anual, para 1983 esta cifra había subido de 22 a 23% anual; esta situación se debe directamente a la desvalorización del dólar, que a su vez responde al intento por aumentar la competitividad de sus exportaciones, a su inflación y al aumento de cerca de 50% de los gastos militares que se acentuó desde que Reagan llegara al poder. El drástico salto de intereses anuales obliga a que los países de Latinoamérica inviertan crecientes cantidades del producto de sus exportaciones para pagos relacionados con la deuda externa, sacrificando su propio crecimiento y pauperizando de manera creciente a sus sociedades. No es necesario ser economista para comprender que esta tendencia es insostenible. Tampoco se requiere ser un político muy hábil para comprender que la población, en continua pérdida de su poder adquisitivo, pondrá, tarde o temprano, un alto a esta inaceptable situación.

Entre las soluciones que se manejan como posibles para dicha situación podemos destacar dos: primero, elevar la eficiencia de la economía y ampliar la capacidad de exportación; y el segundo se basa en una recomendación esgrimida por el Fondo Monetario Internacional, que sugiere abatir drásticamente el consumo y elevar los impuestos y precios, con lo cual se viviría en un ambiente permanente de inflación incontrolada a hiperinflación. Por otro lado, la primera solución requiere de una inyección de recursos a las industrias nacionales, lo cual implica poder dedicar parte de las ganancias de su exportación a la modernización, pero como decíamos, una vez que se cubren los intereses, queda demasiado poco para realizar tan magna tarea.

Como ejemplo de una medida económica concreta, podemos mencionar los casos de Brasil, que suspendió temporalmente el pago de servicios de la deuda. Una medida más radical y lógica fue tomada por el gobierno del Perú, que limitó sus pagos de intereses a 10% de los ingresos procedentes de la exportación, con lo que en 1986 el PIB creció a 8.5%, mientras que al año siguiente se mantuvo el crecimiento en 7%, muy por encima de cualquier otro país de Latinoamérica. Claro está, estos dos países, al proceder sin el apoyo concertado de los demás deudores, sufrieron solos las contramedidas de los acreedores hasta doblegarlos. Esta medida sólo funciona cuando se actúa en concierto; entonces sí, la deuda se vuelve no sólo impagable, sino también incobrable.

Adicionalmente al drástico salto de intereses, se ha dado un fenómeno relativamente nuevo en la economía mundial, caracterizado por la exportación de capital privado, de los países endeudados a los bancos de los países industrializados. Como ejemplo cabe mencionar el caso de México, que desde 1976 hasta la fecha transfirió a las cuentas privadas de los bancos de los países industrializados, principalmente Estados Unidos, 53 000 millones de dólares, es decir que con esa cantidad de capital que se fuga de la economía nacional se hubiera podido pagar la mitad de la deuda nacional. Como si esto fuera poco, en nuestros países se dan de manera más acentuada que en los industrializados, niveles de corrupción que encarecen aún más el capital utilizable para el desarrollo, y claro está, el dinero proveniente de la corrupción fluye directamente hacia bancos que, como los suizos y estadunidenses, reciben capitales sin importar la legalidad de su procedencia; por algo en las recientes manifestaciones en Europa en contra del Fondo Monetario Internacional, se mostraban mantas diciendo no más blood money, dinero sangriento. Para asociar cifras al aspecto de la corrupción, podemos mencionar que, sólo en Argentina, los fraudes incurridos por banqueros, y directamente por las empresas (hoy día enjuiciados) costaron a la Argentina el 10% de su deuda externa.

Tanto en México como en Brasil, las soluciones se refieren a una combinación de las enunciadas al principio de esta sección. Por un lado, se dan programas de "modernización" y de incremento de las exportaciones, y simultáneamente, se trata de complacer los dictados del Fondo Monetario Internacional, recortando el gasto público y permitiendo el aumento incontrolado de los precios, a lo que algunos todavía llaman "poner en libertad las leyes de la oferta y la demanda". Sin embargo, las cifras dejan muy claro que ninguna de estas dos soluciones por sí solas, o combinadas, podrá permitir a los países salir de tan grande encrucijada; por lo que economistas de todo el espectro político están llegando a la conclusión de que se requiere, antes de cualquier otra medida, un arreglo político entre deudores y acreedores: es decir, regresan a las tesis básicas del "nuevo orden económico internacional". Sobre el arreglo político las opiniones son también divergentes; abarcan desde la mencionada proposición de que la deuda externa de los países en desarrollo es no sólo impagable, sino también incobrable, hasta las sugerencias de que la solución radica en abrir nuestras fronteras a la libre competencia de las transnacionales. Solución que encierra, por un lado, la pérdida de la industria nacional debido a su incapacidad de modernizarse en plena crisis y, por otro, la consiguiente pérdida del control gubernamental de la economía. Por supuesto que ésta es la solución que proponen los acreedores. Otro ejemplo, en cuanto a los arreglos políticos para la salida de la crisis, es el novedoso plan de vender la deuda a cambio de bonos, respaldados principalmente por el gobierno estadunidense, que supuestamente aligerarían la carga impuesta por los pagos, pero que además implica compromisos que deben estudiarse detalladamente para evitar que afecten la soberanía económica de un país.

Otras sugerencias sobre posibles arreglos políticos flotan en el ambiente; no obstante, si bien políticamente atractivas para los países deudores, para los acreedores implican un cambio de política nacional, que hasta estos momentos perciben como condición inaceptable. Nos referimos aquí a la utilización de los gastos militares ahorrados, como resultado de los acuerdos de desarme. Sobre esto tenemos ya ejemplos palpables, con la firma del tratado sobre la destrucción de los cohetes nucleares de alcance intermedio y táctico y las armas químicas. Si bien el ahorro que resulta del primero implica solamente el 4% del total de armas nucleares, estamos viviendo la elaboración de un tratado mucho más amplio que pretende reducir los armamentos nucleares basados en cohetes balísticos intercontinentales al 50% de las cifras actuales. A este respecto, diversos grupos de la comunidad internacional sugieren que los montos ahorrados con el desmantelamiento de este armamento pueden concentrarse en un fondo común a cargo de la ONU, y que pudiera utilizarse, precisamente, para el financiamiento de la modernización de las economías de los países en vías de desarrollo. Quizá para algunos esta solución carezca de realismo; sin embargo, por primera vez en la historia testimoniamos la destrucción de todo un tipo de armamentos, y hoy en día se discute la reducción de armas que generarían un ahorro mucho mayor que el manejado actualmente. Esta última reducción desataría recursos que van de 7 000 a 10 000 millones de dólares al año, y contiene otras propiedades menos evidentes, que también requieren considerar esta opción seriamente. Nos referimos al hecho ya mencionado de que más de la mitad de los físicos e ingenieros de los países industrializados trabajan en el desarrollo de la técnica militar, lo que hace evidente que con esas sumas de dinero, acompañadas de tales recursos humanos, ¡que oscilan entre 2 y 3 millones de especialistas!, pudiera darse un impulso histórico al desarrollo de una sociedad más justa. Cabe señalar aquí, por su repercusión favorable al tema de investigación espacial, que la firma de un tratado de reducción de 50% de los armamentos estratégicos significa la liberación de cuantiosos cohetes impulsores de alta fiabilidad, que hoy descansan inútilmente en los silos con cargas mortíferas listas para el despegue, pero que pudieran modificarse para lanzar a órbita equipos de importancia económica y científica en beneficio de toda la humanidad. Para los escépticos y cínicos que piensan que esta solución es ilusoria y hasta alucinante, es necesario recordar que, acompañando a los acuerdos de destrucción de los armamentos mencionados, se dan una serie de requerimientos en cuanto a la verificación del cumplimiento por ambas partes —este aspecto es quizá el factor más importante que tiene el acuerdo en sí. Si el avance de la ciencia y la técnica han hecho posible que los ingenieros de la industria militar desarrollen tan portentoso armamento, a su vez los acuerdos han considerado los medios técnicos necesarios, descritos más adelante, para comprobar el cumplimiento mutuo y preciso. En el contexto de consideraciones sociopolíticas, debemos dar su lugar a tan importante hecho sin precedentes: el tratado de eliminación de misiles de mediano alcance incluye, por primera vez, la verificación por cada uno de los firmantes de los sitios de emplazamiento, producción y almacenamiento de este tipo de armamento. La combinación de los medios técnicos y visitas súbitas a los sitios mencionados es considerada por los expertos de ambas superpotencias como suficiente para saber, más allá de la duda, si se respeta el cumplimiento de los acuerdos. Con este paso se rompe una tradición impuesta por los belicistas, que impedía la verificación directa, dejando siempre lugar a dudas y a desconfianza mutua. Por ello, ¡éste es un acontecimiento histórico! Si a este tratado se añaden los que hoy ocupan las mesas de negociación en Ginebra, como las discusiones sobre armas bioquímicas, espaciales y, pronto, el armamento convencional que devora enormes sumas de capital, aun los escépticos, aunque no es necesario incluirlos a todos, aceptarán que se está abriendo una nueva vía en cuanto a las relaciones internacionales. Entre los argumentos más socorridos por los militaristas que se oponen al proceso de desarme, destaca el alegato de que una vez puesto en marcha un programa mundial para destruir los armamentos, las economías perderían una parte importante de su quehacer industrial, afectando drásticamente el bienestar de sus pobladores. Al respecto nos referiremos a un trabajo desarrollado hace unos años por el profesor S. Melman de la Universidad de Columbia de los EUA, que estudia las barreras que supuestamente impiden la conversión de la industria y economía militar en civil. Entre sus conclusiones principales podemos leer: "Donde hay una industria militar enraizada, la acompaña una ideología que la considera fenómeno positivo e imprescindible para la seguridad, para consolidar los sectores civiles, crear empleos, y para desarrollar tecnologías avanzadas". Pero añade que, en realidad, "...la aplicación de la economía militar se lleva una parte considerable de la riqueza nacional. Es más, reduce las posibilidades de crecimiento de la productividad del trabajo, sobre todo en la industria", ya que la industria militar es menos eficiente que la civil. En principio, las necesidades de defensa justifican los gastos militares, pero en el caso de las potencias nucleares, la defensa no existe. Y señala que el desarme no sólo debe incluir las armas nucleares, ya que son grandísimos los presupuestos dedicados a las fuerzas y medios técnicos no nucleares.

Para dar pie a un proceso de desarme realista, Melman hace una serie de sugerencias interesantes que coinciden con algunas elaboradas por sus contrapartes soviéticos. En particular, se refiere a constituir comisiones encargadas de planificar el uso alterno de las fábricas y laboratorios militares; para cumplir esa tarea sugiere además una serie de medidas de apoyo: a) el reciclaje de técnicos entre la industria militar y la civil, ya que los primeros no reparan en los gastos de producción, mientras que en la civil tendrán que atender lo relativo al costo y al ahorro; b) reciclaje del cuerpo administrativo para que practique el ejercicio de vender sus productos sin tener asegurada la venta previamente, como ocurre con los equipos militares, ya que el comercio requiere de satisfacer demandas reales; por último, c) sugiere una migración de administradores e ingenieros hacia la industria civil, pues las cantidades de las industrias militares son excesivas y hace falta que se preparen en puestos en que puedan trabajar en proyectos civiles con una eficacia mucho mayor. Al respecto conviene señalar, en primer lugar, el destacado caso de Japón, que desde la posguerra ha demostrado que los ingenieros de las ramas civiles desarrollan y aplican tecnologías nuevas con mayor eficacia que sus colegas en los sectores militares, ya que por cada 30 000 millones de dólares invertidos en la industria militar, se refleja una baja de más de 12 000 millones de dólares en productos y servicios para la población en general. Adicionalmente, en diversos estudios como el citado se sugiere la utilización tanto de las industrias y de los mismos efectivos militares en tareas que beneficien directamente a sus países; por ejemplo, para enfrentar calamidades, catástrofes naturales y ecológicas, como se viene haciendo en México desde hace varias décadas. Se sugiere, también, que se utilicen los medios de registro sísmico para aumentar la vigilancia sísmica, como en el caso de erupciones volcánicas, donde se han podido tomar medidas preventivas, reduciendo considerablemente sus repercusiones en la ciudadanía. En esa misma línea, se citan actividades como el combate de grandes incendios, o la asistencia durante inundaciones; casos en los que se requiere del manejo de grandes cantidades de personas y equipos, en forma coordinada, muy parecida a las operaciones militares. Asimismo se pueden dedicar las organizaciones militares a la regulación de crecidas de ríos, en la prevención y control de contaminaciones accidentales (como en el caso del accidente de Chernobil, y más recientemente, con la contaminación accidental del Rin en Europa, cuando se volcaron al río inmensas cantidades de desechos químicos peligrosos).

También es evidente que buena parte de los ingenieros y físicos asociados a la industria militar pudieran ocuparse en elevar la fiabilidad de las instalaciones potencialmente peligrosas, como las plantas nucleares; los militares pueden ocuparse también en la lucha antinarcóticos, y utilizar su propio equipo, capaz de transitar en cualquier condición de terreno y contaminación, para la asistencia en los desastres industriales y naturales, y para la reconstrucción de viviendas e instalaciones sociales después de terremotos y del paso de trombas y ciclones.

En fin, las dificultades para dar cauce a un programa de esta magnitud son inevitables, y quienes están mejor equipados para sugerir la conversión de una industria militar a una actividad civil son precisamente las comisiones formadas dentro de cada industria para planificar el uso alternativo de sus instalaciones. A pesar de las dificultades, no es tan arduo vencerlas, sobre todo en comparación con los peligros que entraña la militarización de la economía y de la sociedad, que en el mejor de los casos incrementa sin cesar los riesgos de la guerra.

A este respecto podemos citar otro acuerdo importante firmado entre las potencias sobre la puesta en marcha de los llamados Centros de Reducción del Peligro Nuclear. Estos centros, que se han comenzado ya a instalar, iniciarán sus labores con la modesta función de notificar a sus contrapartes sobre el lanzamiento de misiles balísticos de ensayo, con tres a cinco días de anticipación; en particular cuando las acciones impliquen un riesgo para la navegación en altamar o para el vuelo en corredores comerciales. El acuerdo no descarta que se utilicen tales centros para avisar con urgencia sobre incidentes casuales relacionados con armas nucleares, por avería de una carga nuclear o de su portador. Más adelante, estos centros suponen la ampliación de sus actividades, según los acuerdos que vayan surgiendo entre las potencias. Los centros utilizan instalaciones con la tecnología más avanzada, basada en satélites y comunicaciones ópticas, y además desarrollan procedimientos idénticos para el uso, mantenimiento y formación del personal; además de que sostienen reuniones periódicas con los representantes de cada centro para discutir el perfeccionamiento de sus procedimientos y equipos.

Por considerarlo interesante y oportuno, recordaremos brevemente algunos de los sistemas que forman la espina dorsal de los llamados "medios técnicos nacionales" de verificación mutua, porque aun cuando este trabajo no es un estudio sobre desarme, la gran mayoría de estas técnicas se basan precisamente en el equipo aeroespacial, con el que el lector se ha familiarizado ya. En primer término, tenemos las plataformas de teleobservación de aplicación militar. Ya hemos descrito algunas de las características de los satélites de percepción remota, y también hemos hecho referencia a libros dedicados a este tema; sin embargo, los satélites militares se distinguen de los civiles en cuanto a sus alcances e infraestructuras de apoyo:
1) Al hablar sobre los sensores remotos, nos referimos tanto a las cámaras ópticas equipadas con películas de alta resolución, como a las nuevas cámaras optoelectrónicas elaboradas con base en sensores semiconductores (cámaras de CCD); hoy en día estas cámaras pueden captar imágenes de zonas selectas del planeta y detectar, desde 800 km de distancia, objetos del tamaño de un libro; además, ya que los equipos vuelan repetidamente sobre todas las zonas de interés militar, por medio de computadoras pueden realizar comparaciones diarias que detectan cualquier cambio ocurrido en una instalación militar.
2) Con otro tipo de sensores, aquellos que funcionan en la banda térmica o infrarroja del espectro, se puede detectar incluso equipo mimetizado (con camuflaje) dentro del más espeso bosque, pues siempre las creaciones del hombre tienen una temperatura diferente, aunque sea ligeramente, del medio que las rodea.
5) En cuanto al desarrollo del armamento nuclear, que requiere de incesantes pruebas para establecer su fiabilidad y estado de funcionamiento, la ingeniería sísmica ha desarrollado medios similares a los sismógrafos convencionales, que son capaces de detectar y registrar hasta la más pequeña explosión nuclear.
6) Por último, existen medios para comprobar el tipo de carga, en particular del armamento nuclear, que transporta un barco y hasta un submarino. Para esto se utilizan helicópteros y aviones equipados con aceleradores portátiles de partículas nucleares, que generan un haz concentrado de neutrones de alta energía que irradia el blanco bajo estudio; los neutrones provocan reacciones de fisión dentro de las ojivas nucleares de los misiles, lo que en consecuencia genera nuevos neutrones y rayos gamma que pueden ser detectados por el equipo de observación. Con estos medios se pueden detectar no sólo la presencia, sino también la capacidad de estas ojivas nucleares. Cabe aclarar que también es posible realizar, aun con mayor facilidad, este tipo de detecciones en cuanto a armamento en el espacio, pero con la ventaja de que por estar al vacío se logran resultados a distancias mucho mayores. Sólo para propósitos de detección remota, los Estados Unidos gastan cerca de 15 000 millones de dólares al año en equipo de verificación de alta tecnología; y como decíamos, los expertos de Estados Unidos y de la URSS están de acuerdo en que la combinación de los Medios Técnicos Nacionales y las visitas súbitas a las instalaciones de la contraparte, son suficientes hoy en día para verificar el cumplimiento de los tratados.

Estoy convencido de que los acuerdos firmados recientemente incluyen, por medio de la verificación in situ de las instalaciones de su contraparte, una situación cualitativamente nueva, que da lugar a los primeros procesos serios sobre desarme, y que a la vez hace posible que los habitantes de la Tierra finquen en un hecho concreto su primera esperanza sobre el control de armamentos. Resta desde luego incluir dentro de las negociaciones sobre desarme el compromiso de desviar los gastos que se asignaban al desarrollo y mantenimiento de la estructura militar hacia la preparación de programas que, de manera eficaz, hagan posible la modernización de las industrias de los países en desarrollo, para lo que habrán de diseñarse nuevas estructuras de intercambio comercial, que a su vez permitirán hacer de este proceso inicial una política permanente que supere los intereses particulares y exclusivos de cada nación en aras del beneficio de la humanidad. Tenemos que detener la autoestrangulación económica por gastos militares.

Desde el momento mismo en que se creó el primer explosivo atómico, el hecho imponía una responsabilidad, que si bien ha tardado casi 40 años en percibirse diariamente, debido a su contundencia lógica se está convirtiendo en una idea aceptada por una cada vez mayor proporción de los políticos, científicos, ingenieros y aun militares. La responsabilidad a la que nos referimos se manifiesta si percibimos a nuestro planeta como una nave cósmica en donde las acciones de unos afectan directamente los derechos de los demás. Por cuestiones de enfrentamiento ideológico, es posible que se requiere esperar una o más décadas para que comience a materializarse una institución de autoridad respetada por todos los países. Es indispensable que el mundo abandone la concepción de que es necesario el enfrentamiento armado para la solución de los problemas entre los países, y que alcance un concepto muy superior que establezca la negociación, el arreglo y la puesta en práctica de compromisos para la solución de los problemas, antes resueltos con la intervención bélica.

Quizá como base para implantar esta política mundial se requiera en un principio de directrices de carácter general, como aquellas de considerar a la guerra, comenzando por la guerra nuclear, como un medio inaceptable para extender la influencia política y económica de un país. Por eso en la actualidad el reto más importante que enfrentamos todos y cada uno de los pobladores de la Tierra es impulsar el desarme, pero en particular la tarea corresponde a los científicos e ingenieros que pueden conducir, sin ninguna duda, que es imposible que en una guerra nuclear alguien resulte vencedor.

Los cálculos que han hecho los especialistas en relación con las repercusiones de una guerra nuclear, aun limitada, arrojan datos de un escenario totalmente desconsolador: el "invierno nuclear". Este estado climático alcanzaría, según los científicos, temperaturas de -15ºC en el ecuador, y por lo tanto, temperaturas aún más bajas en las partes frías del planeta. El invierno nuclear sería resultado directo de la inyección de inmensas cantidades de polvos y partículas provenientes de la combustión de ciudades, bosques, industrias y territorios enteros: cosa de la que son capaces de sobra las ojivas nucleares de la actualidad. Las partículas en suspensión atmosférica interferirían con la insolación de la superficie terrestre, impidiendo el calentamiento diario que mantiene las temperaturas de la superficie tal y como las conocemos.

Cuando una sociedad, y específicamente, cuando la sociedad entera del planeta perciba la gravedad de las repercusiones de una guerra nuclear (que desde luego implica el fin de la vida por muchos miles de años sobre el planeta), despertará una conciencia que nada tiene que ver con las naciones, sino con el futuro mismo de la humanidad y de la gran mayoría de los seres vivos. A pesar de las grandes contradicciones ideológicas, económicas y políticas de los bloques este-oeste, el instinto de sobrevivencia, arraigado profundamente en la estructura del pensamiento humano, debe dominar sobre cualquier otro instinto y generar una conciencia clara de las situaciones sin precedente que enfrentamos.

Hay quienes a pesar de la contundencia de los datos sobre el invierno nuclear sueñan con la posibilidad de conducir una guerra nuclear limitada; sin embargo, en la historia del armamento militar no se conoce ningún caso de autocontrol en donde alguna de las partes del conflicto haya decidido no utilizar el armamento más poderoso a su alcance. Múltiples discusiones entre militares de la posguerra llegaban al acuerdo de que no eran necesarios los ataques atómicos sobre las ciudades japonesas, puesto que el curso de la guerra llevaba una dirección indudable hacia la derrota de la última potencia del Eje, Japón. Sin embargo, la historia demostró que en manos de militares y políticos irresponsables, como los que hoy día se observan por decenas, la mentalidad destructora se impuso ante la lógica más elemental. El futuro no tiene por qué ser diferente.

Entre los múltiples sectores de la sociedad actual, los científicos e ingenieros tienen una responsabilidad adicional por el conocimiento que poseen de las repercusiones de una guerra como ésta, por lo que a la vez sobre ellos recae la responsabilidad de utilizar sus conocimientos para informar al género humano sobre las responsabilidades que enfrentamos. No es suficiente que la ciencia busque el conocimiento y la verdad, sino que es necesario que aceptemos como parte de nuestras tareas diarias el difundir todo tipo de información y no sólo de las ciencias naturales, sino también de las sociales. Adicionalmente, debemos procurar que esta información alcance a todo habitante del planeta para generar con ello una conciencia general sobre los imperativos ecológicos, es decir, sobre el conocimiento y manejo responsable de nuestro medio, así como sobre los aspectos de moralidad y política que la información científica puede brindar. En pocas palabras, decimos que la responsabilidad de los científicos e ingenieros que desarrollan todo tipo de armamentos debe convertirse progresivamente en una conciencia generalizada que tenga como propósito fundamental acabar con el armamentismo.

Sin embargo, este cambio radical de política internacional demanda un esfuerzo tal, que es fácil dudar de que pudiera alcanzarse. Pero, por otro lado, existe un antecedente histórico que demuestra que la humanidad, aun de manera aislada, ha tomado medidas radicales en aras de la sobrevivencia. Nos referimos en particular a cuando, hace miles de años, por alguna razón muchos de los grandes mamíferos de la época, como los mamuts, perecieron en un periodo relativamente corto de tiempo. En aquel entonces, sólo un sector de la humanidad respondió adecuadamente al reto, cambiando sus medios de subsistencia, y de la caza pasó a la agricultura y la ganadería. Aunque el hombre sobrevivió a esa importante crisis, la humanidad perdió, según estiman especialistas, cerca del 90% de su población, aquellos que no supieron adaptarse.

El futuro, pues, nos presenta una puerta en cuyo rótulo se lee ADAPTACIÓN. Primero, para sobrevivir, usando la organización social, la ciencia y la tecnología para resolver racionalmente los problemas que enfrentamos: la destrucción ecológica, el cambio climático generalizado, la pérdida de zonas agrícolas, bosques y selvas. Segundo, para una utilización más justa de los recursos mundiales: los mares, sus recursos alimenticios, minerales —sobre todo en aguas internacionales—, la exclusiva órbita geoestacionaria, las grandes superficies boscosas —el Amazonas—, la atmósfera, sus propiedades vitales, y los depósitos minerales escondidos en la geología. Todo esto y más es patrimonio de la humanidad, y como tal debemos administrarlo. Y como ejemplos prácticos del intento por la aplicación de este raciocinio, quizá para algunos utópico, están la Antártida, los corredores aéreos, los sitios declarados patrimonio de la humanidad, como: Teotihuacán, Monte Albán, la gran Muralla China y las reservas animales del África. Tercero, la adaptación nos debe impulsar en el camino de la negociación y el acuerdo, para disminuir a los valores más bajos posibles la pérdida de recursos en actividades morbosas, como el armamentismo como política alterna, el crimen y la represión de las ideas justas y humanitarias. Por lo pronto, cada país tiene el futuro en sus manos; las herramientas que use y desarrolle, y los conceptos que orienten sus objetivos, decidirán si sobrevive. Parece que una vez más nos enfrentamos a una amenaza mundial. Los cambios que hemos provocado en nuestro ambiente requieren de acciones contundentes y atinadas. Como ejemplo basta un botón: la notable caída en la proporción de ozono en la Antártida, demostrada ya claramente, puede inducir cambios en cuanto a la radiación que llega a la superficie, y cuyos efectos serían nefastos para la vida en la Tierra. Pienso que son las herramientas tecnocientíficas actuales, y muchas otras que se desarrollarán sin parar, las que, como en el caso del cazador que abandona la lanza para tomar el azadón, o que utiliza el metal o mineral que usaba en la caza, para confeccionar el implemento agrícola, lo harán sobrevivir al cambio ambiental: una reorientación de recursos, que difícilmente pueden salir de otro concepto que no sea el desmesurado y costoso armamento.

¿Acaso no podemos, con tanta civilización y cultura, cambiar las herramientas bélicas —las que hoy se siguen usando para continuar la política por otros medios— por las herramientas que detengan el deterioro de nuestro único hogar? Creo firmemente que sí, pero primero hay que acostumbrarse al concepto de adaptación, y luego, pronto en términos históricos, pasar a la acción. Invertir lo ahorrado en armamento en acciones para el desarrollo integral, solución al hambre y la salud, a la educación y a la vivienda. ¿De qué nos sirve tanta tecnología si no damos salida al desarrollo general? Finalmente, al buscar soluciones y seleccionar las herramientas idóneas, nos percatamos de una situación real: la naturaleza de todos los cambios inducidos en el ambiente es de carácter global, a todos nos afectan, de modo que la solución tiene que ser, por definición, global. Entre las herramientas más poderosas y globales, una de las más generales es aquella que surge como resultado de la investigación espacial. Con ella, entre muchas otras cosas descritas a lo largo de este trabajo, podemos: comunicarnos al instante con todo el planeta, supervisar los cambios climáticos y los de la delicada química atmosférica, y poco a poco aprender a disminuir los estragos que generamos.

En esto estriba, paciente lector, la necesidad de conocer y saber utilizar la ciencia y la técnica espacial. Son, como la microelectrónica, la biotecnología y los nuevos materiales, herramientas de nuestro tiempo, y no un lujo.