XI. EL REDUCCIONISMO CIENTÍFICO

UNA de las disciplinas científicas que ha tenido más éxito y ha crecido más rápidamente en los últimos años ha sido la biología molecular. Como su nombre lo indica, se trata del estudio de ciertos fenómenos biológicos al nivel molecular de organización. Tres de sus triunfos más genuinos y extraordinarios son: 1) la elucidación de la estructura química de los ácidos nucleicos, macromoléculas poliméricas gigantes que desempeñan papeles centrales en algunos de los procesos biológicos más importantes, como la codificación y la transmisión de la información genética y la biosíntesis de las proteínas; 2) el desciframiento del código genético, o sea el lenguaje utilizado por la naturaleza para escribir las instrucciones necesarias para la construcción de todos los organismos vivos, desde los virus hasta los elefantes; 3) el análisis de los mecanismos moleculares que permiten la expresión de los mensajes cifrados a través del código en la estructura química de los ácidos nucleicos, o sean las reacciones químicas celulares que culminan en la síntesis de las proteínas. La historia de estos episodios es más fantástica que cualquier cuento de ciencia-ficción y sus protagonistas son los héroes más originales y esforzados de nuestro tiempo.

Pero junto con este fenomenal éxito científico asomó una vez más su fea cabeza un monstruo que desde antes ya había acompañado, aunque sólo en forma intermitente, al progreso de la ciencia, pero que nunca había logrado más que una aceptación marginal: me refiero al reduccionismo, un concepto que sus enemigos caracterizan porque define al todo como "nada más que la suma de sus partes constituyentes". Cuando yo inicié mis actividades científicas autónomas o independientes, o sea cuando por primera vez fui capaz de generar mis propias preguntas y diseñar los experimentos necesarios para contestarlas (a principios de la década 1950-1960), el reduccionismo disfrutaba del merecido prestigio de ser la estrategia de investigación aplicada a problemas biológicos de mayor éxito contemporáneo. Yo lo acepté con más entusiasmo que análisis crítico, quizá como uno de los últimos actos que todavía puedo atribuir a mi juventud (tenía entonces menos de 30 años de edad). Toda mi vida científica ha transcurrido bajo el gran paraguas del reduccionismo y no creo equivocarme si afirmo que algo muy semejante podría decirse de la mayoría de mis colegas contemporáneos, al margen de la rama de las ciencias biológicas que han cultivado.

En años recientes, el reduccionismo como estrategia para resolver problemas científicos en biología ha sido rabiosamente atacado. Los agresores (que están muy bien organizados) han adoptado un nombre para indentificarse: el holismo, doctrina cuyo postulado central es que "el todo no es nada más la suma de sus partes constituyentes". Algo más se agrega a las estructuras complejas que no puede predecirse a partir de la suma de la totalidad de las propiedades de cada uno de sus componentes aislados. Cuando una estructura biológica X se examina en forma exhaustiva, sus propiedades funcionales pueden caer en uno de dos grupos: 1) aquellas que son deducibles a partir de las características de cada uno de sus componentes elementales, que se conocen como resultantes, 2) otras que surgen de manera no previsible y pertenecen por completo al nivel de organización biológica represetado por X, que se denominan emergentes. Son estas propiedades emergentes las que blanden los holistas para atacar a los reduccionistas, argumentando (con toda razón) que el examen puramente analítico de estructuras biológicas complejas las excluye, por lo que resulta grotescamente incompleto. Un ejemplo muy claro es la existencia de la mente, que desde luego no puede predecirse ni por el estudio más exhaustivo de las células, de los organelos subcelulares, de las moléculas y de los átomos que constituyen el cerebro.

El problema con el concepto de propiedad funcional emergente es que no explica nada; simplemente, distingue a los fenómenos propios de cada nivel de organización biológica en dos grupos, los reducibles o explicables a partir de sus componentes y los que no lo son. Todos los que nos dedicamos a la investigación científica sabemos que los problemas susceptibles de reducción analítica son aquellos en los que se progresa mejor y más rápidamente, y que son precisamente los fenómenos que (todavía) no podemos simplificar separándolos en función de las distintas partes que los producen los que no han ingresado a la agenda de los investigadores. Medawar señala: "Ciertamente los buenos científicos estudian los problemas más importantes que creen poder resolver. Después de todo, su profesión es resolver problemas, no simplemente embrollarse con ellos. El espectáculo de un científico engarzado en un combate con las fuerzas de la ignorancia no es muy inspirado si, al final, el científico es vencido."

Pero creo que el reduccionista a ultranza, el que sostiene que la investigación biológica debería conducirse nada más al nivel molecular, que las leyes de la biología pueden reducirse en última instancia a las leyes de la física, y que las propiedades de los organismos vivos son nada más la suma de las propiedades de sus componentes, es un tigre de papel. De la misma manera, el holista inveterado que apoya los postulados opuestos y por lo tanto casi siempre cae en el vitalismo, es en la actualidad más raro que el pájaro dodó. La gran mayoría de los investigadores científicos, y desde luego todos los que yo conozco, podrían describirse como reduccionistas moderados: cuando el problema en que trabajan lo permite, prefieren estudiarlo a través de los elementos o procesos que lo componen, en vista de que tal estrategia ha demostrado tener gran valor heurístico. Pero si no lo permite, adoptan otra u otras estrategias diferentes, ya que el único criterio para juzgar sus trabajos es que tengan éxito, o sea que el problema se resuelva.