VI.5. EPÍLOGO

Con la desbandada del Círculo de Viena a partir de 1933, la influencia del positivismo lógico empezó a disminuir en el mundo filosófico. Desde luego en Alemania, donde nunca tuvo particular arraigo, su exclusión de la vida académica fue completa y hasta después de la segunda Guerra Mundial se mantuvo ausente; la filosofía de Heidegger y sus seguidores es prácticamente todo lo que los positivistas lógicos combatieron. En otros países con mayor simpatía empirista, como Inglaterra, Australia, EUA y otros, es difícil separar la influencia directa de los positivistas lógicos de la de otros filósofos cercanos, como Russell y los analistas del lenguaje, o bien de los lógicos polacos, como Tarski. De hecho, en la Enciclopedia de la filosofía, en la sección dedicada al positivismo lógico, Passmore dice lo siguiente:

El positivismo lógico, considerado como la doctrina de una secta, se ha desintegrado. De varias maneras ha sido absorbido por el movimiento internacional del empirismo contemporáneo, dentro del cual todavía se pelean las diferencias que los separaban... El positivismo lógico, por lo tanto, está muerto, o tan muerto como puede llegar a estar un movimiento filosófico.

De manera un poco menos tajante, y con cierta nostalgia personal, el filósofo inglés Alfred J. Ayer, quien perteneció al Círculo de Viena y asistió a sus reuniones en 1930-1931, termina su examen de ese grupo y de sus ideas de la manera siguiente:

La filosofía progresa, a su rnanera, y pocas de las tesis principales del Círculo de Viena sobreviven intactas. Metafísica ya no es un término de oprobio y se ha reconocido que al menos algunos metafísicos llegaron a sus increíbles conclusiones tratando de resolver problemas conceptuales muy difíciles. El tratamiento pragmático de las teorías científicas se favorece menos que el realismo científico. Tanto la distinción analítico-sintética como el concepto mismo de los datos sensoriales se han cuestionado, y aún entre los que todavía creen que los datos sensoriales o algo similar sirven para algún propósito útil hay pocos (si es que hay alguien) que creen que cada proposición empírica puede reformularse en sus términos. Por otro lado, todavía existe considerable apoyo para la conexión entre el significado y la posibilidad de verificación, y más aún para la conexión del significado con las condiciones de la verdad. Finalmente, pienso que puede decirse que el espíritu del positivismo vienés sobrevive: en el reacomodo de la filosofía con la ciencia, en sus técnicas lógicas, en su insistencia en la claridad, en su rechazo de lo que yo puedo describir mejor como una excrecencia repulsiva de la filosofía, le dio una nueva dirección a la materia que no parece posible que se pierda.