XXV. RAZÓN Y EMOCIÓN: ¿AMIGAS O ENEMIGAS?

RECIENTEMENTE, algunos amigos jóvenes han comentado conmigo que en reuniones informales de universitarios o de gente con cierta educación, se han encontrado con alguna frecuencia (que les ha parecido alarmante) en medio de discusiones sobre la importancia relativa de la razón y de la emoción en la vida cotidiana individual y de la sociedad. De acuerdo con mis informantes, un grupo numéricamente no despreciable de los sujetos involucrados en estos intercambios (realizados en fiestecitas caseras, intermedios de funciones teatrales o conciertos, tertulias literario-musicales, "peñas" folklóricas y hasta encuentros ocasionales en librerías o tiendas de discos) ha expresado opiniones negativas sobre el valor y la legitimidad de la razón como el principio que debería guiar nuestras relaciones con la realidad, haciendo al mismo tiempo un panegírico de la emoción para desempeñar ese mismo papel. Los adjetivos usados con mayor frecuencia para calificar a la razón han sido, según mis amigos jóvenes, los siguientes: "fría", "inhumana", "incompleta", "castrante", ''engañosa'', ''parcial'', ''vendida'', ''incapaz'', ''absurda", "ciega", etc.; en cambio, la emoción ha sido calificada como "genuina", "real", "primaria", "humana", "total", "espontánea", "honesta", "primitiva" y otras cosas más del mismo estilo.

En estas líneas voy a comentar brevemente el pretendido conflicto entre la vida racional y la vida emocional. Voy a afirmar que tal dicotomía no existe hoy ni ha existido nunca, excepto en casos individuales tan raros que se transforman en estereotipos, como santa Teresa de Ávila, que ejemplificaría el extremo de la emoción (religiosa, en su caso), o Sherlock Holmes, que representa el triunfo de la razón (representada por el método deductivo, en su caso) pues aunque tocaba el violín y era drogadicto, nunca dejó que las emociones desviaran sus razonamientos y, según el doctor Watson, resolvió todos los problemas que se le presentaron.

Creo que para alcanzar los objetivos mencionados arriba, lo mejor será tomar el toro por los cuernos. Cuando las concepciones racionalista y emotiva de la naturaleza se contraponen como antagonistas, lo que se plantea es una disyuntiva radical: es imperativo decidir cuál de los dos enfoques o acercamientos a la naturaleza resulta en la mejor y más completa experiencia de lo que está "ahí afuera", o sea de la realidad. Esta es la disyuntiva que se plantea en las discusiones mencionadas al principio de estas líneas, pero es obvio que tal planteamiento es incorrecto pues ignora la diferencia crucial que existe entre los términos suficiente y necesario. Cualquiera que sostenga que para establecer relaciones completas y satisfactorias con la realidad, para satisfacer todas las aspiraciones humanas y para alcanzar la vida plena, es suficiente la pura emoción o la pura razón, se expone a que su interlocutor le pida una demostración aceptable y convincente de su postura. (Es obvio que si el diálogo ocurre entre dos convencidos de que la emoción es suficiente la petición no surgirá, porque se trata de una pregunta racional...) Algo muy distinto se plantea si la proposición es que la emoción ( la razón) es necesaria para llevar a cabo en forma completa este asunto del vivir. En este caso no se está excluyendo una de las dos partes esenciales que nos conforman, sino que se está tratando de garantizar que una de ellas se incluya, sin especificar el contenido del resto del paquete diseñado para concedernos una óptima existencia.

El hombre es un animal muy complejo. A través de la historia, casi todas las fórmulas que han pretendido simplificar sus múltiples dimensiones han sido intentos fracasados de englobarlo dentro de un esquema incompleto y/o irreal. El concepto medieval de la vida humana como un breve periodo de expiación del pecado original y única oportunidad para ganar la vida eterna se transmutó en el crisol del Renacimiento por la triple idea de un origen desconocido, un objetivo autodeterminado individualmente y un destino final incierto; el salto del hombre medieval al moderno implica la renuncia irreversible a su antigua posición como el centro y el motivo de un Universo prefabricado para él, a cambio de su imagen actual, de individuo totalmente responsable de sí mismo, no sólo de cada uno de sus actos sino también de su último destino, que progresivamente ha ido dejando de ser trascendental para hacerse, simplemente, natural.

Los esfuerzos por simplificar nuestra naturaleza y hacerla depender de esquemas o tendencias unidimensionales responden a una necesidad muy humana y muy antigua, generada por nuestra incapacidad para vivir en la incertidumbre, para aceptar que ciertas cosas que ocurren en el mundo de nuestra experiencia ni las entendemos ni las podemos explicar. Una buena parte de nuestra tradición y de nuestra cultura está formada por las fantasías que hemos inventado para aliviar o sustituir nuestra incapacidad para entender el mundo en que vivimos. La renuncia a una parte esencial de lo que somos (razón o emoción) es un acto de desesperación, producto de una situación crítica que nos ha llevado a concebir nuestra vida como una emergencia, algo que solamente se resuelve con decisiones heroicas, más dignas de Agamenón o de Aquiles que del señor Pérez. El problema es que el 99.99 por ciento de la humanidad está formado por millones de señores Pérez, o sea de hombres admirablemente comunes y corrientes, que nunca han oído hablar de Agamenón o de Aquiles. La solución a este problema no es proponer que todos los hombres tratemos de imitar a los héroes de la mitología griega clásica, sino más bien que tratemos de parecernos más a lo que realmente somos.

Nuestra realidad obedece a la 2a. Ley de Murphy, que dice: "Las cosas siempre son más complicadas de lo que parecen." Cada uno de nosotros es un misterio, pero no en el sentido trascendental, que lo haría insoluble, sino en el sentido operacional, que lo define como abierto a la exploración objetiva y hasta susceptible de solución. Ignoro cuál pudiera ser la estructura final y completa del primer ser humano cuyo análisis exhaustivo se completara, pero estoy convencido de que si no incluye un registro total de todas sus emociones y de todos sus razonamientos sobre la naturaleza y el mundo en que vive, estará fatalmente incompleto.