IV. LUCHA Y PODER: LA VIOLENCIA DE LA UTOPÍA

NO ESTAMOS BIOLÓGICAMENTE CONDENADOS A LA GUERRA

EN LOS últimos lustros se ha propagado la idea de que el ser humano es violento por naturaleza, por lo que nos debemos limitar a neutralizar los posibles efectos de la guerra, a conformarnos con la carrera armamentista, la confrontación continua y la destrucción masiva de la especie. Los fundamentos de estas conclusiones son científicamente inaceptables. En la ciudad de Sevilla, España, en 1986 tuvo lugar una reunión de expertos en diversas áreas de la ciencia relacionadas con la agresión y la violencia, con el objetivo de emitir una declaración sobre este error. En el texto final que se redactó, participamos por México, Santiago Genovés, uno de los que tomó la iniciativa, y yo. La Declaración de Sevilla ha tenido una gran difusión en medios académicos y ha sido aceptada y adoptada por la UNESCO. Consideremos los puntos esenciales del documento.

En primer lugar, es científicamente incorrecto afirmar que hemos heredado de nuestros antepasados animales o primates la tendencia a hacer la guerra. La conducta de caza no puede ser equiparada a la guerra. Ciertamente ocurren peleas a gran escala en el mundo animal, pero son raros los sucesos conocidos de destrucción organizada entre grupos de animales de la misma especie y, en ningún caso, se ha informado el uso de utensilios como armas. Por otra parte, aunque los seres humanos tenemos la terrible exclusividad de la guerra, hay civilizaciones que no se han enfrascado en guerras durante siglos, y muchas que lo han hecho frecuentemente en ciertas épocas pero no en otras. Esto significa que la guerra es histórica y culturalmente variable.

En segundo lugar, es científicamente incorrecto afirmar que la violencia y la guerra están genéticamente programadas. Sin lugar a dudas los genes participan en todas las funciones del sistema nervioso, pero sólo como una potencialidad que puede ser expresada en conjunción con estímulos del medio ambiente ecológico y social. Es la interacción entre el genoma y el aprendizaje lo que define la conducta y la personalidad. En suma, los genes participan en el establecimiento de las capacidades conductuales pero no las determinan inequívocamente. También es científicamente incorrecto afirmar que en el curso de la evolución humana ha tenido lugar una selección de la conducta agresiva sobre otras conductas. En todas las especies animales estudiadas el papel de un animal en un grupo o su rango de dominancia se adquieren y se mantienen por habilidades conductuales de cooperación y amistad, y también por capacidades agresivas y punitivas. Se pueden seleccionar artificialmente animales agresivos y reproducirlos, con lo que se obtienen animales superagresivos en unas cuantas generaciones. Sin embargo, el que esto no haya sucedido en la naturaleza implica que la potencialidad genética existe, pero que no se selecciona porque no es ventajosa ni adaptativa.

También es científicamente incorrecto afirmar que poseemos un cerebro violento. Desde luego que existe un sistema cerebral que se activa para dar lugar a la agresión, pero esto no sucede automáticamente. Los estímulos son filtrados, seleccionados y modulados por el propio cerebro, y la conducta agresiva es una de tantas expresiones de comportamiento disponibles para la acción. En algunos criminales particularmente violentos se ha demostrado que tienen una deficiencia funcional de las áreas cerebrales relacionadas con el control de la agresión. Es también incorrecto afirmar que somos violentos por instinto. El instinto implica un comportamiento fijo que se desencadena por un estímulo específico gracias a un mecanismo cerebral programado genéticamente. La noción de instinto ha caído en desuso porque sus componentes no son tan rígidos como se pensaba hace algún tiempo.

La violencia interpersonal obedece a factores cognitivo-emocionales complejos como el rencor, la humillación, la transferencia de odio a la imagen de un enemigo. Además, la guerra conlleva, más que factores motivacionales simples como serían los instintos o ciertas emociones fundamentales como la ira o el desprecio, características cognitivas elaboradas y complejas como el idealismo, la obediencia, la sugestibilidad, el uso del lenguaje, los planes, el cálculo de costos y, en general, el manejo de información. La tecnología bélica ha exagerado de tal manera las características asociadas a la violencia, tanto en la preparación de los soldados y del personal militar como en la propaganda bélica y la diversión de la población general, que éstas se toman hoy día como causas y no como consecuencias del proceso.

De esta manera, concluye la Declaración de Sevilla, la biología no condena a los seres humanos a la guerra y los libera de un pesimismo pseudocientífico acerca de la posibilidad de lograr la paz. La labor necesaria para conseguir la paz no sólo es institucional y colectiva, sino que incluye la conciencia individual de los seres humanos, en quienes los factores de optimismo y pesimismo son determinantes. "La misma especie que inventó la guerra es capaz de inventar la paz. La responsabilidad es de cada uno de nosotros."

Es interesante anotar que la Declaración de Sevilla fue recibida con mucho interés por grupos académicos y casi ignorada por los medios de difusión. La labor infatigable de David Adams, el primer signatario y editor de un Boletín de la Declaración, ha sido crucial para su diseminación. Hasta la fecha ha sido publicada en unas 50 revistas científicas y apoyada por docenas de sociedades de académicos, entre ellas la poderosa Asociación Psicológica Norteamericana. Sin embargo, las conferencias de prensa han estado prácticamente desiertas. Significativamente, el vocero de una agencia internacional de noticias, al enterarse del contenido de la Declaración, le dijo a Adams que el asunto no era de interés, pero que se le avisara cuando se llegara a aislar el gene de la guerra. La propia Declaración y su historia inmediata han mostrado que la creencia de que la guerra es parte de la naturaleza humana no es tanto un componente de sentido común en el público general, sino el resultado de una campaña de propaganda realizada por los medios masivos de comunicación para justificar la política del militarismo.

La Declaración de Sevilla le confiere al individuo un papel fundamental en la lucha contra la guerra (el pleonasmo es deliberado). Las actitudes de una persona influyen en su acción y es importante cambiar la actitud de impotencia y pesimismo. En este sentido, quizás, la Declaración no fue lo suficientemente lejos. Es necesario que cada quien explore y desenraice en sí mismo el origen de la violencia y el odio, para lo cual no es suficiente la exposición y la aceptación de los hechos científicos. Es necesaria una auto exploración sistemática y profunda, como está prescrito por los más diversos sistemas de sabiduría.

LA AGRESIÓN Y EL MAL; UNA APROXIMACIÓN BIOLÓGICA

Pocos términos en la ciencia han sido sujeto de mayor controversia que los de agresión y violencia. La conducta que está dirigida a infligir daño o dolor en otros es una definición aceptable, pero parcial, de la agresión. La agresión tiene tres dimensiones necesarias, la primera es la intención, una motivación subjetiva cuya meta es el daño; la segunda es el comportamiento, aunque las delimitaciones son borrosas, y la tercera es la emoción hostil que va desde la irritación hasta la ira. Esta visión tridimensional permite categorizar instancias peculiares de la agresión cuando, por ejemplo, no se presenta alguno de los componentes o predomina uno sobre los demás. En el caso de la agresión animal hay que quedarse, en esencia, con la conducta, e inferir los otros dos. Sin embargo, dentro de la nueva tendencia en la teología, la categoría de agresión presenta dificultades casi insalvables para llegar al consenso necesario que permita el registro confiable de tales conductas y la necesaria replicación de la observación. Y es que la palabra "agresión" es una categoría funcional sujeta a interpretación personal, un efecto que puede verse también al aplicarlo a situaciones sociales humanas. Así, lo que se considera una agresión en un sector de una ciudad puede considerarse una conducta normal en otro de la misma ciudad.

Una aportación de los estudios acerca de la agresión animal ha sido el detectar que un acto de esta clase conlleva el riesgo de ser atacado y conductas defensivas simultáneas o subsecuentes. De esta manera Scott ha introducido la noción de conducta agonista para abarcar los elementos ofensivos y defensivos de la lucha, siendo los primeros motivados por la ira y los segundos por el miedo. Esta distinción ha resultado de gran trascendencia. Por otra parte, el término violencia implica también una agresión, usualmente intensa, pero se usa más específicamente para identificar la agresión en contextos sociales en los que existe un elemento moral, ético o legal de ilegitimidad.

Hay varias áreas de investigación activas en relación con la violencia: la psicobiológica, que pretende desentrañar sustratos orgánicos como la epilepsia del lóbulo temporal, alteraciones gonadales, o bases neuroquimicas; la psicológica, que busca la explicación en términos biográficos, cognoscitivos o emocionales, y la psicología social, que intenta analizar los factores culturales e interactivos de tipo económico, racial, familiar etc. Como existen buenas evidencias para cada una de estas causas, han habido intentos de establecer modelos explicativos de orden interdisciplinario y multidimensional, como el de Robert Hinde, que identifica las relaciones interpersonales como el centro sobre el que operan tanto los factores biológicos como los sociales.

Ahora bien, es importante hacer notar que la agresión no es un factor necesariamente destructivo sino normal y estabilizador al menos entre los grupos de animales y posiblemente también en los grupos humanos. Para ilustrar esta idea, a continuación citaré un experimento que realicé en mi laboratorio. Trabajando con grupos de ratones albinos encontré que la agresión que normalmente se da en grupos recién formados de ratones de la misma cepa (es decir, que tienen más de 99% de genes en común) se incrementa hasta llegar a un máximo al quinto día. Una vez establecida una estructura social con individuos dominantes y subordinados definidos, la agresión disminuye progresivamente hasta fluctuar en cantidades mínimas. Si estos ratones ya experimentados en la formación de grupos se reagrupan de tal manera que se encuentren entre desconocidos, la agresión es más intensa, más rápida y más eficaz: llega a un máximo en 24 horas para luego disminuir rápidamente y alcanzar niveles inferiores que en la situación primera. Este experimento sencillo indica que lo que llamamos agresión, es decir, la conducta que amenaza con producir o de hecho produce daño en un compañero de la misma especie, se usa para estructurar los grupos y que, aunque forma parte de la dotación genética, se modifica con la experiencia y se aprende a usar con eficacia.

Figura 4. La conducta del gato, dibujo de Leonardo da Vinci.

Es muy probable que, como acontece con los grandes simios, nuestros parientes más cercanos en el planeta, la estructuración de los grupos de homínidos primitivos se haya valido tanto de conductas de cooperación como de agresión. Es importante subrayar que esta agresión, ritualizada y dirigida no sólo a los de la misma especie, sino a los del mismo grupo y, particularmente, la misma familia, no es fatal o lo es en contadas ocasiones y por factores agregados. Esta agresión está aún entre nosotros y poco tiene que ver con la guerra y el terrorismo: es la agresión ritualizada, aquella que se acompaña de rabia y se satisface con la sumisión del oponente. Esta agresión sigue teniendo rasgos positivos, ya que nos permite limitar la violencia de otros o luchar por causas justas, así como rasgos negativos cuando se dirige a lastimar a los más débiles. Sin embargo, no es peligrosa en el sentido de que ponga usualmente en peligro la vida ni, mucho menos, en entredicho a la especie.

Quizás aquí se puede trazar otro de los elementos definitorios de la violencia, entendida como la agresión que produce daños irreversibles en un organismo de la misma especie. Si nos atenemos a esta delimitación operativa, ¿podríamos decir que hay violencia en el mundo animal? En efecto, se han documentado instancias de muerte entre conespecíficos, en particular entre simios. La evidencia más impresionante fue obtenida en las tropas de chimpancés en Gombe, Nigeria, durante el estudio de varias décadas que llevó a cabo Jane Goodall. En un periodo de 15 años Goodall había llevado un registro de la conducta de varias tropas familiares de chimpancés y todo hacía pensar que se trataba de los salvajes felices de Rousseau. Las interacciones agresivas se mantenían a muy bajos niveles en los grupos establecidos y nunca pasaban de lesiones que sanaban con rapidez. De repente, sin previa indicación, el juego de los infantes y juveniles desapareció y varias hembras adultas empezaron a pelear intensamente y a secuestrar a los infantes. Una de ellas mató al infante de otra azotándolo contra el suelo. La violencia se diseminó a tropas vecinas. En unos días había muchos infantes muertos y casos de canibalismo. Algunos animales se mecían repetidamente con la mirada perdida. Las actividades normales de las tropas desaparecieron. Y, así como empezó, el episodio se esfumó sin dejar rastro.

Se han dado a conocer casos similares en cautiverio. Nosotros presenciamos en nuestro laboratorio uno de causa muy clara: la confrontación irreductible de dos tropas de macacos que habían convivido precariamente durante un año y medio. Da la impresión de que esto es un primordio animal de la violencia generalizada que se observa en situaciones catastróficas entre los seres humanos, así como hay también primordios de lenguaje y de conductas rituales en los simios. A muchas de éstas no les encontramos fácilmente una explicación en términos adaptativos. Sin embargo, en descargo de los simios debemos decir que no se ha documentado entre animales de la misma especie una sola instancia de uso de instrumentos para matar.

Aquí acude a la mente la terrible imagen de la película clásica 2001, odisea del espacio de Stanley Kubrik, cuando un homínido primitivo descubre que con la ayuda de un fémur puede matar a golpes a los miembros de un grupo rival, lo cual le da notoria ventaja en la lucha por los recursos alimenticios. En su euforia, el hombre-simio arroja el fémur al aire y éste se convierte en una nave espacial. Sobrecogedora metáfora. ¿Fue, en realidad, el primer instrumento un arma mortal? Probablemente no. Algunos animales, entre ellos los chimpancés, usan objetos para alimentarse, pero en algún momento de la evolución de los humanos se empezaron a usar armas. ¿Por qué? Esto no lo sabemos. Si consideramos que se trata de un fenómeno netamente cultural, es posible adoptar una actitud más optimista que si pensamos en una determinación biológica o genética. Posiblemente las dos posiciones no sean tan irreductibles como aparentan. Contrariamente a los que se supone, la biología no es destino inexorable: el cerebro cambia, incluso morfológicamente, por la experiencia, y la dotación genética puede ser usada en uno u otro sentido.

Es peligroso negar la existencia del mal y la violencia en nosotros mismos, en nuestro grupo social o en la dotación biológica de la especie. Este es, posiblemente, el mensaje central de mitos tan remotos y difundidos como el de Quetzalcóatl. El hacerlo suele tener el resultado indeseable de que el mal sea proyectado a otros, quienes se convierten en enemigos que merecen sufrir y morir. Tenemos la dotación biológica, psicológica, conductual y cultural tanto para ser violentos y destructivos como para ser benevolentes, altruistas y amorosos. Existen, desde luego, culturas, doctrinas y escuelas que impulsan y favorecen una u otra de estas dotaciones y seguramente debemos sostener aquellas que otorguen un alto valor a la no violencia y al respeto a la vida humana y la de todos los seres sensibles. Este ha sido uno de los papeles más positivos que han desempeñado los sistemas tradicionales de sabiduría y las religiones organizadas con las numerosas excepciones de tantas guerras santas o inquisiciones.

Pero más allá de las doctrinas sabemos que cada individuo debe confrontar su propia violencia para resolverla y que esto es una labor que llega a lo más profundo de cada quien. Sabemos también, gracias al budismo y a otras tradiciones de la sabiduría, que el origen del odio, la avaricia y demás motivaciones afectivas de la conducta violenta puede ser desenraizado mediante la práctica diligente de una introspección dirigida y sistemática, por lo que su cultivo generalizado podría ser una contribución definitiva a la erradicación de la guerra y la violencia. Como muestra y testimonio de esto, mencionaré sólo cuatro nombres de personas de nuestro siglo que han mostrado la transparencia de estos caminos: Mohandas Gandhi, Martin Luther King, Andrey Sakharov y el Dalai Lama.

LA FUENTE DEL PODER

Las ciencias políticas constituyen un grupo de disciplinas muy particulares dentro del gran complejo de la ciencia social. Se definen por la teorización del poder, sus causas, su estructura y sus efectos y tienen, a diferencia de otras ciencias, consecuencias muy directas y concretas sobre la actividad pública de los sujetos. A nadie escapa que las teorías políticas y económicas de Marx han tenido importantes consecuencias con respecto a la comprensión de fenómenos sociales a gran escala y que han sido aplicadas de maneras por demás diversas tanto para obtener o detentar el poder como para atacarlo y removerlo. En esta ocasión pretendo resumir una teoría contemporánea que ha alcanzado cierta divulgación y que ha sido usada por grupos de activistas de la no violencia. Me refiero a la teoría del poder de Gene Sharp.

La esencia de la teoría de Sharp es muy simple, tal vez demasiado: 1) los individuos de la sociedad se pueden dividir en gobernantes y súbditos; 2) el poder de los gobernantes emana del consentimiento de los súbditos; 3) la acción no violenta es el proceso de retirar el consentimiento, lo cual constituye una forma eficiente para contrarrestar los problemas de la dictadura, el genocidio, la guerra y, en general, la opresión. El concepto de gobernante incluye no sólo a los funcionarios y ejecutivos de alto nivel, sino a todos los elementos de poder y decisión del Estado. Entre ellos Sharp destaca la burocracia estatal, la policía y el sector militar. El resto de los individuos son los súbditos. Por otro lado, el poder estatal incluye la totalidad de medios, influencias y presiones —incluyendo autoridad, premios y castigos— disponibles para alcanzar los objetivos de quienes desempeñan cargos públicos. El poder no es una entidad monolítica que reside en una persona o un cargo sino una entidad plural de grupos en diversas ubicaciones, los loci de poder. Ahora bien, si el poder no emana directamente de los gobernantes debe provenir de otras fuentes. Entre ellas Sharp destaca la autoridad, los recursos humanos, el conocimiento y las habilidades, recursos materiales y sanciones. Sin embargo, la base de estas fuentes de poder radica, en último término, en la obediencia y la cooperación de los súbditos.

Éste es el concepto central de la teoría: sin el consentimiento de los súbditos, sea en forma de la aceptación activa o pasiva, el gobernante tendría poca base para ejercer el poder. Esta aseveración lleva a cuestionar por qué obedecen los individuos. Las razones son múltiples: hábito, miedo a las sanciones, sentido de obligación moral, identificación psicológica con el gobierno, indiferencia, ausencia de confianza. El gobierno no se verá socavado con la amenaza, la enajenación o la crítica, así sea ésta certera. La alternativa para dejar sin fundamento al gobierno es la no violencia entendida como el rehusarse a obedecer activamente. Es interesante evaluar las críticas a la teoría de Sharp como un ejemplo del debate académico en la ciencia política. Para ello resumiré el análisis de Brian Martin, un físico de la Universidad de Wollongong. Martin considera que la teoría de Sharp se basa fundamentalmente en una consideración individualista del sistema social, cuando el poder conforma una estructura compleja con una dinámica y una vitalidad propias que sobrepasan al individuo. En la práctica, la acción individual de resistir el poder puede ser totalmente ineficaz cuando se da en un contexto social complejo que la neutraliza totalmente. Por ejemplo, la huelga, que hasta hace poco era un factor de amenaza e intensa irritación para el gobierno y quienes detentan los medios de producción, ha perdido efectividad por una serie de ajustes de tipo legal, por la manipulación de los medios de comunicación, por la división de los trabajadores en minorías de varios tipos, por proporcionar favores especiales a muchos de ellos, por la concentración de poder y la corrupción de los sindicatos.

Martin considera que la dicotomía gobernante-súbdito dista de ser tan tajante y homogénea como lo postula Sharp. Afirma que muchas de las luchas políticas contemporáneas se dan dentro de las propias burocracias. Otros factores estructurales del poder que Sharp no toma en cuenta y que complican el análisis son la tecnología y el conocimiento, que no residen pasivamente en artefactos, libros o eruditos, sino que se aplican en una serie de relaciones sociales. El gobierno provee fondos para la creación de ciertos tipos de técnicas y conocimientos, la escuela favorece otros. La teoría del consentimiento funcionaría bien en regímenes claramente represores, como el estalinismo y el fascismo, pero aun en ellos hay mucho más que una drástica dicotomía gobernante-súbdito: los factores históricos y estructurales de las sociedades en los que estos regímenes se gestaron. Además, la desobediencia puede ser totalmente inútil en problemas tales como la energía nuclear, sea con fines militares o energéticos. Curiosamente, las ideas de Sharp no han tenido su mayor repercusión en las dictaduras sino en las democracias liberales de los países industrializados.

La crítica de Martin a Sharp es un excelente ejemplo de un debate de fondo que se ha venido dando en las ciencias sociales y que se refiere a las fuerzas que protagonizan la dinámica social. Por un lado están quienes destacan el papel de los individuos e incluyen ideologías tan diversas como el anarquismo y el capitalismo, y por otro los que consideran que las sociedades son estructuras supraindividuales con factores y dinámicas propios, como las teorías de Weber, Durkheim o Marx. El famoso aforismo de Marx resume esta tendencia: la conciencia social determina a la conciencia individual. En la esfera académica los teóricos de las ciencias políticas han favorecido las teorías estructurales hasta fechas recientes, en las que algunos de sus supuestos se han debilitado. El más importante supuesto es que los cambios sociales no parten de individuos, sino de grupos que luchan por el poder para, desde allí, producir las modificaciones. Sharp está demasiado ligado a teorías como el anarquismo o el gandhismo, que son impopulares entre los teóricos de la ciencia política. Martin concluye que la fortaleza de la teoría de Sharp está en su reconocida aplicabilidad práctica y la explica de una manera sorprendente. Los activistas que practican la no violencia, aunque afirmen que se basan en las teorías de Sharp, han incorporado y actúan a partir de una información mucho más compleja de la sociedad, una visión necesariamente estructural.

Como ocurre con muchas de las dicotomías teóricas en la ciencia, particularmente la que tiene lugar entre los reduccionistas y los holistas, es posible que no haya una disyuntiva polar entre la visión individualista y estructural de la sociedad, y que resulten no sólo compatibles, sino necesariamente complementarias.

En efecto, es tan lógico suponer que las interacciones humanas determinan las relaciones entre individuos y que del conjunto de relaciones emerge una estructura social con dinámicas propias, como proponer que son los factores de este suprasistema los que determinan las relaciones y las interacciones. Ambas son versiones restringidas y deterministas lineales cuando, en el devenir histórico cada evento observado tiene un origen múltiple tanto en factores subpersonales (como ciertos códigos genéticos), factores personales (como la personalidad y la conciencia), hasta factores de grupo y sociales.

EL DISCRETO ENCANTO DEL ANARQUISMO

El derrumbe estrepitoso del socialismo real en los países de Europa Oriental y el abandono tácito del modelo leninista en la Unión Soviética han sido tomados como signos de muerte de la filosofía política del socialismo. Sin embargo, cabe recordar que desde una de las ramas del socialismo se había condenado al marxismo ya desde la Primera Internacional y al leninismo en los años veinte, previendo ya entonces que una dictadura nunca podría desembocar en la eliminación de las clases sociales, sino en el fortalecimiento de todos los vicios del Estado. Me refiero al anarquismo, una doctrina política que nunca ha sido viable, excepto efímeramente en la revolución española de 1936, y que en la opinión pública está erróneamente identificada con el terrorismo y el caos social. Es relevante anotar en este sentido que para muchos analistas, como el indio mazateco y destacado anarquista pionero de la Revolución Mexicana, Ricardo Flores Magón (1873-1922), las culturas tradicionales, con su ausencia de una organización estatal, de policías, cárceles y burocracia, son fundamentalmente anárquicas. Por todo esto, y por sus supuestas bases biológicas, parece apropiado hacer una revaloración de la ideología anarquista.

Voy a emplear un modelo médico para resumir apretadamente las ideas anarquistas. La teoría tiene una serie de supuestos básicos con los que hace un diagnóstico de los males de la sociedad, un pronóstico de desarrollo alternativo y varias rutas terapéuticas de los problemas sociales. Hay tres supuestos que fundamentan la ideología anarquista: la idea de desarrollo social, el conflicto individuo-institución y una particular noción de libertad. La sociedad es considerada como un proceso cambiante en el que una perfectibilidad creciente sólo es posible con base en una moralización progresiva de los individuos y los grupos. El cambio hacia una mayor justicia debe darse voluntariamente en el individuo o en núcleos pequeños por la adquisición de una nueva forma de pensar y de vivir, y no por la toma del poder o la expedición de leyes, las cuales se consideran inoperantes o coercitivas. De esta forma, el conflicto social fundamental no es tanto el de la lucha de clases sino, sobre todo, el del individuo contra las instituciones sociales. El libre albedrío es un valor supremo y el individuo debe tender a su diferenciación porque sólo así encontrará los resortes naturales de cooperación con otros, de justicia y de amor.

Buena parte de estas ideas fueron elaboradas por Piotr Kropotkin (1842-1921), eminente geógrafo ruso que se entusiasmó con la teoría de la selección natural de Darwin pero que sustituyó el mecanismo de lucha, competencia y selección del más apto por el de cooperación, según el cual los homínidos primitivos sobrevivieron gracias a capacidades de ayuda mutua seleccionadas por su valor adaptativo y que están en todos nosotros. Kropotkin considera, así, que somos genéticamente anarquistas, con lo cual se convierte en el pionero de la sociobiología, disciplina científica que considera que buena parte del comportamiento social humano está genéticamente condicionado por un mecanismo de selección natural, y que tantas críticas causó en los años setenta, curiosamente desde la izquierda académica e intelectual.

Con estas bases el anarquismo hace una crítica de la sociedad moderna. En lo político el anarquismo es, por definición, antiautoritario y antiestatal. El análisis del poder que hacen algunos anarquistas resulta interesante. Se distingue claramente el poder del dominio. El poder es una autoridad legítima que la comunidad otorga a quien tiene la información, el valor o la experiencia que lo avalen; digamos al médico, al maestro o al líder político. El dominio, en cambio, es la apropiación ilegítima y forzosa de una capacidad que coarta la libertad de los otros contra la voluntad expresa o potencial de éstos en beneficio de quien lo ejerce. Para el anarquista el dominio es la característica esencial del Estado y las instituciones: se detenta por la fuerza, se ejerce por la represión y se representa y perpetúa por la burocracia y el militarismo.

En lo económico el anarquismo se manifiesta contra el consumismo y la ganancia, que tienen sus raíces en una avaricia que va mucho más allá del derecho a una calidad de vida decorosa y contra el mecanicismo que trastoca el valor básico del trabajo. Se considera que el Estado moderno conjuga el dominio político y económico con poderosos mecanismos de propaganda y persuasión que mantienen a los individuos sujetos.

Para remediar esta patología el anarquista prescribe una alternativa radical que destruya y sustituya uno a uno los males del cuerpo social. Contra el dominio promueve la idea de igualdad real y diferenciación funcional que se debe conseguir mediante la toma de conciencia, la resistencia civil y la acción social directa. Contra la coerción se establece la espontaneidad y la tolerancia. Contra el Estado, el mayor enemigo, se plantean varias alternativas entre las que están la federación de comunidades agrarias o industriales libres en la variedad del anarquismo comunista y del anarcosindicalismo, la formación de un mutualismo más individualista o la privatización completa de todos los bienes y servicios en la modalidad reciente del anarquismo capitalista. Contra la utilidad y la ganancia se prescribe la autogestión y la simplificación: individuos, familias o grupos autosuficientes por su trabajo y complementados por otros con habilidades distintas. La industria debe ser pequeña y manejada por los propios trabajadores. Finalmente la propiedad debe ser la mínima para garantizar los enseres y el espacio necesario al individuo para cumplir estos objetivos, o nula según los más radicales como Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), otro de los padres del anarquismo, cuyo famoso aforismo "la propiedad es robo" sigue escandalizando por su retadora audacia, como sorprende también la idea opuesta del anarquismo capitalista o "libertarianismo" promulgado por Murray Rothbard, que propone una privatización total de bienes y servicios para la desaparición del Estado.

Bien se puede advertir que ya en este punto los anarquistas difieren de maneras radicales en su modelo de sociedad ideal. En donde divergen aún más es en los medios para lograr la transformación deseada. La disyuntiva básica está en el uso de la violencia; por ejemplo, el apasionado revolucionario Mikhail Bakunin (1814-1876), eterno contrincante de Marx, pregonaba la movilización violenta de grupos pequeños con la esperanza de que se diera un "movimiento espontáneo de masas" que acabara con el Estado. Bakunin se negaba a aceptar el control, la centralización y la autoridad del partido que Marx proclamaba, lo cual le valió la expulsión de la Primera Internacional en 1868 y significó la división de los revolucionarios durante más de medio siglo.

Poco después surgiría la idea de la "propaganda por el hecho", es decir, el terrorismo para minar al Estado mediante atentados a monarcas y estadistas, lo cual quedó como el distintivo del anarquismo. Sin embargo, en el otro extremo del espectro están los anarquistas pacifistas, en particular Henry David Thoreau, el padre de la resistencia civil, y Leon Tolstoi, quienes ejercieron una notoria influencia sobre Mahatma Gandhi y Martin Luther King. Una tercera opción fue la organización mutualista que tomaron con relativo éxito los anarquistas españoles en la guerra civil de 1936 y que fueran combatidos con mayor ahínco por los comunistas que por los propios fascistas. La cuarta alternativa no ha dejado de tener adeptos, se trata del anarquismo individualista de Max Stirner, según el cual el individuo soberano debe mantenerse aislado de una sociedad necesariamente viciada que no tiene ningún derecho a mantener la más mínima cortapisa sobre su vida.

Es interesante anotar que varias personalidades prominentes de la ciencia contemporánea han mostrado interés por el anarquismo y en algunos casos aportado análisis y opiniones relevantes para su comprensión. Probablemente el más conocido de los científicos filoanarquistas sea Noam Chomsky, el notable lingüista del Instituto Tecnológico de Massachusetts. De hecho debemos a Chomsky uno de los alegatos más sólidos a favor de las bondades y viabilidad del anarquismo español durante la guerra civil.

Aunque el anarquismo tiene elementos contradictorios e ingenuamente utópicos, posee innegables méritos y atractivos que mantienen su vigencia. En particular, en mi opinión, la variedad del anarquismo pacifista. El pacifismo sigue siendo una alternativa de lucha y un antídoto para las manifestaciones intolerables del militarismo y el terrorismo. Las críticas al Estado, si bien excesivas por su generalización, también apuntan en una dirección correcta: reducir las instituciones y la burocracia a su mínima expresión funcional, pero sin que esto implique necesariamente el acaparamiento del poder por el sector privado. Con todo esto parecería que la doctrina política del anarquismo tiene bastante que ofrecer al malestar de nuestro lánguido panorama político de fin de milenio cuya mejor manifestación es la democracia liberal, tan lejana aún de una democracia realmente participativa y justa. Sin embargo, más que una práctica social, el anarquismo constituye un ideario que nos llama, según George Woodcock, el autor de una extensa historia del movimiento libertario, "a pararnos en nuestros propios basamentos morales como una generación de príncipes, a percatamos de la justicia como un fuego interno y a aprender que las voces sólidas y sutiles de nuestros corazones hablan con mayor verdad que los coros de propaganda que asaltan a nuestros oídos". Resuena aquí una vez más el apasionado anarquismo biológico de Kropotkin, pero se agrega la necesidad de entonar al ser humano en esa longitud de onda en la que se funda la especie. En efecto, el anarquismo requiere un cambio significativo del ser humano para ser viable y es ahí donde reside, quizás, su mayor valor y su más grave limitación. Vale la pena ponderar la veracidad de la siguiente afirmación: si todos fuéramos sabios, como Sócrates o Buda, aun parcialmente sabios, el Estado sería mucho más superfluo que si todos somos propietarios o nadie lo es.

ECODESARROLLO, NUEVA ALQUIMIA Y UTOPÍA

A diferencia de la ciencia que se hace en las grandes instituciones, como las universidades, el gobierno, las industrias o los hospitales y que cuenta con recursos, personal altamente calificado dedicado íntegramente a la investigación e instrumentos especializados y de frontera, la tecnología "blanda" es una investigación hecha con muy pocos recursos, casi sin patrocinio, sin acceso a las publicaciones internacionales de excelencia y sin resultados mercantiles. A pesar de estas diferencias, los grupos que se abocaron a este quehacer realizaron una investigación metódica e informada que aprovechó múltiples aportaciones de la ciencia y la tecnología institucionales y logró establecer una red de comunicación mediante publicaciones múltiples, sobre todo en los años setenta. Lo fundamental de este quehacer es que se trata de una investigación descentralizada que pretende vincularse directamente con la actividad cotidiana y la vida diaria de quien la ejecuta. De esta manera, sus resultados tendrían una aplicación inmediata para mejorar la calidad de vida de la pequeña comunidad que los emprende y podrían ser usados por quienes lo desearan sin necesidad de patentes o mercancías.

Como se puede apreciar, el planteamiento es sumamente radical. Surgió de las críticas sociales del movimiento juvenil de los años sesenta y se difundió como una actividad alternativa al "desarrollo" de las sociedades occidentales. Esa actividad intentó amalgamar ciertos conceptos del anarquismo y algunos métodos de la ciencia, en particular de la ecología, las tecnologías de las sociedades agrícolas tradicionales y las de la técnica industrial para lograr una forma de vida autosuficiente. Es posible que la mejor exposición de estas ideas esté contenida en Small is Beautiful, el delicioso libro de E. F. Schumacher, un economista británico.

La investigación tecnológica blanda, intermedia o alternativa, se desarrolló en varios frentes simultáneos que pretendían ofrecer una respuesta autónoma a las necesidades humanas básicas de vivienda, energía, alimentación y salud. Los frentes de la investigación fueron las llamadas ecotécnicas: la energía solar, el uso de la fuerza del viento o del agua, los combustibles derivados de desechos humanos y animales, ciertos procesos de obtención de alimento como la hidroponia o la piscicultura y la revaluación de técnicas tradicionales de salud, como la herbolaria. De esta manera se llegaron a desarrollar proyectos muy ingeniosos de casas ecológicas que aprovechando la energía solar y la del viento, podían acondicionar su temperatura, calentar el agua, aprovechar los desechos y producir alimentos. En 1974 tuve la oportunidad de visitar uno de los proyectos de investigación más exitosos de tecnología alternativa, el Instituto de la Nueva Alquimia cerca de Woods Whole, Nueva Inglaterra. Uno de sus ecosistemas artificiales me llamó poderosamente la atención. Se trataba de un invernadero geodésico calentado por el Sol que, en pleno invierno, mantenía en su interior tres estanques de agua templada. En el primero se criaban hongos y otros organismos microscópicos y su contenido se derramaba lentamente a un segundo tanque en el que crecían diversas especies de insectos y larvas que se alimentaban de los organismos del primer estanque y que, a su vez, pasaban lentamente a una tercera pileta donde se hallaban peces que se alimentaban de ellos. Dos veces a la semana el depósito del tercer tanque, que contenía los excrementos de los peces, era extraído y llevado al primero, con lo cual se producía el medio idóneo para el desarrollo de microrganismos y se cerraba experimentalmente el ciclo alimentario. El agua de los tres tanques era movida y oxigenada por un molino de viento y su temperatura se regulaba por un sistema de calefacción solar pasivo, es decir, que no requería la conversión de energía luminosa en eléctrica y que hasta hace poco resultaba poco costeable. El sistema era cerrado, totalmente autosuficiente y rendía varios kilos de pescado al mes, los necesarios para suplir los requerimientos proteínicos de una familia sin requerir más trabajo que el de esa familia.

Con la experiencia de este y otros proyectos más, los nuevos alquimistas planearon un arca, es decir, una unidad habitacional unifamiliar totalmente autosuficiente y no contaminante. La mayoría de los miembros del instituto eran jóvenes educados en las universidades que se habían desilusionado de las perspectivas de vida y trabajo que les ofrecía su sociedad y estaban dispuestos a demostrar que era posible alcanzar una alternativa eficiente. Había en su labor elementos sumamente atractivos y significativos. Era una investigación tecnológica de interés directo y de corte multidisciplinario en la que incidían saberes tan diversos como la arquitectura, la física y la biología. Se aprovechaban materiales de desecho de las fábricas y muchos de sus aparatos se construían con basura de la ciudad. Había un regreso a una forma de vida rural y de comunidades más humanas, pero sin desechar los conocimientos de la ciencia y la tecnología o renunciar a un básico bienestar que permitiera el cultivo de otros quehaceres intelectualmente satisfactorios.

En esa época me parecía que la idea y la proposición de una sociedad descentralizada, autosuficiente y no mercantil que algunos teóricos englobaron con el término de ecodesarrollo se iba a convertir en una alternativa viable, ya no de la ciencia institucional, a la que nunca pretendió sustituir, sino del crecimiento desordenado y las dificultades múltiples de las sociedades industriales con su cauda de desechos, contaminación, consumismo e insatisfacción. Los ecologistas tenían entonces un programa constructivo y no sólo se limitaban a denunciar y militar en contra de la contaminación industrial o estatal. Parecía, a diferencia del anarquismo político y en concordancia con el anarquismo filosófico, una utopía factible. Sin embargo, en la década de los años ochenta, lejos de extenderse y consolidarse esta alternativa, el modelo de crecimiento industrial y mercantil capitalista se extendió aún más hasta coronarse como vencedor absoluto sobre el cadáver del comunismo (sin revelar que el muerto había fallecido de una enfermedad genética incurable).

Con todo esto los ensayos de tecnología blanda prácticamente desaparecieron. En parte sus intereses habían sido tomados por el Estado, como sucedió en México durante el sexenio de Echeverría, o bien por la industria. Pero, además, se ha reforzado la cultura consumista a un nivel sin precedentes. Da la impresión de que el ecodesarrollo no es un programa viable en la actual estructura social y que los esforzados intentos de pequeños grupos seguirán siendo muestras valiosas de una posibilidad que, probablemente, no llegue a cristalizar hasta que la propia sociedad se empiece a colapsar por su notoria inadaptación al medio ambiente general y a su deshumanización endógena. El cambio de vida que demanda el ecodesarrollo es de tal magnitud, y el contraste con el estilo imperante es tan severo, que los proyectos, sean individuales, familiares o comunales necesariamente entran en conflicto y fracasan en su mayoría. El cambio de vida sólo podrá darse en sujetos que hayan realizado un difícil reajuste interno previo.

LECTURAS

Arias, G. (compilador), La no-violencia, arma política, Nova Terra, Barcelona.

Chomsky, N. (1973), For Reasons of State, Vintage Books, Nueva York.

Díaz, J. L. (1985), Análisis estructural de la conducta, Universidad Nacional Autónoma de México, México.

Eibl-Eibesfeldt, I. (1987), Guerra y paz, Salvat, Barcelona.

Kropotkin, P. (1977), Obras, Anagrama, Barcelona.

Martin, B. (1989), "Gene Sharp's theory of power", Journal of Peace Research 26, pp. 213-222.

Schumacher, E. F. (1973), Small is Beautifiul, Abacus, Londres.

Woodcock, G. (1962/1970), Anarchism, a history of Libertarian Ideas and Movements, Meridian, TheWorld Publisbing Co., NuevaYork.