V. EL RELIEVE MEXICANO

SIEMPRE ha llamado la atención el variado relieve mexicano de planicies o tierras bajas, montañas y altiplanos, lo mismo a los conquistadores españoles que a los geógrafos y geólogos actuales. A esto se agrega un no menos complejo relieve submarino de planicies, laderas, montañas y depresiones. Ambos son resultado de una intensa actividad interna en el periodo Cuaternario, aunque heredada de tiempos geológicos más antiguos. Pocos países presentan la complejidad que el nuestro. Cinco placas litosféricas quedan comprendidas en el territorio mexicano (figura 14). Los movimientos de unas con respecto a otras están originando el ascenso de cadenas montañosas, el desarrollo de fosas continentales y oceánicas, la separación de bloques, como la península de Baja California, movimientos de la línea de costa, además de actividad sísmica y volcánica. El relieve expresa de distintas maneras esta intensa actividad tectónica.

La depresión oceánica paralela a la costa del sur de México, conocida como trinchera Mesoamericana y el Golfo de California son dos fosas oceánicas profundas, estrechas y extensas en longitud (figura 14), formadas por procesos endógenos. En el primer caso se trata de subducción de una placa oceánica (Cocos) bajo otra continental; en el segundo es la ruptura de una placa continental cuyos bloques se separan. Además de estas dos fosas hay que considerar las laderas del fondo oceánico, de pendiente muy fuerte, que constituyen escarpes con desniveles de mil a tres mil metros en distancias transversales de 10-20 kilómetros. Son los escarpes de Campeche, de Yucatán y del occidente de Baja California (figura 14). Estos reflejan, en apariencia, un movimiento vertical de bloques.





Figura 14. Las placas litosféricas principales; 1) Global, 2) para el territorio mexicano (María Campa).

Las fracturas profundas del océano se reconocen porque forman depresiones continuas o interrumpidas, frecuentemente bordeadas por montañas submarinas. Los desniveles verticales superan generalmente los mil metros. En el territorio mexicano y contiguo se observan muy bien en los mapas batimétricos de la zona del Pacífico occidental las fracturas Clarión, Rivera y Tamayo.

Otros rasgos de grandes dimensiones que atestiguan la actividad tectónica, por lo menos en el periodo Cuaternario, son las plataformas continentales estrechas, que casi desaparecen a lo largo de decenas y cientos de kilómetros en las costas del oriente de la península de Baja California, del sur de México y del Mar de las Antillas o Caribe (figura 15).

Hay muchos elementos más que se pueden señalar sobre este tema, pero es suficiente con estos ejemplos principales. Para la tierra firme, considerada también en una escala pequeña, se pueden mencionar los grandes sistemas montañosos —de muy poca altitud en comparación con los grandes del planeta. La península de Baja California es en sí un sistema montañoso, heterogéneo en su constitución litológica y morfología. Con éste se asocian numerosas depresiones menores, transversales y paralelas. Este relieve de bloques levantados se relaciona con la abertura del Golfo de California.

La Sierra Madre Occidental se extiende desde Sonora hasta Jalisco por más de 1 000 km, es en sí una meseta, con altitud dominante a 2 000-2 800 msnm, formada por acumulaciones volcánicas y disecada por la erosión fluvial que ha originado cañones profundos de más de 1 000 metros.

La Sierra Madre Oriental está constituida esencialmente de rocas sedimentarias, formadas por depósitos de sedimentos en el océano y posteriormente levantados, deformados y fracturados.

La Sierra Madre del Sur es la más compleja en cuanto a su constitución litológica y a la variedad de edades de las rocas, desde cerca del millón de años a más de 600 m.a. Debe tener una actividad de ascenso vertical por su vecindad con la trinchera Mesoamericana y los ascensos bruscos locales que se han producido debido a sismos en la costa.



Figura 15. Algunas formas del relieve del fondo oceánico mexicano. 1) Fosas principales; 2) fosas secundarias; 3) escarpes mayores; 4) plataformas continentales estrechas, 5) montañas submarinas.

La Sierra de Chiapas, paralela a la costa del Pacífico, es homogénea, de rocas graníticas y también está asociada en su origen y evolución con los movimientos profundos que ocurren bajo la trinchera Mesoamericana.

Entre las sierras Madre Oriental y Occidental se dispone una extensa superficie nivelada, localmente con montañas menores, es el altiplano, formado por el relleno de depresiones anteriores. La erosión de las montañas vecinas acarreó sedimentos que gradualmente se fueron acumulando, nivelando el relieve.

Otra gran estructura activa actualmente es la conocida como eje, faja, cinturón, sierra, meseta y sistema, términos a los que sigue el adjetivo de volcánico o neovolcánico. Su relieve lo forma un conjunto de planicies escalonadas que van desde los 500-800 m en Colima y Nayarit a los 2 600 m en Toluca. Culmina, para algunos autores, en la región de los límites de los estados de Puebla y Veracruz; para otros se extiende hasta la costa del Golfo de México. Sobre las planicies que constituyen esta estructura se asientan volcanes aislados, de pequeñas y grandes dimensiones, conjuntos de volcanes jóvenes y sus productos, y residuos de montañas antiguas erosionadas. Por esto, el único término incorrecto es el de sierra, aunque de continuar su desarrollo en la misma dirección actual será un sustantivo correcto después de algunas centenas de miles de años, cuando las montañas predominen sobre las planicies, aunque esto es sólo una simple suposición.

La expresión de las grandes formas del relieve originadas por la actividad neotectónica, en especial cuaternaria, es mucho más clara en el fondo oceánico, donde las zonas más estables se expresan como grandes planicies poco accidentadas y las más activas como depresiones profundas o altas montañas submarinas. Esto se reconoce por medio de las cartas batimétricas y se puede explicar con valores numéricos.

ALGUNOS VALORES NUMÉRICOS

Hay datos morfométricos bien conocidos sobre el relieve mexicano, como alturas, longitudes, orientaciones (en grados), pendientes y otros más. La altura máxima se reconoce en el volcán Citlaltépetl o Pico de Orizaba, con 5 747 m, mientras que la altitud mínima es negativa y se localiza en el extremo noreste de la península de Baja California, aproximadamente de 30 m; la profundidad máxima se presenta en la trinchera Mesoamericana, frente a las costas de Chiapas, con 6 489 m de profundidad. La diferencia extrema de altitudes resulta de un poco mayor de los 12 kilómetros.

A continuación se mencionan algunos datos numéricos obtenidos de mapas recién publicados en el Atlas Nacional de México. 1

La densidad de disección o de la red fluvial, equivalente a la longitud de las corrientes fluviales, dividida entre la superficie que las delimita, varía desde cero a nueve kilómetros por kilómetro cuadrado. Estos valores más altos (8-9) se reconocen en la Sierra de Chiapas, en la vertiente del Pacífico.

La profundidad máxima por erosión, correspondiente al valor máximo de corte vertical por erosión, medido en cada uno de los mapas, dio como valores más altos 1 000 a 1 300 m en los cañones que cortan la Sierra Madre Occidental.

Si en cada mapa se obtiene la diferencia altitudinal máxima resulta una amplia variedad de valores numéricos que van desde los menores de 10 m hasta los 3 500-4 000 m. Esto en la tierra firme, donde los más elevados corresponden a los grandes volcanes. El análisis se extendió a los océanos, donde resultaron números de hasta 4 700 m en la trinchera Mesoamericana y en la cuenca del Caribe.

En el territorio mexicano existe un mínimo de 5 000 volcanes nacidos en los últimos dos millones de años y se disponen en concentraciones de hasta 120 volcanes en mil kilómetros cuadrados.

LOS VOLCANES

En México hay una pequeña cantidad de volcanes activos (figura 6). En el Cinturón Volcánico Mexicano se encuentran el Ceboruco, el Volcán de Colima o de Fuego de Colima, el Popocatépetl y el Citlaltépetl, además, dos volcanes de nacimiento muy reciente: Jorullo y Paricutín. En la costa del Golfo de México se encuentra el San Martín, y en Chiapas, el Chichón y el Tacaná. En la costa occidental de la península de Baja California está el volcán Tres Vírgenes. En el océano Pacífico, sobre la fractura Clarión, se encuentra el Bárcena, el más joven.

Además de los volcanes mencionados existen las zonas potencialmente activas: aquellas en las que se concentran numerosos volcanes con edades determinadas o inferidas en menos de 30 000 años. Una de estas zonas principales es la contigua a Uruapan, Mich., donde se asienta el Paricutín; otras se reconocen al sur de la ciudad de México, entre el Ajusco y el Popocatépetl; al noroccidente del Distrito Federal, en la zona de Tlaxco-Ciudad Sahagún y varias más. Actividad volcánica potencial hay en algunas localidades de Baja California, Sonora y Durango, además de todo el territorio que corresponde al Cinturón Volcánico.

Hay que agregar que no son bien conocidos los volcanes activos. Los registros, de unos cuantos siglos, resultan insuficientes para conocer la vida de un volcán. En otro capítulo se hizo mención a las grandes erupciones del Bezimianny y el Tambora, los que se consideraban apagados.

De los volcanes activos, el de Colima, el Popocatépetl, el Citlaltépetl y el Tacaná son los que en apariencia han manifestado una mayor actividad en los últimos milenios, incluyendo tiempos históricos. Son los edificios de mayores dimensiones, cuyos depósitos reflejan distintas etapas de erupciones, algunas de ellas de magnitudes nunca vistas en México en tiempos históricos. Otros parecen estar en proceso de crecimiento por erupciones periódicas, y con el tiempo podrían convertirse en conos semejantes a los anteriores. Es el caso del Chichón, el Ceboruco, el San Martín y, posiblemente, el Tres Vírgenes.

Otros grandes volcanes, aunque jóvenes, parecen estar apagados. Los vulcanólogos ya no gustan de este adjetivo y prefieren hablar de volcanes dormidos o en reposo, cuando no se tienen suficientes elementos para darlos por muertos. El Naucampatépetl o Cofre de Perote, el Matlacuéyatl o Malinche, el Xinantécatl o Nevado de Toluca y el Nevado de Colima son edificios de más de 4 000 m que se formaron por etapas de actividad potentes y prolongadas en el tiempo. Incluso con procesos de destrucción del cono superior. Pero grandes volcanes hay muchos en México. En Nayarit el San Juan, el Tequila en Jalisco, el Tancítaro en Michoacán, el Ajusco y el San Miguel en el Distrito Federal y muchos otros.

Las calderas del Cinturón Volcánico Mexicano son formas del relieve, testigos de procesos volcánicos de magnitud nunca observada en México. Constituyen fenómenos poco comunes, y uno de los mejor conocidos —que nadie tuvo la oportunidad de ver directamente— fue la formación de la actual caldera del Krakatoa.

La ciudad de Tepic se encuentra al lado de una pequeña caldera volcánica; otra, de mayor magnitud se sitúa en Guadalajara -La Primavera. Algunos autores consideran que es una estructura semejante a la que ocupa la ciudad de Toluca. Calderas jóvenes se localizan cerca de las poblaciones de Amealco y Huichapan, en el centro del Eje Neovolcánico. La de mayores dimensiones es la de Los Humeros, en los límites de Puebla, Tlaxcala y Veracruz.

Lo anterior nos da una idea de lo poco que el hombre ha observado sobre las erupciones volcánicas, a pesar de que en la historia éstas han sido miles y unas pocas catastróficas. Es difícil imaginar uno de estos fenómenos y no sabemos si tendremos la fortuna o desgracia de apreciarlo en años cercanos. Es común que después de cada terremoto o erupción volcánica se divulguen las ideas sobre el aumento gradual de las catástrofes y hay quienes, sin ninguna base científica, hasta predicen el fin del mundo al término del milenio. La geología del periodo Cuaternario nos enseña que en dos millones de años han ocurrido varios "fines del mundo" (procesos naturales catastróficos) y, a pesar de ello, la vida existe.

Actualmente se reconstruyen las etapas antiguas de la actividad volcánica, que no quedaron registradas por los seres humanos, sino a través de los sedimentos depositados. Estos reflejan el tipo de erupción por sus características físicas y químicas. La presencia de materia orgánica, como el carbón, permite establecer la edad de los depósitos con mucha precisión, con lo que se ha reconstruido la historia de muchos volcanes de la Tierra.

Uno de los procesos volcánicos más espectaculares es la ruptura de la porción superior del cono volcánico en una etapa de actividad, provocando un gigantesco deslizamiento de grandes bloques de rocas que pueden desplazarse más de 20 km. Incluso sobre un terreno nivelado pueden formar lomas de más de 100 m de altura. En 1980, en los Estados Unidos, se observó lo anterior en el Monte Santa Elena. El estudio del depósito rocoso sirvió a los vulcanólogos para precisar que determinados tipos de rocas acumuladas en la base de un volcán se formaron por el proceso mencionado.

Lo anterior ocurrió por lo menos en dos ocasiones en unos miles de años en el Volcán de Colima. No es nada extraordinario, puesto que se han encontrado formaciones rocosas que atestiguan que lo mismo ha pasado en la mayoría de los grandes estratovolcanes. Los conos superiores del Popocatépetl y el Citlaltépetl son muy jóvenes y se apoyan en estructuras mucho más antiguas. En apariencia, en su complicada vida sufrieron una destrucción y experimentaron el nacimiento de un nuevo cono, actualmente cubierto por nieves permanentes. Pero la preocupación de los vulcanólogos radica en la posibilidad de que un fenómeno semejante vuelva a ocurrir en el volcán que se considera más activo del país. Las posibilidades son mucho menores con respecto a otro tipo de fenómenos que han sido mucho más frecuentes, como la expulsión de lavas, de cenizas y pómez.

Considerando el tamaño del territorio mexicano y los volcanes activos incluidos en él, éstos procesos parecen ser más que moderados, si lo comparamos con Japón y los arcos insulares de las Kuriles, la península de Kamchatka, Java, Islandia y Centroamérica. Por otro lado, la mayor actividad volcánica se manifiesta en la región más poblada, la del Eje Neovolcánico y también, a pesar de la tranquilidad de nuestros volcanes, nacieron dos en tiempos muy recientes, en 1759 y 1943, lo que es excepcional en el mundo.

LOS LITORALES

En los aproximadamente 10 000 kilómetros de litorales de México se producen en forma permanente cambios sustanciales. La erosión por el oleaje, la acumulación de sedimentos por los ríos y los movimientos de levantamiento o hundimiento tectónico o ascensos y descensos del nivel del mar son factores que hacen de los litorales las zonas más inestables de la superficie terrestre.

Poco se conoce sobre los cambios que están ocurriendo en los litorales mexicanos. Pero existe información suficiente para inferir lo que pasa hoy día. Además de los factores naturales mencionados existen los humanos o antrópicos, que han tenido gran influencia en la evolución de muchas localidades costeras en la segunda mitad de este siglo. El efecto principal se debe a la construcción de grandes presas en los ríos caudalosos, de lo que resulta una alteración de su régimen, principalmente por la captura de miles y aun millones de toneladas de sedimentos que no llegan al océano. Los litorales de acumulación, con tendencia a un avance de la línea de costa hacia el océano, se convierten en erosivos, en los que domina el proceso contrario: el mar avanza sobre el continente.

Los fenómenos naturales de erosión o acumulación no pueden calificarse de buenos o malos. Simplemente representan un régimen al que el hombre se ha adaptado. De esto depende la presencia de playas, lagunas y riqueza faunística. La alteración del régimen natural implica también la de la actividad económica. Un ejemplo lo tenemos en la desembocadura del Balsas en el Pacífico. Originalmente formaba un delta creciente mar adentro. Pero a raíz de la construcción de la hidroeléctrica de El Infiernillo, el aporte de sedimentos se redujo considerablemente, el delta dejó de crecer y se inició su destrucción por la erosión marina. Con fotografías aéreas de distintos años, esto fue explicado y mostrado por M. A. Ortiz Pérez.

La mayoría de los litorales mexicanos han sido modificados por obras que alteran los regímenes de los ríos, presas y canales. Se alteran los procesos de la erosión y la acumulación; permanecen, en su lugar, los posibles cambios de nivel del mar y los movimientos de levantamiento o hundimiento.



Figura 16. Mapa de tipos de costas de la República Mexicana, simplificado del elaborado por M. A. Ortiz Pérez y L. M. Espinosa Rodríguez (Atlas Nacional de México, hoja IV.3.4) 1) Línea de costa en avance hacia el mar por sedimentación marina; 2) en avance hacia el mar por actividad tectónica; 3) retroceso de la línea de costa hacia el continente por sumersión o ascenso del nivel del mar. En blanco, procesos no establecidos naturales.

A los investigadores M. A. Ortiz Pérez y L. M. Espinosa se debe el último mapa sobre la clasificación de las costas de México (figura 16), trabajo fundamental en que deben apoyarse otros estudios sobre la geomorfología costera de regiones pequeñas o grandes. En él se clasifican las costas de acuerdo con la dinámica actual que las modifica, con la morfología y otras características. Aunque se trata de un mapa que reduce la República Mexicana ocho millones de veces, es de gran utilidad por cuanto permite, en un vistazo, apreciar los diferentes tipos de costas en los 9 000 km de litoral y las relaciones entre ellos. Se trata del cubrimiento de una primera etapa de trabajo. De ninguna manera resulta un mapa definitivo.

Sería conveniente hacer una segunda etapa de la clasificación de las costas por grandes regiones geomorfológicas, por ejemplo, cada una de las cuencas marinas: Golfo de California, Golfo de México y Mar de las Antillas, además de las costas del occidente de Baja California y sur de México. Esto sería favorable en mapas a la millonésima. Posteriormente, una tercera etapa consistiría en la elaboración de mapas más detallados sobre litorales de especial interés, de longitudes de decenas a algunos cientos de kilómetros, lo que se puede representar en mapas escala 1:250 000 a 1:50 000.

Finalmente, los estudios de detalle que generalmente se hacen para bahías o litorales de longitud de algunos kilómetros a unas decenas pueden realizarse en escalas 150 000 y más grandes. Es importante considerar que la aplicación de las escalas muy pequeñas a muy grandes es necesaria en estudios de este tipo, y consecuentemente en muchos de tipo geomorfológico.

La importancia del estudio de las costas se ha multiplicado en estos últimos años. Ya no sólo es necesario conocer la dinámica litoral por la relación que tiene con las construcciones ingenieriles, la pesca, la navegación y otras, sino también por el posible ascenso del nivel del mar en el siglo próximo. La mayoría de los litorales mexicanos tienen un gradiente que se puede considerar fuerte. Esto es, las superficies casi horizontales se extienden desde la línea de costa hacia el interior, distancias reducidas en comparación con territorios económicamente importantes de Norteamérica, Europa y Asia. Un supuesto ascenso de uno a cinco metros del nivel del mar afectaría ampliamente en extensión territonal la porción noroccidental de la península de Baja California, las costas del oriente del Golfo de California, las del Golfo de México en el norte, las de Tabasco hasta Yucatán en el sur, así como las del Mar de las Antillas (figura 17).



Figura 17. Grandes superficies del territorio mexicano con altitud sobre el nivel del mar menor a 10 m. Éstas serían, en forma hipotética, las zonas más afectadas en el caso de un ascenso del nivel del mar. Basado en el mapa de J. Lugo, J. F. Aceves y M. T. García Arizaga, "Niveles de cimas", hoja IV.3.1, Atlas Nacional de México.

Por otro lado, habría daños considerables en superficies reducidas donde se encuentran importantes puertos comerciales y turísticos. Se sabe que puede ocurrir este fenómeno, aunque no hay la certeza o la aceptación general de los especialistas. Es mucho más lo que se desconoce. La historia no se extiende veinte mil años para explicarnos cómo o cuándo ocurrió el último ascenso importante del nivel del mar que cubrió, por el occidente, extensos territorios de Baja California y de la península de Yucatán.

En el verano de 1990 se observó un fenómeno poco común en la costa de Guerrero. En Punta Maldonado, en cuestión de tres días el mar ascendió cubriendo la playa. Parte de ella la ocupaban instalaciones improvisadas, principalmente pequeños restaurantes. El mar, como los ríos, inunda constantemente una superficie determinada, pero hay épocas en que alcanza niveles superiores. El mar experimenta altibajos diariamente a causa de las mareas. Pero se producen crecidas extraordinarias en periodos de una vez en 20, 30, 50 años o más, y esto es lo que posiblemente ocurrió en Punta Maldonado cuando se conjugaron una tormenta tropical con mareas de flujo de mayor intensidad. La playa desapareció, lo que hizo pensar que el nivel del mar había ascendido en un proceso irreversible. Pero en apariencia lo que sucedió fue que al subir el nivel del mar en forma brusca, erosionó los sedimentos de la playa, se los llevó a una parte más profunda y, al volver a su nivel normal, la playa había desaparecido, lo que no se reconoce fácilmente a simple vista. Esta es la explicación que ha dado verbalmente M. A. Ortiz Pérez.

En relación con el tema de las costas están las islas mexicanas, sobre las que muy poco se sabe porque no ha existido interés para que sean estudiadas ampliamente. Por razones justificables o no ha predominado una política de aislamiento de las islas y solamente en 1990 se creó un programa gubernamental para su estudio y aprovechamiento. Hay en ellas una riqueza potencial en recursos naturales, así como la posibilidad de desarrollo turístico además del interés científico.

En 1977 la Secretaría de Marina había contabilizado 177 islas mexicanas. En 1981 la Secretaría de Gobernación contabilizó 239 islas, 23 cayos y 20 arrecifes. En 1987 ambas secretarías publicaron un nuevo inventario que señala la existencia de 1 034 islas, islotes, bajos, cayos y arrecifes.

CARSO (KARST)

Uno de los tipos del relieve más representativos del territorio nacional es el carso o karst, que se origina por la disolución de las rocas por la acción del agua. Las formas resultantes son superficiales y subterráneas y se distinguen especialmente en la roca caliza, muy resistente a los procesos de la erosión. Es a lo largo, y a profundidad de las grietas donde, debido al escurrimiento superficial y la infiltración del agua, se va produciendo una destrucción gradual de la roca. Entre las grietas se forman montículos, torres, crestas; las grietas se convierten en canales, valles estrechos, cañones profundos, cavernas de desarrollo horizontal o vertical. Es el paisaje cársico muy común en México, lo mismo en las montañas de las Sierras Madre, del Sur y Oriental, que en los lomerios y planicies de la península de Yucatán.

Por primera vez se ha sintetizado en un mapa (figura 18) una información abundante sobre el carso de México, resultado de una minuciosa investigación del geólogo Ramón Espinasa. Tiene importancia este tipo de estudios no sólo por ser una contribución al conocimiento del territorio nacional, sino también a una parte del sistema global del carso. Pero, además, el estudio del carso tiene aplicación económica por su relación con aguas subterráneas; el carso antiguo, en condiciones geológicas favorables, puede almacenar petróleo, como la estructura llamada Faja de Oro, en el subsuelo profundo de la planicie costera del Golfo de México.

El aspecto que muestra hoy día es muy variado de una región a otra, dependiendo de varios factores: el clima actual y pasado, la estructura geológica, la edad del relieve original en que se ha formado (en función de la actividad neotectónica). En México predominan las formas subterráneas de desarrollo vertical, de unos cuantos metros, a más de mil de profundidad. En las zonas montañosas normalmente estas cavernas, conocidas como simas o sótanos, se inician en las divisorias de aguas en forma de mesa. Se presentan en la superficie como dolinas o círculos regulares e irregulares de los tamaños más diversos. Pueden iniciarse del tamaño de una moneda y con el tiempo alcanzar cientos de metros de diámetro.



Figura 18. El carso en México. 1) En planicies; 2) en lomeríos y planicies; 3) en elevaciones montañosas. Basado en el mapa de R. Espinosa Pereña "Carso" (Atlas Nacional de México, hoja IV.3.4).

De acuerdo con datos publicados por P. Sprouse en 1989, 2 las cavernas más extensas (longitud de la caverna y sus ramificaciones) y las más profundas (diferencia vertical máxima) son las siguientes:


Nombre
Localización
Longitud (m)

1. Sistema de Purificación* Tamaulipas 72 309
2. Sistema Huautla Oaxaca 52 110
3. Sistema Cuetzalan Puebla 22 432
4. Coyolatl Puebla 19 000
5. Tecolote Tamaulipas 17 660
6. Cuicateco Oaxaca 15 000
7. Atlixicalla Puebla 11 700
8. Nahoch Nah Chich Quintana Roo 10 363
9. Rancho Nuevo Chiapas 10 218
10. Cenote Najarón Quintana Roo 9 693

 
Profundidad (m)

1. Sistema Huautla** Oaxaca 1 353
2. Sistema Cuicateco Oaxaca 1 1243
3. Akemati Puebla 1 135
4. Sistema Ocotempa Puebla 1 064
5. Kijahi Shunthua Puebla 970
6. Sonconga Oaxaca 943
7. Guizani Ndia Guinjao Oaxaca 940
8. Sistema Purificación Tamaulipas 904
9. Nita Cho Oaxaca 894
10. Sótano de Agua de Carrizo Oaxaca 843
11. Sótano de Trinidad San luis Potosí 834



* Tercera más profunda del mundo en 1987

** Decimocuarta en el mismo año.

LOS GLACIARES

Sólo en las tres montañas más altas del país existen hielos permanentes. Este es un tema de interés mundial ya que nuestros glaciares forman parte pequeñísima de todo un sistema global. Pero no tanto por los hielos en sí, sino por las huellas de los mismos en altitudes menores: los rasgos que muestran los cambios climáticos en una parte del periodo Cuaternario.

Los hielos en movimiento —glaciares— existentes en México se presentan esencialmente en forma de mantos de poca extensión longitudinal, los mayores cercanos al kilómetro. Laderas abajo de los hielos principales se extienden valles de fondo ancho con sedimentos del tipo que depositan los glaciares. En el pasado no muy lejano, algunos miles de años, los frentes de los hielos actuales se encontraban por abajo de los 4 000 msnm. A diferencia de los mantos actuales, característicos de los glaciares de volcanes, formaban los típicos ríos de hielo. Sus herederos son bien reconocidos en el Iztaccíhuatl, un volcán inactivo. Los conos jóvenes del Citlaltépetl y Popocatépetl han sepultado en gran parte con sus lavas y piroclastos los antiguos relieves glaciáricos.

Esto tiene gran importancia en el contexto mundial porque el conocimiento del periodo Cuaternario requiere del mayor cubrimiento teritorial posible. Muchos especialistas en este tema han criticado seriamente las interpolaciones o correlaciones que se hacen de un territorio a otro, incluso entre continentes. El retroceso de los hielos no se produjo en forma homogénea en el mundo y las edades de las glaciaciones de Europa no tiene que coincidir forzosamente con las de Norteamérica.

Los principales estudios sobre los glaciares actuales y antiguos en México 3 los realizaron: L. Blásquez, J. L. Lorenzo, S. E. White y K. Heme. Los dos primeros definieron en 1962 los glaciares de los tres edificios volcánicos, sus dimensiones y otras características. El estadounidense White, a partir de un estudio del Iztaccíhuatl, reconoció cinco fases de glaciación, la más antigua de hace 300 000 años; la segunda ocurrida entre 198 000 y 132 000 años; la tercera de hace 32 000 a 20 000 años; de hace 16 000 a 10 000 la cuarta y de menos de 5 000 años la última.

El germano Heine amplió los estudios a otros volcanes mexicanos y reconoció cinco glaciaciones: una de hace 36 000-32 000 años; la segunda hace 12 000 años; de hace 10 000-8 500 la tercera, 3 000-2 000 la cuarta, y la última histórica, la Pequeña Glaciación (siglos XVII-XIX).

Ambos coinciden en el número de glaciaciones pero difieren en cuanto a la edad de las mismas. No se han fechado por métodos absolutos, sino por apreciaciones y correlaciones con otras regiones donde se han determinado edades absolutas.

Recientemente L. Vázquez Selem amplió los estudios en el Iztaccíhuatl a laderas que no fueron incluidas en investigaciones anteriores. Además de una reseña histórica sobre el tema, identificó las tres últimas glaciaciones que señalan White y Heine y considera que la última glaciación puede ser de hace doscientos a trescientos años o hasta de 5 000 años atrás.

Estos problemas interesan a investigadores muy distintos, entre otros a los antropólogos, ya que las condiciones climáticas y sus cambios durante el Cuaternario influyeron decisivamente en las migraciones humanas.

MOVIMIENTOS NEOTECTÓNICOS

Este término se aplica a los procesos internos que han definido el relieve terrestre en los últimos tiempos geológicos, los 25 m.a. que abarcan del Mioceno a la actualidad. Se distinguen los movimientos más jóvenes, los holocénicos, de los últimos 10 000 años que han contribuido a modificar el relieve, por movimientos verticales u horizontales lentos o bruscos. Muchos son registrados por la historia, otros se han identificado por el relieve y sedimentos asociados.

En México, los estudios al respecto son todavía escasos, en comparación con lo que se ha hecho en otras regiones del planeta, en especial, aquellas que fueron cubiertas por los hielos de la última glaciación y otras de intensa actividad sísmica. Algunos ejemplos se señalan a continuación.

M. Kasser y P. Lessage, junto con un numeroso grupo de colaboradores, realizaron observaciones con instrumentos de precisión entre las costas opuestas del Golfo de California, a través de la isla Ángel de la Guarda, lo que les permitió reiterar el movimiento de apertura del golfo, con una velocidad promedio de 6-8 cm/año.

En un estudio reciente en el noreste de Sonora, W. Bull y P. Peathree describieron un escarpe de falla de 75 km de longitud por 4 m de altura, formado durante un terremoto ocurrido en 1887. En ese año fue estudiado por José G. Aguilera.

F. Grivel y R. Arce reconocieron después de dos sismos que tuvieron su epicentro frente a las costas de Guerrero en 1962, que se produjo un ascenso de la tierra firme de hasta 23 cm con respecto al nivel del mar. Algo semejante se determinó inmediatamente después de ocurridos los sismos de septiembre de 1985, por dos grupos distintos de investigadores: R. Corona y sus colaboradores calcularon que la tierra firme se levantó con respecto al océano hasta 60 cm en la costa occidental de Guerrero y oriental de Michoacán; P. Bodin y T. Kingler reconocieron hasta un metro en la misma región.

Movimientos como los mencionados son frecuentes en México, pero lamentablemente se ha hecho muy poco por estudiarlos en forma detallada. Es un campo de investigación que espera voluntarios.

RIESGOS DIVERSOS

En el territorio mexicano son numerosos los riesgos naturales. El único que no está condicionado por la geografía o la geología es la caída de meteoritos. Todos los otros riesgos conocidos tienen zonas de influencia y es posible clasificarlos por las intensidades potenciales. Son conocidos en el país los sismos, los volcanes activos, derrumbes, inundaciones y huracanes. Poco se sabe de tsunamis y lahares y menos aún de los posibles cambios climáticos para el siglo XXI que conducirían a un ascenso del nivel del mar y un cambio climático.

LA CUENCA DE MÉXICO,

EL RIESGO MENOR

La ciudad de México es una zona amenazada por varios procesos. Sale sobrando hablar del problema ecológico, del que se ha ocupado E. Ezcurra recientemente, tal vez el riesgo mayor para los millones de habitantes de la cuenca. El Popocatépetl es un volcán activo situado a 60 km de la capital del país. Las últimas erupciones se manifestaron entre 1919 y 1922 y posteriormente en 1927, aunque ésta fue provocada por la extracción de azufre con dinamita en el cráter. Además de las posibles erupciones existe el riesgo de deshielo y la formación de corrientes de lodo.



Figura 19. Derrumbe en la delegación Álvaro Obregón del Distrito Federal.



Figura 20. Grietas de formación reciente en la cuenca de México: 1) en San Vicente Chicoloapan; 2) en Los Reyes, ambos del Estado de México.

Los sismos fuertes, aunque originados a más de doscientos kilómetros de la ciudad de México, han causado daños. Se ha visto que la cuenca es vulnerable a los movimientos telúricos originados en una extensa franja de la margen pacífica.

El problema más común es el de las inundaciones y difícilmente tiene solución. Durante siglos se han tratado de evitar con gigantescas obras de ingeniería, y se ha logrado por breves etapas. El ritmo actual de crecimiento de la zona urbana de la cuenca de México es mayor que el de las obras hidráulicas, siempre insuficientes para evitar las cotidianas inundaciones.

Otros riesgos son los derrumbes en laderas de cerros y barrancos (figura 19), crecidas de arroyos que inundan y destruyen casas modestas construidas en zonas desfavorables; presencia de túneles artificiales (minas de arena) que favorecen derrumbes y colapsos del terreno, agrietamientos de calles, casas y terrenos de cultivo (figura 20), en apariencia debidos a la excesiva extracción de agua del subsuelo.

Hojas IV.3.1. y IV.S.2. del Atlas Nacional de México.

En la hoja IV.3.4. del Atlas Nacional de México.

Un análisis detallado sobre el tema se debe a Lorenzo Vázquez Selem (1991).