XLII. TUNGUSKA

LA GALERÍA de problemas famosos de la ciencia tiene diversos requisitos de admisión; algunos problemas han alcanzado la notoriedad por el papel histórico que jugaron, por su trascendencia social o simplemente por ser muy difíciles de resolver. Otros han logrado fama por su singularidad, que los coloca en la frontera entre lo científicamente entendible y lo calenturientamente imaginable.

Entre estos últimos está el misterio de Tunguska, que se refiere a un extraño fenómeno que ocurrió en la región de Siberia central del mismo nombre a las 7:17 a. m., hora local, del 30 de junio de 1908. En esa ocasión y lugar se dio una gigantesca explosión que devastó un área de taiga de 30 km de radio. Si sólo se contara con el relato de un granjero que, estando a 60 km del lugar, vio cómo casi se quemó la camisa que llevaba puesta, el fenómeno habría quedado en el saco donde los científicos echan reportajes de ovnis, de marcianos y otras cosas del "más allá". Pero la evidencia de una real explosión en Tunguska es sólida: el observatorio de Irkutsk registró perturbaciones magnéticas, y muchos sismógrafos registraron el concomitante temblor de tierra. Además, las noches de Europa y del Asia Occidental fueron excepcionalmente brillantes, y hasta en California, dos semanas después del suceso se redujo la transparencia de la atmósfera.

La primera exploración científica del lugar estuvo a cargo de Leónidas Kalik, quien la efectuó en 1927 con el apoyo de la Academia de Ciencias de la URSS. Desde entonces, son muchos los investigadores que han visitado el lugar y muchas las publicaciones y las hipótesis sobre la causa del fenómeno. Dos investigadores que, atraídos por el misterio de Tunguska, lo han reconsiderado con métodos modernos, son Ari Ben-Menahen y Adolfo Bloch, del Observatorio Geofísico de Rehovot, Israel, quienes usaron los datos extraídos de los registros de la época para analizar el singular fenómeno. Entre las conclusiones a que llegan resaltan la energía de la explosión, equivalente a 12.5 megatones de TNT —para usar el familiar lenguaje de bombas y explosiones—, y su localización a 8.5 km sobre el suelo.

Pero lo más atractivo de un fenómeno tan extraño es que los científicos pueden echar a volar la imaginación para explicarlo. Entre las explicaciones más jaladas de los cabellos están la de Jackson y Ryan que sugieren bien podría haber sido un agujero negro; la de Hunt, Palmer y Penny (aparecida en 1960 en las Transactions de la Sociedad Real de Londres) que proponen que fue una masa casi crítica de uranio (una verdadera bomba) de origen extraterrestre, y la de Cowan, Athur y Libby, de que la explosión fue causada por un cuerpo formado por antimateria. No obstante que estas hipótesis son lo bastante divertidas para que encajen bien en la ciencia, parece que la explicación con mayor probabilidad de triunfar es una más convencional ... y más antigua.

Ya en los años 30, Whipple y Astaponich habían propuesto, independientemente, que el misterio de Tunguska se explica con suponer que la cabeza de un cometa chocó de frentón contra la Tierra; en ese caso, las pruebas registradas cuadran bien con un cometa relativamente pequeño (con cabeza de unos 40 metros de diámetro), y la probabilidad de que tal colisión ocurra (un choque cada 2 000 años) justifica tanto la interpretación cuanto la conveniencia de viajar a Tunguska más seguido.