XI. LA SUPERFICIE DE LAS ESTRELLAS

LAS estrellas, que vemos como simples puntitos luminosos en cualquier noche despejada —mientras evitemos la turbia atmósfera de la ciudad—, nos han ido revelando sus secretos más íntimos gracias al esfuerzo colectivo de generaciones de astrónomos. Se ha descubierto cómo saber a qué distancia se encuentran de nosotros, de qué están compuestas, cuál es su estructura interior y cuáles sus posibles historias.

No obstante todos estos adelantos, por mucho tiempo fue imposible observar la superficie de uno de esos puntitos. La estrella Betelgeuse, 800 veces mayor que el Sol y a 500 años-luz de nosotros, fue la primera en dejarnos ver su superficie. Gracias a una fina técnica analítica puesta a punto en la década de los setenta se evitó la confusión producida en las imágenes por los cambios atmosféricos; de tal modo, astrónomos del observatorio Kitt Peak de Arizona pudieron reconstruir una imagen de Betelgeuse que muestra regiones de muy variadas temperaturas. Estas variaciones son manifestación aparente de los flujos convectivos desde el interior de la estrella.