XXXIX. CIENCIA Y METAFÍSICA

LA FILOSOFÍA siempre me ha parecido muy atractiva. Cuando en mi juventud creí entender por primera vez lo que significaba la palabra "filosofía" (posteriormente lo he vuelto a entender muchas veces, cada una de manera distinta) quedé definitivamente prendado de ella. ¡Qué creación tan elegante del intelecto humano! Bertrand Rusell la caracteriza como sigue:

La filosofía, como yo la entiendo, es algo intermedio entre la teología y la ciencia. Como la teología, consiste en especulaciones sobre asuntos en los que, hasta hoy, no se ha logrado alcanzar ningún conocimiento definitivo; pero, como la ciencia, se apoya en la razón en lugar de la autoridad, sea tradicional o por revelación. Todo el conocimiento definitivo —yo afirmo— pertenece a la ciencia; todos los dogmas que superan al conocimiento definitivo pertenecen a la teología. Pero entre la ciencia y la teología persiste una tierra de nadie, sujeta a ataques de ambos lados; tal tierra de nadie es la filosofía.

La categoría concebida por Rusell es un híbrido interesante, formado por ideas racionales sobre la naturaleza pero que no son susceptibles de documentación objetiva. A primera vista, el conjunto de estas categorías apenas si alcanzaría para llenar un esbelto volumen; sin embargo, hasta la revisión más superficial del catálogo de cualquier biblioteca importante debería convencer al interesado de que la filosofía no peca (ni nunca ha pecado) de moderación en la longitud de sus textos o de modestia en la extensión de sus reclamos.

Todo el majestuoso edificio de la ciencia contemporánea descansa en dos proposiciones metafísicas, que pueden enunciarse como sigue:

1) La regularidad de la naturaleza no reconoce excepciones

2) El hombre posee la capacidad de comprender la regularidad de la naturaleza.

El resto de estas líneas está dedicado a aclarar lo que quiero decir en las dos proposiciones anteriores. Para ello, lo mejor es enunciar primero el significado de "metafísico". Con este término me refiero a lo que es lógico pero no demostrable, o sea un sinónimo de lo que es "filosófico" para Rusell. El primer postulado metafísico de la ciencia moderna es que la regularidad de la naturaleza no reconoce excepciones, o sea que la realidad es consistente con ella misma, o como dijo Einstein: "Dios no juega a los dados." Todo esto significa que el Universo está construido de acuerdo con ciertos principios y reglas que son inviolables. Aquí la respuesta a la famosa pregunta: ¿"Puede hacer Dios una piedra tan grande que después no la pueda mover?, es sí; las leyes de la naturaleza son el destino mismo, que siempre se cumple. Esto excluye a los milagros, que en esencia son excepciones a las leyes de la naturaleza, instancias en que la regularidad se suspende.

El segundo postulado metafísico en que descansa la ciencia es menos rígido que el primero, seguramente porque se refiere al ser humano. Propone que el hombre es capaz de comprender a la naturaleza, de conocer sus leyes y de descifrar sus misterios. Esta proposición tampoco es demostrable experimentalmente e incluso se ha considerado como arrogante, como generada en un injustificado sentido de prepotencia humana. Pero de la misma manera que el primer postulado metafísico de la ciencia, la proposición de que el hombre puede ir descubriendo poco a poco los secretos del mundo que le rodea e incluso los que se esconden dentro de él mismo se apoya en la historia y tiene como testigo a la propia ciencia.

Naturalmente, los escépticos y los partidarios del oscurantismo pueden señalar a la inmensidad de nuestra ignorancia como prueba en contra de la pretendida capacidad humana para entender a la naturaleza. No importa. Los científicos no estamos acostumbrados a rendirnos antes de haber dado la batalla, entre otras razones porque ya llevamos ganadas muchas, entre ellas, no pocas que al principio parecerían desesperadas. Además, sólo existen dos motivos para que la ciencia no pueda intentar resolver un problema determinado: o no es un verdadero problema científico (no está enunciado dentro de la realidad y en términos operacionales), o todavía es demasiado complejo para las armas técnicas y conceptuales con que contamos en la actualidad. Un ejemplo de un problema seudocientífico es la solución a la alternativa entre el monismo y el dualismo ontológico, que realmente sólo se resuelve con un acto de fe. En cambio, un ejemplo de complejidad actualmente insuperable es la solución a la estructura funcional del sistema nervioso central en los animales superiores incluyendo al hombre.

Las bases de la ciencia moderna son metafísicas. Este hecho ni la debilita ni le proporciona fuerzas especiales, ni tampoco es bueno o malo. Simplemente, es así, y tanto los científicos como los usuarios de la ciencia debemos reconocerlo y aceptarlo, como aceptamos la existencia de la naturaleza misma.