II. LOS HOMBRES QUE CAMBIARON AL MUNDO

TODAS las teorías revolucionarias de la ciencia están basadas en observaciones minuciosas de porciones del Universo. En algunos casos son los astros; en otros, los seres vivos, las rocas, los minerales, etc. En un principio las observaciones fueron hechas directamente en la naturaleza que nos rodea, después, el hombre construyó telescopios para estudiar los planetas y microscopios para acercarse a las partículas menores. Actualmente, muchísimas de las observaciones son indirectas.

Instrumentos complejos obtienen información y la transmiten al científico, sobre el cosmos, el fondo oceánico, el interior de la Tierra o las partículas elementales.

Es el conjunto creciente de observaciones que el hombre ha hecho sobre la naturaleza lo que define el conocimiento que se tiene de la misma. En lo que se refiere tan solo a la superficie de la Tierra, en la actualidad las contribuciones originales sobre el tema suman cada año algunos miles. Cada publicación tiene un círculo determinado de lectores que varía en número, de menos de una decena de especialistas cercanos al autor, a la de todos, en la escala mundial, al grado que su lectura se convierte en obligada, incluso para los especialistas de otras áreas. Este último caso es poco frecuente. El avance normal se da a pasos cortos, pero en ocasiones se producen saltos muy grandes.

En las páginas siguientes se intenta resumir la evolución de las ideas sobre la Tierra a partir de esos saltos.

LA ANTIGÜEDAD

La ciencia moderna tiene sus orígenes en tiempos remotos, principalmente en la Grecia de los siglos VI a II a.C. Pero sólo a partir del Renacimiento, siglos XV al XVII, puede considerarse que el pensamiento científico vuelve a surgir para mantener un desarrollo continuo hasta nuestros días. Hubo, sin embargo, una época breve y brillante que marca el esplendor del mundo árabe, entre los siglos IX y XII.

Es sabido que muchísimo antes del florecimiento de la cultura griega, los chinos, los babilonios y los egipcios, entre otros pueblos, hicieron avances importantes en el conocimiento de la naturaleza. Los griegos, sin embargo, dejaron una mayor cantidad de aportaciones escritas. Las condiciones favorables se dieron en épocas de prosperidad, cuando creció el comercio con otros pueblos, paralelamente con la navegación. La historia registra como principales iniciadores del pensamiento científico a Tales de Mileto (640-547), Pitágoras (580-500), Anaximandro (611-547), Demócrito (460-370), Anaxágoras (500-428), Aristóteles (384-322), Eratóstenes (275-195) —éstos antes de nuestra era— y Estrabón (63 a.C.-20 d.C.), por citar los que más aportaron al nacimiento de las ciencias de la Tierra.

A los griegos siguieron los romanos, continuadores de su escuela, pero pocas contribuciones hicieron al campo de la ciencia. Sin embargo, la historia de la geología hace destacar a Lucrecio (98-55 a.C.), a Séneca (4-65) y a Plinio el Viejo (23-79).

A la caída del Imperio romano se fortaleció el cristianismo en Europa, siglos III y IV. El progreso del pensamiento científico quedó estancado. El dogma y la Biblia se constituyeron en la respuesta a toda inquietud por conocer los fenómenos de la naturaleza. La ciencia se quedó en Aristóteles y Claudio Tolomeo. Sólo en lo que hoy conocemos como el Renacimiento resurgió el pensamiento científico con nuevo ímpetu.

EL RENACIMIENTO

(SIGLOS XV-XVII)

Correspondió a Copérnico (1473-1543) destruir un principio erróneo sobre el Universo, el que consideraba a la Tierra fija e inmóvil en el centro, mientras que el Sol y los planetas giraban a su alrededor, concepto resultado de las ideas de Claudio Tolomeo (siglo II) El dominio del cristianismo en Europa abarcó la ideología, la ciencia y el sistema económico. La Biblia constituyó la expresión de la verdad eterna; el pensamiento mágico, junto con la ciencia aristotélica —aunque prohibida por un papa en el siglo XIII— quedaron como las únicas posibilidades dejadas al hombre de explicar los fenómenos naturales.

La concepción de un mundo inmóvil e inmutable tiene su origen en la incomprensión de las dimensiones del tiempo y el espacio. Como han señalado varios autores, la Tierra situada en el centro del Universo era resultado del orgullo del hombre, convencido de que él es el objeto principal y definitivo de la creación realizada por un ser supremo.

Las observaciones prolongadas de Copérnico sobre los astros lo llevaron a reafirmar la vieja idea de Aristarco sobre el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Años más tarde, Galileo (1564-1642) aportaría pruebas en favor de esta hipótesis. Es de imaginar el impacto que tuvo en aquella época. El principal de los dogmas fue cuestionado; entró en crisis la ideología oficial, lo mismo que el sistema de poder. El hombre dejaba de ser el centro del Universo.

Copérnico y Galileo fueron condenados por la Iglesia. Las obras de este último permanecieron en el índice de lo prohibido hasta el año de 1835. Giordano Bruno (1548-1600) apoyó con entusiasmo las ideas revolucionarias sobre el Universo, se atrevió a opinar sobre dimensiones inconmensurables de éste y consideró la posibilidad de vida en otros planetas. Terminó su vida en la santa hoguera. Años después, en 1634, Galileo fue obligado por la Inquisición a rechazar la nueva hipótesis heliocéntrica.

Es a partir de Copérnico y Galileo que se establecen las bases para el desarrollo de la ciencia. Sólo son válidas las verdades que se apoyan en la observación, son cuestionables todas aquellas heredadas y no demostrables; la naturaleza está por encima de los dogmas. El tiempo se encargaría de fundamentarlo. Si bien los estudios de ambos trataron sobre astronomía y física, sus contribuciones fueron fundamentales para el desarrollo de todas las ciencias naturales. Aun la geología, con todas las aportaciones de Leonardo da Vinci, debe mucho a las hipótesis cosmogónicas del Renacimiento. La gran mayoría de los autores que se han ocupado de la historia de la ciencia, como Bertrand Russell, John Bernal, Benjamin Farrington y muchos otros, coinciden al señalar la trascendencia de las obras mencionadas. Dos hombres cuyas ideas, o mejor dicho, los resultados de sus observaciones, cambiaron al mundo.



Giordiano Bruno en la Plaza Roma de la ciudad de México.




Nicolás Copérnico.


La observación, por sí misma, no conduce al desarrollo de una teoría. Es la interpretación que haga el estudioso de los datos con que cuenta lo que permite avanzar en el conocimiento de la naturaleza. La geología nació no sólo de las descripciones que hicieron muchos naturalistas, especialmente a partir de Leonardo da Vinci, sino de lo que interpretaron.

La obra de Copérnico Sobre las revoluciones de los cuerpos celestes se publicó en 1543, el año de su muerte. En 1609 Kepler (1571-1630) haría una corrección fundamental a Copérnico: los planetas no giran alrededor del Sol en órbitas circulares, sino elípticas, un paso muy grande en el conocimiento del Sistema Solar.

Una nueva etapa se inicia con Newton (1642-1727), quien en 1665 descubre el proceso de la gravitación universal y lo da a conocer años más tarde. El hombre se acercó a las leyes que rigen al cosmos.



Galileo Galilei.


Descartes es otra de las figuras principales de la ciencia del siglo XVII. Es el primero en establecer, en 1631, los principios del método de la investigación. Tuvo también el mérito de exponer por primera vez un esquema sobre la constitución interna de la Tierra, ingenuo en nuestros días, pero notablemente revolucionario en su momento.

EL SIGLO XVIII

El avance de la ciencia siguió en dirección contraria a los dogmas. Sin embargo, las prisiones y las hogueras fueron sustituidas por las presiones morales.

En 1755, Kant (1724-1804) propuso la primera teoría sobre el origen de la Tierra por una condensación de materia en el cosmos. En 1796, Laplace (1749-1827) dio a conocer una teoría más elaborada sobre el origen de la Tierra y el Sistema Solar. Mijail Lomonosov (1711-1765), el más grande de los científicos de la Rusia zarista, hizo aportes en muchas disciplinas, incluso la literatura; es el más importante de los geólogos de su época, con ideas evolucionistas y novedosas sobre la dinámica endógena y exógena del planeta.

Se considera a Georges Buffon (1707-1788) el más destacado de los naturalistas franceses del siglo XVIII. Es el primero que intenta calcular la edad de la Tierra en una época en que no se habían superado los 6 000 años establecidos con base en la Biblia.

AGUA Y FUEGO

El diluvio universal constituyó una verdad absoluta hasta la mitad del siglo XIX. Poco caso se hacía del concepto tan restringido de las dimensiones del mundo que sostiene la Biblia. Las leyendas de unos pueblos no son extrapolables a otros, sobre todo lejanos. Hacer nuestros los mitos de otras geografías equivale a explicar la fundación de cualquier gran ciudad del mundo de acuerdo con la mitología náhuatl: en el lago donde un águila devoraba una serpiente.

En el siglo XVIII una nueva teoría sobre el origen de las rocas de la superficie terrestre consideró que se habían formado en el fondo del océano. Su autor principal fue el germano A. G. Werner (1749-1817) y la teoría que denominó neptunismo, heredera del diluvianismo, fue muy aceptada. Por un lado contribuyó al desarrollo de la geología de las rocas sedimentarias originadas en el océano, y por otro, representó un retroceso al incluir en el mismo grupo a las rocas volcánicas e intrusivas. Pero fueron precisamente los discípulos de Werner, entre ellos Humboldt, quienes tuvieron la oportunidad de realizar numerosas observaciones en distintas regiones, y a principios del siglo XIX surgió la escuela contraria, la del plutonismo, que daba mayor importancia al "fuego interno de la Tierra" como proceso formador de las rocas y los accidentes de la superficie terrestre.

Eran conceptos más avanzados y mejor fundamentados, pero no dejaban de caer en los errores, apreciaciones incorrectas y exageraciones, propios de su época.

HUTTON: LA PRIMERA OBRA DE GEOLOGÍA

El escocés James Hutton (1726-1797) es considerado por muchos el padre de la geología. Expuso los principios básicos de esta ciencia en una conferencia pronunciada en 1785 y publicada en 1795 (Teoría de la Tierra). Es autor del principio del uniformismo: en todas las transformaciones de la naturaleza, lo único que permanece sin cambio son las leyes que las rigen. Un concepto avanzado y blasfemo en su época. Negó el catastrofismo: la Tierra evoluciona por movimientos lentos y permanentes que crean las montañas, destruidas a su vez por la erosión. Dice Richard Morris: "Hutton es el hombre que descubrió el tiempo geológico." Las capas de rocas observadas por el naturalista escocés eran testigos de que antiguos sistemas montañosos habían desaparecido y otros, surgido. Esto sólo se podía explicar asegurando que eran procesos que llevaban muchos millones de años y que actuaron en el pasado; son los mismos que observamos hoy día. Para Hutton, la Tierra tenía un desarrollo cíclico, lento. No negó los conceptos valiosos del neptunismo, sino los enriqueció. El fuego interno, como proceso creador, se interpretó a la luz de las teorías posteriores, si bien correctamente, con muchas exageraciones.



James Hutton.


La corriente del plutonismo se convirtió en uniformismo y evolucionismo, aunque varios destacados geólogos adoptaron el catastrofismo para explicar los pliegues y rupturas de las rocas, así como la formación de las montañas.

El uniformismo representó un pensamiento más avanzado, resultado de numerosas observaciones en la naturaleza, no sólo en Europa, sino en África, América y el resto del mundo. Se tuvieron así más elementos para entender la Tierra y dar pasos firmes en el desarrollo de la geología.

La obra de Hutton se basó en observaciones detalladas de las rocas en todos sus aspectos. Esto le permitió proponer algo novedoso y original, rechazando las ideas dominantes sostenidas por A. G. Werner. Hutton fortaleció la corriente plutonista, contra la neptunista que se convirtió en decadente para fines de siglo. Evidentemente, los principios básicos de la geología fueron establecidos por Hutton, lo que le valió ser acusado de herejía. Murió en 1797.

CUVIER:

PALEONTÓLOGO Y CATASTROFISTA

En la historia de la geología hubo un eminente naturalista galo, dedicado sobre todo al estudio de los fósiles contenidos en las rocas, Georges Cuvier (1769-1832), padre de la paleontología. Es el primer científico que describe y clasifica el mundo orgánico del pasado geológico. Por esto, tuvo en sus manos las pruebas de la prolongada historia de la Tierra, calculada en millones de años, cuando se creía que ésta no pasaba de los seis mil años.

Sin proponérselo, Cuvier se encontró con una verdad que cambiaría al mundo. Pero, hombre religioso, se negó a aceptar lo que descubrió, y buscó la puerta falsa para tranquilizar su conciencia: la conciliación de la verdad objetiva con el dogma.

Los fósiles aparecían como organismos más simples mientras se encontraban en las capas de rocas más antiguas (las que ocupan la porción inferior del conjunto). Muchas especies no volvían a encontrarse en los estratos superiores o eran ya distintas y entraban en otra clasificación. En pocas palabras, eran la evidencia de la evolución de la vida en la Tierra y de una edad de la misma de muchos cientos de millones de años. Los cambios bruscos entre capas de rocas, en extensiones incluso continentales y globales, han permitido definirlos como fronteras de eras, de periodos o de épocas geológicas.

Las rocas reflejaban que las altas montañas habían sido en el pasado fondos oceánicos y, algunas grandes planicies, montañas. Cuvier desarrolló, en 1812, la teoría de las catástrofes o revoluciones. La formación o desaparición de montañas, o de especies de organismos se producía por fenómenos catastróficos de corta duración. Un periodo geológico terminaba con la extinción masiva de flora y fauna y se iniciaba otro con la creación de nuevos organismos. La mayoría de los naturalistas, neptunistas y plutonistas de la época siguieron a Cuvier y muy pocos, entre ellos Lyell, rechazaron sus ideas.

El catastrofismo de Cuvier resultó de cientos de observaciones correctas pero mal interpretadas; las complementarias posteriores fortalecieron las ideas evolucionistas y sepultaron definitivamente esta teoría que constituye uno de los capítulos más interesantes de la historia de las ciencias naturales.

La teoría del catastrofismo daría lugar en nuestro tiempo a suponer que fue desarrollada por algún embustero. Pero debido a que se apoyaba en el estudio de los fósiles y a que la había formulado uno de los científicos de mayor prestigio, adquirió una gran popularidad entre los naturalistas. Nunca se ha dejado de reconocer el gran aporte que hizo Cuvier a la ciencia y es considerado por varios autores como uno de los tres principales hombres de fines del siglo XVIII y principios del XIX que construyeron las bases de la geología. Los otros dos son James Hutton y William Smith.

LYELL, FUNDADOR DE LA GEOLOGÍA MODERNA

Aproximadamente un siglo después de Buffon, Charles Lyell (1797-1885), con base en el estudio de las rocas: tipos, grosor, fósiles que contienen y otros factores, calculó para la Tierra una edad aproximada de 600 millones de años. Cifra correcta para los conjuntos de rocas que él observó, pero también ínfima para lo establecido actualmente.

En cien años, la edad de la Tierra pasó de los seis mil a los seiscientos millones de años. Otro siglo y alcanzaría los cuatro mil millones de años.

Charles Lyell es el creador de la geología moderna. En sus conceptos fue más lejos que Hutton, aportó nuevos elementos y le dio a la geología un carácter eminentemente evolucionista. Su obra Principios de geología fue publicada entre 1830-1833. Sostuvo que las transformaciones ocurridas en la historia geológica se produjeron en forma gradual, controladas por los mismos fenómenos que actúan hoy día: la erosión, la acumulación de sedimentos, los sismos y las erupciones volcánicas; sustituyó las catástrofes por cambios lentos y constantes. Lyell hizo más precisa la hipótesis del uniformismo iniciada por Hutton, y elaboró el método del actualismo: los fenómenos geológicos actuales son los mismos que han actuado en la historia de la Tierra. Es el principal evolucionista del mundo físico. Sólo por medio del concepto de la evolución podía entenderse la Tierra. El dogma y los mitos siguieron perdiendo espacios.



Charles Lyell.


Indirectamente, Lyell es también responsable de la teoría de la evolución de los organismos por la relación e intercambio de ideas que sostuvo con Darwin; 1 ambos aportaron las pruebas de la evolución, el primero de la Tierra y el segundo de la vida. Resulta difícil imaginar que la teoría de la evolución de los organismos surgiera sin el antecedente de la geología moderna. Ambas desempeñaron un papel fundamental en la evolución del pensamiento científico. Copérnico y Galileo quitaron a la Tierra del centro del Universo; con Hutton y Lyell el tiempo adquiere otro sentido y la Tierra cesa de ser resultado de un acto de magia; Darwin coloca al hombre en otra dimensión, en la que deja de ser el centro y objetivo final de la vida en el planeta.

Principios de geología y El origen de las especies se convirtieron en otro tipo de biblias, con la ventaja de que no son infalibles ni definitivas. En más de un siglo han sido corregidas parcialmente y, sobre todo, complementadas.

La teoría de Darwin requería que la Tierra tuviera una edad de cientos de millones de años. La geología le proporcionó los elementos. Darwin no es el autor de la idea de la evolución. Ésta es muy antigua. El aportó las pruebas necesarias a través de cientos de observaciones.

LA EDAD DE LA TIERRA

Se ha mencionado que en las primeras décadas del siglo XIX seguía predominando la idea de que la Tierra tenía una edad muy reducida, con base en los cálculos del obispo Usher, hechos de acuerdo con la Biblia. De aceptar esto, muy pronto, en el año 2004 estaríamos celebrando el cumpleaños seis mil de la Tierra.

Durante siglos, la edad de nuestro planeta fue un tema que no preocupó a la gente. Por un lado, no existían elementos en qué apoyar ideas al respecto; por otro, sólo cuando se tuviera una noción clara de las dimensiones del globo y se conocieran los principios o leyes que rigen su evolución se podría pensar en edades superiores a los seis mil años, cifra muy cómoda que no intranquilizaba conciencias. El tiempo geológico no existía.



Charles Darwin.


Fue G. Buffon, el primer naturalista, en 1759, quien trató de calcular la edad de la Tierra considerando el tiempo que debió transcurrir desde que era una masa incandescente, para alcanzar la temperatura actual. El intento fue muy meritorio. Puso en duda la verdad absoluta, carente de pruebas y fundamentos y se apoyó en el experimento buscando un resultado. Buffon calculó el tiempo de enfriamiento de una esfera metálica y, por las proporciones con el planeta, llegó a la conclusión de que la edad de la Tierra debería ser de un mínimo de 75 000 años, aunque esta cifra podía ser muy superior. Los resultados no fueron muy buenos, pero se había iniciado una nueva etapa en el conocimiento de nuestro planeta.

A partir de los estudios de Lyell, poco a poco se fueron convenciendo los naturalistas de que la edad de la Tierra es de cientos de millones de años. Esto se basaba en los espesores de las rocas sedimentarias y en los fósiles que contienen. Posteriormente, el método se apoyó en cálculos sobre la velocidad de acumulación de sedimentos. Se podía estimar el tiempo que se requiere para que se acumule un metro en el fondo del océano.

Si bien Lyell tuvo pocos adeptos a sus teorías durante muchos años, hacia 1862 prácticamente todos los geólogos y biólogos, convencidos del evolucionismo, lo apoyaban. Pero la cronología geológica volvió a encontrar obstáculos, ya no basados en el dogma, sino en los principios de la ciencia de la época.

Física y geología

El físico británico William Thomson, mejor conocido como lord Kelvin (1824-1907), calculó el tiempo de enfriamiento de la Tierra, desde su formación. Concluyó que sería de unos 24 millones de años (m.a.), aunque aceptó que podía alcanzar hasta 400 m.a. En 1868 estaba convencido de que esta cifra no podía superar los 100 m.a.

Kelvin entró en problemas con los evolucionistas —biólogos y geólogos. Puesto que se trataba de un físico eminente tuvo el apoyo de la comunidad científica. No rompió totalmente con el pensamiento mágico: no descartó la posibilidad del origen extraterrestre de la vida en la Tierra o de la creación divina. En cierto modo y guardando las proporciones debidas, se repitió la historia de Cuvier.

A fines del siglo XIX la teoría de Kelvin era dogma de fe, excepto para los naturalistas convencidos de la prolongada evolución de la Tierra y la vida. Pero, en 1898, los esposos Curie (María, 1876-1934; Pedro, 1859-1906) descubrieron la radiactividad y en 1903 quedó establecido que hay elementos químicos que generan calor. Los cálculos de Kelvin, bien fundamentados resultaban, por otro lado, incompletos y unilaterales. Era necesario volver a empezar a estudiar la cronología geológica a partir de la nueva física del siglo XX.

E. Rutherford (1871-1937), en el mismo año, consideró que la materia radiactiva contenida en la Tierra mantiene a ésta caliente y no en enfriamiento constante. Kelvin murió en 1907, defendiendo sus ideas y negando las nuevas. Ese mismo año, el químico estadounidense B. Boltwood aplicó la radiactividad para determinar la edad de varias muestras de rocas. La más antigua resultó de unos 2 200 m.a. La Tierra tenía una nueva edad.

Al establecerse la velocidad de transformación de un elemento radiactivo en otro, calculando la proporción contenida de ambos en una roca, es posible determinar la edad de la misma.

Posteriormente se llegaron a establecer edades para las rocas de hasta 3 700 m.a. Los meteoritos caídos en la Tierra se han datado en hasta 4 700 m.a., y se considera que deben ser semejantes en composición y edad al núcleo terrestre. La última prueba la aportaron las muestras obtenidas por los astronautas en la Luna y cuya edad se estableció en unos 4 200 m.a. Se considera que los planetas del Sistema Solar se formaron en la misma época. Los físicos de fines del siglo pasado crearon obstáculos para el progreso de la geología al fijar la edad de la Tierra en menos del tres por ciento de la cifra real. Años más tarde, serían la física y la química de principios del siglo XX las ciencias que entraran en auxilio de la geología, principalmente en la determinación de las edades absolutas de las rocas que a la fecha las mayores superan los tres mil millones de años.

FEDERICO ENGELS, FILÓSOFO DE LA CIENCIA

Al tratar el tema de la ciencia del siglo XIX es conveniente hacer mención de Federico Engels (1820-1895). No fue un científico de la naturaleza —se ocupó más de problemas socioeconómicos—, ni mucho menos hizo algún aporte a la ciencia de su época. Fue, en cambio, un estudioso de las ciencias naturales, estuvo al día respecto a los últimos descubrimientos, analizó la evolución del pensamiento científico a través de la historia y señaló la relación estrecha entre las disciplinas en boga, unidas por un factor común: la materia.

En la Dialéctica de la naturaleza, un libro hecho con base en una serie de artículos y notas, al parecer escritos entre 1873 y 1886, Engels se ocupa de los procesos naturales, así como del avance de la física, la química, la biología y la geología. En el análisis que presenta sobre la evolución del pensamiento científico, desde el Renacimiento hasta Darwin, reconoce tres descubrimientos principales: la célula por Schwann (1810-1882) y Schleiden (1804-1881); la ley de conservación y transformación de la energía por Mayer (1814-1878), Joule (1818-1889) y Colding (1815-1888), todos en 1842, y la teoría de la evolución de los organismos expuesta por Darwin en 1859.

Engels analizó los descubrimientos de Kant, Laplace, Lyell, Dalton, Lavoisier, Darwin, Mendeleyev y otros. Desarrolló el método del materialismo dialéctico para la comprensión de la naturaleza en su conjunto.

Las etapas de la evolución de la ciencia fueron para Engels las siguientes: 1) las teorías cosmogónicas de Kant (1755) y Laplace (1796) sobre el origen de la Tierra y el Sistema Solar; 2) la nueva geología contenida en la obra de Lyell (1830), con una orientación evolucionista; 3) el nacimiento de la química orgánica, basada en la obra de Lavoisier (1780) y otros científicos de la época; 4) la teoría mecánica del calor (1842) de Grove (1811-1896); 5) la teoría de la evolución de Darwin (1859) y de Lamarck (1809); 6) el elemento comparativo aplicado en diversas disciplinas: anatomía, climatología, geografía y morfología biológica. Hace resaltar a Humboldt (1769-1859) como el principal exponente de la geografía.

Es de destacar en la Dialéctica de la naturaleza, la síntesis de la evolución de la ciencia y su situación en la segunda mitad del siglo pasado, cuando se produjeron descubrimientos que son fundamento de las ciencias exactas y naturales de hoy día. La filosofía materialista de Engels tiene un apoyo sólido en la física, la química, la biología y la geología de su época; conceptos que vistos desde lejos —más de un siglo— son dignos de tomarse en cuenta.

EL SIGLO XX

Los descubrimientos y avances en las ciencias de la Tierra en nuestro siglo son numerosos. Seguramente lo más importante es el desarrollo independiente de muchas disciplinas: geológicas (tectónica, petrología, geotecnia), geofísicas (sismología, geodinámica) y geográficas (climatología, hidrogeografía, edafología).

En el siglo XX se han presentado dos etapas de desarrollo de la ciencia. El límite es la época de la segunda Guerra Mundial. De principios de este siglo es el desarrollo de la geomorfología.

Uno de los hechos sobresalientes del siglo XX es la teoría de Alfred Wegener (1880-1930) conocida como la deriva de los continentes, expuesta en 1915. Fue una hipótesis muy atractiva sobre el movimiento de los continentes, en la que afirma que "flotan" en una masa de mayor densidad. Pero al no poder Wegener explicar el porqué se mueven los continentes, no convenció a los especialistas y sus ideas pronto fueron rechazadas.

Sería después de la segunda Guerra Mundial cuando del estudio de los fondos oceánicos —los resultados principales se empiezan a obtener a fines de la década de los años cincuenta— y de otro tipo, principalmente de los fenómenos geofísicos, surgen las explicaciones sobre el mecanismo que puede mover los continentes. Es la teoría de la tectónica de placas, la más revolucionaria en este siglo en las ciencias de la Tierra.

Lo anterior no fue obra de un solo hombre, como en los casos de Copérnico o Darwin. Se trata del esfuerzo de un grupo numeroso de especialistas, apoyados en instrumentos complicados —ideados por otros especialistas— lo que permitió aportar una información novedosa sobre la Tierra.

Otro hecho trascendente es el estudio de la Luna, Marte y Venus por naves espaciales. Y es que el conocimiento de otros planetas contribuye a conocer mejor la historia de la Tierra. Con esto se relaciona también el uso de las imágenes de satélite, en perfeccionamiento constante.

EL CATASTROFISMO MODERNO

Llegamos finalmente a las nuevas teorías que aparentemente vuelven al pasado, al rescatar los conceptos catastrofistas para explicar, en parte, algunas transformaciones de la superficie terrestre y también la desaparición masiva de formas vivientes. No se trata de los conceptos mágicos apegados a la Biblia como en el siglo pasado. Ahora se busca el apoyo en hechos reales, principalmente la caída de grandes meteoritos en la Tierra a lo largo de su extensa vida.

Los fenómenos catastróficos pudieron provocar la extinción de especies y tal vez hasta contribuir a la evolución de otras. Pero los procesos que influyen en la Tierra, como los cambios climáticos, la formación de las montañas, las transgresiones y regresiones marinas o las que han ejercido siempre los seres vivos, han desempeñado y continúan haciéndolo, un papel importante. Por esto es que el llamado neocatastrofismo sólo viene a complementar los principios evolucionistas, aunque esto parezca contradictorio.

Siempre que han surgido teorías novedosas han aparecido simultáneamente las posiciones extremas. No es raro que se exagere actualmente la influencia de los fenómenos catastróficos, incluso ignorando numerosos procesos naturales antes mencionados. En las dos décadas anteriores lo vimos con el surgimiento de la teoría de la tectónica de placas. En México fue costumbre que en diversas reuniones académicas, exámenes profesionales, conferencias, etc., se repetían sin recato los principios clásicos de la teoría de las placas litosféricas, que en muchos casos nada o poco tenían que ver con el tema tratado. Hubo también profesionales, no geólogos, que consideraron esta teoría como el principio y fin de la geología. Se trata de un conjunto de conceptos, accesibles con algunas lecturas, y su comprensión no exige estudiar varias disciplinas paralelas, ni trabajo de laboratorio ni de campo.

CONCLUSIÓN

Son muchos los hombres de ciencia que han contribuido a que el hombre vaya conociendo el Universo. El proceso resurgió en la época del Renacimiento, se aceleró durante la Revolución Industrial y más todavía en el umbral del siglo XX. Finalmente, alcanza un ímpetu todavía mayor en la segunda mitad de este siglo. Todos los días hay cosas nuevas en cualquier disciplina científica. Aun el especialista apenas tiene tiempo de enterarse de lo que ocurre en su campo de trabajo. Algunos nuevos conceptos son conocidos por muchos, otros, por todos, como ha ocurrido con la tectónica de placas y la teoría de la extinción de los dinosaurios.

Hombres de ciencia los ha habido siempre, pero unos cuantos son los que han cambiado el mundo.

El tema es tratado ampliamente por J. Sarukhán en el número 70 de esta colección