IV. EL PERSONAJE CENTRAL DE LA OBRA...

JEAN-MARTIN CHARCOT (1825-1893). Clínico perspicaz, gran sistematizador de la medicina interna, fundador de la neurología, consultante de los grandes de su tiempo, hombre de mundo, coleccionista, amigo de artistas y gran dibujante, fue el creador de una escuela y de un dogma psicopatológico que siguieron a ciegas sus discípulos en un acto de fe, dogma que se desmoronó junto con su vida... Pero, pocas veces en la historia de la medicina, un error fue tan fructífero a la postre, por senderos diversos a los previstos. Además, pocas personalidades en la historia de la medicina han sido tan polémicas. He aquí dos opiniones extremas sobre el personaje.

Uno de sus discípulos, el médico ruso Lyubimov, lo describía de la siguiente manera:

Al lado de su extraordinario talento como profesor, científico y artista, Charcot era extremadamente humano y servicial con sus pacientes, y no toleraba que en su presencia se dijera nada desagradable acerca de nadie. Era un hombre equilibrado y sensible, muy circunspecto en sus juicios, que distinguía de un vistazo el valor de las personas. Su vida familiar era armoniosa y feliz; su esposa, que era viuda y ya tenía una hija cuando se casó con él, le ayudaba en su trabajo e intervenía en numerosas organizaciones de caridad. Prestó gran atención a la educación del hijo de ambos, Jean, que había elegido voluntariamente la carrera de medicina, y cuyas primeras publicaciones científicas fueron una gran alegría para su padre. Se recreaba con la devoción de sus estudiantes y sus enfermos, de modo que el día del santo patrono, san Martín, el 11 de noviembre, se celebraba con diversiones y regocijo en la Salpêtrière.

 

En tanto que los hermanos Goncourt, que después de una amistad de años se convirtieron en sus enemigos por un grotesco chisme según el cual el célebre profesor habría silbado una obra de Edmond, lo definían de la siguiente manera:

Era un hombre ambicioso, envidioso de toda superioridad, que sentía un feroz resentimiento contra quienes declinaban las invitaciones a sus recepciones; déspota en la universidad y duro con sus pacientes hasta el punto de hablarles bruscamente de su próxima muerte, se acobardaba cuando era él quien se sentía enfermo. Era un tirano con sus hijos y obligó, por ejemplo, a su hijo Jean, que quería ser marino, a convertirse en médico. Como científico, Charcot era una mezcla de genio y charlatán. Lo más desagradable era su indiscreción al referirse a los asuntos confidenciales de sus pacientes.

Por su parte, Léon Daudet, que había estudiado medicina y asistido a la Salpêtrière, al igual que su padre el novelista Alphonse, se alió con los hermanos Goncourt. De ser amigos y comensales asiduos en casa de Charcot, se convirtieron en enemigos suyos y de sus alumnos. Así lo describía Léon en el momento que lo pinta Brouillet:

Tenía alrededor de sesenta años, un hermoso rostro, duro, medio dantesco, medio napoleónico, apenas abotagado; los cabellos largos y lacios descubrían los temporales meditativos. La mirada fija pasaba de la llama observante a la luz razonadora, con ondas de sospecha intercaladas como las de un Otelo de biblioteca. El arco de la boca, irónico y tenso, se inclinaba más a la derecha que a la izquierda, como le ocurre a los desengañados [...] Nunca conocí hombre más autoritario que hiciera pesar sobre su ambiente un despotismo más sombrío.

¿Cómo podemos conciliar ambas opiniones? Dada la complejidad del hombre, tal vez no sean tan excluyentes como podría parecer a primera vista. ¿Se trata solamente, en el primer caso, de la opinión hagiográfica de un alumno admirador y, en el segundo, de un ejemplo de la maledicencia de los escritores? (Bien escribió Voltaire: Il n'y a pire canaille que les gens de lettres... (No hay peor canalla que los hombres de letras).

Charcot nació en París, en el número uno de la Rue du Faubourg-Poissonière (en el edificio que después ocuparía el periódico L'Humanité del Partido Comunista francés), de familia modesta de apenas aceptable nivel económico. Su padre era fabricante de carrozas. Pero al sabio no le gustaba hablar de su infancia, y no escribió nada sobre ella. Georges Guillain, su tercer sucesor en la cátedra de neurología, y su primer biógrafo, escribió: "Se sabe que desde su más tierna edad, Charcot era de un carácter frío y taciturno, que gustaba de la soledad para leer y dibujar". Por una extraña coincidencia, una antigua paciente del abate Faria, el misterioso magnetizador, fue la institutriz que le enseñó a leer y a escribir. Más tarde ingresó al Liceo Bonaparte (actualmente Liceo Condorcet), en donde destacó como alumno muy estudioso y de prodigiosa memoria, apasionado por las culturas griega y latina, y por las lenguas modernas. Ahí aprendió el inglés y el alemán. Después incorporaría el italiano y el español. Practicó con empeño el dibujo, y a lo largo de su vida mostró un gran interés en las artes plásticas. Si algunos alumnos llegaron a lamentar que no hubiera elegido como profesión la pintura, uno de sus biógrafos modernos, Jean Thuillier, considera más benéfico para su fama el que se decidiera finalmente por la medicina. En 1844 inició sus estudios en la Facultad de Medicina de París, en un momento particularmente brillante del desarrollo de la medicina francesa. El esfuerzo que debían realizar los alumnos era considerable. "Quien necesite más de cinco horas de sueño debe renunciar al estudio de la medicina" diría más tarde. Además de los trabajos de botánica en el Jardin des Plantes, de los cursos de química y fisica, y de la temprana responsabilidad hospitalaria, debían pasar por dos horas diarias de disección anatómica. La práctica de las autopsias —que él no abandonaría jamás— es el pivote de la medicina anatomoclínica que se desarrollaría a lo largo del siglo. Cada paso para ascender en la carrera hospitalaria y universitaria se hacía a base de concursos (el internado, el externado, la jefatura de clínica, la jefatura de servicio, la agregación y, finalmente, el nombramiento de profesor de clínica). Obtuvo el quinto lugar de la promoción 1848 en el concurso del internado seis días después de que Luis-Napoleón Bonaparte fuera electo presidente de la República. En el internado tuvo como "patrón" a Pierre-François-Emile Rayer, médico personal de Luis-Napoleón, lo que le sería a la larga muy útil en su carrera. Primero fungió como secretario de Rayer, quien había fundado la Sociedad de Biología, y cuyo vicepresidente era nada menos que Claude Bernard. Más tarde, cuando el príncipe-presidente se convirtió en emperador de los franceses, su profesor lo recomendó como médico a Achille Fould, un riquísimo banquero ministro de Estado de Napoleón III, a quien acompañó en un extenso viaje terapéutico, y cuya frecuentación fue muy útil tanto para el establecimiento de su clientela privada, como para el anudamiento de interesantes relaciones en el mundo artístico y en el de la alta sociedad.

Pero durante su internado, antes de iniciar su vertiginoso ascenso como consultante de prestigio y su brillante carrera científica y de "patrón" hospitalario cada vez más reconocido y poderoso, Charcot participó en una de las experiencias de ese curioso grupo que fue el Club des Hachischins (Club de consumidores de hachís), fundado por Moreau de Tours.

Merece recordarse la historia de la palabra. Como se sabe, la palabra asesino proviene, en las lenguas europeas, del latín medieval assassinus, derivado a su vez del árabe hashshashin, etimológicamente "consumidor de hachís", y, por extensión, el de una secta fanática que se desarrolló en el siglo XI en el Medio Oriente, comandada por Shayj al-Yabal (el viejo de la montaña), quien bajo la intoxicación de la cannabis cometía "los actos políticos más peligrosos, incluyendo la muerte [...] por medio del cáñamo provocaban un entusiasmo artificial, el éxtasis, la ebriedad de los sentidos y, al mismo tiempo, la satisfacción de los deseos sensuales", como describió Louis Lewin en su Phantastica. La palabra llegó a significar, con el tiempo, sólo la conducta homicida y no la libidinosa.

Jacques-Joseph Moreau de Tours (1804-1884). Hijo de un soldado de Napoleón I, alumno de Esquirol en Charenton, Moreau de Tours recibió de su maestro el encargo de acompañar en un "viaje terapéutico" a uno de sus pacientes —como más tarde, Rayer pediría a Charcot hacerlo con Fould (¡felices épocas aquellas!)—. De esa manera, Moreau viajó durante tres años a través de Egipto, Nubia, Palestina, Siria y Asia Menor, en donde entró en contacto con el uso endémico y variado de la cannabis. A su regreso a Francia publicó interesantes trabajos sobre el trato que recibían los alienados en Oriente y, en 1845, su obra Princeps, Du hachisch et de l'aliénation mentale (Del hachís y de la alienación mental) en la que consideraba que los efectos de esa planta constituían "un medio poderoso y único de exploración en materia de patogenia mental". Estas observaciones del "sentido íntimo" —consideraba Moreau— podían conducir hasta la fuente primitiva de todo fenómeno fundamental del delirio: el "hecho primordial" del cual se derivaban los otros síntomas. Consideró que el delirio era de una naturaleza idéntica al estado onírico. Fundó su club con la finalidad de llevar a cabo investigaciones psicológicas, y con la esperanza de poder utilizar la cannabis en el tratamiento de algunas enfermedades mentales. El Club des Hachischins tenía sus sesiones en el Hôtel de Lauzun (palacio parisino construido en 1656, en la isla de San Luis, en medio del Sena, adquirido por el duque de Lauzun en 1682 y que, a partir de 1928, pasó a ser propiedad de la ciudad de París), bajo la dirección estricta de Moreau de Tours y del pintor Boissard. Por ahí desfilaron Théophile Gautier, Gérard de Nerval, Eugène Delacroix, Alexandre Dumas y Charles Baudelaire, entre otros muchos artistas y médicos de la época. El joven Charcot aceptó ingerir la pasta verde del dawamesc (como la llamaban los cofrades del club, conservando su nombre árabe), que era la cannabis perfumada con clavo y canela, a veces mezclada con polvos de cantárida. Bajo su influencia, Gautier alcanzó a escuchar "el ruido de los colores" (lo que se llama sinestesia); Baudelaire logró penetrar en otro "paraíso artificial" en un espacio "en el que ha desaparecido todo dolor, donde ya no hay ecuación entre los órganos y el placer..."; Charcot elaboró febrilmente un dibujo extremadamente complicado lleno de figuras fantásticas, chinescas unas, desnudas otras, en medio de líneas ya góticas, ya rococó, ya fálicas, ya arabescas. Intentó describir su autoexperiencia: "¡Qué desorden de ideas!, y sin embargo qué agradable festoneado... todo lo que toco está rodeado de una atmósfera eléctrica... y sin embargo...". Dentro de todo el garabateo se lee una confesión en inglés que sólo fue posible gracias a la cannabis: "I love you my Jenny Road."

A pesar de este primer contacto, y a despecho de que Moreau de Tours hubiera abandonado el tratamiento "moral" de los pacientes y considerara que la locura era "una afección nerviosa pura y simple" Charcot no mostró interés en dedicarse a las enfermedades mentales. Guardaría, empero, la amistad de Moreau, a quien respetó más que a sus colegas. Aceptó también, sin mayor crítica, su concepción de la locura como equivalente del soñar. Años más tarde, frente a una botella de champaña, en el foyer de un teatro, conspirarían para que la recién creada Cátedra de Enfermedades Mentales y del Encéfalo le fuera otorgada a Benjamin Ball —alumno de ambos— y no a Magnan. Moreau de Tours, considerado el padre de la psiquiatría experimental y el iniciador de los estudios sobre las farmacopsicosis, recorrió los principales asilos y clínicas. Se inició en el asilo de Charenton, donde llegó doce años después de la muerte del marqués de Sade; en 1840 pasó a Bicêtre, y en 1861 a la Salpêtrière. Hasta su muerte, a los ochenta años, pasaba regularmente visita a los pacientes de este hospital, "todavía válido", según dicen sus biógrafos. Debe haber sido así, pues a los setenta y ocho se casó con su secretaria que tenía diecinueve...

En 1856, Charcot fue nombrado médico de los hospitales de París e inició sus publicaciones sobre diferentes temas de la medicina general. Describió la claudicación intermitente (problema vascular que genera isquemia) y estudió el temblor senil, las lesiones pulmonares de la neumoconiosis; precisó la estructura del nódulo tuberculoso y la del lóbulo hepático; clasificó los diferentes tipos de cirrosis. Sus estudios sobre fisiología y patología renal han hecho escuela. En 1860 pasó el concurso de agregación. Prosiguió con la publicación de artículos sobre medicina interna en revistas médicas y enciclopedias. Ya era secretario de la Sociedad de Biología. Su deseo siguió siendo emular a Pasteur y a Bernard, consciente de que en la experimentación que llevaban a cabo se encontraban las bases de una medicina verdaderamente científica y moderna, misma que quiso practicar. Pero Charcot, que amaba mucho a los animales (además de perros y gatos llegó a tener en su casa pericos, un mono y un asno), no perdonaba a Bernard, quien no le simpatizaba, porque utilizaba animales vivos en sus experimentos. Esto provocaba, además, que Bernard apestara. Charcot estuvo a punto de adherirse —como la quejumbrosa madame Bernard— al movimiento contra la vivisección (el neurólogo habría apoyado con toda energía, sin duda, la sociedad de protección a los animales que en nuestros días fundó Brigitte Bardot).

En 1862 fue nombrado médico en la Salpêtrière, lo que constituye el tema de un capítulo siguiente.

En 1864 Charcot se casó con una joven culta, rica y viuda, Augustine Laurent Richard, hija de un acaudalado sastre (que nuestro personaje ya podía permitirse el lujo de pagar), quien era, además, coleccionista de arte pictórico. Su situación social y económica se elevó aún más. Tuvo con ella dos hijos, Jeanne, en 1865 (con la que Freud fantaseó casarse cuando fue invitado al palacete de su maestro), y Jean, el marino, en 1867.

En 1872 fue electo miembro de la Academia Nacional de Medicina y titular de la Cátedra de Anatomía Patológica, posición que conservó durante diez años (hasta la creación, en 1882, de la primera de Neurología). Poco tiempo después, Berriard pidió su apoyo para que esa ilustre corporación eligiera a Luis Pasteur. Charcot aceptó y aun lo defendió de las críticas de los académicos que no querían aceptar a quien no era médico.

En 1878 murió Claude Bernard. En el funeral nacional que le preparó la República, Charcot asistió como representante de la Sociedad de Biología y de la Academia de Medicina. Ahí conoció al diputado Léon Gambetta, quien fue presidente de la Cámara en 1879 y presidente del Consejo de Ministros en 1881-1882. Este político creó para él, en enero de 1882, la Cátedra de Neurología, haciendo votar a la Cámara de Diputados un crédito de 200 000 francos para dotarla. Su servicio de neurología fue el primero en llevar tal nombre en todo el mundo. A finales de 1883 Charcot fue elegido miembro de la Academia de Ciencias (una de las cinco del Instituto de Francia, las otras son la Academia Francesa, la Academia de Bellas Artes, la Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Academia de Inscripciones y Bellas Letras). Pasteur lo felicitó y le pidió su opinión respecto de sus experimentos sobre la rabia. Más tarde, uno de los protectores del bacteriólogo (y uno de los principales patrocinadores del Instituto Pasteur), el emperador Pedro II del Brasil, que asistió a varias lecciones públicas a la Salpêtrière, planteó a Charcot una pregunta sobre un tema que el desarrollo de la ciencia hace prever: la posibilidad de experimentar en seres humanos... utilizando a los condenados a muerte. Charcot respondió apoyándose en los textos y acciones de Bernard y Pasteur. No fueron ellos, felizmente, quienes tuvieron que enfrentarse en la práctica a tal posibilidad.

En 1884 Charcot compró el hotel de Varangeville, construido en 1704, en el número 217 del Boulevard Saint-Germain. Es un palacio enorme y ostentoso, actualmente sede de la Casa de América Latina. Dedicaba las tardes a su nutrida consulta; los pacientes ocupaban algunas de las diversas y sobrecargadas salas, decoradas no siempre con el mejor gusto para el observador actual. Los pacientes llegaban de todos los puntos del mundo, no sólo de Europa. (El presidente Porfirio Díaz, por ejemplo, le envió en alguna ocasión a un gobernador de Veracruz afectado de parálisis general progresiva.) Sus honorarios eran altísimos. Los grandes del mundo lo consultaban o visitaban. En las noches se organizaban suntuosas cenas en las que convivían sus alumnos con las celebridades científicas y artísticas de paso por París, con los políticos, pintores y escritores más famosos de Francia. No obstante, como escribió Jean Thuillier, su reciente biógrafo:

Charcot tiene muchas relaciones y pocos amigos. Su discreción, su falta de desahogos, de confidencias íntimas con quienes le rodean, sólo logran mantener contactos superficiales y poco cálidos, incluso con sus amigos más cercanos. Por otra parte, si su notoriedad y buena situación sólo le aportan celos, sus actitudes distantes, su desprecio no disimulado por los mediocres y los fatuos, su autoritarismo en los concursos y su despotismo en la facultad, le valen enemistades y odios definitivos.

Al final de su vida, Charcot recibió horribles cartas anónimas que le anunciaban su próxima muerte. En agosto de 1893 emprendió un viaje a la región de Morvan con el fin de reponerse de la fatiga que lo agobiaba. El día 15 del mismo mes, en una habitación de un albergue de Settons, murió de un edema pulmonar agudo.