V.4. CHARLES PEIRCE

Seguramente que Charles Peirce (1839-1914) se hubiera opuesto a ser considerado como positivista, y no es remoto que hubiera tenido razón. Porque para un personaje tan complejo y tan cambiante a través de su larga y activa vida, una sola categoría filosófica es demasiado poco. Peirce nació en Cambridge, Massachusetts, hijo del profesor "Perkins" de matemáticas y astronomía de la Universidad de Harvard, y el matemático norteamericano más distinguido de su tiempo. Como era de esperarse, desde temprano el joven Peirce mostró gran facilidad y afición por las matemáticas la fisica y la química, en la que se graduó cum laude en 1863, a los 24 años de edad. Los siguientes 15 años los pasó como astrónomo en el observatorio de Harvard y como físico en una oficina técnica del gobierno de su país (de la que su padre era jefe); a partir de 1866 empezó a publicar trabajos sobre lógica y filosofía de la ciencia. En 1879 fue nombrado conferencista de lógica en la nueva universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland. En ese ambiente académico permaneció por cinco años, al cabo de los cuales lo abandonó; tres años más tarde recibió una cuantiosa herencia, con la que se retiró a Milford, Pennsylvania, donde vivió más o menos aislado los últimos 27 años de su vida. Aunque se casó dos veces, no tuvo hijos. Aparentemente Peirce tenía un carácter difícil y un estilo de vida desordenado, por lo que fue rechazado socialmente por los puritanos de Nueva Inglaterra, aunque le reconocieron su eminencia filosófica, al grado de que en vida se transformó en una leyenda que ocasionalmente llegaba a Harvard y daba conferencias sobre lógica y filosofía con gran éxito. La quiebra bancaria de 1893 lo arruinó, tuvo que vender todas sus propiedades pero todavía quedó endeudado por el resto de su vida, y a partir de 1905, a los 66 años de edad, vivió de la caridad pública. En 1907 William James presidió una colecta para proporcionarle un apoyo económico mínimo, que lo ayudó a resolver las necesidades más elementales hasta su muerte, ocurrida en la primavera de 1914.



Charles Sanders Peirce (1839-1914).

Considerando la amplitud y variedad de sus intereses, Peirce seguramente fue el último aspirante al título de Leonardo, de ciudadano universal de la cultura: escribió sobre lógica, epistemología, semiótica, el método científico, metafísica, cosmología, ontología, ética, estética, fenomenología, religión y especialmente sobre matemáticas. En estas líneas sólo prestaremos atención a sus comentarios sobre el método científico, no sólo por su conexión con el positivismo tradicional sino también por sus compromisos con el mundo capitalista actual. Conviene señalar que las ideas de Peirce sobre la estructura de la ciencia y su metodología fueron cambiando a lo largo de los años; al principio de su carrera fue kantiano y al final terminó siendo el fundador del pragmatismo. Su interés central fue siempre la lógica, por medio de la que intentó desarrollar un método científico que fuera común a todas las ciencias, o por lo menos un procedimiento para generar hipótesis. Peirce distinguía tres formas diferentes de razonamiento o "inferencia" usadas habitualmente en la ciencia: deducción, inducción e hipótesis. Peirce bautizó al proceso mental por medio del que se generan hipótesis como "retroducción" o "abducción", y postuló que su lógica no podía separarse de la forma como se pondría a prueba y que está implícita en su formulación, o sea la manera como sería capaz de explicar los hechos para cuya explicación se propone. Para presentar una hipótesis es necesario que sus consecuencias se deduzcan y se pongan a prueba. Es en estos tres pasos sucesivos (abducción o retroducción de una hipótesis, deducción de sus consecuencias y pruebas que se realizan) en los que se basa el método científico de Peirce, aunque desde luego el más importante para él y para nosotros es el primero, o retroducción. Pero respecto al procedimiento mismo para generar hipótesis, a la lógica del descubrimiento científico, Peirce no dice nada concluyente; cuando más, ofrece razones para que ciertas hipótesis se prefieran sobre otras. En sus primeras formulaciones, Peirce sugirió que la lógica de la retroducción tenía un elemento ético, en vista de que es:
[...] la teoría del razonamiento correcto, de lo que el razonamiento debería ser, no de lo que es... no es [la lógica] la ciencia de cómo pensamos, sino de cómo deberíamos pensar... para que pensemos lo que es cierto.

Peirce también insistió, de acuerdo con los positivistas, en que las hipótesis debían poderse poner a prueba experimentalmente, y que tal cosa, ahora en desacuerdo con los positivistas, debería hacerse con la mayor economía, no sólo de ideas sino también de trabajo, de tiempo y de recursos materiales. Aquí Peirce le concedía importancia a factores socioeconómicos en la estructura misma del conocimiento, lo que Mach nunca hubiera aceptado. Pero además, Peirce tenía un concepto más amplio que los positivistas de significado de las pruebas experimentales, que para estos últimos deberían ser objetivas y directas, mientras que para Peirce las demostraciones indirectas también eran igualmente aceptables. Finalmente, Peirce introdujo el pragmatismo como un elemento nuevo en el método científico, insistiendo en la importancia de las consecuencias prácticas de todo el proceso. En sus propias palabras:
La única forma de descubrir los principios sobre los que debe basarse la construcción de cualquier cosa es considerando qué es lo que se va a hacer con ella una vez que esté construida.

Manuscrito de un artículo original de Peirce.

Es importante examinar, aunque sólo sea de pasada, el concepto pragmático de la verdad. Si en un momento determinado dos hipótesis distintas, ambas generadas para explicar un mismo grupo de fenómenos, no pudieran distinguirse en función de sus capacidades predictivas en la práctica, las dos deberían considerarse igualmente ciertas. Esto es precisamente lo que ocurrió en Europa durante el siglo XVI cuando la teoría geocéntrica de Ptolomeo y la heliocéntrica de Copérnico servían para ayudar a la navegación marítima con igual eficacia, por lo que ambas podían haber sido declaradas como verdaderas desde ese punto de vista; en cambio, con la introducción del telescopio la utilidad práctica de la hipótesis de Copérnico superó a la de Ptolomeo, por lo que a partir de ese episodio la verdad ya nada más le correspondió a Copérnico. De igual forma ocurrió en el siglo XIX con las teorías contagionista y anticontagionista de la fiebre amarilla: ambas tenían consecuencias prácticas de valor no sólo médico y filosófico sino también económico, en vista de que decidían la viabilidad y la extensión de las facilidades comerciales entre los distintos países, debido a las famosas cuarentenas portuarias. La información objetiva que existía en este campo hasta antes de Pasteur y Koch se podía explicar en forma igualmente satisfactoria (o insatisfactoria) por las dos teorías, que postulaban hechos diametralmente opuestos; sin embargo, con el descubrimiento del papel patógeno de los agentes microbianos, la teoría anticontagionista dejó de ser verdad y le cedió todo el campo a la teoría microbiana de la enfermedad.

De lo anterior se desprende que el pragmatismo, además de tener fuertes relaciones con el instrumentalismo, también está emparentado de cerca con el relativismo, una corriente filosófica antigua pero que en el campo de la ciencia es relativamente reciente y ha tenido un impacto importante, sobre todo a partir de los trabajos de Kuhn. Pero el pragmatismo también tiene elementos positivistas, que ya hemos señalado y que explican su inclusión en este capítulo. Todas estas influencias e interacciones entre las distintas "escuelas" mencionadas son convenientes en teoría pero falsas (o mejor aún, parciales y artificiales) en la realidad. Los científicos y filósofos cuyos pensamientos y contribuciones hemos mencionado no se preocuparon por mantenerse dentro de esquemas que posteriormente resultaran cómodos a los historiadores, sino que pensaron y argumentaron según su época y su leal saber y entender. Somos nosotros, sus estudiantes e intérpretes, los que intentando comprenderlos mejor, tratamos de encasillarlos en compartimentos más o menos rígidos; la medida en que nuestros esquemas se apartan de la perfección teóricamente anticipada no es sólo reflejo de nuestra incapacidad sino también del grado en que las distintas casillas se superponen.

En relación con los aspectos prácticos, la lógica es la cualidad más útil que pueden poseer los animales y, por lo tanto, debe haberse derivado de la acción de la selección natural.

El darwinismo prevaleció como filosofía en los últimos escritos de Peirce, quien señaló:

En años posteriores, Peirce consideró cuatro métodos por los que se pueden "fijar las creencias": 1) tenacidad, o sea creyendo lo que se quiere creer, 2) autoridad, aceptando que el Estado (o cualquier otra estructura de poder) controle las creencias; 3) el método a priori, en el que las conclusiones se alcanzan racionalmente; 4) el método científico. En términos generales, la evolución del pensamiento humano habría progresado a partir de las ideas prefilosóficas primitivas a las especulaciones autoritarias de la Edad Media, de ahí al racionalismo europeo tipificado por Descartes, para finalmente alcanzar su último desarrollo, las teorías científicas de Peirce. Pero no se detuvo ahí, porque de la misma manera que Mach, Peirce aceptó el marco darwiniano para reformular sus ideas, que de esa manera confirmaron una de sus propiedades más valiosas: su capacidad para reconformarse siguiendo la nueva información. De acuerdo con Aristóteles y con Santo Tomás de Aquino, pero por razones muy distintas, Peirce aceptó la existencia de una afinidad especial entre el hombre y la naturaleza, lo que explicaría que a través del tiempo el ser humano hubiera ido adquiriendo progresivamente cierta capacidad o aptitud especial para seleccionar, del universo de todas las hipótesis posibles, las mejores para explicar un fenómeno dado.

Para justificar el razonamiento inductivo, Peirce se adhirió al realismo epistemológico, que postula la existencia independiente de los objetos estudiados por la ciencia. Las ideas o conceptos sólo tendrían significado si eran capaces de producir efectos experimentados en condiciones controladas. En escritos previos, Peirce había señalado que la esencia de cualquier idea era la creación de un hábito específico, de modo que cuando dos ideas en apariencia distintas resultaban en el mismo hábito, o sea que disipaban la misma duda por medio de la misma acción, en realidad no eran esencialmente diferentes, aun cuando se expresaran de manera muy disímbola. Para determinar el significado de alguna idea, lo que debe hacerse es:

...determinar los hábitos que produce, porque el significado de una cosa es simplemente los hábitos que causa. Ahora bien, la identidad de un hábito depende de cómo nos lleve a actuar no sólo en circunstancias comunes sino en cualquiera que pudiera ocurrir, aunque fuera la más improbable. Lo que el hábito es depende de cuándo y cómo nos induce a actuar. En relación con el cuándo, cada estímulo para actuar se deriva de una percepción; en referencia al cómo, cada propósito de actuar es producir algún resultado sensible. De esta manera llegamos a que lo tangible y práctico es la raíz de todas las diferencias verdaderas en el pensamiento, no importa qué tan sutiles sean, y no existe una distinción de significado tan fina que no sea otra cosa que una diferencia posible en la práctica.

Aceptar que un cuerpo es blando es lo mismo que decir que otros cuerpos lo rasguñan, lo cortan o lo deforman; en otras palabras, las cualidades de los objetos se transforman en relaciones entre los objetos. Para Peirce, las consecuencias derivadas de las acciones basadas en una idea no determinan su significado, sino que éste más bien depende de las proposiciones que relacionan las consecuencias mencionadas con las circunstancias en que ocurren; en otras palabras, el significado de una idea está contenido en proposiciones de la forma "si X, entonces Y", o sea que relacionan operaciones en el objeto de la idea con efectos experimentados por el investigador o filósofo.

En su magnífico libro sobre la evolución histórica de la filosofía de EUA, Kuklick señala que la salida de Peirce de la Universidad Johns Hopkins significó su aislamiento progresivo del ambiente académico, y aunque el filósofo continuó trabajando y modificando su sistema, al final la inevitable combinación de los años + la soledad terminaron por hacer sus ideas primero desconocidas (aparte de unos cuantos artículos en revistas periódicas, no publicó nada en los 30 años que sobrevivió después de salir de la Universidad Johns Hopkins), después oscuras y difíciles, y finalmente anacrónicas. Kuklick termina su examen de la vida y filosofía de Peirce con el siguiente párrafo:

Esos fueron los costos, para Peirce y para la filosofía norteamericana, de su salida de Hopkins. Murió al iniciarse la primavera de 1914, un extraño recluso, en un cuarto oscuro y sin calefacción de Arisbe (su casa en Milford), mientras seguía buscando, como los antiguos filósofos griegos, el Arché, el Principio, el Origen de las cosas.