XXX. CIENCIA Y HUMANISMO

EL 6 DE octubre de 1956 apareció en la revista inglesa New Statesman un artículo de C. P. Snow titulado "The Two Cultures" (Las dos culturas). Tres años más tarde, en el mes de mayo de 1959, Snow dictó la conferencia Rede en Cambridge, Inglaterra, usando para ella el mismo título, con el que fue publicada ese mismo año. Aunque al principio la reacción a las ideas de Snow fue modesta, al cabo de unos cuantos meses se tranformó en una avalancha. El propio Snow comenta: "Al final del primer año empecé a sentirme incómodamente como el aprendiz de brujo." La catarata de notas, artículos, cartas, libros, simposia, conferencias y otras formas más de comentario, con frecuencia aprobatorio pero ocasionalmente crítico y hasta insultante (por fortuna, sólo en forma excepcional) transformó a la frase "las dos culturas" en un cliché cultural en todo el mundo. Se puso de moda hablar del divorcio entre los científicos y los literatos (las "dos culturas" originalmente descritas como inconmensurables por Snow) pero muy pronto se amplió el marco de referencia incluyendo en el campo de los "científicos" a todos aquellos trabajadores con preparación técnica profesional, como ingenieros, químicos, psicológos, agrónomos, y médicos (los "tecnócratas"), mientras entre los "literatos" se enlistaron a todos los artistas, historiadores, filosófos, pedagogos, estetas, sociólogos y bibliotecarios (los "intelectuales"). Ante el asombro de Snow, que vio sus "dos culturas" transformarse en dos monstruos semejantes al innominado y famoso personaje creado por el doctor Frankenstein, la separación que originalmente describió entre ellas se transformó en unos casos en abismo y en otros en trinchera, a través de la cual se peleaba una guerra sucia.

Snow resumió sus ideas cuatro años más tarde, cuando publicó una "segunda mirada" a su conferencia de 1959, con las siguientes palabras: "En nuestra sociedad (o sea, en la sociedad occidental avanzada) hemos perdido hasta la pretensión de poseer una cultura común. Las personas educadas con la mayor intensidad de que somos capaces ya no pueden comunicarse unas con otras en el plano de sus principales intereses intelectuales. Esto es grave para nuestra vida creativa, intelectual y especialmente moral. Nos está llevando a interpretar mal el pasado, a equivocar el presente y a descartar nuestras esperanzas en el futuro. Nos está haciendo difícil o imposible elegir una buena acción". La solución a este impasse es la educación, tanto en escuelas primarias y secundarias como en colegios y universidades.

He desempolvado la controversia originada hace 25 años por las "dos culturas" de Snow porque ilustra históricamente mi tema, que no sólo es de actualidad sino (en mi opinión) de extrema urgencia. En nuestros medios académicos y culturales más elevados, la comunicación entre "científicos" y humanistas" no es difícil, sino que simplemente no existe. Ojalá me equivoque, pero recientemente me ha parecido percibir ya ciertos indicios (leves, pero definitivamente reales) de sarcasmo y de intolerancia, y a veces hasta de franca animosidad, entre miembros egresados de ambos bandos. En lugar de la curiosidad genuina y el deseo espontáneo de contemplar al mundo a través de los anteojos del bando opuesto, "científicos" y "humanistas" rechazan tal opción y reiteran sus inexpugnables posiciones, recreando así la postura de los profesores de la Universidad de Pisa, que rehusaron la invitación de Galileo a mirar el cielo por medio de su telescopio.

¿Qué es lo que pretendemos los inconformes con tal estado de cosas? No es infrecuente que en los alegatos sobre este asunto, nuestros pacientes interlocutores acepten el diagnóstico de la situación que les ofrecemos y a continuación nos pregunten "¿Tienes alguna idea de lo que puede hacerse para atacar tan horrendo problema y por lo menos empezar a aliviar sus principales manifestaciones?" Snow decía que mientras los científicos desconocen a Shakespeare (el colmo de la ignorancia para un inglés) los literatos ignoran la segunda ley de la termodinámica. No se trata de proponer que se incluya a Cervantes y a García Márquez entre las lecturas obligadas para los ingenieros en computación, ni que los humanistas deben pasar un examen de BASIC o de fisiología general, para que ambos obtengan sus respectivos diplomas universitarios. De lo que se trata es de que en lugar de gesticular, la educación superior en México cumpla realmente con su cometido formal, que sea educación (en vez de indoctrinación, o simple reiteración, o hasta puro condicionamiento) y que sea superior, o sea que rebase en forma significativa el nivel profesional.

Es indispensable volver al concepto original de universidad, que implica la idea de universalidad. No se trata de hacer de cada alumno universitario un Leonardo; ese hombre fue un genio y además el mundo contemporáneo es totalmente distinto. De lo que se trata es de transformar a la universidad en una casa de educación y cultura, de alejarla hasta donde se pueda de su actual imagen de fábrica de títulos. En principio, las universidades no son escuelas politécnicas, su función principal no es la producción de artesanos expertos en los distintos oficios requeridos por la sociedad (función de inmensa importancia en nuestro medio y en nuestra época) sino la generación de sujetos provistos de una educación universal. Lo productos de una educación universitaria óptima deberían ser capaces de contemplar el conflicto de las "dos culturas" de Snow como un episodio histórico interesante, un poquito anticuado y passé, además de que revela ciertas limitaciones culturales. El universitario actual (el alumno inscrito hoy en cualquiera escuela mexicana de estudios superiores) tiene la indeclinable obligación de terminar sus estudios siendo no sólo un técnico capaz en su rama específica del conocimiento, sino un individuo educado en sentido universal. En la medida en que esto no ocurra, la educación superior en México habrá fracasado en sus obligaciones.