INTRODUCCIÓN

Tú morirás y en este libro trataremos de explicarte por qué y cómo. Pero aun en el caso de que no te interese de manera personal, el tema de la muerte es tan imprescindible para comprender el funcionamiento de la vida, la mente y la sociedad, que sería aconsejable que lo incorpores a tu visión del mundo. Permítenos justificar dicho consejo, a través de algunos ejemplos:

Primer ejemplo. La diversidad de organismos que habitan el planeta es exuberantemente exagerada: así, hay bichos que vuelan por los diáfanos aires tropicales y bichos que reptan por las obscuridades del intestino de los cerdos, que viven a decenas de grados bajo cero en los casquetes polares o a temperaturas cercanas a la ebullición del agua en las bocas de fuentes termales, que pesan menos de un miligramo o que desplazan ciento cincuenta toneladas, que atraviesan el Atlántico a nado o pasan su existencia enclaustrados en la grieta de una roca, organismos que tienen savia, hemolinfa o sangre, que observan con ojos una realidad estereoscópica y a colores o que no tienen la menor sensibilidad a la luz, que pueden consumir hidrocarburos de petróleo o que se intoxicarían con ellos, que siguen desde hace cientos de millones de años sin cambiar casi su estructura o que adoptaron la actual hace menos de un siglo, que son hembras o machos, que celebran el Día de las Madres o que las devoran en cuanto nacen, que meditan sobre metafísica o que no tienen siquiera una neurona. Pero, a pesar de esas diferencias tan extremas, todos ellos comparten la característica de ser mortales.

Por eso a primera vista sorprende que la muerte, con ser uno de los fenómenos biológicos más universales y sin duda el más drástico, pues tiene absoluta prioridad e interrumpe cualquier otro proceso vital, sea uno de los temas menos estudiados por la biología. En comparación, la producción de seda, que sólo ocurre en ciertas células de ciertas glándulas de ciertos gusanos, ha sido muchísimo más investigada y comprendida por la biología que la misma muerte.

En cambio la muerte ha sido tratada frecuente, amplia e intensamente por la teología y todas y cada una de las manifestaciones del arte, desde la dramaturgia a la plástica y desde el folklore ancestral hasta la literatura erudita. Pero la sorpresa pierde su impacto si se tiene en cuenta que, precisamente, la muerte ha sido siempre considerada como algo ajeno a esa vida de la que se ocupa la biología, y que ha sido tomada en cambio como resultado de un designio divino, de una enfermedad circunstancial, de un contagio azaroso, de una contingencia bélica o de un accidente fortuito; es decir, de algo extravital que viene a interrumpir el curso de una vida intrínsecamente eterna.

En los últimos años, como parte de ese proceso de biologización casi total del conocimiento, que tiende a considerar al hombre poco menos que como una marioneta de la evolución, el estudio de la muerte por parte de la biología ha cobrado un ímpetu notable y ha comenzado a describir un panorama inusitado, que nadie imaginaba, que tiene profundas implicaciones tanto biológicas como culturales, y que describiremos someramente en este libro.

Segundo ejemplo. La muerte te concierne porque tú vas a morir... a no ser que la observación del escritor Jorge Luis Borges te estimule a acariciar esperanzas: "Las pruebas de la muerte son estadísticas; luego nadie está a salvo de llegar a ser el primer inmortal." Conviene que te enteres de que todas y cada una de tus células llevan genes programados para matarla en cuanto surja la necesidad, es decir, genes que se coordinan para matarla. Ahora bien, la evolución tiende a eliminar los genes que confieren cualidades negativas (las que hacen que el organismo sea espástico, o no resista infecciones, o tenga un mecanismo de coagulación imperfecto). En cambio, los que son imprescindibles para vivir, u otorgan alguna ventaja en la lucha por la vida tienden a conservarse. Más aún, algunos genes aparecieron tempranamente en la evolución, cuando el organismo más complejo de la Tierra constaba apenas de una célula y no existían aún las neuronas, y es tanta la ventaja que esos genes otorgaron a los seres, que de ahí en adelante todos los organismos vinieron equipados con ellos (decimos: se conservaron). Pues bien: los genes que participan en la muerte celular programada aparecieron muy tempranamente y se conservan hasta hoy en día. Cabe entonces la pregunta ¿qué ventaja otorga la muerte? En este libro trataremos de explicarte qué saben hoy los biólogos y psicólogos de esa muerte determinada por los genes de la muerte, y si es cierto que los científicos le estamos encontrando ventajas, o si es una manera impertinente y cursi de plantear las cosas.

Tercer ejemplo. Al finalizar un siglo y sobre todo un milenio, los historiadores miran hacia atrás y señalan peculiaridades como: "Los siglos VI al IV antes de Cristo, se caracterizaron por el apogeo de la cultura griega, que sentó las bases de la filosofía"; "El XV estuvo marcado por el descubrimiento de América"; "El XIX fue el siglo de la dinámica". Luego, cuando tratan de predecir cómo habrán de señalar dentro de mil años el siglo XX, el que aún estamos viviendo, afirman: "Fue el siglo en el que comenzó a desentrañarse la estructura del átomo", o "Se descubrió el código secreto del genoma". Esos fueron logros trascendentales, qué duda cabe, pero estamos seguros de que también se habrá de señalar al presente como el Siglo de la Muerte. Con eso queremos decir que, hasta ahora, la muerte había sido considerada como algo ajeno a la vida, un misterio siniestro cuyo mismísimo nombre se eludía recurriendo a eufemismos ("La Parca", "La Pelona", "La Guadaña", "El Sueño Eterno", "El Más Allá") y hasta se le negaba ("A las 8:25 Eva Duarte pasó a la Inmortalidad"), pero que de ahí en adelante se comenzaron a entender sus mecanismos y ventajas. En este libro trataremos de justificar la tremenda importancia de dicho cambio.

Cuarto ejemplo. Si hay una especie que se llama Homo sapiens, es porque hubo una larga evolución biológica que lo generó. Son muchos los factores que se han investigado en la búsqueda del motor que impulsó ese proceso evolutivo. Uno de los más plausibles es el que Richard Dawkins ha llamado "el gene egoísta" sobre el cual podría decirse, con propósitos didácticos, podríamos resumir: "todo gene busca perpetuarse", es decir, que a veces confiere ventajas al organismo que lo porta, para que éste deje descendencia.. y con ello reproduzca el gene en cuestión. En esa vena, se ha llegado a decir que la gallina no es más que una estrategia, un truco del huevo para hacer otro huevo. Con esta óptica, los genes "luchan" por la vida como una forma de trascender a la muerte, y fue así como evolucionaron hasta generamos a todos.

Por eso el hallazgo de los genes letales que hemos mencionado en el segundo ejemplo, es decir, genes cuya función específica es matar a la célula que los contiene, constituye uno de los hallazgos científicos más trascendentales de todos los tiempos pues, permítenos repetir, no se trata de que haya algunas células que los tengan, sino que todas las de tu organismo los tienen... y en buena hora, pues sin ellos hoy no habría personas.

Quinto ejemplo. El sentido temporal nos permite calcular qué va a suceder en el futuro y adecuarnos para sobrevivir. Ese futuro puede estar tan próximo como el planteado cuando evaluamos si conviene cruzar la avenida ahora, o es prudente esperar a que pase aquel automóvil blanco; o tan distante como el de montar una cámara en un cohete que se dispara hoy, pero que habrá de tomar fotos a Saturno dentro de diez años, o que dentro de tantos millones de años el Sol se convertirá en una estrella roja gigante que nos aniquilará. El ser humano tiene una capacidad tan grande de "ver" su propio futuro, que llega a convencerse de que tarde o temprano habrá de morir. Este convencimiento lo angustia y, se apacigua inventando religiones. No hay ni hubo civilización sin creencias místicas, y no hay ni hubo religión que no reserve un lugar central y pormenorizado sobre el destino post mortem. La muerte es por eso considerada como uno de los motores de la civilización.

De modo que si tú has de morir y la muerte es, junto con el nacimiento, el fenómeno biológico más constante y generalizado de la vida, si la muerte codificada en esos genes ha impulsado una evolución que un día te generó a ti y si, por último, esa muerte te ha civilizado, es bueno que sepas qué se sabe hoy sobre ella. Por otra parte, tú perteneces a una generación que, tal como exponemos en el cuarto ejemplo, ha de pasar a la historia como la que comenzó a entender "la biología y la psicología de la muerte", y hasta es posible que mañana te integres a la comunidad de investigadores que la estudian científicamente.

La muerte y el envejecimiento vertebran toda una industria funeraria, una farmacéutica, una cosmética, hacen que corramos, nademos y practiquemos deportes cada mañana para mantenernos jóvenes y sanos; nos hacen seleccionar cuidadosamente los alimentos que tienen fibras no digeribles, vitaminas y elementos esenciales, que contienen poco colesterol; nos hacen adquirir hábitos higiénicos y hasta seleccionar cuidadosamente nuestras ropas y el hábitat en que transcurre nuestra vida. La muerte y el envejecimiento que la precede, son elementos demasiado centrales de la ciencia y la cultura como para que sólo sean abordados por la biología, la psicología y la historia. También se ocupan de ella las artes y quienes seleccionan nuestros mitos religiosos y estrategias bélicas. Esto nos lleva a la conclusión de que un libro sobre la muerte y la vejez es por fuerza incompleto, pues apenas puede abarcar una cantidad irrisoria de la información disponible.

Esa certeza de incompletud, nos llevó a adoptar un hilo narrativo breve y sencillo, y relegar a los apéndices conceptos o temas tradicionalmente relacionados con la vida y la muerte, cuya inclusión dilataría o distraería una comprensión elemental.

Este libro es consecuencia de algunos anteriores, 1 de artículos y conferencias pronunciadas ante biólogos, médicos, psicólogos, filósofos y hasta de niños de menos de diez años, que fueron haciéndonos preguntas, discrepando, trayendo a colación nuevos aspectos, que ayudaron a detectar partes oscuras, y a pulir nuestros puntos de vista. De modo que es demasiado grande el número de personas a quienes deberíamos expresar aquí nuestro agradecimiento. Con todo queremos reconocer la lectura de sucesivos manuscritos a Ana Barahona, Mario Bronfman, Margarita y Fabián Cereijido, Luis Covarrubias, Rubén G. Contreras, Maxine González Enloe, Noé Jitrik, Ana Langer, Federico Ortiz Quesada, Alejandro Peralta Soler, Daniel Piñero, Laura Reinking, Diana Rozensfaig, Jaime Sepúlveda, Gabriela Simón y Jesús Valdés. En particular, queremos resaltar la eficiente labor secretarial de Elizabeth del Oso y Maricarmen de Lorenz, y el idóneo manejo editorial del Fondo de Cultura Económica de México, que además nos ha honrado incluyendo este texto en La Ciencia para Todos, una colección lúcida y eficiente que está transformando la visión del mundo de los jóvenes.

Blanck-Cereijido y Cereijido(1983,1988).