IX. LAS TÉCNICAS DE ACTUACIÓN: DEL MAGNETISMO AL HIPNOTISMO

REGRESEMOS a la escena central del cuadro de Brouillet. Blanche Wittmann inicia la contractura bajo la mirada amorosa de Babinski, que en ese momento aún no reduce el fenómeno a la "simulación" del pitiatismo. Charcot, impasible, lleva en la diestra el electrodo conectado a una bobina, como la pinza en la mano de Péan, el escalpelo en la de Bernard o el microscopio frente al ojo de Pasteur. La "electricidad médica", heredada de Duchenne de Boulogne y de Benedikt, se agregará al espectáculo del hipnotismo (legítima apropiación médica del sonambulismo y el magnetismo), de los estados segundos y las dobles personalidades. El fenómeno médico se convirtió, a su vez, en una moda literaria y mundana, que proseguía, en cierta manera, la tradición de las asociaciones libres y el onirismo que habían seguido, por un lado, los románticos alemanes como Novalis (barón Friedrich von Hardenberg, 1772-1801) y Hoffman (Ernst Theodor Amadeus, 1776-1822), predecesores del interés surrealista en estos temas, y, por el otro, los fundadores del estudio científico de la actividad onírica, Alfred Maury (1817-1892) y el marqués Marie-Jean-Léon Hervey de Saint-Denis (1823-1892). 1

De la mano de Charcot, la hipnosis entró de manera solemne y oficial en el terreno médico cuando, en 1882, presentó su comunicación a la Academia de Ciencias, que en tres ocasiones anteriores la había rechazado bajo el nombre de magnetismo. En las décadas de 1860 a 1890 hubo un renacimiento del interés por la hipnosis y los fenómenos oníricos que develaban, por lo menos para la medicina, el nuevo mundo de la cara nocturna, oculta, del sujeto. Las modas suelen tener, también en el campo médico, una presencia pendular.

En 1843, James Braid (1795-1860), quien introdujo la palabra hipnotismo, intentó una interpretación neurofisiológica del antiguo fenómeno del sonambulismo-magnetismo en su obra Neurohypnology or the Rationale of Nervous Sleep Considered in Relation with Animal Magnetism, (Neurohipnología o la racionalidad del sueño nervioso considerado en relación con el magnetismo animal). Esta "medicalización" del problema, y la utilización del hipnotismo para el conocimiento y exploración del psiquismo en la histeria, y aun como medida terapéutica, culminó en la segunda escuela de la Salpêtrière. Los fenómenos hipnóticos permitieron descubrir la naturaleza de la histeria. La hipnosis es a ésta lo que la pieza anatómica es a los trastornos neurológicos. Al mismo tiempo reavivó el interés por el "magnetismo animal", que tan mala aceptación había tenido un siglo atrás.

Este magnetismo animal fue obra de figuras muy atractivas y curiosas a las que el positivismo racionalista calificó sin más como charlatanes sin escrúpulos, pero a quienes Ellenberger ha reconocido como los iniciadores de las terapéuticas y enfoques psicodinámicos. Hay pues una línea que va del magnetismo de Mesmer y el sueño lúcido de Faria, al hipnotismo de Braid, Charcot y Bernheim, y que continúa con las medicaciones psicológicas de Janet y el psicoanálisis de Freud. Una línea que se inició y concluyó en Viena. Ésta es otra historia digna de contarse.

Franz-Anton Mesmer (1734-1815), hijo de un guardián del príncipe-arzobispo de Constanza, estudió inicialmente teología. Entre 1759 y 1766 hizo en Viena sus estudios de medicina. Su tesis se tituló Dissertatio physico-medica de planetarum influxu. Contrajo matrimonio con Anna von Porsch, rica y otoñal viuda que aportó una suntuosa residencia, y quien sería famosa por sus recepciones mundanas (situación semejante a la que tiempo después vivió Jean-Martin Charcot). Fue en casa de Mesmer donde el joven Mozart representó por primera vez, en 1678, su ópera Bastián y Bastiana. Se inspiró en las teorías del jesuita Maximilien Hell (!sic¡), director del observatorio de Viena, en su intento de provocar en una de sus pacientes una "marea artificial" por medio de imanes. Pronto pasó de este "magnetismo mineral" a una teoría general que llamó "magnetismo animal". EI universo estaba lleno de un fluido sutil, intermediario entre el hombre y el cosmos, cuya mala repartición sería responsable de la enfermedad. La terapia debería estar dirigida a canalizarlo adecuadamente para llegar a la curación, por medio de crisis. En 1777 debió abandonar Viena a consecuencia de un oscuro escándalo que tuvo como protagonista a una joven clavecinista ciega de 18 años. Así, Mesmer llegó a París a principios de 1778, donde recibió el apoyo del médico del conde de Artois (futuro Carlos X), hermano de Luis XVI. Abrió un consultorio en su palacio de la Place Vendôme, donde recibía, en un ambiente musical y distinguido, a una clientela de menopáusicas elegantes a las que trataba con el fluido que, según él, se concentraba, como en las botellas, de Leyden, en unos baldes. En 1783 fundó, con el jurista Bergasse y el financiero Kornmann, la Sociedad. de la Armonía, que revelaba a los accionistas "el secreto del magnetismo". Así pudo reunir 340 000 libras en un año. Tanto éxito generó suspicacia. EI rey Luis XVI nombró en 1784 dos comisiones que reunieron a miembros de la Sociedad Real de Medicina, de la Facultad de Medicina y de la Academia de Ciencias, para llevar a cabo una indagación sobre tal fluido. Fue el primer ejemplo de una comisión de sabios de disciplinas diversas encargada por el poder público de decidir sobre una cuestión de orden médico. Este hecho muestra la desusada cultura científica (que asombró a Benjamin Franklin) que poseía este monarca, de quien la historia ha dejado una imagen bastante triste, y que fue víctima de ese sanguinario movimiento iniciado por el oro y la ambición de su primo, el duque de Orléans. Esta comisión estuvo formada por el propio Franklin, por Lavoisier, Jussieu, Bailly y Guillotin.. 2

Las conclusiones de esta comisión fueron completamente negativas: el fluido magnético no existía y los efectos observados eran "simple fruto de la acción de la imaginación" (nada más pero tampoco nada menos). A principios de 1785 Mesmer abandonó Francia, viajó por Suiza y Alemania y regresó a Austria, de donde fue expulsado en 1793 por ser políticamente sospechoso. Su interesante biografía permite suponer que sufría de la enfermedad maniaco-depresiva. Sus biógrafos no han podido precisar qué tanto de su conducta era sincera y qué tanto era fruto de una teatralidad charlatana y de un magnífico sentido de la publicidad. Su capacidad terapéutica, basada en la sugestión y en lo que hoy se conoce como efecto placebo, lo coloca, a pesar del descrédito que le otorgó su tiempo, en otro nivel que el de su, quasi homólogo y coetáneo, el italiano Giuseppe Balsamo, conocido como el conde Alexandre de Cagliostro (1743-1795). Este aventurero, adepto al. ocultismo, fue también médico. Tuvo un gran éxito en la corte del mismo Luis XVI. Actuó dentro del movimiento masónico y estuvo involucrado en el "asunto del collar" de María Antonieta. También fue exiliado.

El abate José Custodio de Faria (1756-1819) tuvo igualmente una vida novelesca. Nació en Candolim de Barde, cerca de Goa, capital de las Indias Portuguesas, según él de la casta de los brahamanes (cosa que creyeron sus contemporáneos). A los 15 años Ilegó a Lisboa, donde inició sus estudios que concluyó en Roma. En 1780 fue ordenado sacerdote y recibió el doctorado en teología. Regresó a Portugal y posteriormente, en 1788, se instaló en Francia, donde participó en el movimiento revolucionario. Fue descrito en ese tiempo como un hombre "alto, seco, negro y que hablaba muy mal francés". No obstante, en 1811 era profesor de filosofía en Marsella. Fue seguidor de las ideas de Babeuf 3 y encarcelado por la policía imperial en el castillo de If. En 1813 abrió en París un gabinete de magnetizador, en. donde inició un curso público de "sueño lúcido". Pronto adquirió celebridad y formó una numerosa clientela de enfermos nerviosos (entre los que se contó a Marie-Marguerite Potier, la institutriz de Charcot). Utilizaba para hipnotizarlos una técnica basada en la concentración de la atención y la mirada. Se opuso al mesmerismo y al concepto de fluido magnético. Su sueño lúcido era una especie de sugestión terapéutica al cual le veía aplicaciones para la anestesia quirúrgica. Para él sólo algunos individuos eran susceptibles de adormecerse artificialmente, y los llamó epoptes naturales (del griego epopte = el que ve todo al descubierto). Pero su fama y fortuna sólo duraron tres años. En 1816 fue víctima de una burla pública por parte de un actor escéptico. Por ese tiempo fue ridiculizado bajo el nombre de "el abate Soporito" en una obra teatral de Jules Vernet, titulada La magnetismomanía. El abate Faria cerró su gabinete, obtuvo el puesto de capellán en un pensionado y se consagró a la redacción de su tratado De la cause du sommeil lucide ou étude de la nature de l'homme, cuya publicación pasó desapercibida. Más tarde, Bernheim, Gilles de la Tourette y Pierre Janet, sabrían reconocerle su papel como predecesor del método de la hipnosis por sugestión. Alexandre Dumas (el antiguo miembro del Club des Hachischins) lo hizo aparecer, por su estancia en el castillo de If, en su novela El conde de Montecristo.

En 1837 la Academia de Medicina creó otra comisión para estudiar nuevamente el magnetismo animal. El relator de tal comisión fue Frédéric Dubois d'Amiens (1799-1873), autor de una Historia filosófica de la hipocondría y de la histeria. Su veredicto fue tan negativo como el que emitió la comisión de Luis XVI. Se condenaba igualmente, sin derecho a apelación, al sonambulismo y a la hipnosis.

El siguiente personaje de esta aventura de magnetizadores-hipnotistas —teatro dentro del teatro de nuestra historia—, es Victor-Jean-Marie Burq (1822-1884), inventor de la metaloterapia: el empleo de los metales por vía interna o externa con fines curativos. Este curioso individuo pensaba que a cada temperamento humano correspondía un metal específico, y que era posible determinar la "sensibilidad metálica individual" utilizando la metaloscopía. Se aplicaba el metal sobre la piel y, si era el indicado, el paciente experimentaba sensaciones de calor, sudoración y hormigueo. Su técnica se usó con gran éxito, según se dijo entonces, en el hospital general de París (el Hôtel-Dieu) en 1849, durante la epidemia de cólera. En 1871 publicó su obra Metaloterapia: tratamiento de las enfermedades nerviosas, Parálisis, histeria, hipocondria, migraña, dispepsia, gastralgia, asma, reumatismos, neuralgias, espasmos, convulsiones, etc. En 1876 se dirigió a Claude Bernard, ya presidente de la Sociedad de Biología, para que decidiera "si no era víctima de una ilusión sobre hechos que él creía haber observado bien durante un cuarto de siglo". Bernard designó, por supuesto, una comisión con tres de los miembros más importantes: Charcot, Luys y Dumont Pallier. Esta vez la comisión concluyó favorablemente y los tres ilustres médicos quedaron conquistados por Burq y su método, dedicándose a investigar intensamente la metaloscopía, la electricidad, los electroimanes, el hierro imantado, y sus aplicaciones en la histeria, el sonambulismo, la catalepsia, la letargia, la analgesia, etcétera.

Si estas experiencias ahora nos parecen inocentes, crédulas o francamente estúpidas, debemos considerarlas dentro del ambiente médico y cultural de esa época. Charcot pronto pasó del magnetismo a la hipnosis, dejando por la paz la electricidad y los metales. De la hipnosis, Freud pasará, a su vez, a la abreacción y la catarsis, y de allí al psicoanálisis.

Charcot logró pasar por el estrecho camino que separa a veces la curiosidad científica del descrédito y el ridículo. No así sus colegas que, como sus otros-Yo menos afortunados, aplicaron la metaloterapia con gran fe y poco criterio, en el Hôpital de la Charité, Luys, y en el de la Pitié, Dumont Pallier, de manera ridícula o grotesca.

Victor-Alphonse-Amédée Dumont Pallier (1826-1899) fue alumno de Claude Bernard, y gracias al encargo de éste para que estudiara los trabajos de Burq, cayó en brazos de la histeria. Observó un hipnotismo unilateral, lo que lo llevo a postular la independencia funcional completa de cada hemisferio cerebral (idea realmente original que no suelen citar los modernos neuropsicólogos de la especialización interhemisférica). En 1889 fundó un instituto psicofisiológico y en 1891 la Sociedad de Hipnología, de Psicoterapia y de Psicología. Sus experiencias con los metales fueron tomadas tan en serio, que en 1892 la Academia de Medicina lo admitió en la sección de terapéutica. Sus alumnos, que lo consideraban un "vejestorio ramplón", aseguraban que, "al igual que Charcot, había sido la burla de las histeriquitas de su servicio". No obstante, el inocente doctor tenía una gran presencia física, pues sirvió de modelo para la enorme estatua ecuestre de Carlomagno en la explanada de Nôtre Dame de París.

Jules-Bernard Luys (1828-1897) inició una carrera que parecía prometedora en el campo de la histología y la histopatología. En 1877 ingresó a la Academia de Medicina en la sección de anatomofisiología. En 1881 fundó, con Benjamin Ball, la revista L'Encéphale, que hasta nuestros días es una de las más importantes de Francia. Sus trabajos de anatomía normal y patológica del sistema nervioso fueron innovadores. Descubrió los cuerpos que llevan su nombre, dos núcleos de la base del encéfalo. Su pertenencia a la comisión nombrada por Bernard fue igualmente nefasta para él, llegando a publicar trabajos sobre medicamentos que actuaban a distancia, sobre la posibilidad de observar efluvios que se desprendían de los sujetos hipnotizados y sobre el almacenamiento de ciertas actividades cerebrales en una corona imantada. Organizó en la Charité sesiones públicas —caricatura de las de su colega Charcot— que la prensa anunciaba en la sección de espectáculos. Algunas de sus pacientes ensayaban sus representaciones desde ocho días antes, y Luys les permitía arreglar sus habitaciones del hospital según su capricho. Hasta sus críticos más enérgicos estuvieron de acuerdo en que la convicción del neurólogo era producto de su buena fe. Era un hombre afable y cordial, le gustaba la buena mesa, la música, las recepciones. Afortunadamente ahora sólo se le recuerda por su obra neuropatológica, pero sus contemporáneos, entre ellos nuevamente el imprescindible Léon Daudet, hicieron escarnio de su inocencia.

Otros médicos, que en la juventud cayeron hipnotizados, podríamos decir, por el hipnotismo, el magnetismo, las histéricas y Charcot, pasaron a la historia por trabajos más serios, verbigracia, Charles Richet (1850-1935), que obtuvo el premio Nobel de medicina de 1913 por su descubrimiento del fenómeno de la anafilaxia. Sus alumnos, por su lado, pasarían al maestro una cuenta post-mortem.

En el momento en que Charcot defendía todavía, a la vez imperativa y candorosamente, su descripción del gran ataque histérico como una realidad universal que poseía la estricta sucesión de sus cuatro fases como un mecanismo de relojería, se dieron simultáneamente dos situaciones contrastantes: por un lado, la de los hipnotistas que empezaron a mostrarse en la escena del teatro (no menos grotescos que Luys y Dumont Pallier) y, por el otro, la progresiva influencia de la llamada "escuela de Nancy".

Tras un hecho criminal que se quiso hacer aparecer como "crimen por sugestión", Guy de Maupassant, que había asistido al curso de la Salpêtrière, escribió en 1882:

Todos somos histéricos desde que Charcot, este creador de histéricas de cámara, mantiene con grandes gastos en su establecimiento modelo de la Salpêtrière un pueblo de mujeres nerviosas a las cuales inocula la locura, y a las que convierte en poco tiempo en demoniacas...

y en palabras de Axel Munthe:

Hipnotizadas en todos los rincones una docena de veces por día, por médicos y estudiantes, muchas de estas desdichadas jóvenes pasaban sus días en un estado de semitrance, el cerebro extraviado por todo tipo de sugestiones absurdas, medio conscientes y ciertamente irresponsables de sus actos, tarde o temprano condenadas a terminar sus días en la sala de agitadas, incluso en el asilo de locos.

La escuela de Nancy, cuya sola mención consideraba Charcot un acto de lesa majestad, fue su enemiga y detractora. Su historia brinda la otra cara de la moneda. Ya hemos visto que gracias a la histeria charcotiana, Freud descubre la psicodinamia, olvida su deseo de ser neurólogo e inicia su propio camino en la hipnosis y la catarsis. En 1889 Freud regresó a Francia, pero esta vez a Nancy, donde pasó varias semanas con el fin de perfeccionar su técnica hipnótica.

La escuela de Nancy tiene su origen en la obra de Ambroise Auguste Liébeault 1823-1904), quien publicó, en 1866, Del sueño y de los estados análogos considerado sobre todo desde el punto de vista de la acción de lo moral sobre lo fìsico que, en lugar de interés, suscitó, por parte de los médicos, sarcasmo y desprecio, llegando a considerársele un charlatán. Su método combinaba las técnicas del inglés Braid con las del abate Faria. Para Liébeault, el factor hipnotizante no estaba ligado a una causa física sino psicológica. Explicaba su éxito terapéutico por el fenómeno de la sugestión que, independientemente de toda debilidad del sistema nervioso y de toda histeria, podía movilizar la atención del paciente sobre alguna parte de su cuerpo. Su fama de hipnotista le atrajo alumnos de todo el mundo, y no de las menores figuras de su tiempo.

En 1882, el mismo año en que Charcot presentó su comunicación sobre hipnotismo en la Academia de Ciencias, Bernheim, médico de Nancy, intrigado por la fama de la clínica de Liébeault, se presentó a juzgar los resultados. El escéptico se convirtió al hipnotismo dentro de la vía que postulaba éste. Hyppolyte Bernheim (1840-1919) estudió medicina en Estrasburgo. Tras la derrota francesa de 1870, abandonó Alsacia y optó por Francia. En 1879 se le nombró catedrático de clínica médica. Su interés estaba entonces dirigido a la medicina interna, pero al conocer a Liébeault sufrió una verdadera conversión (curiosa palabra que significa a la vez la súbita modificación eidética y tímica de un místico, v.gr., la conversión de san Pablo o la de Loyola, verdaderas transformaciones existenciales, y la aparición de una sintomatología corporal en la histeria); el método de la sugestión hipnótica de Liébeault logró curarle, incluso, una ciática rebelde. En 1884 apareció en forma de libro una recolección de los artículos que desde 1882 había publicado en la Revue Médicale de l'Est. Rechazó las teorías fluídicas y magnéticas; consideró que el estado de hipnosis no era para nada propio de la histeria, oponiéndose a Charcot, que defendía la existencia de una liga específica y estructural entre ambas. La modificación del estado de conciencia podía obtenerse en cualquier individuo —decía Bernheim— por la sugestión en estado vigil, lo que implicaba abandonar la hipnosis. A este método dio el nombre de "psicoterapia", término que habría de conocer un auge enorme, y cuyo concepto es, sin duda, uno de los principales del siglo XX. Las prácticas de hipnotismo y sugestión de estos dos personajes se dieron dentro del ejercicio de la medicina general, pues ninguno de ellos era neurólogo ni alienista.

Veinte años duraría la querella entre Charcot y sus alumnos, contra los miembros, bastante más ecuánimes, de esta "escuela de provincia", como aquéllos la calificaron despectivamente. Pero Charcot, sin quererlo tal vez o por lo menos sin confesarlo, habría de aproximarse al final de su vida a los puntos de vista de la escuela de Nancy. En su obra De la suggestion, de 1911, Bernheim coloca a la hipnosis entre otras psicoterapias: la sugestión verbal en estado de vigilia o de sueño, la persuasión racional y emotiva, la sugestión encarnada en prácticas materiales, etc. Freud tradujo al alemán dos de sus obras: De la sugestión y de sus aplicaciones a la terapéutica, en 1889,e Hipnotismo, sugestión, psicoterapia, en 1892.

Poco antes de morir, casi en el momento en el que Rixens lo retrata entre las nobles cabezas de Sadi Carnot y Pasteur, Charcot tuvo la lucidez y el valor de aceptar una revisión a fondo de su teoría sobre la histeria. Sin confesarlo, terminó por adherirse a la dimensión psicológica que ya había planteado Bernheim. El fracaso del método anatomo-clínico, que fundó la neurología, abrió la vía al enfoque psicodinámico de los trastornos mentales. La histeria abandonó así el terreno de la neurología para entrar en el de la patología mental. Esto condujo a la reformulación del concepto de neurosis, por un lado, y al planteamiento de la etiología psíquica de los trastornos mentales por el otro.

HISTERIA MASCULINA

Al mismo tiempo que amplió la sintomatología de la histeria y precisó sus causas y mecanismos, Charcot la sacó no sólo de la patología del sistema nervioso, sino que rompió la ancestral y bien acreditada conexión de la histeria con el útero —tanto el somático como el metafórico—. Una de sus mayores aportaciones fue, sin duda, el establecimiento de la histeria masculina como una categoría nosográfica de pleno derecho. En el tomo III de sus Obras completas, dedicado a las lecciones sobre las enfermedades del sistema nervioso, recogidas por Babinski, Féré, Marie y Gilles de la Tourette, entre otros alumnos, su planteamiento de la histeria masculina ocupa un buen sitio. No sólo existía (lo que ya habían descrito, como hemos visto, algunos de sus predecesores) sino que era bastante común, muy semejante a la observada en las mujeres y, del mismo modo, una enfermedad "dinámica", "psicológica". No obstante, la idea de la existencia de una histeria masculina no fue tan fácilmente aceptada por el gran público, que hasta nuestros días sigue utilizando el vocablo preferentemente en femenino. Es deseable que esta igualdad no tarde tanto tiempo en reconocerse, como el que tardó en construirse el concepto de la naturaleza femenina de la histeria (4 000 años).

[FNT 7]

Figura 7. Portada del tomo III de las Obras completas de Charcot (1890), donde publicó sus observaciones acerca de la histeria masculina. El grabado representa la entrada a la Salpêtrière. El sello de la Facultad de Medicina de París lleva la efigie de Hipócrates y su nombre en griego.

"Es necesario que se sepa: la histeria es una enfermedad psíquica de manera absoluta" llegó a exclamar el fundador de la neurología. Apenas puede uno imaginar el costo que para su narcisismo debió tener el abandono de su dogma y el reconocimiento de que era una "patología de cultivo" la que habían representado, sobre la escena de su anfiteatro, sus bellas y jóvenes pacientes. La "psicologización" del fenómeno histérico fue la herencia que dejó a Janet y a Freud, "los hermanos enemigos".

A la muerte de Charcot, en 1893, se dio un fenómeno curioso. Una buena parte de sus alumnos no esperó a que el gallo cantara tres veces para negarlo. Como suele ocurrir con los profesores muy impositivos y tiránicos, su desaparición parece actuar como liberadora de una disidencia que durante su vida muy pocos se atrevieron a manifestar. Se descubren entonces, y se pregonan, los errores del maestro que antes no se veían o no se atrevían a mencionar. Como por arte de magia, sus otrora epígonos percibieron de golpe que la sugestión y aun la simulación eran las responsables de las escenas que anteriormente habían observado embelesados, acríticos. Todos renegaron de su fe ciega en la metaloterapia y en el hipnotismo, olvidando sus trabajos anteriores. Fácilmente olvidaron que la influencia de Charcot en cada uno de ellos, tenía que ver más con el campo médico y el neurológico, que con el episodio de la hipnosis y la histeria (y esto es válido incluso para los alumnos psiquiatras). Se creó una verdadera conjura del silencio y se clausuraron en Francia los trabajos sobre esos dos temas. Esto se prolongó por 50 años. Sólo, el fiel Gilles de la Tourette siguió defendiendo el "dogma de la Salpêtrière", olvidando que su maestro había decidido hundirlo al aproximarse al umbral de la Nada. Pierre Janet sería el único discípulo francés cuya contribución enriquecería el tema de la histeria.

A pesar de todos sus errores ("errores son del tiempo y no de España"), la concepción charcotiana de la histeria dio a luz al psicoanálisis. He aquí el homenaje elocuente de Sigmund Freud:

En otro punto de sus trabajos, Charcot sobrepasó también el nivel de sus demás estudios sobre la histeria y franqueó un paso que le asegura para la eternidad la gloria de haber sido el primero en explicar la histeria [...] Por una serie de deducciones irrefutables pudo demostrar que estas parálisis (post-traumáticas) son el resultado de representaciones que, en momentos que corresponden a disposiciones particulares, dominan el cerebro del enfermo. Así se explicó por vez primera el fenómeno de un mecanismo histérico, y esta investigación clínica de una incomparable belleza ha sido proseguida por su propio alumno, Pierre Janet, y por Breuer entre otros, para desarrollar una teoría de la neurosis.

En ese mismo año de 1893 apareció en la revista Neurologisches Zentralblatt, el artículo de Breuer y Freud, titulado: "Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos" que constituye la primera manifestación de la doctrina psicoanalítica. Allí confiesan que dieron un paso más allá en el descubrimiento del mecanismo psicológico de los fenómenos histéricos, en el camino explorado de manera tan fructuosa por Charcot. En ese artículo probaban la analogía patogénica de la histeria ordinaria y de la neurosis traumática:

Si tales traumas son patógenos, es porque el enfermo no ha podido abreaccionarlos y, aunque haya perdido su recuerdo, continúa bajo su influencia. Si se llega a encontrar dicho trauma se puede curar al histérico por psicoterapia, desbloqueando la representación bloqueada a través de una descarga por la palabra.

Durante el largo "purgatorio" de Jean-Martin Charcot, sus sucesores en la cátedra de neurología hacían hincapié, como es natural, solamente en sus trabajos neurológicos, tendiendo un velo pudoroso sobre la última etapa de su vida. Durante medio siglo, los médicos evitaron hablar del hipnotismo, que llegó a ser sinónimo de charlatanería. Es curioso observar que en el filme de Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari, de 1919, el siniestro anciano que recorre las ferias con su sonámbulo César, y el director del manicomio al que conducen al héroe de la historia, poseen los rasgos de Charcot. Esta película es testimonio del temor que habitaba el imaginario colectivo todavía por esas fechas, en relación con los temas de la hipnosis y el crimen por sugestión. Originalmente, la historia concluía cuando el héroe descubre que el director del asilo era el hipnotista de la feria y logra convencer a los otros médicos, quienes encierran con lujo de violencia y camisa de fuerza a su antiguo jefe. El cineasta debió darle un final menos subversivo, convirtiendo la escena en una fantasía delirante del protagonista. La existencia de un psiquiatra-criminal sólo podía ser fruto del delirio de un loco. 4

En 1928 Louis Aragon y André Breton publicaron un manifiesto surrealista titulado "El cincuentenario de la histeria (1878-1928)", al que los historiadores de la psiquiatría no han dado el interés que merece:

Nosotros, los surrealistas, queremos celebrar aquí el cincuentenario de la histeria, el mayor descubrimiento poético de fines del siglo XIX, en el momento mismo en que el desmembramiento del concepto de la histeria parece un hecho consumado. Nosotros, para quienes nada es tan digno de amarse como esas jóvenes histéricas cuyo tipo perfecto nos lo proporciona la observación relativa a la deliciosa X. L. (Augustine) —que ingresó a la Salpêtrière en el servicio del doctor Charcot el 21 de octubre de 1875, a la edad de 15 años y medio—, cuán afectados nos sentiríamos por la laboriosa refutación de trastornos orgánicos cuyo proceso no será nunca sólo en opinión de los médicos el de la histeria. ¡Cuánta piedad! El señor Babinski, el hombre más inteligente que se ocupó jamás de esta cuestión, osaba publicar en 1913: "Cuando una emoción es sincera, profunda, sacude el alma humana, ya no hay lugar para la histeria". Y he aquí también algo de lo mejor que se nos ha enseñado. Freud, quien tanto le debe a Charcot, ¿se acuerda de la época en que, según testimonios de los sobrevivientes, los internistas de la Salpêtrière confundían su deber profesional y su gusto por el amor, y en que, al caer la noche, las enfermas los alcanzaban afuera o los recibían en su lecho? En seguida enumeraban pacientemente, para efectos de la causa médica que no se defiende, las actitudes pasionales supuestamente patológicas que les resultaban, y nos resultaban aún, humanamente tan preciadas. Después de cincuenta años, ¿ha muerto la escuela de Nancy? Si aún vive, ¿el doctor Luys ha olvidado? Pero ¿dónde están las observaciones de Néri sobre el temblor de tierra de Messina? ¿Dónde los zuavos torpedeados por el Raymond Roussel 5 de la ciencia, Clovis Vincent? 6
A las diversas definiciones de la histeria que se han dado hasta ahora, de la histeria como algo divino en la Antigüedad, infernal en la Edad Media —de los poseídos de Loudun a los flagelantes de N. S. del Llanto (¡viva madame Chantelouve!)—, definiciones místicas, eróticas o simplemente líricas, definiciones sociales, definiciones sabias, es demasiado fácil oponer esta "enfermedad compleja y proteiforme llamada histeria que escapa a cualquier definición". (Bernheim). Los espectadores de la bellísima película La brujería a través de los siglos se acordarán ciertamente de haber encontrado sobre la pantalla o en la sala enseñanzas más vivas que las de los libros de Hipócrates, de Platón, donde el útero salta como un cabrito, o de Galeno que inmoviliza la cabra de Fernel, la vuelve a poner en marcha en el siglo XVI y la siente remontar bajo su mano hasta el estómago; ellos vieron crecer, crecer los cuernos de la Bestia hasta convertirse en los del diablo. A su vez el diablo hace falta. Las hipótesis positivistas se reparten su sucesión. La crisis de histeria toma forma a expensas de la propia histeria, con su espléndida aura, sus cuatro periodos de los cuales el tercero retiene nuestra atención como los cuadros vivos más expresivos y más puros, su resolución tan simple en la vida normal. La histeria clásica en 1906 pierde sus rasgos: "La histeria es un estado patológico que, en algunos sujetos, se manifiesta a través de perturbaciones que se pueden reproducir mediante sugestión con una exactitud perfecta, y que solamente pueden desaparecer bajo la influencia de la persuasión (contrasugestión)". (Babinski.)
A las diversas definiciones de la histeria que se han dado hasta ahora, de la histeria como algo divino en la Antigüedad, infernal en la Edad Media —de los poseídos de Loudun a los flagelantes de N. S. del Llanto (¡viva madame Chantelouve!)—, definiciones místicas, eróticas o simplemente líricas, definiciones sociales, definiciones sabias, es demasiado fácil oponer esta "enfermedad compleja y proteiforme llamada histeria que escapa a cualquier definición". (Bernheim). Los espectadores de la bellísima película La brujería a través de los siglos se acordarán ciertamente de haber encontrado sobre la pantalla o en la sala enseñanzas más vivas que las de los libros de Hipócrates, de Platón, donde el útero salta como un cabrito, o de Galeno que inmoviliza la cabra de Fernel, la vuelve a poner en marcha en el siglo XVI y la siente remontar bajo su mano hasta el estómago; ellos vieron crecer, crecer los cuernos de la Bestia hasta convertirse en los del diablo. A su vez el diablo hace falta. Las hipótesis positivistas se reparten su sucesión. La crisis de histeria toma forma a expensas de la propia histeria, con su espléndida aura, sus cuatro periodos de los cuales el tercero retiene nuestra atención como los cuadros vivos más expresivos y más puros, su resolución tan simple en la vida normal. La histeria clásica en 1906 pierde sus rasgos: "La histeria es un estado patológico que, en algunos sujetos, se manifiesta a través de perturbaciones que se pueden reproducir mediante sugestión con una exactitud perfecta, y que solamente pueden desaparecer bajo la influencia de la persuasión (contrasugestión)". (Babinski.) En esta definición no vemos más que un momento del devenir de la histeria. El movimiento dialéctico que la hizo nacer sigue su curso. Diez años más tarde, bajo el disfraz lamentable del pitiatismo, la histeria tiende a recuperar sus derechos. El médico se asombra. Quiere negar lo que no le pertenece. En 1928 proponemos, así, una nueva definición de la histeria:
La histeria es un estado mental más o menos irreductible que se caracteriza por la subversión de las relaciones que se establecen entre el sujeto y el mundo moral del que aquél cree depender prácticamente, fuera de cualquier sistema delirante. Este estado mental se basa en la necesidad de una seducción recíproca, que explica los milagros apresuradamente aceptados de la sugestión (o de la contrasugestión) médica. La histeria no es un fenómeno patológico y en todos los sentidos puede considerarse como un medio supremo de expresión.

Cuando las tropas del Tercer Reich ocuparon París en 1940, dinamitaron la estatua de Charcot que se encontraba, junto con la de Pinel, a la entrada de la Salpêtrière. Nunca volvió a erigirse.

Fue necesario esperar hasta 1970 para que Henri F. Ellenberger, redescubriera y redefiniera con todo el rigor de la historiografía moderna, el papel que Charcot desempeñó en la aparición de la psiquiatría dinámica, revalorándolo junto con otros predecesores, como Mesmer, a quienes la fama había sido tan adversa, en su monumental The Discovery of the Unconscious. The History and Evolution of Dynamic Psychiatry.

Cuyas experiencias ha relatado J. Allan Hobson en El cerebro soñador, colección de Psicología, Psiquiatría y Psicoanálisis, FCE, 1994.
Inventor del aparato que lleva su nombre, creado con un fin filantrópico: a diferencia de la decapitación por hacha, el condenado sólo percibiría el suspiro de la cuchilla que caía. La Revolución francesa haría un uso muy liberal de ella. Probaron sus beneficios tanto el ilustrado monarca como Lavoisier, entre muchísimos otros.
Francois Noël Babeuf (1760-17.97), apodado Graco, revolucionario francés que conspiró contra el Directorio. Fue ejecutado. Su doctrina era muy semejante al comunismo.
El cine de tema psiquiátrico de los últimos 30 años vengó con creces ese segundo final agregado y convencional.
Raymond Roussel (1877-1933) fue escritor parisino cuya obra, muy imaginativa, se considera precursora del surrealismo y del nouveau roman.
Clovis Vincent (1879-1948) uno de los fundadores de la neurocirugía. Acogió en su servicio del Hôpital de la Pitié, y pagó de su propio peculio a un grupo de médicos españoles, refugiados republicanos, que luego pasaron a México, entre los que se cuentan Isaac Costero y Dionisio Nieto. Cuando este último regresó a Europa en los años cincuenta, buscó a la familia de Vincent para reembolsar la ayuda que había recibido del ilustre profesor. No encontró sobrevivientes.