XLV. LA VERDADERA CRISIS DE MÉXICO

NO ES excepcional que en conversaciones informales, o hasta en comunicaciones oficiales, se usen algunos de los indicadores de la crisis actual como si ellos fueran realmente el problema. Se habla de la inflación, de la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, del empobrecimiento progresivo de la clase media, de la falta de divisas, de la fuga de capitales, de la caída del precio del petróleo, de la falta de liquidez, y de otras cosas por el estilo. Es como si entre médicos se confundiera a las enfermedades con sus síntomas, como si lo que tiene un paciente no es tuberculosis pulmonar sino tos, o lo que afecta a otro enfermo no es cáncer sino adelgazamiento. Para seguir con el ejemplo, es claro que si los síntomas se confunden con las enfermedades que los producen, el tratamiento estará dirigido a aliviar los síntomas sin hacer caso de los padecimientos; el resultado de tal actitud será catastrófico para los pacientes. De la misma manera, si a la crisis la confundimos con sus manifestaciones, nuestra atención estará dirigida a ellas y nuestros esfuerzos intentarán modificarlas, pero como consecuencia de nuestras acciones sólo lograremos que la crisis se prolongue aún más y se haga cada vez más profunda.

Los mexicanos nos hemos acostumbrado a echarle al gobierno la culpa de todo lo malo que nos sucede; la designación de un chivo expiatorio se acompaña de cierto alivio en la incómoda sensación de que una parte de la responsabilidad es de cada uno de nosotros. Algunos elementos internacionales de la crisis, como la inestabilidad política en Centroamérica y en Medio Oriente, la agresividad imperialista del gobierno de EUA, o el desplome de los precios del petróleo, no son imputables al gobierno mexicano; en cambio, el tamaño de la deuda pública, el empobrecimiento implacable del campo, la pifia de Laguna Verde, el monstruoso complejo petroquímico (el más grande del mundo) que todavía no funciona y no va a funcionar, la impunidad con que ha crecido la contaminación ambiental en la ciudad de México o la infinita corrupción de la policía, han sido todas y cada una directamente generadas y/o toleradas por las máximas autoridades políticas del país. Los sismos de septiembre de 1985 no son culpa del gobierno, pero la mayor parte de la tragedia que causaron fue el resultado del derrumbe de edificios construidos bajo la supervisión oficial y destinados a oficinas gubernamentales, hospitales o escuelas, y eso sí que es responsabilidad directa de los que ejercen el poder.

Todos queremos no sólo salir de esta crisis sino disminuir las probabilidades de volver a caer en otra semejante. Para ello es indispensable distinguir entre los factores causales o responsables de la crisis y sus manifestaciones. Arriba he señalado que hay dos tipos de causas, unas que están más allá de nuestro alcance y otras que sí podemos prevenir o evitar. Estas últimas dependen de proyectos y decisiones hechas por hombres con poder. Lo que debe hacerse es facilitar las condiciones óptimas para que los hombres que lleguen a ese nivel de autoridad posean los conocimientos, los valores y el profesionalismo requerido para hacer las cosas bien, y que los responsables de implementar tales mandatos también estén técnica y moralmente capacitados para llevarlas a cabo en forma correcta. En otras palabras, si la crisis es consecuencia de incompetencia y deshonestidad por parte de los gobernantes, la solución es que el gobierno esté en manos de individuos capaces y honrados. Estas dos virtudes (capacidad y honradez) no son congénitas sino que se aprenden, más por práctica e imitación que por sermones y lecturas. Pero si en el medio político lo que prevalece es la incapacidad y la rebatinga, eso es lo que los poderosos de mañana aprenderán hoy de sus mayores. El problema es no sólo de educación eficiente sino de calidad de entorno. Naturalmente, esto no es fácil de lograr y toma mucho tiempo; es por eso que debemos empezar desde ahora.

¿Cómo garantizar, hasta donde sea humanamente posible, que las decisiones políticas y económicas que influyen profundamente en el destino del país sean tomadas por los individuos con la mayor capacidad, preparación y honestidad para hacerlo? Desde luego, este es un problema extremadamente complejo, cuyos matices han variado en distintas épocas históricas y por lo tanto hubieran requerido cada una estrategias diferentes. Pero en todos los casos existe una condición sin la que el acceso al poder de sujetos capaces, preparados y honestos es imposible: que tales sujetos existan. Para que el fenómeno sea viable, los individuos dotados de las características mencionadas deben estar entre las opciones posibles, sea para el voto popular o para el Dedazo Magno. Naturalmente, mientras más posibles candidatos llenen tales características, mayor será la probabilidad de que finalmente El Escogido las posea, alcanzándose el 100% cuando todos ellos sean capaces, preparados y honestos. Esto sería maravilloso pero todavía insuficiente, pues no basta con uno solo, por más encumbrado que esté; se necesita un equipo, una masa crítica que garantice la eficiencia y la probidad en la aplicación de los decretos y en la instrumentación de las medidas. De hecho, el ideal sería que todo el país, gobernantes y gobernados, tuvieran los mismos valores morales y la misma educación y profesionalismo en sus respectivas actividades; pero el ideal es inalcanzable y debemos contentarnos con que los ineptos y los pillos no existan en número tan elevado y ocupando posiciones tan importantes que sus acciones hundan al país en crisis y terminen por arruinarlo.

Los sitios donde se imparten los conocimientos técnicos y se educa en los valores morales más altos son las instituciones de educación superior, representadas en nuestro país por la UNAM, el IPN, y las demás universidades e institutos tecnológicos de todo México. Estos son los centros donde deben formarse los cuadros que van a heredar el poder y la autoridad ejecutiva administrativa del país. En otros tiempos esto no fue así, sino que se formaron en los campos de batalla y en las tribunas políticas; la educación superior de entonces empezaba apenas, con mayor énfasis en las humanidades y con algunas ciencias iniciándose apenas. En esa época el país y todo el mundo eran más simples y más grandes; los problemas eran principalmente políticos y de organización, y su manejo no requería preparación tecnológica sino más bien audacia e instinto. Pero conforme la Revolución "se bajó del caballo", México empezó a hacerse cada vez más complejo y más difícil de manejar en base a puras intuiciones e improvisaciones, y la maraña de las relaciones internacionales, sobre todo con los EUA, empezó a revelar nuestras peores y más graves desventajas. Algunos podrían pensar que el problema más grave de México ha sido el retraso en el campo, otros la insuficiente industrialización, otros la estructura socioeconómica, otros más la corrupción en todas las esferas y en todos los niveles, etc. Aunque no pretendo negar ni la existencia ni la gravedad de todos esos problemas, en mi opinión todos ellos son consecuencia de la incapacidad de nuestros gobiernos para prevenirlos, o si ya estaban presentes, para enfrentarse a ellos y combatirlos de manera inteligente y eficiente. Esta incapacidad no sólo ha sido consecuencia de la demagogia o la falta de interés; el factor más importante en la determinación de la ineficiencia gubernamental ha sido la ignorancia, la más supina y estupenda ignorancia, ocultada detrás de las alabanzas, apoyos y aplausos que siguen a todas y cada una de las decisiones emanadas del poder.

La mejor prueba de lo anterior es la reducción real en el presupuesto de la UNAM para 1986, que alcanza (según los cálculos) del 35 al 45 por ciento del de 1985; me imagino que lo mismo ha sucedido con el IPN y con las demás instituciones de educación superior. Cuando México se encuentra sumido en una crisis horrenda debida en parte a la incapacidad técnica y a la podredumbre moral de sus gobernantes, lo que más urge es reforzar las instituciones encargadas de educar individuos con las características opuestas, en el mayor número que sea posible y con el más elevado nivel de que seamos capaces. No es con más préstamos al extranjero o con la recuperación del precio del petróleo con lo que vamos a pelear contra la crisis; es colocando cada vez a mejores hombres en las posiciones claves de México. Mejores en conocimientos, mejores en honestidad, mejores en su intolerancia a la aprobación automática de todo lo que dicen o hacen, mejores en su apertura a la crítica y en su recepción de otras ideas. Al reducir el apoyo financiero a la educación superior en México en vista de que estamos en crisis no sólo se nos hace a nosotros más difícil salir de ella, sino que está asegurando que el país que van a heredar nuestros hijos y nietos seguirá cada vez más subdesarrollado y desamparado.

Una noticia que ha corrido como la pólvora entre la comunidad científica mexicana y ha sembrado desaliento y miedo en muchos de nosotros, es que CONACYT ha recibido para 1986 el mismo presupuesto que se le asignó en 1985; si se considera que la devaluación de la moneda se calcula en 60 por ciento, eso significa que en lugar de los 21 000 millones de pesos de 1985, para este año CONACYT cuenta con aproximadamente 8 400 millones de pesos. Pero eso no es todo, ya que junto con la devaluación sigue habiendo inflación, lo que disminuye todavía más los recursos concedidos a CONACYT para la ejecución de sus programas.

La magnitud de la tragedia que esto representa para la ciencia mexicana es enorme, en vista de que, aunque CONACYT no es la única dependencia oficial que la apoya, sí es la única que por decreto tiene solamente esa función, que se desglosa en "....planeación, programación, coordinación, orientación, sistematización, promoción y encausamiento de las actividades relacionadas con la ciencia y la tecnología..." Pero además, después de poco más de 15 años, CONACYT ya estaba aprendiendo a hacer su papel, o sea a trabajar con y en favor de los científicos mexicanos, en vez de ir en contra de nosotros, como lo hizo en el sexenio pasado. Finalmente, CONACYT está desarrollando algunos programas relacionados con la educación de posgrado que no solamente sirven para apoyar a los becarios mientras realizan sus estudios sino que también están influyendo en la calidad de los distintos programas de posgrado que se imparten en distintas instituciones de educación superior del país. Todos estos programas no sólo tienen que frenarse sino incluso que restringirse en su amplitud y en sus alcances. Los resultados serán nefastos para el crecimiento y desarrollo de la ciencia en México.

Una parte del problema es que el presupuesto de 1985 de CONACYT resultó insuficiente para apoyar a los proyectos científicos que ya habían sido revisados desde 1984 por los comités especiales y aprobados en función de su calidad e interés; muchos de ellos se quedaron en espera de los recursos solicitados, que finalmente nunca se materializaron. Sin embargo, con el presupuesto anunciado para este año, no sólo no se van a apoyar esos proyectos sino que tampoco recibirán ayuda muchos de los nuevos, que se presentaron en 1985. No sólo mi laboratorio sino los de muchos colegas investigadores en distintas facultades e institutos de la UNAM estaban dependiendo de recibir recursos de CONACYT, en vista de que el recorte presupuestal que sufrió la UNAM la deja en la incapacidad de proporcionarle a su gente algo más que agua, teléfono y luz eléctrica. De modo que se trata de un daño acumulativo y que está afectando a gran parte de la comunidad científica académica.

La actitud del gobierno con la ciencia y los científicos mexicanos se antoja esquizofrénica: por un lado, cuando se inicia la crisis establece el Sistema Nacional de Investigadores, en un loable esfuerzo para evitar la disgregación de la comunidad científica del país; sin embargo, por otro lado restringe en forma grave los recursos indispensables para que los investigadores desarrollen su trabajo. ¿Si no nos apoyan económicamente para hacer investigación, para qué nos asignan estímulos económicos basados en la excelencia de nuestra actividad? Si están congelados todos los nombramientos y en ninguna parte se abre "una nueva plaza más", ¿para qué se dan becas a estudiantes de posgrado que desean hacerse investigadores? ¿Dónde van a trabajar cuando terminen sus estudios? ¿Dónde van a obtener fondos para adquirir equipo y sostener sus investigaciones?

No se puede acusarnos a los miembros de la comunidad científica de que no nos hemos dado cuenta de la crisis por la que atraviesa México: la hemos sufrido más que muchos otros grupos profesionales porque nosotros somos de tiempo completo y porque las limitaciones empezaron desde hace dos años. Tampoco se puede acusarnos de querer ser un grupo privilegiado; lo que sí somos es un grupo especial, cuya función es vital para México, que inevitablemente desempeñará un papel preponderante en iniciar la recuperación de la crisis, cuando esto ocurra. Detener a la ciencia es cerrarle la puerta a la única posibilidad que existe (aparte de un milagro, que están muy escasos en estos tiempos) de encontrar caminos nuevos para el desarrollo y crecimiento de México; si el problema tiene alguna solución, tendrá que ser científica. Con el apoyo necesario a la ciencia, es posible que salgamos adelante; sin él, es seguro que no.