XX. SOBRE EL ARTÍCULO CIENTÍFICO

NO POCOS escritores han usado la estrategia de inventar a un observador extraterrestre cuando desean describir alguna forma de comportamiento humano que consideran absurda o irracional. Ignorando las motivaciones de los terrícolas, el conductista interplanetario procede a enumerar una serie de acciones que resultan sin sentido y frecuentemente irrisorias. Ahora que me dispongo a examinar el artículo científico, la tentación de invocar a un marciano para que señale los numerosos aspectos en que este documento tergiversa y hasta contradice a la realidad que pretende describir (con la complicidad de todos los involucrados) es casi irresistible. Sin embargo, voy a resistirla en aras de una explicación igualmente crítica pero formulada con simpatía y generosidad. Después de todo, el amable lector no debe olvidar que, en asuntos científicos, yo soy juez y parte.

En la mayoría de las ciencias la investigación de un problema determinado sólo puede considerarse como concluida cuando los resultados del trabajo se han dado a conocer a la comunidad científica interesada a través de una publicación formal. Durante el Renacimiento, los investigadores tenían dos posibilidades para difundir sus hallazgos e ideas: escribir libros y/o escribir cartas. Los libros fueron vehículos de nueva información hasta mediados del siglo XIX, cuando surgieron las publicaciones periódicas y los sustituyeron como portadores de lo último en los diversos campos de la ciencia. Las cartas conteniendo observaciones originales eran leídas por los corresponsales a grupos más o menos numerosos de interesados; así se conocieron por primera vez muchas de las observaciones realizadas por Morgagni en el siglo XVII, que posteriormente se publicaron en su majestuosa obra De Sedibus et Causis Morborum per Anatomen Indagatis. Pero las cartas también dejaron de cumplir la función formal de comunicar los nuevos descubrimientos científicos a los especialistas interesados con la aparición de las revistas científicas de publicación periódica a mediados del siglo XIX.

Un artículo científico contemporáneo consta de las siguientes secciones: 1) Introducción, donde se dan los antecedentes del área general y se plantea la pregunta específica que se desea contestar; 2) Material y métodos, donde se describe todo lo que se ha utilizado y todo lo que se ha hecho en el trabajo, con detalle suficiente para permitir a los interesados reproducir todas las operaciones descritas; 3) Resultados, donde se presenta objetivamente lo que se observó; 4) Discusión, que contiene la interpretación de los resultados del trabajo, sus relaciones con otros trabajos sobre la misma pregunta, la respuesta a la pregunta específica que se deseaba contestar, y la relevancia del nuevo conocimiento en otros campos del área general donde se suscribe el problema estudiado; 5) Resumen, lo único que van a consultar la inmensa mayoría de los lectores del artículo científico; 6) Referencias, la lista de los autores citados en el artículo, que será examinada por todos los investigadores activos en el campo específico de investigación.

Considerando la estructura del artículo científico contemporáneo resumida arriba, Medawar escribió un comentario titulado: "¿Es el artículo científico un fraude?" El científico inglés contesta su pregunta con un categórico, alegando que el fraude se comete no en contra de los hechos descritos sino en contra de la historia natural de la investigación científica. Lo que en realidad hacemos los científicos cuando investigamos un problema específico se parece muy poco a la versión que finalmente publicamos de nuestro trabajo. La variedad casi infinita de estilos, formas y maneras de definir un problema científico, la irracionalidad implícita en la generación de hipótesis para explicar o diseñar respuesta, los factores históricos, geográficos y ambientales que influyen en la elección de un modelo experimental entre tantos posibles, los errores garrafales de planeación preliminar, los accidentes inevitables del subdesarrollo (retrasos épicos en el correo, suspensiones inesperadas en la corriente eléctrica, vacaciones del personal técnico y administrativo, embarazo inesperado de la técnica encargada de los cortes finos para microscopia electrónica, etc.), nada de todo esto tiene cabida en el artículo científico contemporáneo.

El artículo científico contemporáneo excluye otras cosas menos folklóricas. Ya no queda sitio para la presentación de nuevas ideas, especialmente las no apoyadas en un millón de datos observacionales. Con las políticas editoriales contemporáneas, ni Fracastoro ni Bichat hubieran podido dar a conocer sus ideas sobre las enfermedades infecciosas y la teoría de los tejidos, respectivamente. Además, hoy se publican muchísimos más artículos científicos que en los siglos XVI y XIX. El cambio en el universo de la ciencia ha sido más cualitativo que cuantitativo, aunque este último no es despreciable.

Pero volviendo a nuestro tema, la postura de Medawar es correcta: el artículo científico contemporáneo no traduce la forma real como se ha desarrollado el trabajo que describe. Cabe preguntarse a continuación si esto afecta en forma negativa a la ciencia, o si se trata de un compromiso en el que se sacrifica lo menos por lo más. Yo pienso que esto último es lo correcto. Reconozco y lamento la pérdida de los elementos personales en la descripciones de los trabajos de investigación. Me gustaría compartir con los autores sus dudas, sus indecisiones y sus chispazos de imaginación intuitiva, entre otras razones porque yo también las tengo. Pero la explosión demográfica nos ha alcanzado a los que trabajamos en ciencia: alguien ha dicho que el 90 por ciento de todos los científicos que han existido en el mundo estamos vivos y trabajando hoy. Por lo tanto, debemos aceptar al artículo científico contemporáneo, con todas sus ausencias y limitaciones, como un mal menor. Los científicos sabemos que así no es como se hace la ciencia. Mientras se diseña un método mejor, aceptemos que esa es la mejor manera para comunicar lo que hacemos en ciencia.