Texto: Myrta Cristiansen, Isabel Carbajal
El guardián miró la jaula del león:
Pensó en las jirafas y buscó sus cuellos entre los árboles:
El guardián se quedó helado ante el estanque vacío. Luego, salió corriendo del zoológico, gritando, y se encontró con una hormiga que le dijo:
No busques más; se han ido todos y ahora no quedo más que yo...
Pero, como tarde o temprano todo se sabe, la hormiga explicó lo sucedido. Así comenzó a rodar, de oreja en oreja, esta historia con demasiadas burbujas y sin ninguna moraleja...
Fue anoche, dijo la hormiga, cuando el zoológico tuvo visitas muy extrañas:
un niño y un viejo que al hablar dejaban escapar burbujas en vez de palabras...
Sorprendidos, los animales los rodearon; al entender las burbujas, pronto empezaron
a platicar con los extraños. Los animales se quejaron de que estaban muy tristes
por vivir prisioneros.
Después, discutieron toda la noche en asamblea para encontrar la manera de escapar.
Burbujas como palabras, y palabras como burbujas, iban y venían en gran confusión por el zoológico; al final, el anciano eligió a tres representantes para que propusieran soluciones. El conejo habló primero y dijo:
Yo estoy harto de esta vida que es pura zanahoria. A mí me gustaría jugar en el bosque con las ardillas, y buscar mis propias zanahorias.
Éste era un conejo sabio en excavaciones subterráneas, por lo que continuó:
Propongo que juntos cavemos unos túneles muy largos que nos conduzcan a la libertad.
La tigresa se mostró enojada con la propuesta del conejo y, burlándose de él, dijo:
Esta solución no sirve para todos. ¿Se imaginan a la jirafa tratando de meter su cuello por esos túneles? ¡Ja!
Con mucha audacia, la tigresa propuso:
Construyamos un trampolín para que, de un brinco gigante, vayamos a otra parte.
¡Vaya solución! gritó la chachalaca que estaba junto a la laguna.
Tú, de veras piensas en todos, ¿no? Pero creo que se te olvidó alguien tan importante como el elefante... Nada más piensa en nuestro amigo subitrepando en el trampolín.
No; sería mejor inventar unos papalotes, y usarlos como alas para salir volando concluyó aplaudiéndose ella misma.
Los demás animales guardaron silencio. Las propuestas no habían convencido a nadie.
El Viejo de las burbujas pensó y pensó y pensó... Al fin, llamó a su nieto.
Armando, tengo la fórmula para sacarlos de aquí, y tú me ayudarás.
Juntos realizaron una extraña ceremonia a orillas del lago. Al conjuro de sus gestos y palabras mágicas, las aguas empezaron a moverse, desprendiendo miles de burbujas de brillantes colores que danzaron alocadas.
El Viejo Mago habló a los animales:
¡Tristes cautivos, confíen en mí! Si me obedecen, haré que fácilmente queden en libertad.
¡Sí, sí! Te obedeceremos respondieron todos.
Bien; beban de estas burbujeantes aguas hasta agotar el lago.
Los animales, entusiasmados, comenzaron a beber y beber... Bebieron durante toda la noche.
El Viejo de las burbujas y Armando, aburridos de esperar a que vaciaran el lago, se quedaron dormidos bajo un árbol.
Los animales se transformaron en animales burbujas o animarbujas ¡Qué cómicos se veían! Inflados como globos y riéndose unos de otros, empezaron a flotar. Entonces, el Viejo y Armando despertaron.
Apenas soplando, consiguieron elevar muy alto y muy lejos a los animarbujas. Unos patas arriba, otros ladeados, iban flotando sobre los árboles, entre las nubes. Y así fue como se produjo la sorprendente fuga del zoológico.
Mucho tiempo después los animarbujas fueron depositados por el aire en lo alto de una montaña. Y caminaron siempre juntos, cuidándose unos a otros.
Esta noticia llegó a oídos de la hormiga que estaba aún en el zoológico. Ella se alegró mucho por sus amigos; pero, al mismo tiempo, se sintió sola y triste por no haber escapado con ellos.
"Hay cosas importantes que no pueden ser recuperadas; como esta oportunidad perdida... ", pensó.
Pero hay otra parte de esta historia que la hormiga nunca llegó a saber.
Después de bajar de la montaña, los animales burbujas llegaron a un pequeño valle. Allí, siguiendo las instrucciones que el Viejo Mago les había dado, descargaron toda el agua, hasta que formaron un nuevo lago. Una de las jirafas exclamó:
¡Jirafa vanidosa! le respondió el lago
¿Qué hubiera sido de ti sin mis burbujas?
Yo también me llamo lagunarbuja, y el sol es testigo de que soy el único lago en la historia del mundo que pudo volar de un lugar a otro.
Sin embargo, no me envanezco por esta hazaña.
Los animarbujas, agradecidos, nunca abandonaron al lago que había hecho posible su fuga.
Felices en su libertad, todos los días inventaban nuevas rondas y juegos.
El agua ya no se agitaba burbujeante. Era un plácido espejo que reflejaba sus imágenes.
El pavo real gastaba tanto tiempo admirando su reflejo, que los azules y verdes del lago quedaron plasmados en sus plumas para siempre.
Otra cualidad de las aguas hechizadas era la de poner las cosas al revés. Así fue como el león pudo ser amigo hasta de los peces. Con voz tonante proclamaba a todos los vientos:
¡Ya no soy el Rey de la Selva! Porque, entre amigos, no hace falta que uno sea rey.
Las ardillas fueron nombradas centinelas para vigilar la paz de esta feliz colonia. Pero cierto día, un gran alboroto estremeció el bosque.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Dos extraños han invadido nuestro mundo! avisaron las ardillas, subiendo y bajando, bajando y subiendo de los árboles.
Los animarbujas, aterrados, corrieron en distintas direcciones buscando refugio.
El elefante, haciendo gala de la mayor valentía, dijo:
¡Escóndanse! ¡Yo solo haré frente al peligro! y avanzó, intrépidamente, entre la fronda.
Grande fue su sorpresa al descubrir que los extraños invasores eran nada menos que sus antiguos amigos: el viejo de las burbujas y Armando.
El niño corrió a abrazar al elefante, y éste, alzando una pata, saludó al viejo diciendo:
¡Por fin han llegado! ¡Nos faltaban ustedes para completar nuestra dicha!
Los tucanes, que espiaban cautelosos, clamaron a grandes voces batiendo sus alas:
¡Animarbujas!
¡Animarbujas! ¡Salgan todos, no hay peligro!
Y dispuesto siempre al regocijo, Armando dio la noticia:
Venimos a vivir con ustedes.