X. EL "FRACASO" DE LA CIENCIA

EL TÍTULO de estas líneas (sin el entrecomillado) no es mío. Reproduce, en forma sintética, una opinión más o menos generalizada en ciertos círculos contemporáneos, en su mayoría humanísticos o cultivadores de las artes. La idea de que la ciencia no ha cumplido con lo que se esperaba de ella no es nueva: surgió casi al mismo tiempo que la revolución científica, hace ya más de 300 años. En el transcurso de los últimos tres siglos, o sea a partir de la introducción del método experimental en la física, por Galileo (1564-1642) y en la biología, por Harvey (1578-1675) la ciencia ha crecido de manera irregular, más en las áreas conocidas como exactas (física, química, astronomía) y menos en las sociales (antropología, sociología, psicología), con un surgimiento reciente en las biológicas. Quizá este diferente crecimiento de las ciencias se deba a la distinta complejidad de sus respectivos campos de interés: la naturaleza inerte es mucho menos difícil de comprender que la célula más simple, y desde luego el hombre es varios órdenes de magnitud más complicado que cualquier otra estructura existente en el Universo. Pero al margen del grado de avance de las disciplinas científicas, todas ellas se incluyen cuando se habla del "fracaso" de la ciencia.

Aunque el argumento anticientífico tiene muchas facetas distintas, es posible incluirlas a casi todas en generalizaciones como la siguiente: "A pesar de sus reclamos de racionalidad y omnipotencia, la ciencia no ha producido un mundo feliz. Con todo lo que nos ha dado la ciencia, como teléfonos, penicilina, fertilizantes, aviones, televisión, computadoras, insulina, anestesia y tantas otras cosas más, seguimos teniendo crisis económicas graves que los economistas no comprenden, guerras en que millones de inocentes sufren y mueren víctimas de técnicas científicas de exterminio, y a través de explotación y contaminación estamos destruyendo nuestra ecología. La promesa de la ciencia, proclamada con vehemencia y convicción insuperables por los hombres de la Ilustración, no se ha cumplido; la ciencia ha fracasado". Acto seguido, se proclama que la razón, la objetividad, la duda sistemática y la búsqueda del conocimiento no sirven puesto que no conducen al verdadero bienestar del espíritu. E inmediatamente después aparecen gurús y trascendentalistas, religiones esotéricas y el culto de los alucinógenos, "mundos en colisión" y "poder de las pirámides", ovnis y el "triángulo de las Bermudas", etc. La plataforma anticientífica está basada en la irracionalidad.

Lo anterior es bien conocido y hasta un poco demodée, en vista de que alcanzó su punto máximo de expresión y popularidad al final de la década de los años 60. Pero la acusación de "fracaso" a la ciencia persiste, ahora combinada con otra todavía más grave, que es su participación fundamental en la inminencia de destrucción que amenaza a la humanidad. Entre las muchas voces que entonan el himno acusatorio hay algunas de humanistas y pensadores distinguidos, de modo que no pueden pasarse por alto. Pero la reacción de los partidarios de la ciencia no puede ser el enfrentarse en un polémica dialéctica con sus impugnadores, entre otras razones porque éstos han renunciado a la razón y a la objetividad, lo que nulifica las posibilidades de comunicación inteligente entre ambos. La reacción científica ante las acusaciones de "fracaso" e ''instrumento para exterminio del hombre'' sólo puede ser una: el examen cuidadoso y objetivo de los cargos, realizado con el propósito de establecer su grado de correspondencia con la realidad. Aunque tal análisis se lleve a cabo no para refutar a los acusadores de la ciencia sino para saber si tienen (y hasta dónde) o no razón, indudablemente que sus resultados servirán de apoyo a la postura que eventualmente adopten los partidarios de la ciencia frente a sus impugnadores.

También debe señalarse, en honor a la justicia, que entre los acusadores de la ciencia es fácil identificar a sus enemigos seculares, los defensores de intereses sectarios y de ideologías basadas en la autoridad y dogmatismo. De acuerdo con Salmerón:

Es una actitud irracional que se enfrenta a la ciencia por supuesto también a la filosofía —apoyada en un sentimiento de incompatibilidad entre determinadas proposiciones científicas y los principios que sirven de base a otras instituciones sociales. Esto está en relación con la actitud escéptica y siempre controvertible de la ciencia [....] en el sentido de que esta actitud implica la capacidad de someter a prueba todo principio. Y aunque la adhesión emocional a ciertas instituciones puede no ser cambiada por las afirmaciones de la ciencia, porque no se da entre ambas una necesidad lógica, en verdad que tales adhesiones pueden ser afectadas indirectamente por la investigación científica, como una derivación psicológica más o menos comprensible. 

¿En qué puede decirse que la ciencia ha "fracasado"? Podemos intentar definir a la ciencia como una actividad del hombre, cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza y cuyo producto es el conocimiento. De acuerdo con esta definición, el único sentido en que puede aceptarse el "fracaso" de la ciencia es por incumplimiento de su objetivo, o sea que no haya generado conocimiento sobre la naturaleza. Pero resulta obvio que esto no es así, sino todo lo contrario; por ejemplo, basta comparar lo que sabíamos hace 100 años sobre estructura y función celular, con lo que sabemos ahora. No es raro encontrarse con el argumento de que la ciencia no puede explicar todavía muchísimas cosas sobre la vida de las células y que, por lo tanto, ha "fracasado". Sin embargo, nadie ha señalado que el conocimiento total sobre este o cualquier otro asunto de interés científico se alcanzaría en 1987; la mera mención de que el "triunfo" de la ciencia incluye una carrera contra el tiempo hace resaltar el carácter absurdo de tal exigencia.

Una forma un poco más elaborada de postular el "fracaso" de la investigación científica es señalando que, por su misma naturaleza, hay muchas cosas que la ciencia no está capacitada para entender; a continuación se enumeran algunos de estos "misterios", como el origen del Universo o el sentido de nuestra existencia, o emociones como el goce estético, el amor o el arrepentimiento. En general, la mayoría de tales instancias caen dentro de uno de dos grupos: a) postulados cuya misma realidad no está claramente definida, como podría ser el origen del Universo, ya que nada garantiza que haya tenido un origen, o el sentido de nuestra existencia, ya que pudiera no tener ninguno, y b) conceptos enunciados en un lenguaje que a priori excluye su análisis objetivo al manejar categorías indefinidas, o por lo menos ambiguas, en relación con su esfera de realidad, como en el caso del amor, que todos hemos sentido pero no sabemos ni qué cosa es ni dónde está. El doctor Arturo Rosenblueth solía decir que él se comprometía a realizar un estudio científico de cualquier cosa, siempre y cuando ésta se definiera en términos objetivos; cuando alguna vez le pregunté si podía examinar su propio disfrute de las sonatas de Beethoven, me señaló categóricamente: "Defina usted lo que significa el término 'disfrute' en lenguaje objetivo y a continuación le describiré un protocolo de investigación científica sobre él. Pero no me pida que haga ciencia sobre una palabra, aunque podría hacerla si considero a la palabra como fenómeno; cuando el significado o contenido de esa palabra también se defina como fenómeno, caerá dentro del universo de la ciencia y podré estudiarlo científicamente."

Finalmente, la forma más común de acusar a la ciencia de haber "fracasado" es señalando su incompetencia para generar un mundo con menos problemas, menos violento y más respetuoso de la vida humana y de la integridad del medio ambiente, menos competitivo y más conducente a la nobleza de los sentimientos y a la elevación del espíritu. Es indudable que el estado actual de la civilización y de las sociedades revela un grado avanzado de deshumanización, que la violencia contra el hombre y la naturaleza aumentan cada día más y que es posible percibir una crisis en los valores humanos caracterizada por un frenético afán de poseer, que sustituye a la aspiración de ser. Pero me parece que esto no tiene que ver nada con la ciencia y sí mucho con la naturaleza humana. No olvidemos que la ciencia es solamente un medio que el hombre usa para obtener conocimientos; los fines a los que estos conocimientos se aplican no están determinados por el instrumento que sirvió para obtenerla. Como el genio que surge de la lámpara cuando Aladino la frota, la ciencia está ahí para cumplir con nuestros deseos, pero no es responsable de ellos. El mismo veneno que sirve para eliminar a las ratas y evitar enfermedades epidémicas de cuya magnitud potencial son testigos silenciosos los millones de seres humanos muertos por ellas a través de la historia, también sirve para envenenar al hombre. Pero la decisión de a quien envenena y destruye no la hace el veneno: la hacemos nosotros.

Si estamos insatisfechos (como debemos estarlo) con el mundo que heredamos, que hemos transformado un poco y que vamos a poner en manos de nuestros hijos, estamos obligados a desembrollarlo y mejorarlo todo lo que podamos. Para lograr este objetivo necesitamos más (no menos) conocimientos de la naturaleza, o sea más (no menos) ciencia. Pero por encima de todo, necesitamos enfrentarnos con certeza y realismo a la verdad: los responsables del resultado somos nosotros.