XIII. EN DEFENSA DEL MESIANISMO CIENTÍFICO

EN EL capítulo final de su delicioso librito, Consejos a un joven científico (Fondo de Cultura Económica, México, 1982, PP. 138-153), el profesor Peter Medawar atribuye a Gombrich la invención del término mesianismo científico para designar la posición que considera a la ciencia como la única fuente del conocimiento humano, como el último árbitro de la moral y de la ética, como la solución de todos los problemas que aquejan a la humanidad. El término mencionado es descriptivamente justo y no posee resonancias peyorativas; cuando más, se percibe una tenue sugestión de ingenuidad. En cambio, la palabra cientismo se ha usado tradicionalmente para referirse a la misma idea pero en forma despectiva, especialmente por sus críticos más abrasivos, que la consideran no sólo absurda sino claramente subversiva y peligrosa para otros valores espirituales más elevados.

A primera vista, parecería que el mesianismo científico fuera cosa del pasado, producto del pensamiento de lord Bacon y Comenius en el siglo XVI, recogido y mejorado por los citoyens de la Ilustración, como Buffon y Condorcet, y llevado a su culminación durante el siglo XIX por los seguidores de Comte y del positivismo. Pero el mesianismo científico sigue vivito y coleando a fines del siglo XX, a juzgar por los escritos de Homer W. Smith, C. H. Waddington y Julian Huxley, de hace apenas una generación, así como los contemporános de Jacob Bronowski, Jacques Monod y E. O. Wilson. Uno de los investigadores científicos más distinguidos de los últimos tiempos, Francis Crick, comentando los conceptos pertinentes del libro de Monod, El azar y la necesidad, dice lo siguiente:

... presentan una visión extraña del Universo que a muchos lectores expertos puede parecer extraña, sombría, árida y austera. Esto es todavía más sorprendente en vista de que la visión de la vida que proyecta es compartida por la gran mayoría de los científicos activos distinguidos. Sería difícil encontrar un mejor ejemplo para ilustrar la profunda división que existe entre la ciencia y el resto de nuestra cultura.

Si es cierto que el mesianismo es compartido por "la gran mayoría de los científicos activos distinguidos", ¿será posible que todos ellos estén equivocados de manera tan grotesca? ¿Qué es lo que realmente se pelea en esta guerra y quiénes son los adversarios? Éstas son las preguntas que deseo contestar en este capítulo.

A grandes trazos, la historia del mesianismo científico reconoce tres épocas diferentes en su desarrollo: 1) la inicial o precursora, identificada con La nueva Atlántida de Bacon, que contiene un primer boceto de cómo podría ser el mundo si estuviera exclusivamente iluminado por la luz del entendimiento; 2) la profética o romántica, caracterizada por los enciclopedistas franceses, quienes con fogosidad revolucionaria proclaman que la autoridad sobre los valores morales y la ética no era la palabra de Dios sino la razón humana; 3) la moderna o profesional, apoyada en los avances contemporáneos en las ciencias biológicas (desde el nivel molecular hasta el del comportamiento humano) que han reducido el antaño enorme campo de nuestra ignorancia en biología a dos áreas específicas: la diferenciación celular y la organización del sistema nervioso central.

Naturalmente, hoy nadie duda que la "nueva filosofía" de Bacon (la nueva ciencia, decimos ahora) es una forma diferente de intentar conocer la naturaleza. No importa que el método recomendado no funcionara, lo que importa es que Bacon renunció a la autoridad de las Sagradas Escrituras como último recurso para resolver cuestiones científicas. A partir de Bacon, la verdad sobre la naturaleza ya no está en el cielo sino en el mundo exterior; para conocerla debemos consultar a nuestros sentidos y a nuestro intelecto, en vez de leer a los cuatro evangelistas. Con la ampliación del escepticismo científico a otras esferas de la vida humana, pronto se incluyeron en la duda a las bases trascendentales de la ética. A pesar de los argumentos de Kant, que tuvieron gran influencia a fines del siglo XVIII y que pretendían demostrar que sin dirección divina y sin inmortalidad no puede construirse una ética racional ("sin Dios, ¿quién decide qué es lo bueno y lo malo?"), un siglo más tarde Nietzsche proclamó que los enciclopedistas franceses habían matado a Dios y que la única solución de la ética era que el hombre abandonara su condición animal y se transformara en superhombre, su propio Dios, con lo que quedaría "más allá del bien y el mal".

Es fácil encontrar en los escritos de los científicos mesiánicos ideas y frases condenadas por sus detractores: ... efectuar todas las cosas posibles" (Bacon); "... la única forma posible de conocimiento humano es la científica" (Smith); ... la selección (de los valores morales) debe hacerse entre las opciones éticas incluidas en la naturaleza biológica del hombre" (Wilson). El punto de partida de los científicos mesiánicos es su renuncia a toda forma de trascendentalismo, su rechazo de cualquier realidad independiente de la objetivable por la ciencia y concebible por la razón. Ninguno de ellos (me refiero a los contemporáneos) objeta la existencia y/o el valor de la imaginación, los sentimientos, los deseos y hasta los sueños de la vida del ser humano; incluso hay una escuela de científicos (Rosenblueth era uno, Medawar es otro) que incluyen dentro de los elementos indispensables en el pensamiento de nuevos conocimientos a la imaginación y a la intuición. Si a esto se agrega el azar, que en los medios profesionales se conoce como ('serendipia", la acusación que generalmente se hace al mesianismo científico (esto es, que afirma "la razón no sólo es necesaria sino suficiente") se disuelve en la nada, se reconoce como un tigre de papel.

Quizá el problema central del mesianismo científico sea su enfrentamiento a la antigua idea, incorporada en el dogma religioso dominante en nuestras culturas latinoamericanas, que la ética humana depende de la voluntad divina. El mesianismo científico propone que el hombre está solo en el Universo; que la única realidad que existe es la que percibe (actual o potencialmente) y que él mismo ha ido descubriendo y/o generando a través de los milenios que lleva de existir en la Tierra. El científico mesiánico es humilde respecto a sus orígenes y realista sobre su condición humana ("No somos parecidos a los animales, somos animales, en el único y mejor sentido del término"). Pero su ambición es ilimitada respecto al futuro; ha renunciado a las ideas trascendentales y la vida eterna, pero no renuncia a la opción de escoger su propio, infinitesimal pero personal destino. En las palabras de Monod:

La antigua alianza está ya rota: el hombre sabe al fin que está solo en la inmensidad indiferente del Universo, de donde ha emergido por azar. Igual que su destino, su deber no está escrito en ninguna parte. Puede escoger entre el Reino y las Tinieblas.

Después de criticar con suavidad al mesianismo cientifico, Medawar nos ofrece su alternativa, bautizada por él mismo como mejorismo científico:

Un mejorista es simplemente quien cree que el mundo puede ser un lugar mejor[ ... .] gracias a una acción humana sabiamente emprendida; los mejoristas, además, creen que pueden emprenderla [... .]. Los mejoristas son personas comparativamente humildes que tratan de hacer el bien y son felices al comprobar que esto se ha logrado.

Por más esfuerzos que he hecho, no he sido capaz de percibir alguna diferencia fundamental entre el mesianismo y el mejorismo científico; naturalmente, si comparo a Condorcet con Medawar (comparación que los honra a ambos) las diferencias son aparentes, pero los separan dos siglos. En cambio, si comparo al máximo exponente contemporáneo del mesianismo científico, Jacques Monod, con el más genuino representante actual del mejorismo científico, Peter Medawar, resultan ser tan parecidos en los aspectos más importantes de su trabajo en la ciencia y en su filosofía que las diferencias (minímas) entre ellos pueden fácilmente adscribirse al simple hecho que Monod era francés y Medawar es inglés. En efecto, los dos son científicos eminentes, pensadores profundos e interesados en los aspectos filosóficos de la ciencia, ajenos por completo al trascendentalismo y al dogma religioso, imbuidos hasta la médula del papel social de su trabajo profesional; además ambos son mesiánicos, pues escribieron y (por fortuna) Medawar sigue escribiendo para difundir sus ideas entre el público no profesional, y ambos son mejoristas, pues creen que el mundo puede ser un lugar mejor gracias a una acción humana sabiamente emprendida. Finalmente, los dos ganaron el premio Nobel por sus contribuciones científicas, Medawar en 1961 y Monod en 1965.

Cuando el mesianismo científico se representa reviviendo posturas superadas hace siglos como si fueran actuales, lo natural es rechazarlo pero al mismo tiempo debemos sospechar que se trata de una zancadilla intelectual; en cambio, cuando las ideas contemporáneas sobre la naturaleza de la ciencia y los alcances del conocimiento científico se examinan críticamente y sin prejuicios sectarios o ideológicos, el mesiánismo científico resulta ser una posición racional, objetiva, valiente y hasta optimista. El retrato de Huxley, en su Un mundo feliz (1932) que clásicamente se esgrime como argumento contra la ciencia, me recuerda la leyenda del primer asesinato fratricida en nuestros orígenes: si el culpable realmente fue la quijada de burro blandida por Caín, debería exterminarse a todos los burros. Pero si el problema se generó en el corazón de Caín, entonces el burro es inocente. La ciencia no es un fin, es un medio para alcanzar objetivos determinados por el hombre: como el genio que surge de la lámpara de Aladino, puede hacernos felices o hundirnos en la desesperación más trágica. Pero el genio no decide: la decisión es única y exclusivamente nuestra.