XXXVII. LA REVOLUCIÓN EN LA CIENCIA

ES COSTUMBRE referirse al movimiento cultural y técnico que a partir del siglo XVI empezó a adquirir un ímpetu irresistible en algunos países del norte de Europa (y posteriormente en las demás naciones europeas de la época), y en dos siglos más acabó por transformarlos a casi todos de medievales en modernos, como la "Revolución Científica". Este episodio tuvo predecesores insignes, como Aristóteles, Galeno, Grosseteste y Leonardo, pero realmente no se inició como fuerza social y cultural capaz de inducir una metamorfosis tan profunda y trascendente sino hasta 1543, año en que se publicaron dos libros fundamentales: el Revolutionibus, del agonizante Copérnico, y la Fabrica, del juvenil (28 años de edad) Vesalio. Dos años antes había muerto el célebre pero discutido Paracelso, indudablemente precursor y hasta vocero del Renacimiento, aunque él mismo podría ser tomado como arquetipo del pensamiento de la Edad Media.

Según Butterfield, el historiador inglés de la generación pasada, quien parece haber inventado el término Revolución Científica, el episodio ha sido continuo desde 1500 hasta nuestra época y por lo tanto lleva ya cinco siglos de operar en todos los niveles de la sociedad y de la cultura, con lo que ha ido ganando en fuerza y en profundidad de impacto. Otros analistas de la ciencia (historiadores, filósofos y hasta unos cuantos científicos) están de acuerdo con la fecha señalada para el inicio del episodio pero lo conciben como consumado; la transformación de la sociedad medieval en moderna, iniciada en los albores del siglo XVI, culminó según unos en el siglo XVIII, según otros en el siglo XIX, y pocos años después de la primera Guerra Mundial existió un grupo de filósofos de la ciencia austriacos y alemanes (el Círculo de Viena) que marcó el final de la Revolución Científica europea en su propia época y en aras del positivismo lógico, en la década 1920-1930.

Con lo anterior no intento sentar las bases para una entrega de premios a los vencedores de la mejor reconstrucción histórica de la Revolución Científica europea. Simplemente enumero (sin orden alguno) las distintas versiones del mismo episodio generadas en diferentes épocas. Una de las pocas conclusiones que pueden derivarse de este recuento irregular es que al margen de la cronología específicamente asignada a la Revolución Científica, todos los autores relevantes coinciden en que ha sido (y es) una realidad histórica. Tal acuerdo no es poca cosa, sobre todo a partir de 1962, en que Thomas S. Kuhn publicó su famoso libro titulado La estructura de las revoluciones científicas. Quizá el concepto nuevo más importante introducido por Kuhn en la historia de la ciencia fue simplemente el uso del plural, al referirse a "las" revoluciones científicas. De modo que no sólo ha habido una revolución científica sino varias, hasta muchas, cuyo reconocimiento depende de criterios definidos de distintas maneras por diferentes autores.

Espero que el amable lector no se haya confundido con la obvia mezcolanza de niveles de referencia en los párrafos anteriores. Siempre que he mencionado a "la Revolución Científica" he aludido al concepto clásico de Butterfield, de una sola gran metamorfosis social, cultural y económica que abarca entre cinco y dos siglos de historia; en mi opinión, las ideas de Kuhn (y más recientemente de Cohen) sobre la multiplicidad de las revoluciones científicas son perfectamente compatibles con este concepto, del que formarían parte como episodios internos ocurridos en diferentes tiempos y áreas de la ciencia (minirrevoluciones) pero siempre en el mismo sentido general, de avance del conocimiento. En otras palabras, la historia de la ciencia nos enseña que su evolución a través del tiempo puede caracterizarse como progreso; como incremento absoluto en la información confiable sobre la realidad (en el año 1500 sabíamos menos sobre la naturaleza que en el año 1986); si tal progreso ha sido lineal o discontinuo podría parecer pecatta minuta, asunto de especialistas cuyas conclusiones no afectarían ni la tónica ni el espíritu de la visión general. Pero éste ha sido precisamente el problema, porque en oposición diametral al concepto clásico de la Revolución Científica, basado en el crecimiento acumulativo y progresivo del conocimiento, los kuhnianos postulan que la discontinuidad conceptual característica de las minirrevoluciones científicas prohibe la utilización de teorías y datos pertenecientes al "paradigma" desplazado, en la construcción del nuevo y triunfante "paradigma". Esto se debe a que las diferencias entre las teorías científicas "clásicas" o "tradicionales", cuya vigencia ha terminado, y las nuevas teorías que van a sustituirlas, revelan que son ''inconmesurables", o sea que responden a otras preguntas, se formulan en otro lenguaje (o el mismo, pero con diferente significado) y hasta se miden en unidades distintas. Es el antiguo problema de sumar peras con manzanas.

No podemos dudar de que el mundo clásico fue esencialmente distinto del medieval, ni de que las diferencias entre las culturas de la Edad Media y de nuestro tiempo son cualitativas y profundas. Pero mientras la naturaleza del abismo que separa a Anaximandro de Santo Tomás es aparente (la razón versus la fe), lo que distingue al medievo de la edad moderna, a pesar de ser tan obvio, resulta difícil de especificar. Yo mencionaría en los tres primeros lugares a la ciencia, al concepto de nación y a la emergencia de la clase media como una fuerza social. La ciencia no sólo introdujo una forma nueva y diferente para H. sapiens de relacionarse con la naturaleza, sino que además empezó a enseñarle una forma distinta de libertad de espíritu: la surgida del conocimiento de la realidad. Los filósofos pueden disputar el mecanismo por el que la ciencia se ha transformado en la empresa de mayor éxito de todas las intentadas por el hombre (crecimiento progresivo versus discontinuo), pero sería contra natura que lo negaran. Sin embargo...