APÉNDICE VIII

PULSIONES

Según Freud la idea de la muerte propia no tiene cabida en nuestro inconsciente en donde reinan los deseos y no hay principios de contradicción. Pensamos que sí concebimos nuestro fin, aunque nuestro inconsciente nos declare inmortales. La ausencia de la idea de la muerte en el ello no es incompatible con la angustia de muerte del yo y se produce por la percepción del peligro proveniente del trabajo interno de la pulsión de muerte.

Las concepciones humanas acerca de la inmortalidad buscan acallar el dolor que ocasiona la idea de la muerte. La creencia en la inmortalidad es un modo de solventar el narcicismo, de la misma manera en que la negación de la castración niega la falta de amor incondicional del otro. Cuanto más vulnerable se siente el yo más defiende las fantasías de inmortalidad. Estas fantasías también protegen al yo del dolor frente a la pérdida de los seres queridos. Este deseo de inmortalidad también es patrimonio de las naciones, que en la antigüedad se apoyaban en dioses inmortales y después en los héroes de cada país.

Hoy en día, las comunidades ya no recurren a ritos o conmemoraciones que den un soporte al fantasma de inmortalidad. Estos ritos son patrimonio de las religiones que se han hecho eco de la necesidad humana de protección y sobrevivencia eterna.

La psicología consideró que el instinto es un esquema de comportamiento heredado, propio de una determinada especie animal, y según el cual una fuerza lleva al organismo a desplegar conductas adecuadas para mantener su vida y la de su especie. Esta idea fue tomada por el psicoanálisis, que introdujo el concepto de pulsión, considerada como la forma humana del instinto.

De acuerdo con el Weltanschauung de su época, Freud definió las pulsiones como factores energéticos que hacen que el organismo tienda a un fin; pensó que tienen su origen en fuentes corporales, y su finalidad es suprimir un estado de tensión. Ahora bien, para lograr ese fin, las pulsiones necesitan de un objeto. Veamos un ejemplo: en la pulsión de conservación, la fuente de la tensión es la hipoglucemia o las contracturas gástricas, el fin es apropiarse del alimento para suprimirla, y el objeto es quien proporciona el alimento, en este caso la madre o un sustituto. La pulsión aparece entonces en la psique bajo la forma de deseo. 1

En el capítulo I se señaló que a fines del siglo XIX y principios del actual se cometía el error de considerar a los organismos como sistemas aislados y en equilibrio que, por lo tanto, cuando eran perturbados, tendían a reequilibrarse relajando tensiones. La quintaesencia de la salud era el equilibrio. En concordancia con esas ideas, Freud postuló la existencia de un principio 2 del placer por el cual, en las distintas situaciones de su vida, el sujeto tiende a relajarse disminuyendo la tensión. Sin embargo, encontró en su práctica clínica una serie de conductas que no se avenían con este principio: la compulsión de repetición, mecanismo que se da típicamente en las neurosis traumáticas y las situaciones de agresión, sadismo y masoquismo, comunes en las depresiones y neurosis obsesivas. En la neurosis traumática, por ejemplo, el sujeto tiene una y otra vez la misma pesadilla que reitera una situación atormentadora, y Freud no veía cómo explicar este proceso del aparato psíquico con base en un principio del placer. Peor aún, encontraba casos en los que un sujeto se solazaba en autoflagelarse, o en causar dolor a su pareja sexual; pensó que esto estaba más de acuerdo con una tendencia a la destrucción y a la muerte. Pero morir, además de impedir obviamente el proceso tan enormemente delicado de la vida, y hacer regresar al sistema a un nivel orgánico jerárquicamente inferior, es además un regreso a niveles inorgánicos. En aquellas conductas destructivas, repetición traumática, agresión, sadismo y masoquismo, Freud encontró la base para su formulación de la pulsión de muerte.

Por eso, en Más allá del principio del placer, Freud afirmó que "si admitimos que el ser vivo aparece después de lo inorgánico y deviene de él, la pulsión de muerte coincide con la noción de que el instinto tiende a regresar a un estado previo". Así, suponer que los individuos tienen una pulsión de muerte implica aceptar que mueren necesariamente por razones internas. En esa obra, Freud sostenía que la pulsión de muerte tiene un origen autónomo, opuesto a la pulsión de vida, y por lo tanto, empezó a postular desde entonces que existían dos entidades: pulsión de vida y pulsión de muerte, principios universales que regirían los eventos biológicos, sociológicos, psíquicos e incluso cósmicos. Afirmó que las pulsiones son innatas, predeterminadas: sus fines son fijos y tienden a hacer regresar al sujeto a un estado anterior. Pero si bien su postulación de la pulsión de muerte tiene fundamento en razones de orden psicoanalítico, Freud relaciona ese concepto con las concepciones biológicas y filosóficas de su época.

Las concepciones biológicas de fin de siglo estaban dominadas por la idea de homeostasis. Los fisiólogos sostenían que los organismos parecen estar dotados de mecanismos que mantienen la constancia de sus parámetros fisiológicos; si los hidratamos entrarán en juego mecanismos que desencadenarán un diuresis, si les restringimos el agua otros mecanismos les producirán oligurias; y así, cuando les subimos experimentalmente la glucemia el páncreas la bajará, y si se la bajamos, las suprarrenales se encargarán de volvérsela a subir. Freud, que por supuesto no ignoraba estas ideas, propuso a su vez un principio según el cual el aparato psíquico tiende a mantener una cantidad de excitación constante: lo llamó principio de constancia, y estaría regido por una noción económica. A partir de ahí describió al displacer como un aumento de tensión ante el cual el aparato psíquico reacciona descargando el exceso de energía. De acuerdo con otro principio, el de Nirvana, entendió que habría incluso una tendencia a reducir a cero la excitación en el aparato psíquico.

De este modo, Freud se encontró con una concepción del funcionamiento del sujeto que, a lo sumo, permitía entender la preservación de un estado ya logrado, pero que, correlativamente, impedía entender el progreso. Tal vez por eso describió en 1937 la pulsión de vida como una tendencia a ligar energía, construyendo entidades más y más complejas que darían cuenta de la evolución, mientras que reservó el nombre pulsión de muerte para designar la tendencia a disolver complejidades y destruir objetos.

Ya se ha señalado que Freud acuñó la fórmula "pulsión de muerte" después de haber observado situaciones que están "más allá del principio del placer" (depresiones, neurosis traumáticas, compulsiones de repetición). En cuanto a esta última, la compulsión repetitiva, la describió a partir de un juego de su nieto, el juego del Fort-da, que luego se hizo famoso en la literatura psicoanalítica; el niño arrojaba lejos de si un juguete atado a una cuerda y lo volvía a acercar, mientras decía "o-o-o" y "Da". Como el niño jugaba cuando la madre estaba ausente, Freud interpretó esta actividad como una tentativa por controlar sus objetos a través del lenguaje. De ahí deduce que la compulsión de repetición hace posible elaborar la experiencia traumática, en este caso la ausencia de la madre. Dicho de otro modo, el niño trataba de no sufrir pasivamente las apariciones y desapariciones de la madre, para lo cual, recurriendo a sus capacidades motrices y comunicativas, lograba que el carretel, al alejarse y acercarse, le permitiera ser el autor del acercamiento y alejamiento de la madre, y representar así estos vaivenes mediante palabras (Fort y Da en este caso).

"De qué muerte habla Freud en su teoría de la pulsión de muerte? ¿Implica el deseo de muerte? ¿O más bien la muerte del deseo? ¿Resulta la muerte de un impulso agresivo y autodestructivo? ¿O será en cambio un estado de apatía, o tal vez de incontenible violencia? ¿O quizás una tendencia al Nirvana? ¿El 'cero' de la muerte corresponderá a una ausencia de estímulos, o a una sobresaturación de ellos?" (Pontalis. 1981). Tales preguntas fueron recogidas por Klein (1932), quien vinculó la pulsión de muerte con la agresión y con el narcicismo, y por Aulagnier (1976), que la equiparó con la muerte del deseo y el desinterés hacia los objetos.

S. Watanabe (1966) expuso matemáticamente el papel que desempeña el deseo en la generación de una flecha del tiempo en sistemas capaces de disminuir su entropía. Un sistema biológico es capaz de disminuir su entropía y organizarse a expensas del medio.
Principio es, en psicoanálisis, un modo de designar las maneras en que opera el psiquismo.