II.1 INTRODUCCIÓN

EL TÉRMINO "revolución científica" nos dice Cohen, ha sido usado desde hace mucho tiempo pero no siempre con el mismo significado que hoy se le asigna de manera general. Este último se debe al impacto de tres libros famosos: Los orígenes de la ciencia moderna, de Herbert Butterfield, publicado por primera vez en 1949, La revolución científica, de A. Rupert Hall, de 1954, y La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn, de 1962. Los dos primeros se refieren a la revolución científica, mientras que Kuhn, como veremos posteriormente (véase capítulo VIII), considera varios o muchos episodios dentro de la ciencia misma. Cohen escribe:

Frecuentemente se ha dicho que fue Herbert Butterfield quien introdujo la expresión "la revolución científica" en el discurso histórico. Cuando una vez lo interrogué sobre este punto, Butterfield —quien desde tiempo atrás estaba interesado en la historiografía— me contestó que tenía plena conciencia de su papel en la popularidad del término, pero que no podía reclamar que fuera un invento original... De todos modos, Butterfield fue el principal responsable de que la revolución científica se transformara en un tema central en la mente de cada lector.

Para Butterfield el concepto de la revolución científica es el de la transformación de la sociedad occidental de medieval en moderna, iniciada en el siglo XVII y que actualmente sigue ocurriendo. Esta transformación ha sido el resultado de la emergencia de una nueva actitud hacia la naturaleza, de un nuevo pensamiento científico. Butterfield escribió:

En un tiempo los efectos de la revolución científica y los cambios contemporáneos con ella se enmascararon por la persistencia de nuestra educación y nuestras tradiciones clásicas, que por ejemplo todavía en el siglo XVIII decidieron gran parte del carácter de Francia e Inglaterra. En otra época estos efectos se ocultaron en el apego popular a la religión que ayudó a formar el carácter de este país hasta en el siglo XIX. La fuerza de nuestra convicción de que la nuestra era una civilización greco-romana —la manera como permitimos a los historiadores del arte y a los filólogos que nos convencieran de que esto que llamamos "el mundo moderno" era producto del Renacimiento—ayudó a ocultar la naturaleza radical de los cambios que habían ocurrido y de las colosales posibilidades encerradas en las semillas sembradas en el siglo XVIII. De hecho, este siglo XVII no nada más trajo un nuevo factor a la historia, como frecuentemente se supone, uno más que debe agregarse, por así decirlo, a los demás factores permanentes. Este nuevo factor inmediatamente empezó a empujar a los otros, desplazándolos de su posición central. Es más, de inmediato empezó a intentar controlar a los demás, tal como los apóstoles del nuevo movimiento desde el principio habían declarado que era su intención. El resultado fue la emergencia de un tipo de civilización occidental que cuando se transmitió al Japón operó sobre sus tradiciones allá tal como actúa sobre nuestras tradiciones aquí —disolviéndolas y prestando atención exclusiva a un futuro de mundos nuevos bravíos. Es una civilización que podía separarse de la herencia grecoromana en general y alejarse del mismo cristianismo— con plena confianza en su poder para existir independiente de ese tipo de estructuras, Ahora sabemos que lo que estaba surgiendo al final del siglo XVII era una civilización, quizá exhilarantemente nueva, pero tan extraña como Nínive y Babilonia. Esto es por lo que, desde el nacimiento del cristianismo, no hay ningún otro episodio en la historia que pueda compararse con éste.

Aunque también es posible hacer hincapié en la continuidad histórica del pensamiento científico, señalando a sus predecesores en el Renacimiento, en la Edad Media y hasta en el mundo helénico, no cabe duda que a partir del siglo XVII la ciencia adquiere un ímpetu y una influencia sobre la vida humana que antes no poseía. Para nuestro interés, que es examinar la evolución del pensamiento sobre el método científico, en ese siglo se inicia lo que podría llamarse la profesionafización de la filosofía de la ciencia. Con esto quiero decir que a partir del siglo XVII surgen una serie de pensadores que, sin ser científicos, examinan y describen la estructura de la ciencia. No que los propios hombres de ciencia hayan dejado repentinamente de interesarse en los aspectos teóricos de su propia disciplina; por el contrario, todavía durante todo ese siglo y el siguiente los científicos siguieron analizando y criticando los aspectos filosóficos de la ciencia. Pero ya no estaban solos, en vista de que los filósofos habían recibido el impacto de la revolución científica y a sus intereses tradicionales en la ética, la estética, la lógica y la metafísica agregaron ahora la epistemología y el método científico.

En este capítulo vamos a examinar las ideas sobre el método científico de seis famosos hombres de ciencia que contribuyeron con sus trabajos a iniciar y a realizar la revolución científica. La selección de estas seis figuras obedece a que además de sus contribuciones inmortales al conocimiento de la naturaleza, también expresaron sus puntos de vista personales sobre la manera como llevaron a cabo sus trabajos. Como veremos, la historia de sus descubrimientos no siempre coincide con la descripción que ellos mismos hacen del método que siguieron para realizarlos, confirmando lo que una vez dijo Einstein:

Si quieren averiguar algo sobre los métodos que usan los físicos teóricos, les aconsejo que observen rigurosamente un principio: no escuchen lo que ellos dicen sino más bien fijen su atención en lo que ellos hacen.