XLIV. LA IMPORTANCIA DEL ERROR EN BIOLOGÍA

TODOS nosotros cometemos errores o equivocaciones diarias, frecuentemente con consecuencias molestas, a veces hasta graves. El error no es exclusivo de H. sapiens: ¿quién no ha visto alguna vez un perro perdido correr sin dirección fija y como desesperado en busca de una pista que le permita regresar a la casa de sus amos? No es raro que, abrumados más de una vez por los efectos negativos de alguna equivocación, muchos de nosotros hayamos pensado que en un mundo perfecto no habría errores y que en el Paraíso nadie se equivoca nunca. En relación con el Paraíso, me declaro incompetente para opinar pues no tengo ninguna experiencia personal o información al respecto; en cambio, estoy convencido de que los errores son indispensables para que haya vida (como la conocemos) en el mundo, y que sin errores es posible que el mundo fuera perfecto pero estaría completamente deshabitado.

La enorme importancia de los errores en biología se deriva del mecanismo seleccionado por la naturaleza para transmitir la información genética de padres a hijos. Hoy sabemos que en absolutamente todos los seres vivos el programa que contiene su naturaleza y sus potencialidades está codificado en un lenguaje químico y contenido en macromoléculas de ácidos nucleicos, RNA y DNA. También sabemos que lo que finalmente se expresa de esa información depende en gran parte de la interacción entre el genoma y el medio ambiente. Los organismos multicelulares inician su existencia como una sola célula (el óvulo fecundado) a partir de la cual se forman por división todas las demás células que los constituyen. En este proceso es indispensable que los mecanismos de replicación del DNA sean a prueba de errores; si no fuera así (se antoja pensar) no estaríamos aquí. De modo semejante puede pensarse cuando se trata no del crecimiento y desarrollo de un individuo sino de su descendencia. Al margen de que la reproducción sea por partenogénesis o sexuada (o sea, sin o con mezcla de los genomas paternos en los descendientes), lo que se necesita para que los hijos se parezcan a sus padres es que el mecanismo de copiado de la información genética sea completamente fiel. En otras palabras, la transcripción de las características químicas del DNA de los padres al DNA de los hijos debe ser perfecta: no se admiten errores.

¿No se admiten errores? El examen minucioso de los mecanismos moleculares de la replicación del DNA durante la reproducción ha revelado que no es perfecto, que se cometen equivocaciones (todavía se discute su frecuencia, que de todos modos es muy baja, aunque es variable para diferentes sitios del genoma), pero que además existen otros mecanismos químicos encargados de detectar los errores de copiado y corregirlos. De esta manera se garantiza que los defectos en la copia no serán inmortalizados; en otras palabras, los errores se cometen pero se corrigen antes de adquirir categoría permanente. Una confirmación muy convincente de que este es el estado actual de los conocimientos sobre el tema es la existencia de algunas (muy raras) enfermedades cuya patogenia es precisamente uno o más defectos en el aparato enzimático diseñado para corregir las equivocaciones en la replicación del DNA durante la reproducción sexuada.

Sin embargo, la vida como la conocemos actualmente, con toda su inmensa variedad y riqueza de forma y expresión, con sus innumerables especies (vegetales y animales) y sus casi infinitas variaciones en la expresión de sus distintas potencialidades, no existiría si los mecanismos moleculares de corrección de los errores de la replicación del DNA fueran perfectos. No lo son: afortunadamente poseen un nivel mínimo de tolerancia, permiten un porciento bajísimo pero real de equivocaciones. Y digo afortunadamente porque en esa pequeñísima fracción de errores tolerados en la replicación del material genético se basa la evolución y, por lo tanto, nuestra existencia.

El error tolerado en la replicación del DNA se conoce desde hace tiempo con un nombre específico: mutación. Este fenómeno es el responsable de la existencia de diferentes especies (el proceso conocido como especiación) lo que crea el sustrato para la selección natural, ejercida implacablemente por las condiciones ambientales y sociales del nicho ecológico relevante, que en general conocemos como naturaleza. Para que la selección natural opere en su inevitable forma constructiva es necesario que existan grupos diferentes de individuos (lo que evoluciona son las poblaciones) frente a un medio ambiente uniforme o que cambia de manera independiente de las variaciones que ocurren en los seres vivos que lo habitan.

En vista de lo anterior, conviene reconsiderar nuestro juicio habitual sobre las equivocaciones y los errores cotidianos que tanto nos irritan. Resulta que procesos idénticos son la estrategia fundamental adoptada por la naturaleza para iniciar, promover y desarrollar la vida en este mundo; sin la bendita capacidad de equivocarnos y de cometer errores (conscientes y moleculares) ni nosotros ni todo el inmensamente rico panorama biológico que hoy conocemos tendría existencia o explicación plausibles. ¡Viva el error!