Había una vez un cuento descontento.
No tenía nada: ni hadas ni duendes ni dragones ni brujas.
Ni siquiera tenía un lobo o un enano.
Los otros cuentos ya lo tenían todo:
Blancanieves tenía siete enanos; Pulgarcito tenía sus botas de siete leguas; ¡y Alicia tenía todo el País de las Maravillas!
Pero nuestro cuento estaba vacío.
Fue a ver a las hadas madrinas, pero las encontró muy ocupadas:
No podemos ayudarte le dijeron. Imagínate: en la Bella Durmiente necesitan hasta trece hadas madrinas. Estamos todas ocupadas.
Nuestro cuento fue a ver si conseguía algún dragón, pero todos estaban ya apartados para los cuentos chinos. Trató de procurarse aunque sea unos cuantos duendes, pero
todos andaban ya en los otros cuentos. No pudo conseguir hadas ni dragones ni duendes ni nada. Era un cuento vacío. Estaba muy descontento.
Tan descontento que no volvió a salir de su casa. Le daba vergüenza que lo vieran tan despoblado, tan vacío. Nuestro cuento no volvió a salir nunca más.
Los otros cuentos eran muy famosos. Algunos, como Pinocho y Blancanieves, se hicieron estrellas de cine y salían retratados en todos los periódicos. Hasta la humilde Cenicienta llegó a ser estrella de cine. Pero claro, Cenicienta tenía príncipe y zapatillas de cristal, y nuestro cuento no tenía nada. Estaba vacío y no volvió a salir de su casa. Los otros cuentos si salían; andaban por todas partes, todo mundo los contaba.
Los niños del mundo siempre estaban pidiendo que les contaran un cuento, y otro, y otro más. Y los cuentos andaban ocupadísimos, de acá para allá, con sus carrozas y princesas, con sus barcos y piratas, con sus hadas y sus duendes. Y los cuentos viajaban de un país a otro, de un idioma a otro, andaban por todas partes. Nuestro cuento vació seguía encerrado en su casa, muy triste y renegado, y los niños del mundo seguían pidiendo cuentos, cada vez más. Cuentos y más cuentos... ¡hasta que se los acabaron todos! No quedó ni un cuento.
El mundo se quedó sin cuentos. Nada.
Entonces los niños se acordaron del cuento vacío y fueron a buscarlo. Él no quería salir. Le daba vergüenza porque no tenía nada; ni brujas ni princesas ni zapatillas de cristal.
Le pusieron luciérnagas y salió un cuento mágíco.
Le pusieron naves espaciales y salió un cuento de aventuras.
Le pusieron un ratón en bicicleta y quedó un cuento chistoso.
ballenatos y quedó un cuento gordo, húmedo y tierno.
Los niños estaban felices poniéndole cosas al cuento vacío, hasta que una niña
chiquitita dijo:
¡Yo no se leer todavía! ¡Pónganle colores al cuento para que yo
lo entienda! Y el cuento se llenó con todos los colores del arco iris. Todos
los niños del mundo jugaron con aquel cuento.
Una niña le puso todos los peces del mar y otra lo llenó de alas y de murciélagos. Un niño lo cubrió de minerales preciosos y el cuento brilló. ¡Y otro le puso un marcianito verde y un superpingüino azul! Los niños le pusieron al cuento un traje espacial y lo mandaron a recorrer galaxias. Cuando regresó, lo vistieron de buzo y lo mandaron al fondo del mar. De ahí regresó el cuento con burbujas, pulpos y corales: ¡todo lo maravilloso del mundo!
¡A mí me gustaban las princesas que se gastaron en los otros cuentos! Y los niños del mundo volvieron a inventar a las princesas, a las hadas y a los ogros.
Nuestro cuento ya no estaba descontento. ¡Ya no estaba vacío! Era el último cuento que quedaba y fue todos los cuentos.
A los niños les gustó el cuento vacío, porque podían ponerle lo que quisieran.
¿Qué te gustaría ponerle al cuento?
Aquí está, blanco y vacío, para que juegues con él.