XL. LA FLECHA DEL TIEMPO

NACEMOS, crecemos y morimos. Todos los seres vivos hacen lo mismo a nuestro alrededor. Los días se suceden y no regresan, las cosas se gastan. El tiempo pasa inexorablemente fuera y dentro de nosotros en un fluir avasallador. El pasado y el futuro, el nacimiento y la muerte, han inspirado mitos fascinantes y maravillosas obras de arte. Del nacimiento de los dioses al fin de los tiempos: de los Vedas y el Popol Vuh al Apocalipsis. Y en medio de todo, el hombre que intenta vanamente detener el tiempo a la manera de Proust o de Muerte sin fin.

Cuando decimos que el tiempo pasa nos referimos a toda una experiencia: el pasado es distinto del futuro. La única dimensión que tiene el tiempo, a diferencia de las tres del espacio, manifiesta una esencia distinta según el sentido en que se le mire. El sentido o dirección que le damos a cada una de las tres dimensiones del espacio es totalmente relativo: la distinción entre detrás y delante, arriba y debajo, o derecha e izquierda, aunque sea útil y necesaria, es mera convención. La fundamental diferencia entre pasado y futuro le impone al tiempo una dirección, como la punta se la da a una flecha.

El conocimiento científico confirma la direccionalidad del tiempo en una amplísima variedad de fenómenos. La flecha del tiempo existe en todo lo que tiene historia o muestra evolución, como el Universo, la Tierra y las especies vivas. Para resumir este hecho, fundamental en tan diversas situaciones, la ciencia hace distinción entre dos tipos de fenómenos naturales: los reversibles y los irreversibles. En estos últimos se manifiesta la flecha del tiempo: cuando ellos ocurren, siempre hay algo en la situación final que permite distinguirla de la inicial.

Para explicar esta distinción es útil un ejemplo cinematográfico. Podemos proyectar una película en cualquiera de dos sentidos; pero si en ella se muestra algún proceso irreversi ble, la proyección "al revés" mostrará un proceso que es imposible en la naturaleza. En este caso el efecto es sorprendente. La sorpresa se origina al ver, gracias al artificio del cine, un fenómeno imposible: los pedazos que por sí solos se reúnen en el vaso , la crema de afeitar que se reintegra a su recipiente, la flor ya seca que reverdece y acaba por convertirse en semilla. La existencia de procesos irreversibles se ha resumido en la llamada ley de la entropía o segunda ley termodinámica, que permite, además, cuantificar el grado de irreversibilidad de un proceso cualquiera.

A pesar de la irremediable presencia de la flecha del tiempo, los científicos han descubierto un nivel de acontecimientos donde el tiempo parece fluir de igual modo en un sentido que en su opuesto: el de los fenómenos microscópicos. En el mundo de los átomos y las moléculas no hay procesos irreversibles: ahí son posibles todas las historias, sin importar su sentido. Estrictamente, en ese nivel no hay "historia" ni "evolución": por cada fenómeno con un pasado y un futuro, hay otro que los tiene invertidos y que es igualmente posible.

Mas esta reversibilidad de los procesos microscópicos plantea una cuestión esencial de la ciencia contemporánea: ¿cómo pueden coexistir ambos niveles? ¿Por qué el tiempo no tiene punta de flecha en el reino microscópico y sí la tiene en el macroscópico? La pregunta adquiere mayor relevancia si recordamos la tendencia entre los científicos a explicar el todo en términos de sus partes. ¿Cómo es posible que el todo de un cuerpo tenga una propiedad no sólo distinta, sino contraria a la de sus partes?

La clave del enigma parece centrarse en lo innumerable de las partes que componen un cuerpo macroscópico. Hace muchos años, Enrique Poincaré creó el equivalente científico del mito del eterno retorno: cualquier sistema que siga las leyes de la mecánica newtoniana siempre regresará a su situación original. Este teorema de Poincaré parece relegar la flecha del tiempo a una mera ilusión. Sólo que el tiempo que se tarda un sistema en regresar a su estado prístino aumenta enormemente al tomar cuerpos o sistemas cada vez más grandes. Un cuerpo de la escala humana, por ejemplo, tardaría más tiempo en retornar a su situación original que todo el tiempo que ha transcurrido desde el Gran Pum que señaló el principio de nuestro universo. Según estas ideas, la irreversibilidad ocurre, pero tiene un aspecto transitorio aunque larguísimo.

Estos últimos argumentos se conectan con otra cara de la flecha del tiempo: la idea científica y contemporánea del Universo nos lo muestra como algo que ha evolucionado, que está en continua expansión desde el Gran Pum hace varios miles de millones de años. No se sabe todavía si esta expansión continuará indefinidamente o si será seguida por otra etapa de contracción. Pero lo que sí es seguro es que también existe una flecha del tiempo cósmico. ¿Existe alguna relación entre las flechas cósmica y termodinámica, entre la expansión del Universo y el crecimiento de la entropía?

Otro elemento esencial en esta cuestión del tiempo es el concepto de información. Cuando observo o describo un fenómeno siguiendo minuciosamente la pista de todas las partículas que en él intervienen no aparece la irreversibilidad por ningún lado; pero basta observar cualquier propiedad global, esto es, del conjunto de partículas, para que surja la flecha del tiempo. Esta dualidad se pretende explicar algunas veces diciendo que en el segundo caso se maneja información parcial y por necesidad incompleta del sistema que se estudia, y que tal falta de información, o incertidumbre, crecerá con el transcurso del tiempo; para finalizar, se arguye que es precisamente el incremento en la incertidumbre lo que se manifiesta como irreversibilidad. Estos argumentos, basados en la teoría de la información, tienen un tanto de subjetivismo: pretenden explicar un hecho natural sustentándose en lo que el hombre conoce o desconoce acerca de él. Para explicar la irreversibilidad es necesario tomar en cuenta otro hecho esencial: la imposibilidad de hacer mediciones cabalmente exactas. Es éste el origen de una incertidumbre que aunque sea muy pequeña es ineludible, y es la evolución de dicha incertidumbre lo que le da un sentido al tiempo.

En otros órdenes hay incógnitas más difíciles de despejar. Al examinar el mundo exterior podemos tomar el papel de observadores o jueces que no se involucran en el fenómeno que analizan. Pero la flecha del tiempo también se manifiesta dentro de nosotros. Nuestra conciencia es francamente direccional; hace una tajante distinción entre pasado y futuro, entre recuerdo y adivinación. Existimos durante años, pero sólo vivimos un instante y sólo tenemos conciencia del pretérito. La flecha del tiempo psicológico, la que sentimos con mayor intensidad y que nos afecta vitalmente, es, sin lugar a dudas, la más inescrutable.