III. LA MUERTE DE LOS SERES HUMANOS

Los años de nuestra vida son
unos setenta u ochenta, si hay vigor.
Salmos 90:10

¿QUÉ TIENE DE PARTICULAR LA MUERTE DE LOS HUMANOS?

YA GALENO, dos siglos antes de Cristo, al disecar varios tipos de animales comprobó que son muy similares al hombre en vísceras, músculos, arterias, venas, nervios y huesos. Esas similaridades permiten que hoy sepamos cómo funcionan nuestras neuronas por investigaciones en el calamar y el caracol, nuestros genes a través de la drosofila y los guisantes, nuestro páncreas a través de la experimentación en el perro y el ratón, nuestro aparato olfativo gracias a los del gato y la rata, nuestras gónadas gracias a las del conejo y el cobayo, nuestra visión con base en la del sapo y la lechuza. Compartimos más de 98% de nuestro programa genético con los monos antropoides. Los humanos no constituimos una familia ni un género distinto, sino que pertenecemos al mismo (Homo) que los chimpancés (Diamond, 1992). ¿Por qué considerar aparte la muerte biológica de los seres humanos? ¿Acaso no rigen para nosotros los factores y mecanismos de la muerte animal que acabamos de ver en el capítulo anterior?

Sí, por supuesto, pero si bien los procesos biológicos fundamentales de la muerte, incluida la homología de los genes implicados, no autoriza dicha separación, hay varias razones para dedicar un par de capítulos al envejecimiento y muerte humanos, y a su contexto psicológico, filosófico y social: 1) En primer lugar, la visión de la realidad que tenemos en cada momento depende crucialmente del esquema conceptual, ideología y cultura desde los que la observamos, y en ese sentido ningún fenómeno biológico estuvo tan rodeado por supersticiones como la muerte de los humanos, ni fue tan observado sabiendo de antemano lo que se "debía" ver. De modo que hay que ir destilando la información de un denso y oscuro océano de prejuicios. 2) En segundo, porque los animales regulan el tamaño de sus poblaciones por medio de la no procreación el canibalismo, el infanticidio, el parricidio, prácticas de las que los humanos solemos abstenemos. 3) En tercer lugar, a medida que transcurre la historia nos vamos diferenciando de los pueblos de otros periodos históricos, y ya no morimos como lo hacían los egipcios ni romanos, ni siquiera como moría la gente de hace apenas un siglo, y estamos pasando de una curva de tipo A en la figura 3 a una de tipo C. 4) El ser humano ha introducido una impresionante novedad en la sobrevida y la muerte: usa su ciencia y su tecnología para regalarse una senectud, 1 es decir, para prolongar su vida más allá de la duración que tendría en estado silvestre, proveyéndose de sus sombreros, paraguas, impermeables, camisas, bastones, anteojos, cesáreas, marcapasos, dentaduras postizas, inyecciones de insulina, cortocircuitos coronarios, antibióticos, incubadoras, pulmotores, acondicionadores, carpas de oxígeno, quirófanos y pararrayos. 5) Por último, mientras que a los seis meses de edad un halcón está perfectamente capacitado para procurarse alimento y defenderse, y un ratón de esa edad puede ser abuelo, un bebé humano depende de los cuidados maternales hasta edades mucho más avanzadas. Esa razón es esgrimida por quienes argumentan que la hembra humana es la única que tiene menopausia o, puesto en otros términos, que deja de procrear años antes de morir, con lo que puede cuidar hasta el último de sus vástagos.

LA INFORMACIÓN SOBRE LONGEVIDAD Y MUERTE HUMANA NO SIEMPRE ES CONFIABLE

A manera de ejemplo de esa bruma de mitología que rodea la información sobre la muerte de los seres humanos, el cuadro 1 muestra la edad alcanzada por algunos personajes bíblicos. Al principio algunos, como Adán y Matusalén, son casi milenarios pero, en la medida en que se aproximan al presente, su edad va disminuyendo, de modo que Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob vivieron "apenas" 175, 180 y 147 años respectivamente. Los humanos más longevos sobre los que está debidamente documentada su edad y que alcanzaron más edad, son el japonés Shigechiyo Izumi, fallecido a los 120 años, y la francesa Jeanne Calment, nacida en febrero 21 de 1875, que ya cumplió esa edad y aún vive.

Hay tradiciones, como la hebrea y la musulmana, que prohiben la autopsia e impiden conocer la causa real de muerte. Incluso en los pueblos que la autorizan y exigen certificado de defunción en el que conste dicha causa, la información resulta poco útil y no permite saber si un viejo, a pesar de ser cardiaco, no murió en realidad de una sobredosis de barbitúricos o de un íleo paralítico, o si un parapléjico falleció de neumonía o de intoxicación con monóxido de carbono, si un bebé no comía y murió a causa de una malformación esofágica o por la negligente atención de un acceso febril. Rara vez al infanticidio y al parricidio se les llama por su nombre. Las damas de la nobleza de siglos pasados sólo nutrían al heredero y daban a sus otros bebés para que los amamantaran en sus casas amas que luego los traían a mostrar de tanto en tanto. En ocasiones contrataban a ciertas amas famosas por su sueño pesado, que simplemente mataban al niño por sofocación. Hasta la segunda mitad del siglo XVIII un 70% de los niños dados a amamantar morían antes del año y la muerte infantil por desnutrición deliberada llegaba a 30% (Ferry, 1996). Montaigne, uno de los titanes del Humanismo, no recordaba el número exacto de sus hijos muertos durante la lactancia.

 

CUADRO 1. Edad de los patriarcas en el momento de su muerte


Antes del Diluvio   Después del Diluvio  

Adán 930 Sem 600
Set 912 Arpeksad 436
Enos 905 Salah 433
Caín 910 Eber 464
Mahalalel 895 Péleg 239
Yared 962 Réu 239
Matusalén 969 Serug 230
Lamek 777 Najor 148
Noé 950 Teraj 205
    Abrahán 175
    Issac 180
    Jacob 147

Las causas de muerte que se aducen pueden ser consideradas en función de la posición política, del patriotismo y según el punto desde el cual se las mire. Así, desde el lado ruso, la famosa invasión de Napoleón Bonaparte de 1812 acabó cuando sus 600 000 hombres fueron derrotados por los valerosos 250 000 rusos. En cambio, desde el punto de vista de los estrategas militares neutrales, los heroicos defensores fueron ayudados por el frío, porque Napoleón, seguro de una rápida victoria durante la primavera-verano, no se equipó para el invierno que los atrapó. Pero hay un tercer punto de vista, el de los sanitaristas: cuando en su camino hacia Moscú las tropas francesas cruzaron el río Niemen entre Prusia y Polonia, el 24 de junio de aquel año, estalló el tifus. El 25 de agosto, es decir, mucho antes de que se hicieran sentir los rigores del invierno, los combatientes franceses se redujeron a 160 000; para septiembre 5, a 130 000, y el 19 de octubre (aquí sí el frío y el hambre cobraron sus bajas) eran apenas 80 000. Cuando alcanzaron Smolensk el 8 de noviembre, sólo quedaban 40 000, y al llegar de regreso a Vilna en diciembre, 20 000. Para junio del año siguiente retornaron apenas 3 000, la mayoría enfermos de tifus. De modo que heridas, hambre, frío y rickettsias oscurecen la verdadera causa de muerte de más de medio millón de soldados. Por eso es común que las estadísticas médicas se limiten a "muertes por causas no bélicas".

Aún hoy, las estadísticas surgen de cifras obtenidas en distintos países y de estratos sociales que difieren en sus ocupaciones, deportes, hábitos nutritivos y acceso a medios asistenciales. La incidencia de ateromas por dietas excesivas, los accidentes de aviación y la silicosis pulmonar no tienen el mismo efecto en los mineros que en los estratos gerenciales. En una población indígena en la que 70% de los adultos varones es presa del alcoholismo, no siempre resulta claro qué porcentajes de las muertes se deben a heridas en peleas, accidentes, desnutrición, cirrosis, infecciones, hemorragias gastrointestinales o atención negligente de afecciones banales. Por eso hay investigadores que prefieren distinguir entre causas próximas y causas últimas.

Los médicos no siempre tienen íntimo contacto con la persona fallecida ni están seguros de la causa de muerte. Todos oímos alguna vez la tontería de que los suecos son más propensos al suicidio, simplemente porque se los compara con pueblos que ocultan las muertes por suicidio debido a la costosa y turbia investigación e inconvenientes legales a que ello daría lugar, por el estigma social o porque excluiría a sus seres queridos de cementerios religiosos.

Tampoco son fidedignos los datos sobre la longevidad. La edad es como la nariz de Pinocho, que se alarga o acorta dependiendo de la veracidad. Hay personas que se agregan o quitan años para conseguir becas o novios, para jugar en divisiones infantiles o jubilarse. En algunos pueblos cuyo atractivo turístico emana de la avanzada edad que alcanzan sus ancianos, suele ocurrir un efecto de zoom mediante el cual las personas mayores simplemente se agregan años. En cuestiones de apariencia y edades, hasta los muertos dejan de ser confiables. Así, aludiendo a algunos recursos modernos de la industria funeraria, un personaje de Evelyn Waugh queda pasmado ante el cadáver de un amigo "al que han maquillado como una puta". De creerle a un padrón electoral usado a principios de 1995 en Buenos Aires, unas 25 000 personas continuaban demostrando su inquebrantable responsabilidad cívica, concurriendo a votar a pesar de tener entre 105 y 145 años de edad.

La muerte humana tampoco se puede estudiar experimentalmente pues, además del impedimento ético, mientras que un investigador puede estudiar centenas de generaciones de drosófilas para observar la participación de algún gene, sólo puede estudiar unas pocas generaciones de personas, que para peor no se cruzan sexualmente de la manera en que al investigador le convendría estudiar.

Pero tampoco dentro de los estudios laicos, basados en estadísticas confiables y ajenos a nostalgias místicas, la muerte es hoy lo que solía ser antaño. El cuadro 2 muestra las principales causas de muerte en el llamado Primer Mundo hace 150, 90 y 20 años. Vemos que a mediados del siglo pasado la mitad de la población moría de tuberculosis, diarreas, cólera y neumonía; sorprendentemente, el cáncer no figuraba entre las diez causas más comunes, y sólo aparece en noveno lugar a comienzos de este siglo. En 1970 la tuberculosis, que había sido el flagelo preponderante en el siglo anterior, ya no figura entre las diez causas de muerte más importantes.

CUADRO 2. Las diez primeras causas de la muerte

 
1840
año

Total de muertes:(%)
1900
año
Total de muertes:
(%)
1970
año
Total de muertes:
(%)

1 Tuberculosis
19.8
1 Neumonía-influenza bronquitis
14.4
1 Enfermadades del corazón
38.3
2 Diarrea y enteritis
15.0
2 Tuberculosis
11.3
2 Cáncer
17.2
3 Cólera
6.4
3 Diarrea y enteritis
8.1
3 Apoplejía
10.8
4 Neumonía-influenza bronquitis
6.1
4 Enfermedad del corazón
8.0
4 Neumonía-influenza bronquitis
3.6
5 Convulsiones infantiles
5.9
5 Nefritis
4.7
5 Accidentes (excepto de vehículos) suicidios
3.1
6 Apoplejía
2.7
6 Accidentes
4.5
6 Accidentes automovilísticos
2.8
7 Difteria y crup
2.7
7 Apoplejía
4.2
7 Enfermedades de la infancia temprana
2.3
8 Disentería
2.5
8 Enfermedades de la infancia temprana
4.2
8 Diabetes
2.0
9 Escarlatina
2.5
9 Cáncer
3.7
9 Arterioesclerosis
1.7
10 Nefritis
2.4
10 Difteria
2.3
10 Cirrosis hepática
1.6



También hay correlaciones de las que nadie duda, pero que no nos permiten elucidar sus razones. Así, los gemelos monocigóticos llegan a vivir una cantidad de años muy similar, los casados viven más que los solteros; los diestros unos ocho años más que los zurdos. La satisfacción laboral y el nivel de inteligencia se correlacionan con una muerte a edades más avanzadas, pero su explicación se dispersa en una multitud de factores que no necesariamente resultan excluyentes. Por último, hay fenómenos poblacionales realmente desconcertantes. Por ejemplo, en EUA, los viejos mayores de 85 años son una fracción cada vez mayor de la población, no solamente porque la medicina ayuda a que más gente llegue a esa edad, sino porque por alguna razón todavía arcana, parece haber un "segundo aire" gracias al cual quienes sobrepasan los 85 disminuyen su probabilidad de morirse. Consultado acerca de la conveniencia de renovar su cargo a una edad tan avanzada, el nonagenario líder sindical mexicano Fidel Velázquez aseguró: Yo ya pasé la edad de morirme. La observación de que los hijos y nietos de longevos suelen ser también longevos ha llevado a prescribir: "If ye would live long, choose well thy ancestors".

LAS CAUSAS DE MUERTE HUMANA VAN CAMBIANDO

Como explicamos en el capítulo anterior, una manera de medir la mortalidad es determinar cuánto tardan los individuos de una generación en reducir su número a la mitad. En la antigua Roma tardaba unos 22 años, es decir, que la mitad de los nacidos en un momento dado ya habían muerto antes de cumplir 23. Al comienzo de este siglo la cifra alcanzó los 50 años y hoy sobrepasa los 70 en ciertos países. Veamos esas estadísticas.

La figura 7 muestra en ordenadas el porcentaje de estadunidenses que, en un año determinado, tienen las edades especificadas en la abscisa, según un famoso estudio de Leonard Hayflick. Cada curva corresponde a un momento distinto de ese país. A principios de siglo (1900), se observa primero un rápido descenso poblacional entre los 0 y 3 años de edad, debido a enfermedades congénitas, infecciones, deshidrataciones y otros padecimientos comunes de los recién nacidos. La curva luego sigue decreciendo debido a accidentes en fábricas y en minas, problemas gastrointestinales tales como la apendicitis (mortal por aquel entonces), y a todo tipo de enfermedades infecciosas como la sífilis y la tuberculosis. Luego la caída se hace más drástica debido a las muertes típicas de la edad avanzada, tales como los accidentes cardiovasculares y los tumores. Finalmente la curva llega a cero alrededor de los 90 años.

[FNT 9]

Figura 7. Curvas de sobrevida similares a la curva C de la figura 3, correspondientes a la población de Estados Unidos en tres fechas.

Pasemos ahora a la curva de la década de los años treinta. Las mejoras en el manejo de los recién nacidos, el desarrollo de la cirugía abdominal y de la seguridad industrial aumentaron el número de gente viva a una edad determinada; pero así y todo, la curva llega a cero alrededor de los 90 años. La curva de 1970 refleja la introducción de vacunas y antibióticos, entre otros progresos de la prevención y la medicina. Curvas como las representadas en la figura 7 se pueden obtener también en diferentes años, y se constata que todas pueden ser descritas por la misma función matemática. Cuando esta función es maximizada, se obtiene la curva segmentada (máximo teórico). Esta línea muestra que, a medida que la medicina y las normas de seguridad mejoren, casi todos los niños nacidos y luego todos los adultos van a poder escapar de una muerte prematura; nadie morirá joven, sino que lo hará entre los 90 y los 100 años de edad. Ésta fue una primera sorpresa, pues si bien se esperaba que la espectativa de vida de cada persona fuera aumentando, también se daba por supuesto que los adelantos permitirían cierta tendencia a la inmortalidad.

Veamos ahora la figura 8. Volvemos a representar la curva maximizada de la figura 7, correspondiente a una sociedad hipercivilizada, capaz de evitar o curar cualquier afección, y la curva de los romanos de la figura 7, tomada ahora como mejor representante de la del hombre primitivo, pues se carece de datos para representar fidedignamente la de este último. Se incluye también una curva de un animal salvaje (círculos negros), del tipo descrito en la curva C de la figura 3 y de una duración de vida similar a la del hombre. Resulta sorprendente que la curva para estos animales se parezca más a la del hombre hipercivilizado que a la correspondiente al hombre primitivo. Cabe preguntarse por qué.

Figura 8. Curvas hipotéticas de sobrevida. La del hombre civilizado corresponde al marco teórico de la figura 7; la del hombre primitivo a la de los romanos de la misma figura 7, y la de los salvajes corresponde a la curva C de la figura 3.

La mayoría de las especies animales estudiadas por los gerontólogos ha vivido en el planeta por millones y millones de años, durante los cuales estuvieron constantemente expuestas a la presión selectiva. Como hemos argumentado en el capítulo II, las situaciones ambientales y la lucha por la vida han podido actuar durante un tiempo suficientemente largo para eliminar a los organismos cuyos sistemas inmunitarios, digestivos, glandulares, musculares y nerviosos presentaran anormalidades serias a una edad temprana. Recordemos al respecto el caso del león espástico o hemofílico y el de la vieja golondrina incapaz de migrar cinco mil kilómetros. Invirtamos entonces los términos y, en lugar de preguntarnos por qué se puede describir a los animales salvajes con las curvas de sociedades hipercivilizadas, nos preguntaremos por qué no se podrá representar a los hombres primitivos con la curva de los animales silvestres. En nuestra opinión eso se debe a dos razones principales. Primero, porque el hombre primitivo no duró como tal el tiempo necesario como para que la especie se depurara de individuos orgánicamente imperfectos, como sucedió con tigres y arañas. Segundo y principal, porque la cultura y los cuidados han permitido que esos individuos físicamente imperfectos sobrevivan. Por ejemplo, hoy entre las personas mayores de 85 años, 40% necesita ayuda para caminar, casi 100% necesita anteojos, toma medicinas o tiene marcapasos y una proporción alta pero aún no precisada sufre alteraciones o deficiencias mentales graves.

LA LUCHA POR DURAR Y, SI ES POSIBLE, VIVIR

La salud pública y la medicina sólo son una parte del esfuerzo que hace el ser humano por mantenerse joven y sobrevivir. Veamos en qué consisten algunos de esos otros esfuerzos.

a) Esfuerzos mitológicos y ancestrales. Eos, diosa de la Aurora, hija de los Titanes, se enamoró del mortal Títono, uno de los hijos de Laomedonte, y solicitó a Zeus la gracia de la inmortalidad para su marido, pero como olvidó de pedir también que se conservara eternamente joven, con el tiempo se vio casada con una verdadera pasa de uva. Para compensar los achaques seniles alimentó a Títono con la ambrosía celeste, sustancia que según la tradición hacía que los cuerpos fueran incorruptibles. El recurso no prosperó, Títono siguió envejeciendo y los dioses, apiadados, lo convirtieron en cigarra. La fantasía sigue con aves Fénix que renacen de sus cenizas, personajes bíblicos que mostramos en el cuadro 1, Dorian Gray, Fausto, que le vende su alma al Diablo; Ponce de León, quien se baña en cuanto charco va encontrando en la Florida esperando que se trate de la quimérica Fuente de Juvencia, etcétera.

Hubo momentos en los que se suponía que los jóvenes exhalaban al respirar un aire rejuvenecedor y había ancianos que trataban de inhalarlo...o eso dirían cuando se los pescaba en pleno tratamiento con alguna señorita. También se supuso que el carácter juvenil circulaba por la sangre, idea que aún sobrevive en ciertas metáforas.

b) Esfuerzos con cierta base racional. En 1889 el famoso fisiólogo Charles Edouard Brown-Séquard, ya muy maduro, se inyectó extractos de testículos, se casó con una joven, y se sintió tan bien (con la señora) que comunicó formalmente sus experiencias (con el extracto) a una academia. Ilya Ilich Mechnikov, el famoso bacteriólogo que descubrió la fagocitosis, opinó que la flora de un intestino grueso tan largo y "superfluo" (según él) como el humano, segregaba toxinas que aceleran el envejecimiento. Sobre esta base predicó las virtudes de modificar la flora intestinal y propició que algunas personas se hicieran extirpar largas porciones de intestino grueso. Según se cuenta, las sospechas sobre ese intestino envejecedor llevaron a Louis Armstrong a tomar diariamente un laxante, sin que al parecer ello provocara disonancias en su maravillosa trompeta, y a la actriz Mae West, que llegó a ser octogenaria, a practicarse diariamente un enema.

"Come poco y cena menos" recomendaba sabiamente don Miguel de Cervantes, consejo que concuerda con el hecho de que a varias especies de organismos se les puede alargar la vida en 800% con sólo hambrearlas. El dramaturgo George Bernard Shaw atribuía su longevidad y lucidez al hecho de que se alimentaba exclusivamente de vegetales. Se cuenta que en cierta cena de escritores, en momentos en que todos se disponían a deleitarse con manjares, alguien advirtió que a Bernard Shaw le servían un oscuro menjurje y, sin poder contener su curiosidad, le preguntó: "Dime George ¿eso es lo que vas a comer... o lo que ya comiste?" Otros ansiosos por mantenerse jóvenes ingerían abundante miel de abejas o viajaban a Rumania para hacerse inyectar novocaína. Muchas de estas medidas surtían efecto porque el mismo empeño en hacer algo por no envejecer, suele ayudar a mantenerse joven.

c) Esfuerzos actuales. Como mencionamos en capítulos anteriores, el metabolismo genera pequeñas fracciones moleculares de altísima reactividad (radicales libres) que a veces se combinan indebidamente con moléculas y las hacen menos eficientes. Las hemos comparado al aserrín de las carpinterías, las limaduras de los talleres mecánicos o las pelusas que se pegan a las maquinarias y aparatos electrónicos y perturban sus funciones. Afortunadamente, la evolución nos proveyó de sistemas cazadores de radicales libres, en los que participan notablemente las vitaminas A, C y E. Pero estos cazadores también envejecen y se hacen ineficientes para la tarea de barrer y de pasar la aspiradora metabólica. Por dicha razón hoy la gente toma grandes dosis de vitaminas, y todos los días se publican estadísticas en las que se constata que, en realidad, tienen menos infartos, son más ágiles, más inteligentes y padecen con menor frecuencia de tumores que los viejos que se dejan estar. Se encuentra en pleno auge una impresionante industria del no-envejecimiento, que incluye desde la fabricación de cápsulas con polivitamínicos y minerales, hasta cremas con filtros para que las radiaciones solares no rompan las macromoléculas de la piel, retinol, aceites suavizantes y hormonas, y que provee desde ropa deportiva hasta aparatos caseros para hacer ejercicios, amén de una vasta divulgación literaria y programas televisivos.

d) El ejercicio. El organismo tiene una economía extrema. Cuando nos enyesan una pierna, los músculos y huesos comienzan a atrofiarse por falta de uso. Lo mismo sucede con el cuerpo de las personas obligadas a guardar cama por largos meses. Los astronautas que permanecen medio año en el espacio, donde su esqueleto no estuvo forzado a sostener el peso corporal contra la gravedad, bajan hechos una gelatina. Sin embargo, los animales que pasan meses hibernando no sufren atrofias. El oso pierde 30% de su peso durante la prolongada siesta invernal, pero lo hace a expensas de su grasa. Su esqueleto y sus músculos, en cambio, están tan robustos como antes de dormir, condición que necesita al despertar para cazar presas, saciar su voracidad y reponer energías. Al estudiar la fisiología de estos animales se advierte que ello se debe a una peculiaridad de su funcionar endócrino que, por supuesto, se estudia con miras a prevenir las atrofias de enyesados, encamados, astronautas... y personas que no quieren perder su vigor con la edad.

Hay una relación entre el cansancio, la capacidad que se tiene y la capacidad que se usa. La figura 9 esquematiza el desarrollo de la capacidad de un individuo (ordenadas) a medida que dedica más y más tiempo de su día al ejercicio (abscisas). "Máximo" corresponde a la capacidad de quien dedicara todo el día a entrenarse. "Básico" al 20% de capacidad necesaria para llevar a cabo esfuerzos cotidianos como bañarse, vestirse, ir a trabajar, subir algunos escalones, pasear al perro. Con 30 minutos de ejercicio, una persona desarrolla el doble de capacidad que otra que no hace más que el básico. Pero si una persona que hace 4 horas diarias de ejercicio de pronto pasa a hacer media hora más, esos 30 minutos extra no le duplican la capacidad.

[FNT 11]

Figura 9. Capacidad física en función del tiempo diario dedicado al entrenamiento.

Ahora bien, tal como afirmamos en el párrafo anterior, el cansancio guarda relación con la capacidad que se tiene y con la que se usa. Tratemos de aclarar el punto con un ejemplo. Si no se hace ejercicio alguno, el organismo se adapta a (se atrofia hasta) ese 20% básico que necesita para ejercer la vida cotidiana. De manera que está usando el 100% de lo que tiene. Bastaría que un día no funcione el elevador, o que su coche se quede sin gasolina y deba caminar cinco cuadras, para que se sienta agotado.

En cambio, una persona que hace, digamos, 30 minutos diarios de ejercicio, tiene el doble de capacidad (40%) de la que apenas gasta la mitad en las tareas cotidianas, razón por la que no suele cansarse.

Los deportes y ejercicios físicos eran estimados por griegos y romanos, pero la obsesión judeocristiana contra las cosas corporales los borró de la civilización occidental por casi dos milenios. A principios de este siglo se dejan de lado esas consideraciones morbosas, renace el deporte y hoy es frecuente que corran la maratón (42 km) miles de participantes, algunos de los cuales tienen más de 80 años de edad. Todo actor sabe que es imprescindible para representar a un anciano limitar los movimientos y hacerlos con dificultad, pues una persona de 80 años que no practica ningún ejercicio se mueve penosamente aun para cumplir las labores cotidianas. Pero el ejercicio y los deportes, cada vez más incorporados a nuestra cultura, hace que los ancianos se muevan mucho más diestramente a los 80, de lo que lo hacía a principio de siglo una persona de 40.

e) La ciencia. La ciencia ayuda a vivir más y mejor por varias razones: 1) ayuda a desechar prejuicios dañinos, como el ilustrado en el párrafo anterior. 2) Analiza el envejecimiento y ayuda a prever sus inconvenientes. Así, la estadística prevé que más de la mitad de las mujeres se van a romper un hueso a causa de la osteoporosis. Algunas de esas fracturas serán de cadera, y hoy una de cada cinco mujeres que se fracturan la cadera muere dentro de los seis meses siguientes. Pero se espera que los estudios fisiológicos sobre la hibernación de los animales y sobre el ejercicio físico ayuden a evitar esos inconvenientes. 3) La ciencia analiza los accidentes automovilísticos, los industriales, los que ocurren en el hogar y en lugares de esparcimiento, y ayuda a prevenirlos.

Para ilustrar la influencia de la ciencia y la tecnología sobre la duración de la vida, la figura 10 muestra el caso de los japoneses, que en el curso de veinte años (entre 1950 y 1979) han visto incrementar su expectativa de vida de 50 a 70 años. 2 A su vez, la figura 11 muestra que en 1956, un año después de habérseles diagnosticado una leucemia, sólo quedaba vivo el 25% de los niños que la padecían, y en cambio veinte años más tarde no menos de 80% seguía con vida. A medida que el grado de civilización es mayor, la ciencia y la tecnología permiten al hombre sobrevivir hasta un límite probablemente similar al que hubiera llegado de haberse conservado en estado silvestre. Claro que este límite sólo lo habrían alcanzado los descendientes de individuos especialmente dotados.

[FNT 12]

Figura 10. Expectativas de vida de japoneses nacidos en diferentes fechas.

[FNT 13]

Figura 11. Expectativas de sobrevida de niños a partir del momento en que se les diagnostica una leucemia, en 1956, y en 1978.

Deberíamos especificar: ¿dotados para qué? Los antiguos espartanos, por ejemplo, arrojaban desde una roca a los niños defectuosos, no dotados para la guerra. Si un niño físicamente defectuoso hubiera sido en cambio especialmente dotado en potencia para las matemáticas... Un eugenismo moderno no eliminaría a esos niños, pero sí —probablemente— a los genes paternos capaces de procrear idiotas, espásticos, hemofílicos, etcétera, a través de una oportuna advertencia prematrimonial. Pero, otra vez, no se trataría de una selección silvestre espontánea, sino de una hecha por la cultura.

En este contexto, observamos también que antiguamente no había una edad para morir. En cualquier familia había parientes muertos en su tierna infancia, en su adolescencia, en la adultez o en la senectud, víctimas de una deshidratación, del paludismo, de peritonitis, del tétanos, de fiebre puerperal, de un balazo, de un infarto, de una hemorragia o de un epitelioma de vejiga. Hoy, en cambio, la muerte de los jóvenes va siendo cada vez menos frecuente. En la actualidad, en el Primer Mundo, una persona de 75 años tiene un riesgo de muerte del 10% anual; es decir, mueren anualmente uno de cada diez ancianos de esa edad y fallecen todos los años 3 de cada 10 personas de 100 años. En cambio, el riesgo de muerte de un adolescente es apenas de 0.05%; es decir, muere anualmente uno de cada 200. Si tuviéramos ese riesgo no solamente en la adolescencia, sino a lo largo de toda la vida, el 50% de nosotros alcanzaría los 1200 años de edad.

Si aún hay quien dude de que nuestro envejecimiento y muerte están a cargo de nuestros propios genes, la progeria —enfermedad en la que un niño de 10 años tiene muchas de las características de un anciano de 80— lo convencerá. En los dos tipos de progeria conocidos, los rasgos seniles son ligeramente distintos, lo que llevaba a sospechar que las características seniles se encuentran dominadas por múltiples factores genéticos. Confirmando dicha presunción, recientemente se ha aislado el gene responsable de una de ellas (Yu et al, 1966).

MARCHANDO HACIA LAS ENFERMEDADES DE LA VEJEZ

Las curvas de las figuras 7 y 8 muestran que, contrariamente a las esperanzas, los progresos en la ciencia no nos harán inmortales, sino que permitirán que casi todos los nacidos lleguen a ser longevos. Pero ésas son predicciones basadas en la tendencia de las poblaciones actuales. Hay quien piensa que sí, después de todo, un cambio en un único gene prolonga la vida de un gusanito en 800%, cabe suponer que el ser humano será capaz de extender su propia longevidad. Aun así, hay pesimistas capaces de no dar importancia al hecho de que la ciencia haya triplicado la expectativa de vida que se tenía hace quinientos años, diciendo: "Sí, pero nos agrega años de vejez, no de juventud." Pero podemos refutar esto con sólo señalar que la ciencia ha transformado también la calidad de esa vejez a tal punto que hoy un octogenario puede correr sin problemas la distancia que mató al célebre soldado que llevó la noticia de la victoria en Maratón.

Cuando nos ocupamos de la muerte de los animales, señalamos que mueren en cuanto se acaba su periodo reproductivo, pues la selección no elimina los genes adversos que se expresan de ahí en adelante. También mencionamos que cuando un insecto se transforma en adulto, no sólo cuenta con escasas 24 horas para gozar de su flamante capacidad de reproducirse, sino que la naturaleza ni se molestó en dotarlo con una boca para que se alimente y siga viviendo. Podríamos agregar que también deja de expresar los genes encargados de hacer proliferar sus células y los que deberían defenderlos y repararlos. Sobre esa base, hay quienes opinan que muchas de las enfermedades de la vejez humana, de las cuales la de Alzheimer es paradigmática, ocurren porque están apagados los genes que hasta ese momento nos habían estado protegiendo de ellas. Y ya aparecieron optimistas que tratan de imaginar la forma de hacer que no se apaguen, o de reencenderlos.

"Senectud"; "senilidad" y "senil" derivan del latín senex = "viejo". "Señor" deriva del latín "senior" (comparativo de senex), que significa "más viejo". En el Bajo Imperio se empleó para designar a los ancianos más respetables. El senatus era el consejo de los viejos (senadores). A su vez, senescente (de senescere) se emplea para lo que empieza a envejecer.
¿Te das cuenta del cuidado con que deben manejarse las simples correlaciones para no saltar torpemente a las casualidades? ¡Al observar la figura 10 un investigador inexperto podría concluir que la guerra aumenta las expectativas de vida!