IX. LA RELACIÓN ENTRE VIDA, TIEMPO, MUERTE Y ESTRUCTURA DEL UNIVERSO

La naturaleza, mi querido señor, es sólo una hipótesis.
RAOUL DUFY

El tiempo nace en los ojos. Eso lo sabe cualquiera.
JULIO CORTÁZAR


Que no haya más ficciones para nosotros: calculamos; pero para que podamos calcular hemos tenido que hacer una ficción previa.
F. NIETZSCHE

¿Por qué imaginar una sola serie de tiempo? Yo no sé si la imaginación de ustedes acepta esa idea.
JORGE LUIS BORGES

Cada creador es un tramoyero.
VLADIMIR NABOKOV

El eterno misterio del mundo es su comprensibilidad.
ALBERT EINSTEIN

El tiempo vuela como la luz, pero la fruta vuela como las bananas.
Graffito encontrado en un baño de Berkeley por el doctor
TERRY MACHEN

ES MUY conocido el cuento del viejo que se había ganado la vida pasando contrabando, sin que los aduaneros pudieran descubrir jamás qué era lo que contrabandeaba. Una y otra vez le habían revisado minuciosamente sus carretillas, hurgado en sus resquicios, percutido, revisado con rayos X. Ya retirado, el hombre recibió la visita de un aduanero jubilado, quien le rogó que le confesara qué demonios había estado contrabandeando durante tantos años. "Carretillas", fue la amable respuesta. El cuento ilustra lo que hemos estado "pasando" a lo largo de este libro, en el que después de haber hablado del tiempo sagrado y del profano, del científico y del cotidiano, del cíclico y del lineal, del consciente y del inconsciente, de su medición con la Luna y con cronómetros, de haberlo asociado al aprendizaje infantil, a la vida, al envejecimiento y a la muerte, un aduanero intelectual podría preguntarnos: "Pero ¿qué es el tiempo?" 1

No prometemos dar una respuesta, porque nadie la tiene, pero lo que sí podemos hacer es presentar un esquema de las posiciones actuales respecto del tiempo. Por de pronto el (o los) concepto(s) del tiempo provienen de nuchas fuentes, cada una de las cuales le(s) añadió su caudal de impresiones y prejuicios. En realidad, los capítulos anteriores podrían tomarse como relatos de lo que esas fuentes proporcionaron, en el sentido de que en cada una de ellas se trata de dar una idea de cómo se fueron desarrollando los diferentes puntos de vista y posciciones.

Los antiguos, particularmente los griegos, nos han legado una tradición por la cual tratamos de organizar el todo en un único orden serial; es lógico, entonces, que se hagan esfuerzos por conformar una concepción del tiempo aceptable para el músico, el gerontólogo, el fabricante de relojes y el cosmólogo. Muchos de estos se han ido eliminando de la competencia: hay físicos que, frustrados por su imposibilidad de diseñar un experimento que demuestre el paso del tiempo, han afirmado que el paso del tiempo no es una ilusión —puesto que no implica ningún engaño a nuestros sentidos— sino tan sólo un mito (Park, 1972). Algunos filósofos, en cambio, han desplazado el problema hacia la metafísica, pero otros físicos siguen luchando tenazmente por relacionar el tiempo con la termodinámica (Prigogine, 1980; Prigogine y Stengers 1984; D'Espagnat, 1985). La mayoría sigue royendo el hueso por más duro que les siga resultando. Este capítulo constituye una síntesis de los intentos más recientes, aunque un tratamiento cabal requeriría explicar largamente las bases de cada una de las posiciones, lo cual va más allá de la finalidad de este libro.

Ya se ha dicho que toda la historia del Universo, todo cuanto ocurrió desde la creación de las galaxias, los sistemas planetarios, la aparición de la vida de la Tierra, la evolución y la historia humana datan de la Gran Explosión: un estallido formidable con el que todo comenzó. Ahora bien, los cosmólogos se ocupan de explicar cuándo se formó nuestra galaxia; los paleontólogos, a su vez, se interesan por la aparición de los saurios o la extinción del tigre con dientes de sable; los historiadores, en cambio, se encargan de describir los sucesos durante el reinado de Yugurta o la guerra cristera, pero hay un momento sobre el cual, debido a razones teóricas, nada se puede decir: los 10-43 segundos iniciales del Universo. 2 No hay mayor posibilidad de saber qué sucedió durante esos 10-43 segundos pero, en cambio, teorías no faltan.

Veamos algunas: 1) Que el Universo se creó en eso 10-43 segundos. 2) Que el Universo existía en alguna forma desconocida antes de la Gran Explosión; por ejemplo sabemos que en su estructura actual el Universo se está expandiendo (porque se mide el alejamiento de las galaxias lejanas mediante el llamado efecto Doppler). Pero, si en lugar de ello, anteriormente hubiera estado contrayendo, es probable que se hubiera colapsado en un superagujero negro que luego reventó "a la cero hora". 3) No sólo la materia del Universo, sino también el espacio y el tiempo fueron creados en La Gran Explosión no fue un estallido que hizo expandirse al Universo hacia afuera en el espacio, sino un suceso que aconteció en todos lados, pues el espacio mismo estaba infinitamente encogido y se expandió con el Universo.

Pero ¿como pudo haberse creado materia de la nada? Aquí nos ayudaremos con una anécdota en cierta ocasión uno de nosotros fue llevado a un baile por un tío mayor. El tío iba a regañadientes pero confiando en encontrar en la fiesta a algún amigo para discutir la inflación y la crisis económica (que, como se sabe, son casi tan antiguas como la Gran Explosión) y el joven tenía la esperanza de encontrar chicas con quienes bailar. Fue decepcionante, no había ni amigos ni chicas disponibles: sólo parejas bailando. Pero, al rato, se soltaron las homogéneas parejas, se congregaron corrillos de señores y "se generaron" muchachas libres. Hasta aquí la anécdota, ahora pasemos a Paul Dirac.

Dirac formuló ecuaciones que describen correctamente ciertas conductas de los electrones ordinarios, pero se percató de que, para cada solución, había otra asociada que correspondía a algo por entonces muy descabellado: antipartículas. Sin embargo, años después, estudiando la absorción de los rayos cósmicos, Carl Anderson encontró el antielectrón, una partícula que, al encontrarse con un electrón, hace que ambos se aniquilen convirtiéndose, como por arte de magia, en dos fotones gamma. Posteriormente se encontró algo parecido a lo que sería el proceso inverso: de un fotón gamma puede surgir un par electrón-antielectrón. En pocas palabras: la materia y la antimateria son hoy parte de nuestra realidad. En razón de ello, hay quien piensa que, de pronto, pudo haber una fluctuación en virtud de la cual cierta cantidad de materia se desasoció de su antimateria y pasó a existir, del mismo modo en que, de pronto, en el baile de marras se generaron chicas disponibles para bailar y señores para formar corrillos y charlar sobre la inflación y la crisis económica. Un tío "cosmólogo" habría descrito lo que ocurrió como la repentina creación de señores que formaron corrillos. Pues bien, algunos cosmólogos piensan actualmente que la materia de que está hecho el Universo se creó en la singularidad de la Gran Explosión como resultado de un tremendo divorcio fortuito entre materia y antimateria.

¿Por qué traemos a colación la antimateria en un libro dedicado al tiempo y a la muerte? Porque Richard Feynman (1949) sugirió que las antipartículas (partículas de antimateria) pueden ser simplemente las mismísimas partículas de materia común, pero viajando en sentido contrario al tiempo. Como esto suena raro, recurriremos a una analogía. Supongamos que una película de cine muestra a un niño andando en bicicleta (Fig.5). Es claro que si el operador la insertara mal en el proyector y la hiciera correr al revés, veríamos al niño pedaleando hacia atrás y cabeza bajo. Pero supongamos que el operador fuera más chapucero aún e insertara la cinta doblada como lo sugiere la figura 5; en ese caso, veríamos en la pantalla una imagen doble de un niño pedaleando normalmente hacia adelante, y otro viajando hacia atrás y con las cabeza hacía abajo. De pronto, al llegar al doblez, es como si el niño en bicicleta hubiera chocado con el antiniño en antibicicleta y ambos se hubieran aniquilado (A).



[MCT 5]

Figura 5.

De manera análoga, Feynman sugiere que un antielectrón (la antipartícula del electrón, también llamada positrón por tener carga positiva) no es más que un electrón que "dobló" en el tiempo. Por más alocada que esta idea le parezca al lector no físico, podemos asegurar que describe bastante bien lo que se observa en la realidad con la aniquilación de las partículas. A decir verdad, la idea de Feynman (o de su maestro John Wheeler, pues Feynman ha relatado la conversación telefónica que tuvo con él durante la cual brotó la idea) es aún bastante más extraña.

Volvamos al chapucero operador de cine (esta vez necesitamos uno muy chapucero) e imaginemos que insertó la película doblada en zigzag, como un acordeón. (Fig. 5). Veríamos entonces muchas veces al niño en bicicleta viajar en el sentido correcto, muchas veces hacerlo hacia atrás y cabeza abajo, y muchas veces aniquilarse (A), cada vez que un doblez llega al foco. Señalemos de paso que, al llegar el foco del proyector a un doblez de los de arriba de la película (C), "se crea" un ciclista y un anticiclista. Como en una de esas obras de teatro, en las que un mismo actor representa todos los papeles entrando y saliendo de la escena repetidamente, Wheeler no descartaba la posibilidad de que todos los electrones del Universo fueran en realidad el mismo electrón (!) yéndose para uno y otro lado del tiempo alternativamente.

Deseamos referirnos ahora a una última teoría de creación del Universo que, aunque todavía más complicada, introduce tangencialmente un tema que más adelante necesitaremos considerar. De acuerdo con Alan H. Guth, cuando el Universo tenia apenas 10-35 seg sufrió una explosión inflacionaria que duro unos 10-32 seg, durante la cual se expandió 1025 veces (nótese que 1025 no tiene un exponente negativo y que es, por lo tanto, una cifra tremendamente grande). Es posible que la energía generada en esta fase expansiva fuera parte de la energía del Universo. Debemos suponer, para seguir este razonamiento, que el lector está suficientemente al tanto de la famosa fórmula de Einstein, E= mc2, o sea, la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz, y creerá en la tristísima evidencia de que, en una explosión atómica, la masa se convierte en una terrible fuerza devastadora. Pero la misma fórmula implica que una gran cantidad de energía puede, por el proceso inverso, convertirse en materia. De acuerdo a Guth, una burbuja de espacio-tiempo curvado bastaría para explicar la génesis de la materia del Universo actual, en virtud de la energía resultante de la expansión. Es oportuno señalar que, siguiendo a Guth, esas burbujas de espacio-tiempo contenían originalmente poco o nada de materia y que existían en un estado de caos primordial. Cabe señalar, igualmente, que esos caos tampoco existían en el espacio ni en el tiempo, pues ninguno de los dos había sido creado aún.

Descritas ya las teorías de la creación universal más sobresalientes, pasemos a considerar ahora la estructura adoptada por el Universo, tal y como la explica la teoría general de la relatividad que, como recordamos, asignaba un papel singularísimo al tiempo.

A mediados del siglo pasado, Nikolai Lobachevski y Janos Bolyai descubrieron que la geometría clásica de Euclides no era la única geometría posible, y desarrollaron otra en la que la distancia más corta entre dos puntos no es la recta (de la geometría euclidiana) sino la geodésica, y en la que, por ejemplo, la suma de los ángulos interiores de un triángulo vale menos de 180 grados. Tiempo después, Bernhard Riemann construyó otra geometría no euclidiana, cuyo modelo bidimensional es una superficie positiva, en la cual la suma de los ángulos interiores de un triángulo suma más de 180 grados. Esta geometría fue tomada luego por Einstein para formalizar su idea de que el Universo es un sistema curvo en cuatro dimensiones; es decir, que se puede considerar al tiempo como cuarta dimensión. Si bien Einstein y Minkowski relacionaron el espacio y el tiempo, también reconocieron que son entidades físicamente distintas, lo cual dio origen a nuevas e interesantes ideas de Friedman, Hubble, Lemâitre y De Sitter que, eventualmente, llevaron a la concepción actual de que el Universo se está expandiendo (además de las teorías se necesitó, por supuesto, una cantidad considerable de información experimental). Pero, independientemente del modelo cosmológico, esas disquisiciones han llevado a la siguiente conclusión: "Para saber cuál es la estructura real del espacio en que vivimos, no es posible salir a medir distancias y ángulos con reglas y goniómetros únicamente. Debemos llevar también una concepción geométrica en la cabeza, es decir, un cuerpo de hipótesis sobre la física" (Bunge, 1967), o sea, un modelo. Ahora bien, en última instancia, los modelos son construcciones imaginarias generadas por esa masa de neuronas que constituye nuestro sistema nervioso y, como éste es un libro sobre el tiempo, la vida y la muerte, y no un texto de divulgación de ideas de la física, es conveniente comenzar a llamar la atención sobre la participación del cerebro humano, o sea del observador, en los procesos que se están describiendo.

Aunque el espacio-tiempo de Einstein-Minkowski no dependa del observador, la teoría que elegimos para dar cuenta de él sí lo es. También dependen del observador algunos de los efectos resultantes de la estructura particular de nuestro universo, y que por estar ampliamente difundidos no necesitamos analizar aquí. Mencionaremos, no obstante, dos que seguramente resultarán familiares al lector: 1) Todos hemos leído sobre un par de hipotéticos mellizos, uno de los cuales emprende un viaje a velocidades cercanas a la de la luz, y al regresar, comprueba que su envejecimiento es muchísimo menor al del hermano que no se movió de su casa. El colmo de esta idea sería que alguien pudiera moverse a la misma velocidad de la luz, pues el tiempo no transcurre para nada que se mueva a dicha velocidad. 2) La gravedad no sólo atrae a los objetos materiales, también puede atraer a la mismísima luz. Justamente, los llamados agujeros negros son objetos que poseen una gravedad tan poderosa que atraen a la luz, a tal punto que ésta no puede abandonarlos (como no podríamos nosotros con un mero salto vencer la gravedad y abandonar la superficie de la Tierra: sólo nos es posible con un cohete) y por eso resultan negros. Si una nave espacial tuviera la mala suerte de ser atraída por una agujero negro, su tripulación vería que, irremediablemente, se iría acelerando y acelerando hacia él, hasta que finalmente caería adentro a una tremendísima velocidad. Sin embargo, lo curioso es que, según ciertos físicos, un observador ubicado fuera (y lejanamente) del agujero negro vería que la nave no entra jamás en él, pues el tiempo se va frenando. De modo que el tiempo parece depender del sistema de referencia del observador.

A pesar de estos efectos tan raros, en la relatividad especial el tiempo tiene esencialmente el mismo carácter que en la física clásica newtoniana; ese que "fluye" Dios sabe cómo, o con respecto a qué, y el uso del espacio-tiempo no implica que el tiempo sea una especie de espacio; tampoco implica que el espacio tenga cuatro direcciones. La diferencia con la física newtoniana consiste en que, en ésta, el espacio y el tiempo no "interaccionan" como lo hacen en la teoría de la relatividad. El concepto de espacio-tiempo sólo se usa porque hace a la teoría matemáticamente más simple.

Es probable que el lector (si todavía sigue leyendo) tome cum grano salis, o incluso con cierta sorna, estas consideraciones relativistas de conversiones de masa en energía y de tiempo frenado por la gravedad. Sin embargo, si recuerda lo sucedido en Hiroshima y Nagasaki, o si se entera de que cerca de su casa están por instalar una planta atómica, comprenderá que todas estas teorías, por más caprichosas que parezcan para el sentido común, describen y manejan la realidad con una penetración jamás lograda por una apreciación más cándida y más "sensata".

Vamos a ocuparnos de ese otro bastión de la dirección temporal: la termodinámica, de la que ya hicimos mención en el capítulo I.

Todos hemos visitado alguna vez una gruta o un valle en los que el guía, en lugar de permitirnos gozar de la vista, nos fastidia una y otra vez enseñándonos que "aquella roca se parece a la cabeza del Niño Jesús; a esa otra la llamamos El Elefante... la de más arriba tiene forma de...", etc. Mientras la naturaleza, librada a sí misma, parece buscar todos los posibles derroteros hacia el caos, la mente humana se empeña en encontrar orden y en hacer sistematizaciones tanto en lo biológico como en lo no biológico. Del mismo modo, cuando hacemos un castillo de arena en la playa no nos sorprende que, al día siguiente, esté desmoronado por el viento, pisado por mil veraneantes o barrido por las olas. Lo sorprendente sería, por el contrario, que de pronto las arenas formaran espontáneamente un castillo con murallas, torres almenadas y foso en derredor. En el mismo orden de ideas, jamás se ha visto que un vaso de agua azucarada se desendulce formando en el fondo dos angulosos terrones de azúcar. En otras palabras: "La flecha del desorden puede ser tomada como flecha temporal", como dijeron todos en un momento, haciendo suya la famosa observación de Arthur Eddington: "El crecimiento de la entropía define la dirección positiva del tiempo" (véase el capítulo I).

Sin embargo, tal como señala Mario Bunge (1967), esta aseveración es falsa en varios aspectos. Primero, el tiempo aparece en el mismísimo enunciado de la segunda ley de la termodinámica, porque ésta habla no sólo del aumento de la entropía, sino del aumento de la entropía en el tiempo. Segundo, mientras que la segunda ley es estadística, el tiempo no es estocástico. Para que esto resulte claro, apelaremos nuevamente a una analogía: el refrán que dice "De enero a enero la plata es para el banquero", se refiere al hecho de que todos los años el casino gana dinero, lo cual no quiere decir, por supuesto, que todos los jugadores hayan perdido todas las veces que han ido a jugar; sólo quiere decir que fueron más los que perdieron que los que ganaron, o bien que un mismo jugador ha perdido más veces de las que ha ganado. Lo importante es que a veces alguien pudo haber ganado en contra —podríamos decir— de las estadísticas; en cambio, no hay momentos en que el tiempo avance y otros en los que retroceda, sino que (se supone) siempre va para adelante: por eso no es estocástico.

Y ya que estamos con estadísticas, veamos este otro argumento: Poincaré y también Ehrenfest (1911) han hecho notar que la conducta entrópica de cualquier sistema aislado (recordemos que el Universo lo es, pues no hay nada extrauniversal), tomada en una duración inmensa, debe ser temporalmente periódica. Proporcionaremos una imagen para explicar este concepto: si tengo un dado y me pregunto cuál es la probabilidad de tirarlo y sacar el lado dos, respondo que tengo ciertas posibilidades a corto plazo de que el dado caiga con el dos hacia arriba. Si a continuación me pregunto cuál es la posibilidad de que saque un dos y de inmediato un cinco, es probable que el plazo se alargue y que tenga que tirar el dado un rato más largo. Si por fin me empeño en lograr en una secuencia sin cortes la serie 2®5®2®1®3®6®6®4®1®3®5®2®6®3, es indudable que ocurrirán dos cosas: 1) si paso algunos años tirando el dado, puede ser que logre la serie que deseo; 2) pero si dispongo de un tiempo suficientemente largo (inmenso), obtendré en definitiva la secuencia buscada.

Por supuesto, los átomos del Universo son tantos, que si un dios intentara ordenarlos una y otra vez hasta obtener el ordenamiento que tiene el nuestro, debería contar con una paciencia realmente divina para lograrlo; pero, más allá de la acción de un dios, tanto Poincaré como Ehrenfest señalan que, en un tiempo inmenso, se va a volver a dar un Universo tal y corno lo vemos. Es cierto que el tiempo que eso consumiría sería impensablemente largo pero, lógicamente hablando, el arreglo molecular volvería a observarse. Para decirlo de otro modo: en el Universo considerado por Poincaré no se pasa únicamente de un estado ordenado a otro desordenado como lo quiere el segundo principio de la termodinámica, sino que, durante un tiempo enormemente largo, todos los estados, tanto los ordenados como nosotros esperamos como los demás, se vuelven a repetir un infinito número de veces. La dirección del tiempo que señala la segunda ley tiene sólo un alcance práctico pero, desde el punto de vista lógico, no hay tal flecha. Cabe señalar, sin embargo, que Poincaré requería que en dicho Universo las partículas fueran inmutables, es decir, que no sufrieran las creaciones-aniquilaciones que mencionamos en páginas anteriores.

Ahora bien, orden es un concepto macroscópico que rige a nivel de máquinas, Organismos y montañas constituidos por un número enorme de moléculas. En cambio, a nivel de las partículas elementales que componen toda la materia de que está hecho el Universo, se ha encontrado que, quizá con la única excepción del decaimiento del mesón K, los eventos son simétricos y no distinguen entre un pasado y un futuro. A nivel microscópico no parece haber una flecha temporal. Pero los investigadores no dejan de buscarla (véase, por ejemplo, Elskens y Prigogine, 1986). Algo así como que pudiéramos aplicar la aseveración "De enero a enero la plata es para el banquero" al conjunto de los jugadores de ese año, pero ello no nos permitiría por cierto, asegurar que el señor Juan de los Palotes, que en este momento entra muy esperanzado a jugar al casino, va a ganar o va a perder.

El interesado en este tema puede consultar los trabajos de Emile Borel, Nikolai Bogolyubov, Radu Balescu y otros para satisfacer su curiosidad; aquí nos limitaremos a señalar que la vida no se encuentra en los átomos individuales mismos, sino en la forma en que esos átomos se asocian, es decir, en su orden macroscópico. El fenómeno que llamamos vida, como el tema de una melodía, o la trama de una novela, o la política, son propiedades (que algunos llaman emergentes) que no tienen sentido a nivel de los componentes individuales: la vida es tan sólo una cualidad del ensamble jerárquico de las complejidades de las que hablamos en el capítulo I.

Mientras científicos como Ilya Prigogine tratan de demostrar que las estructuras disipativas podrían haber desempeñado un papel importantísimo en la evolución prebiótica (los arreglos moleculares de la sopa primitiva en la que apareció la vida en nuestro planeta), otros, entre los cuales descuellan los de la escuela de Manfred Eigen, se ocupan de la emergencia del orden funcional biológico en el espacio informacional constituido por las moléculas de RNA, de DNA y de polipéptidos que fueron apareciendo en esa sopa. Esto no quiere decir que los científicos del tipo Manfred Eigen se desentiendan de la segunda ley de la termodinámica, sino que no asocian tan estrechamente el proceso biológico a las estructuras disipativas y a los balances de la entropía. Aquí podríamos citar incluso a Karl Popper (1965) quien señaló que durante la incubación de los huevos de los pájaros, el medio sólo les brinda entropía (o sea que la entropía del sistema huevo crece) y, sin embargo, el huevo se organiza en pichón; por el contrario, si un alpinista se congela, el medio le podría estar disminuyendo la entropía y sin embargo, lo estaría matando. Claro que aquí no estaríamos hablando "de enero a enero", sino tomando un momento muy especial y aciago para el banquero, pero notemos que estamos cayendo en el tema de la carretilla del contrabandista, mencionado al principio del capítulo: cuando hablan de las evoluciones de los sistemas en el tiempo, los termodinamistas ya están metiendo de contrabando al tiempo; se toman de la brocha para quitar la escalera, de manera que sus disquisiciones sobre los cambios energéticos-entrópicos del Universo podrían no llevarnos a responder la pregunta fundamental de ¿qué es el tiempo? Debemos buscar por otro lado.

Si le preguntamos a un fisiólogo qué sucede cuando primero deseamos levantar un brazo y, a continuación, lo hacemos, nos explicará los mecanismos por los cuales los músculos se contraen, se doblan las articulaciones y... Pero si luego le preguntamos por qué se contrajeron los músculos, nos dará una larga perorata sobre la conducción del impulso nervioso desde el cerebro hasta los músculos. Si, no satisfechos aún, le preguntamos por qué se generaron esos impulsos nerviosos, nos hablará del movimiento de iones (K+, Na+, Cl- y Ca++) a través de las membranas celulares. Y si ahora preguntamos por qué se mueven los iones, nos hablará de las fuerzas, entre las que mencionará la diferencia de concentraciones iónicas entre ambos lados de la membrana neuronal, el potencial eléctrico y, quizás, algún gradiente osmótico, todos ellos perfectamente previstos en sesudas y exactas ecuaciones. Pero como todo había comenzado por nuestro deseo de levantar el brazo, podríamos preguntarle por qué no incluyó al deseo entre las fuerzas capaces de mover materia (la de los iones). "Lo que sucede, nos dirá, es que se abren proteínas en forma de canales, que permiten que las fuerzas impulsen a los iones a través de la membrana." Si a continuación insistiéramos en preguntarle si, acaso, el deseo abre canales protéicos, seguramente nos mandaría a freír buñuelos, porque hay que tener en cuenta que los biólogos, tal como lo apuntamos en el capítulo I, están fundando su explicación de la vida sobre bases físicas, y la barrera de lo psicológico les resulta anatemática.

Lo irónico es que, por su parte, algunos físicos se están transformando en fisiólogos y psicólogos. Discutir las razones de ese cambio nos puede servir para analizar otra de las vías posibles para enfrentar la pregunta de ¿qué es el tiempo?

No encontramos respuesta a ¿qué es el tiempo? en los sistemas macroscópicos, porque cuando se trata de entender sistemas con un número grande de partículas, tales como un organismo, un planeta o todo el Universo, hay que manejarse con leyes estadísticas, de las cuales las de la termodinámica son un ejemplo. Vamos pues a la otra punta, a la de las partículas elementales, de las cuales ya dijimos que no distinguen entre un pasado y un futuro, pues sus reacciones se cumplen con igual frecuencia para cualquier lado. Como los sistemas de partículas no distinguen entre pasado y futuro, las perspectivas de extraer enseñanzas sobre el tiempo, la vida y la muerte son pocos. Sin embargo... veamos.

Todo lo que tiene que ver con la materia implica fenómenos cuánticos. Cuando se trata con sistemas macroscópicos no es muy necesario tomar a los fenómenos cuánticos en consideración, pero cuando se trata de una molécula en una neurona y, más aún, cuando se sabe que aparentemente la cabeza funciona con base en estímulos eléctricos que incluso parecen ser iniciados "por el deseo", quizá no sea tan mala idea revisar un poco algunas características de los fenómenos cuánticos.

En el primer cuarto de nuestro siglo, quienes creían que las partículas elementales eran realmente partículas podían describir con toda propiedad sus conductas. Otros físicos, en cambio, que creían que las partículas elementales no eran en realidad partículas sino ondas, podían describir sus conductas con el mismo éxito. Esta situación terminó cuando se advirtió que si se elige observarlas como partículas aparecen como partículas, pero que si en cambio se elige observarlas como ondas, son ondas. Aceptar que las cosas son así se conoce con el nombre de principio de complementariedad; en otras palabras, esto quiere decir, ni más ni menos, que el Universo (la materia que lo compone) tiene una naturaleza complementaria, que se conoce como la dualidad onda-partícula. De acuerdo al principio de complementariedad, no existe la forma de realidad que llamamos comúnmente "realidad", sino hasta que dicha realidad es percibida. Pero esta percepción depende de nuestra elección de qué y cómo observar. De modo que somos nosotros, los observadores, quienes, al menos en el caso de las partículas elementales, propiciamos una forma de realidad u otra. La conclusión que sacan algunos de esta situación es que la objetividad no es más que una ilusión. Por eso, de acuerdo a Niels Bohr, el átomo, y de acuerdo a Eugene Wigner, el mundo, son fantasmas híbridos que pasan a tener la existencia que les atribuimos cada vez que los observamos. A su vez, David Bohm ha señalado que la antigua división del mundo en sujeto y objeto, o en mundo interno y mundo externo ya no resulta adecuada. Cada uno de nuestros pensamientos transforma y da forma al mundo físico por medio de la elección de observarlos.

Hay una posición en física que toma al toro por las astas, y se propone averiguar qué demonios hay en la mente del observador que le hace ver el mundo tal como lo ve y salir con modelos tan extraños. Éste será el tema que trataremos a continuación.

Niels Bohr había señalado que la física no nos dice cómo es el mundo, sino qué podemos conocer de él. Einstein decía, a su vez, que la propiedad que más le impresionaba del Universo era su comprensibilidad. Vamos a introducir el tema, una vez más, por medio de una analogía.

Supongamos que dos turistas salen a conocer la ciudad de México, uno armado de una cámara fotográfica y el otro con una grabadora, y que luego envían a Buenos Aires sus fotos y sus cassettes. Los porteños podrán entonces hacerse una idea de cómo visten los mexicanos, qué cara tienen, cómo son sus avenidas, qué vehículos usan, cómo es su idioma, cómo cantan los pájaros, qué música tocan los mariachis, cómo pregonan sus vendedores. Pero no podrán tener la menor noción del gusto de los chiles en nogada. de si las bugambilias huelen o no, de si la temperatura es templada (a no ser que lo infieran secundariamente por las vestimentas que ven en las fotos). Podríamos decir aquí: "Dime cómo es tu aparato para captar la realidad (en este caso la cámara y la grabadora) y te diré qué esquema de la realidad podrás formarte."

Como el hombre tiene ojos que captan el pequeñísimo rango de frecuencias electromagnéticas que llamamos luz, los antiguos ya sabían que nuestra realidad incluye estrellas; pero luego, cuando se supo de radiaciones más cortas y más largas, los astrónomos montaron aparatos capaces de captarlas y descubrieron así radioestrellas y radiogalaxias, que no son menos reales que las visibles. Y así, se han ido extendiendo nuestros sentidos con aparatos que nos informan que nuestra realidad incluye virus y electrones, y que nos hacen conocer el otro lado de la Luna. Pronto se cayó en la cuenta de que, al igual que los turistas de la cámara fotográfica y la grabadora, la realidad que podemos abarcar está condicionada a las características del observador.

Si en el Universo no hubiera aparecido un tipo de vida que evolucionó hasta generar seres como nosotros, no estaríamos aquí para captarlo. Pero ahora que estamos aquí, lo captamos, y sobre todo, según lo vamos comprendiendo, surgen características sospechosas. Paul Dirac, que se había maravillado ante ciertas curiosas relaciones entre magnitudes y números sin dimensiones, sostuvo que debía haber una conexión causal entre todas ellas. Para mayor abundamiento: todos hemos oído de gigantes como Gulliver y otros por el estilo, engendrados por la más pura fantasía. ¿Podría existir un gigante humano. de cincuenta metros de altura? No. Hay muchísimas razones para que un Gulliver sea imposible. Vamos a enumerar algunas. Primero, para enviar sangre a su cerebro a la presión necesaria, su corazón debería bombear con tal fuerza que los capilares de sus pies, cincuenta metros más abajo, reventarían. Segundo, el gigante sería ciego, pues los humores de sus ojos, de un metro de diámetro, absorberían la luz de tal modo que sus retinas estarían a oscuras. En tercer lugar, sería mudo, porque a causa de su exagerada longitud, sus cuerdas vocales vibrarían a una frecuencia demasiado baja como para ser audible. Ya que sus tímpanos y los huesesillos de sus oídos no podrían vibrar a la frecuencia de la voz de los hombres, en cuarto término sería sordo. En quinto lugar, Broad (1937) señalaba que los objetos que se perciben con el tacto, la vista, la audición y el olfato no tienen características comunes (por ejemplo, el verde no tiene gusto a nada, el aroma de las rosas no suena), y que si bien podrían ser percibidos como espacios diferentes, lo que los unifica es el sentido del tiempo. El "darse cuenta" (awareness) del presente unifica y hace correspondientes al sentir con el pensar. Es probable entonces que el mentado Gulliver no pudiera ser ni siquiera el observador que requiere la mecánica cuántica. Resultado: es probable que para captar la realidad que captamos tengamos que ser como somos.

Pero el principio antrópico, como hoy lo designan quienes exploran este aspecto cosmológico tan peculiar, va más allá: no sólo demanda que en alguna estrella (como el Sol) haya planetas (como la Tierra) con las condiciones de temperatura, humedad y composición química como las que tenemos, sino que para que el Universo sea como creemos que es, es preciso que sea observado por observadores como nosotros.

Ya Gottfried Wilhelm von Leibniz, filósofo y matemático alemán que vivió entre 1646 y 1716, había propuesto que hay infinitos mundos posibles, cada cual internamente consistente y con sus propias características. En uno de esos mundos, Julio César cruza el Rubicón y en otros no lo cruza; en uno Judas traiciona a Cristo y en otro no (aquí aconsejamos al lector que se ayude con el cuento de Jorge Luis Borges, "El jardín de senderos que se bifurcan". Por supuesto, no lo convencerá, pero al menos leerá un buen cuento). De acuerdo a Leibniz hay un principio de realidad (que Leibniz a veces llamó economía, otras perfección, otras optimación) que nos hace seleccionar la realidad inteligible y comunicable que compartimos.

La cineteca contiene películas cuyas fotos muestran al villano preso y también cometiendo la fechoría; a Charlie Chaplin con éste o el otro pie apoyado en el piso; el funeral del presidente López Mateos y al mismo presidente leyendo un informe de su gobierno, o asumiendo la primera magistratura. Sólo cuando hacemos "fluir" las películas y las presentamos (no pasemos por alto la etimología de esta palabra) tras la lente de un proyector, tenemos la sensación de que el tiempo fluye, y comprendemos que el villano va preso por su fechoría, Charlie Chaplin corre y López Mateos primero asume, luego informa y finalmente muere y es llevado a un panteón. Si alguien recortara, foto por foto, todas las películas de la cineteca y las mezclara, no tendríamos ningún modelo explicativo para entender lo que sucede en ellas (sería un caos). Sólo cuando ejércitos de compaginadores formularan teorías sobre sus posibles secuencias y las volvieran a ensamblar en su sentido original, las podríamos entender.

En resumen: este bosquejo de algunas —y no siempre aceptadas— posiciones sobre la naturaleza de la realidad no nos ayudaron a contestar la pregunta ¿qué es el tiempo?, pero ha llamado nuestra atención hacia el observador. Este observador tiene sentidos que captan ciertas señales de esa realidad, las organizan y explican con un aparato psíquico estratificando en planos conscientes e inconscientes. Estos niveles y estos planos aparecieron, a su vez, como una consecuencia de la evolución de la vida en el planeta.

Este mismo tipo de trampa suele aparecer en expresiones tales como "El tiempo en la Evolución", "El tiempo en la Historia", "El tiempo en la Música", situaciones que tienen que ver, en realidad, con la evolución, la historia y la música en el tiempo. Véase, por ejemplo, S. J. Gould y colaboradores, 1987 y Winfree (1987).
Un cronómetro común aprecia una centésima de segundo (0.01seg.), cifra que se anota 10-2 seg; en cambio 10-43 seg. es igual a 0.000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 1 segundos (no se moleste en contar; después del punto hay 42 ceros), duración que se denomina Tiempo de Planck.