III. CRÓNICAS

EL ARTE PERDIDO DE CUCHAREAR

La Jornada, 27 de de diciembre de 1993

Hace poco más de dos siglos, el gran científico francés Charles Augustin Coulomb realizó un experimento crucial para comprender el fenómeno de la electricidad. Con un aparato llamado balanza de torsión que él mismo construyó, Coulomb midió la repulsión entre dos cargas eléctricas y demostró que esa fuerza disminuye en proporción inversa al cuadrado de la distancia entre las cargas. En su época, el resultado obtenido pareció muy plausible y fue aceptado sin demasiadas objeciones, no obstante lo precario de los datos experimentales. Algunas décadas después, ya a mediados del siglo XIX, el resultado fue confirmado experimentalmente más allá de cualquier duda y la, ley de Coulomb pasó a formar parte del acervo de la física.

El hecho de que Coulomb obtuviera experimentalmente la ley que lleva su nombre nunca fue puesto en duda, a pesar de que informó sólo de tres mediciones para sustentar sus resultados —hecho del que sólo algunos historiadores están conscientes—. Sin embargo, el especialista en historia de la ciencia P. Heering tuvo recientemente la ocurrencia de reconstruir el aparato que Coulomb utilizó (y describió detalladamente) con el fin de repetir el experimento. Encontró que, debido a la poca precisión del instrumento, era imposible obtener los resultados que Coulomb había obtenido, por más cuidado que se pusiera. 1

¿Debemos concluir que el gran sabio francés recurrió a la conocida práctica del "cuchareo" para ajustar sus resultados? La respuesta no es clara. El trabajo de Heering acaba de ser reseñado en la revista Science, y otros historiadores de la ciencia señalan que Coulomb bien pudo utilizar algunas técnicas, de las que nunca informó, para obtener resultados confiables. Sin embargo, lo esencial es que Coulomb tenía una idea intuitiva muy clara de lo que debería encontrar. En su época, se había confirmado plenamente la ley de la gravitación de Newton, que establece que dos cuerpos masivos se atraen con una fuerza que disminuye en proporción al cuadrado de la distancia que los separa. Si uno cree en cierta unidad de las leyes de la naturaleza, puede intuir que la fuerza eléctrica obedece una ley similar a la gravitacional. No hay duda de que Coulomb esperaba encontrar el resultado que finalmente obtuvo. Quizás cuchareó un poco sus datos, pero su intuición no le falló. Así se adelantó en varias décadas a sus colegas y pasó a la historia con una ley fundamental que lleva su nombre. Comentando el resultado de Heering en Science, la historiadora M. Trumpler señala atinadamente que "la habilidad para, tener una intuición profunda acerca de la naturaleza con sólo unos cuantos datos es un arte que se está perdiendo".

Desgraciadamente, la competencia que ha surgido en años recientes entre los científicos de todas las disciplinas está propiciando que la investigación científica se parezca cada vez más a una guerra de vendedores. Con tal de adelantarse a sus colegas, algunos científicos recurren al cuchareo de datos y anuncian ante la prensa descubrimientos sensacionales basados en datos aún sin confirmar, con la esperanza de atinarle a un premio gordo. Empero, les falta el talento que tenían los sabios clásicos como Coulomb. Basta recordar algunos casos recientes como el de la fusión en frío, la quinta fuerza y cualquier descubrimiento relacionado con el virus del sida.

En todo caso, los cuchareadores obtienen una fama transitoria (y muchas citas a sus trabajos, aunque sea para refutarlos). En México todavía no hemos llegado a los excesos que se dan en el Primer Mundo, pero cada vez más los investigadores se ven forzados a trabajar para engrosar sus curricula y a competir entre ellos para obtener el reconocimiento de los administradores de la ciencia. La única ventaja de hacer ciencia en el Tercer Mundo era trabajar sin presiones, pero se está perdiendo lamentablemente.

LA INVENCIÓN DEL PROGRESO

La Jornada, 18 y 25 de julio de 1994

Cuando Galileo anunció que había descubierto con su telescopio ciertas manchas sobre la superficie del Sol, un distinguido teólogo lo refutó, según se cuenta, en los siguientes términos: "He analizado detenidamente los escritos de Aristóteles sobre el Sol y en ninguna parte he encontrado mención de tales manchas, por lo que debo concluir que son inexistentes." La anécdota se presenta como una muestra de la estrechez de visión que imperaba en la época de Galileo. Pero, situada en su contexto, la reacción del buen teólogo es perfectamente comprensible. En esa época todavía no se inventaba el progreso.

La llamada civilización occidental nació en Grecia, de donde se expandió por el Imperio romano. Cuando los cristianos se apoderaron de lo que restaba de ese imperio, destruyeron con saña todo lo que quedaba de esa antigua cultura, identificada con la de sus perseguidores. Pero algunos siglos después se arrepintieron y la cultura griega, debidamente bautizada por Tomás de Aquino, resurgió, y la filosofía de Aristóteles se volvió artículo de fe (de lo cual seguramente él mismo se habría sorprendido).

Hasta la época de Galileo no había razón alguna para suponer que el futuro pudiese ser mejor que el pasado. Muy por el contrario, los europeos estaban convencidos de que, después del apogeo de la cultura griega, estaban viviendo una era degradada y que no faltaba mucho para el fin del mundo. Pruebas de ello eran las múltiples epidemias y guerras que azotaban Europa. El mundo, al igual que la materia viva, estaba destinada a la degeneración y la única meta lejana que se vislumbraba para la humanidad era el Juicio Final. Incluso la edad del Universo se calculaba en unos cuantos miles de años y se pensaba que el Apocalipsis no estaba lejos. Los historiadores narran la histeria masiva que surgió en Europa en el año 1000, cuando muchos hombres pensaron que ése sería el último año de la Tierra.

Empero, de esa cultura envejecida surgieron científicos como Copérnico, Kepler, Galileo y muchos otros, que quisieron ver al mundo con ojos nuevos y trataron de comprenderlo a través de la experiencia y la observación. Ellos pensaban que no todo estaba dicho, que la verdad última no se encontraba en los libros heredados de la antigua cultura griega, y que quedaban aún muchas cosas que los filósofos de la antigüedad no se habían imaginado. La culminación y síntesis de esa nueva visión del mundo fue la obra de Isaac Newton. En el año de 1686 apareció el libro que habría de contribuir fundamentalmente a modificar el curso de la historia: los Principios matemáticos de la filosofía natural. El mundo, gracias a Newton, se revelaba por primera comprensible: era un mundo regido por las leyes matemáticas de la mecánica. Todo seguía un inexorable orden lógico y se podía comprender el curso de los astros resolviendo ecuaciones, no consultando libros antiguos.

La mecánica de Newton no era contemplativa. A diferencia de los antiguos, que se conformaban con explicar la naturaleza pero no pretendían modificarla, la nueva ciencia ofrecía al hombre la posibilidad de cambiar su estado en la Tierra por algo mejor. El mundo no sólo se volvía comprensible, sino manejable. En lugar del Apocalipsis se vislumbraba una nueva Tierra Prometida, a la que se dirigía la humanidad por el camino del Progreso. (Curiosamente, el mismo Isaac Newton no fue fanático del progreso. Metido a teólogo e historiador en sus años de vejez, calculó que el Juicio Final debería ocurrir alrededor del año 2060.)

El nacimiento del progreso, tal como lo entendemos en la actualidad, puede situarse en la época de los Principios de Newton, y su desarrollo en el siglo XVIII. En Francia, esa época coincidió con el Siglo de las Luces, que culminó en la revolución. El polémico Voltaire, quien visitó Inglaterra y estuvo presente en los funerales de Newton, llevó la semilla de la nueva ciencia a su patria, donde los sabios franceses la recibieron con entusiasmo y la cultivaron para darle una forma que aún se utiliza en la actualidad.

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Isaac Newton.

En la época de Newton, justamente, se fundaron la Royal Society en Inglaterra y la Academia de Ciencias en Francia. Por primera vez los sabios ocuparon un lugar importante en la sociedad; y no era para menos: ellos eran los portadores del progreso. Así, la cultura occidental dio un giro brusco al pasar del pesimismo de la Edad Media al optimismo de la era del progreso. La naturaleza, era una fuente inagotable de recursos puestos a la disposición de la humanidad para sostener su marcha triunfante hacia el paraíso del progreso.

Sólo algunos escépticos se atrevieron a cuestionar las promesas de tanta felicidad. Uno de ellos fue Jonathan Swift, irlandés que vivió en Londres durante los años en que el viejo Newton aún presidía la Royal Society como feudo suyo. En Los viajes de Gulliver, Swift se burla de la locura de los hombres para lo cual se sirve de las aventuras de un marino que conoce tierras supuestamente lejanas. En uno de sus viajes Gulliver visita extraños países que viven la euforia del progreso. Casi tres siglos después, Swift parece estarnos observando.

HISTORIA SECRETA DE LA BOMBA ATÓMICA

Reforma, 6 de agosto de 1995

El 6 de agosto de 1945 un avión de los Estados Unidos de América arrojó una bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Hiroshima; tres días después le tocó el turno a la ciudad de Nagasaki. La segunda Guerra Mundial terminó en medio de una destrucción sin precedentes, lograda con un arma fabricada por centenares de científicos y técnicos apoyados por el gobierno del presidente Roosevelt.

¿Cómo pudieron tantos hombres de ciencia trabajar en un proyecto tan mortífero? La respuesta es sencilla: contra todos ellos estaban convencidos de estar en una carrera con el gobierno nazi para la fabricación de la bomba atómica. Las sospechas tenían sólidos fundamentos, ya que el aparato científico y tecnológico alemán todavía contaba con suficientes recursos, a pesar de la enorme sangría que sufrió por la persecusión de todos los científicos judíos. En particular, se sabía que el programa nuclear del régimen nazi estaba bajo la dirección del gran físico Werner Heisenberg.

Al término de la guerra, los aliados descubrieron que sus temores habían sido infundados, pues los alemanes nunca intentaron construir un arma nuclear. Heisenberg había desechado la idea por irrealizable y encaminado todos los esfuerzos alemanes a la construcción de un reactor nuclear, proyecto que se hubiera concretado de no ser por la situación caótica que imperaba en Alemania al final de la guerra.

Se ha escrito mucho sobre la historia de la bomba nuclear desde el lado de los vencedores de la segunda Guerra Mundial, pero poco se sabe de lo que sucedió en el campo de los nazis. Ahora la situación se ha aclarado gracias a que en 1992 se abrieron los archivos del Servicio Secreto británico relacionados con el programa nuclear alemán, y a su publicación en forma de libro (Operation epsilon, Berkeley, 1994). Parte de la breve historia que sigue está basada, en estas revelaciones.

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Otto Hahn y Lise Meitner.

La física nuclear

A principios de los años treinta se descubrió que el núcleo atómico está formado por dos tipos de partículas, protones y neutrones, y que cada elemento químico está determinado por el número de protones. Alterando este número sería posible, entonces, transmutar un elemento en otro, tal como soñaban los alquimistas en la Edad Media. La técnica más prometedora para lograrlo consistía en bombardear con neutrones los núcleos atómicos con el fin de romperlos.

La primera transmutación artificial de un elemento químico fue lograda en Berlín, a fines de 1938, por Otto Hahn y Fritz Strassmann, quienes encontraron que al bombardear el uranio con neutrones se obtenía un elemento más ligero, el berilio. Hahn comunicó su descubrimiento a su antigua colaboradora Lise Meitner, refugiada en Suecia por su ascendencia judía, y ella, junto con su sobrino Otto Frisch, interpretaron correctamente el proceso como una fisión nuclear. Esto sucedía a principios de 1939; en septiembre de ese mismo año Hitler invadió Polonia y se inició la segunda Guerra Mundial.

La reacción en cadena

En la naturaleza se encuentran dos tipos de uranio: el uranio 238, cuyo núcleo consta de 92 protones y 146 neutrones, y el uranio 235, que tiene tres neutrones menos en su núcleo. Más del 99% del uranio que se encuentra en estado natural es uranio 238. Como lo demostraron Niels Bohr y John Wheeler justo antes de que empezara la guerra, sólo el uranio 235, el más escaso, es fisionable.

Para fabricar una bomba atómica se necesita una gran cantidad de uranio 235, el cual se puede obtener del uranio 238. Sin embargo, es muy difícil realizar esta separación porque las propiedades químicas de los dos son idénticas. Otra posibilidad consiste en utilizar plutonio, el elemento 94, que es un excelente material para una bomba atómica porque se fisiona al igual que el uranio 235. El plutonio no se encuentra en estado natural, pero se puede producir artificialmente bombardeando el uranio 238 con neutrones. Para estar seguros de no equivocarse los aliados desarrollaron las dos opciones: a Hiroshima le tocó una bomba de uranio 235 y a Nagasaki una de plutonio.

Cuando un neutrón le pega a un núcleo de uranio 235 o de plutonio y lo rompe, se producen dos núcleos más ligeros y, además, dos o más neutrones libres. Estos últimos pueden pegar cada uno a otro núcleo de uranio y repetir el proceso, generando así una reacción en cadena en que cada vez más núcleos de uranio se fisionan. La primera reacción en cadena del uranio tuvo lugar en la Universidad de Chicago en diciembre de 1942 y fue obra de Enrico Fermi, refugiado de Italia y establecido en los Estados Unidos desde 1939. A partir de ese momento la construcción de la bomba nuclear se redujo a un problema técnico.

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Werner Heisenberg.

La masa crítica

Para que la reacción en cadena no se apague, se necesita que la cantidad de material fisionable sea superior a cierta masa crítica. Esto ya era conocido justo antes de que se iniciara la guerra, pero los cálculos de la masa crítica para producir una explosión nuclear eran muy inciertos.

En 1940 Otto Frisch y Rudolf Peierls, refugiados en Inglaterra, llegaron a la conclusión de que una, explosión nuclear necesita sólo unos cuantos kilogramos de uranio 235. Un resultado así acabó de convencer a Churchill y Roosevelt de crear el proyecto Manhattan para la construcción de una bomba atómica.

Al parecer, Heisenberg, al principio de la guerra, había calculado la masa crítica y encontrado un valor de varias toneladas de uranio 235; en virtud de que es imposible reunir esa cantidad, habría concluido que fabricar una bomba de fisión sería un sueño imposible.

Para dar una idea del valor correcto de la masa crítica, la bomba que se arrojó sobre Hiroshima contenía 50 kilogramos de uranio 235. En el caso del plutonio, bastan unos 11 kilogramos para construir una bomba atómica si se cuenta con la tecnología adecuada.

Einstein y la bomba

Es conocida la historia de que Albert Einstein mandó un par de cartas al presidente Roosevelt en 1939 y 1940 urgiéndole que apoyara la creación de un programa nuclear para adelantarse a los nazis. La influencia de estas cartas se ha exagerado ampliamente; como mencionamos, Roosevelt tomó en serio la bomba atómica sólo a fines de 1942, cuando los ingleses lo convencieron de que no se trataba de una ilusión.

Al respecto valdría la pena aclarar el papel que tuvo Einstein en la fabricación de la bomba atómica, ya que en la mitología popular se considera a este gran científico como el responsable de la terrible arma. Aparte de las cartas a Roosevelt, la responsabilidad de Einstein no va más allá de haber descubierto la equivalencia entre masa y energía, lo cual explica la liberación de energía en la fisión nuclear, pero no da ninguna indicación de cómo lograrla. En ese sentido, Galileo y Newton, fundadores de la física, serían tan responsables como Einstein.

Y finalmente, no olvidemos que fue el gobierno de Harry Truman el cual decidió bombardear Japón, sin pedirle su opinión ni a Einstein ni a ningún otro científico.

Operación Épsilon

Hasta aquí hemos descrito la situación en el campo aliado. ¿Qué pasaba mientras en el campo enemigo? En Alemania, el jefe del proyecto nuclear era Werner Heisenberg, uno de los físicos más importantes de este siglo, cofundador de la mecánica cuántica, cuyo nombre es conocido aun fuera del ámbito de la física por estar relacionado al "principio de incertidumbre" de profundas implicaciones físicas y filosóficas.

¿Realmente pudieron los nazis construir una bomba atómica? Durante la guerra, con todas las comunicaciones cortadas, la respuesta a esta pregunta no era obvia. Después del desembarco en Normandia, los aliados aprovecharon el avance en territorio nazi para apropiarse de documentos, equipos y personal técnico relacionados con ese proyecto. Para fines de noviembre de 1944 era bastante evidente que los alemanes habían optado únicamente por la construcción de un reactor nuclear para generar energía controlable.

Para estar seguros de qué tanto sabían los físicos alemanes, los aliados montaron la llamada Operación Épsilon, que consistió en secuestrar a diez notables científicos alemanes relacionados con el programa nuclear y llevarlos a Inglaterra. Entre los diez se encontraban Werner Heisenberg y Otto Hahn. Todos ellos fueron alojados, incomunicados del resto del mundo, en una mansión en el pueblo de Farm Hall, cerca de Cambridge, de julio a diciembre de 1945. Obviamente en toda la mansión se habían escondido micrófonos para grabar las conversaciones de los científicos.

Al parecer, las grabaciones originales se han perdido, pero el Servicio Secreto británico conservó las transcripciones mecanografiadas. En 1992 ya no se les consideró secretas y fueron publicadas en forma de libro apenas el año pasado.

Uno puede preguntarse qué tan auténticas puedan ser las conversaciones que tuvieron los alemanes, pues es difícil suponer que no sospecharan que los estarían escuchando. Seguramente se cuidaron de no decir nada comprometedor, pero aun así las conversaciones tienen gran interés y en momentos parecen genuinos desahogos.

La bomba

A los pocos días de la llegada a Farm Hall, la tarde del 6 de agosto, la BBC anunció que una bomba atómica había sido arrojada sobre Hiroshima. En el informe de los ingleses se lee que Otto Hahn "quedó totalmente deshecho por la noticia [ ... ] dijo sentirse personalmente responsable por la muerte de cientos de miles de personas [ ... ] y consideró la posibilidad de suicidarse". Continúa el informe narrando cómo Hahn fue calmado con "grandes dosis de estimulante alcohólico" (¡sic!), después de lo cual bajó a cenar con sus colegas y les comunicó la noticia. La primera reacción de los científicos alemanes fue de total incredulidad.

Sin embargo, al pasar los días y a medida que llegaban nuevas noticias, se hacía cada vez más evidente que se trataba efectivamente de una bomba atómica. Entonces Heisenberg decidió revisar sus cálculos e improvisó una conferencia para sus colegas el 14 de agosto. Ese día, prácticamente calculando de memoria y basándose en algunos vagos indicios publicados en la prensa, Heisenberg reconstruye correctamente el proceso de fabricación de la bomba atómica y reduce sus cálculos de la masa crítica a un valor situado entre 20 y 200 kilogramos. No deja de llamar la atención que el mismo cálculo lo hubiera podido hacer cinco años antes. El historiador Thomas Powers argumenta en su libro La guerra de Heisenberg, que el gran físico alemán sabía desde antes de iniciarse la guerra cómo construir una bomba atómica, pero fingió ignorancia por razones morales. Es una lástima que ese libro fuera escrito justo antes de que se hicieran públicas las transcripciones de Farm Hall, pues la conclusión del autor seguramente sería más matizada. La impresión general que dejan las transcripciones de las conversaciones es que los científicos detenidos se debatían entre sentimientos ambivalentes: estaban conscientes de los crímenes de los nazis, pero no deseaban ver su patria humillada por sus vencedores.

Los no ingenuos yerran

¿Por qué se equivocó Heisenberg al calcular por primera vez la masa crítica de una bomba atómica? ¿Fue un error voluntario? En casos como éste son tantos los mecanismos inconscientes que intervienen que esta clase de preguntas carece de sentido. Si Heisenberg creyó que era imposible construir una bomba atómica, seguramente se sintió aliviado del tremendo dilema que sería para él comunicar o no su descubrimiento al gobierno de su país. Sea lo que fuere, nunca antes había dependido tan drásticamente la humanidad de lo que pasó en la mente de un solo hombre.

Heisenberg y sus colegas optaron por una solución de compromiso: fabricar un reactor nuclear para el aprovechamiento pacífico de esta colosal fuente de energía. De esta manera salvaban su orgullo de científicos y beneficiaban a su patria y a la humanidad en general. Viendo las cosas a posteriori, y considerando la difícil situación en la que se encontraban, tal parece que tomaron la decisión correcta.

Carl von Weizsacker, uno de los prisioneros de Farm Hall, dijo durante su detención que la historia tomará nota de que ellos, en Alemania bajo el régimen de Hitler, trabajaron en el desarrollo pacífico de la energía nuclear, mientras que los estadunidenses y los ingleses desarrollaron una horrible arma de guerra. Creo que es de elemental justicia reconocer al menos este hecho.

Epílogo

Los científicos alemanes fueron liberados en diciembre de 1945 y se les permitió regresar a su patria. Irónicamente, durante su detención Otto Hahn se enteró de que le habían otorgado el Premio Nobel de Química (correspondiente a 1944) por su descubrimiento de la fisión nuclear. A su regreso, y hasta su muerte en 1968, desempeñó un papel decisivo en la restauración de la ciencia alemana. Werner Heisenberg, después de su liberación, regresó a su patria y trabajó en la Universidad de Munich, donde se mantuvo activo hasta su retiro en 1970. Murió en 1976, llevándose el secreto de lo que fueron sus pensamientos ocultos durante la guerra.

CIEN AÑOS DE RAYOS X

Reforma, 23 de noviembre de 1995

En noviembre de 1895, Wilhelm Roentgen, a la sazón rector de la universidad alemana de Wörzburg, descubrió los rayos X —y demostró de paso que las labores administrativas no son necesariamente incompatibles con el trabajo científico. Por esa época estaba de moda entre los físicos experimentar con los fenómenos eléctricos en tubos de alto vacío; se sabía que ciertos metales emiten rayos catódicos cuando se calientan y se les aplica, un voltaje eléctrico (en 1897, J. J. Thomson demostró que esos rayos eran en realidad partículas, los llamados electrones, que se evaporan de la superficie del metal).

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Wilhelm Roentgen.

El hecho es que el rector Roentgen descubrió que, al bombardear ciertos materiales con rayos catódicos, se producía una misteriosa radiación, la cual se podía detectar sobre una pantalla fluorescente. Cierto día memorable de noviembre de 1895, Roentgen se atrevió a poner su mano entre el tubo y la pantalla y apareció la imagen de sus huesos. Tres días antes de la Navidad, decidido a dejar un testimonio gráfico, imprimió la primera radiografía de la historia: la mano de su esposa, completa con todas las falanges y el anillo de boda.

El descubrimiento fue anunciado oficialmente el 28 de diciembre de ese mismo año. Pocos días después, la noticia llegó al otro lado del Atlántico. En Nueva York, Nikola Tesla —el inventor del generador eléctrico de corriente alterna y de la radio (antes que Marconi)— también había estado experimentando con rayos catódicos, por lo menos desde 1891. Al parecer, ya había logrado algunas radiografías, pero sin darse cuenta, todavía de lo que tenía entre manos; incluso, en cierta ocasión, tomó una fotografía en rayos X de su amigo Mark Twain, pero "sólo" captó la imagen de un tornillo de la cámara. En marzo de 1895, el laboratorio de Tesla fue destruido totalmente por un incendio, y el genial inventor y el ilustre escritor perdieron la oportunidad de pasar a la historia como descubridor y padrino, respectivamente, de los rayos X.

Al recibir la noticia del descubrimiento, Tomás Edison, Tesla y muchos otros científicos estadounidenses empezaron a construir masivamente tubos de Roentgen. Los médicos se dieron cuenta de la enorme potencialidad del descubrimiento para explorar el cuerpo humano, y Edison, como buen empresario, se dedicó a fabricar aparatos para sacar radiografías. Y no faltaron los moralistas que se preocuparon porque esos rayos permitirían ver a las damas a través de sus ropas. Al principio se trató de encontrar a estos rayos toda clase de usos mágicos, sin tener conciencia de los peligros. Tesla llegó a irradiarse la cabeza con rayos X para, "estimularse", por fortuna sin consecuencias aparentes (aunque su equilibrio mental siempre fue puesto en tela de juicio). En cuanto a Edison se daño los ojos, y un ayudante suyo contrajo cáncer de piel. Finalmente, el mismo Tesla se dio cuenta de los peligros de la radiación y en 1897 propuso varias medidas de seguridad.

Tuvieron que pasar unos 15 años para que los físicos elucidaran definitivamente la naturaleza de los rayos X. Ahora sabemos que son una forma de luz (más precisamente radiación electromagnética) muy energética. Cuando los electrones arrojados con gran velocidad de un metal penetran la materia, se ven frenados por los núcleos atómicos que encuentran a su paso y emiten energía en forma de rayos X. De hecho, hay muchas clases de radiaciones electromagnéticas, desde las ondas de radio hasta los rayos gamma, de las cuales la luz visible, a la que nuestros ojos son sensibles, es sólo una pequeña muestra.

En la actualidad estamos acostumbrados a las radiografías, pero podemos imaginar lo que debió significar el descubrimiento de los rayos X en su momento. Nada menos que una nueva forma de radiación que permitía ver a través de los cuerpos materiales. Ni a Julio Verne se le habría ocurrido algo semejante.

LA INVENCIÓN DE LA RADIO

Reforma, 8 de febrero de 1996

En la década de los años noventa del siglo pasado se dieron importantes avances científicos y tecnológicos que anunciaban el siguiente siglo. En la feria mundial de Chicago de 1893 la estrella máxima fue la electricidad; luego vinieron el cinematógrafo, los rayos X, la radiactividad, etcétera. Un lugar especial entre los grandes inventos lo ocupa la radio, pero su historia está distorsionada por graves inexactitudes.

Ya en 1888 Heinrich Hertz había demostrado la posibilidad de generar artificialmente ondas electromagnéticas. La aplicación de las ondas hertzianas a la transmisión de señales, sin necesidad de cables, se mostró por primera vez en la primavera de 1893, en Saint Louis, EUA, ante una audiencia de la National Electric Light Association. El equipo utilizado consistía esencialmente en un condensador y un tubo de vacío, separados entre sí unos diez metros de distancia, sin ninguna conexión. Al pasar una corriente eléctrica por el condensador, el tubo de vacío se iluminaba instantáneamente. El hombre que había construido ese dispositivo y lo presentaba al público era Nikola Tesla, ingeniero eléctrico, originario de Yugoslavia y radicado en los Estados Unidos.

La telegrafía sin hilos nació así gracias al diseño original de Tesla. Utilizando la misma tecnología, Oliver Lodge logró, al año siguiente, transmitir señales telegráficas sin cables a una distancia de 150 metros. En 1895, Guglielmo Marconi repitió el experimento en Londres con un aparato muy similar al de Lodge. De hecho, todo el equipo con el que Marconi había experimentado era una copia exacta del de Tesla, que para entonces era del dominio público. Tesla fue un científico muy peculiar. Inventor del generador de corriente multifásica, ampliamente utilizado en la actualidad, promovió el uso de la corriente eléctrica alterna, al contrario de su rival Edison, que había apostado todo su capital a la corriente directa. Alejado por completo de los medios académicos, Tesla muy bien pudo servir de modelo para el prototipo del genio loco de las películas de Hollywood. Las fotos de laépoca lo muestran en su vasto laboratorio, sentado inmutable en medio de terroríficos rayos y chispas generados por sus aparatos.

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Nikola Tesla en su laboratorio de Colorado.

Tesla también inventó el control remoto de vehículos por medio de ondas de radio. En 1898, ante un público incrédulo, dio la primera demostración de un barco sumergible dirigido a distancia. Tenía la esperanza de que la marina, de su patria de adopción se interesara en las importantes aplicaciones militares de su invento, pero el mundo aún no estaba preparado para asimilar tal avance tecnológico. A principios de 1901, Tesla se embarcó en un ambiciosísimo proyecto para construir una gigantesca estación radiotransmisora. Por desgracia, sin el apoyo financiero necesario, el proyecto habría de terminar años más tarde en un estrepitoso fracaso. Mientras tanto, en diciembre de 1901, la prensa anunció que Marconi había logrado transmitir una señal de radio a través del Atlántico; no se mencionaba, sin embargo, que Marconi había utilizado un aparato diseñado y patentado por Tesla cuatro años antes.

Tesla demandó a Marconi por el plagio de la telegrafía, sin hilos, pero sin éxito, debido a, los apoyos que el italiano había conseguido en los medios financieros. La puntilla, se la daría el comité del Premio Nobel de Física en 1909, al otorgar el preciado premio a Marconi y Carl Braun por "el desarrollo separado pero paralelo de la telegrafía sin hilos".

El hombre que tanto contribuyó al desarrollo tecnológico del siglo XX murió en enero de 1943 en la ciudad de Nueva York. En junio de ese mismo año, la Suprema Corte de EUA por fin dictaminó, contradiciendo al jurado del Premio Nobel, que la patente de Tesla del 2 de septiembre de 1897 anticipaba indiscutiblemente toda la tecnología utilizada por Marconi para la telegrafía sin hilos.

El experimento está descrito en detalle en el volumen 60 de American Journal of Physics