Yo soy Alfredo, el gordo más gordo de la ciudad.
Me llamo Alfredo porque ruedo.
Cuando voy al parque, no puedo deslizarme en las resbaladillas porque las quiebro. Tampoco me resisten los columpios; y dicen que la silla voladora no gira todo lo rápido que debiera cuando yo voy arriba, así es que tampoco me subo en ella.
Busco un pedacito de césped, un poquito de terreno libre, y me tiro al suelo. Digo mis palabras mágicas, y me aviento: allá voy, rueda que te rueda, dando vueltas con mucho ritmo, para que no se acabe de golpe el juego, porque no tendría ningún chiste echarme a rodar y acabar en seguida. No; a mí me gusta irme lento, con los ojos cerrados: todo mi cuerpo como una pelota, como un sol, o como el lado visible de la luna.
Los muchachos se detienen a mirar. Incrédulos al principio. Interesados después, cuando me detengo, jadeando, porque rodar no deja de ser un verdadero trabajo; como a la tercera vuelta, ya tengo mi grupo de espectadores.
Niñas y niños flaquitos, con sus camisetas de colores y sus paletas de limón, mirándome, con tantas ganas de rodar... y no pueden, porque se quiebran los huesos o se aplastan las costillas. Les falta lo que se llama resistencia y acolchonamiento por todos los costados, como lo tengo yo.
Mientras digo mis palabras mágicas, pienso que mi cuerpo es una máquina. Una máquina con su mecanismo, y su motor, y sus bujías, y su aceite. Si tengo todo esto bajo control, mi máquina funcionará correctamente. Así es que me pregunto bajito, para que nadie escuche:
¿Alfredo, Alfredo, listo para rodar?
¿Seguro que nada te va a fallar?
¿Alfredo, Alfredo, listo para dar vueltas?
¿Seguro que tienes las llaves puestas?
¿Alfredo, Alfredo, mediste el terreno?
¿Seguro que tienes bueno el freno?
Y a cada pregunta respondo que sí, y al terminar el interrogatorio, me aviento, despacito. Y es igual que si volara, igual que un bailarín cuando pierde presión al dar sus brincos. El corazón me late fuerte como si trotara.
Aprieto los brazos en torno a mi cuerpo, como si tuviera entre las manos una pelota de beisbol, como si mi cuerpo y la pelota fueran uno solo en el momento de lanzar.
Y veo a toda aquella gente que se ha reunido a ver mi espectáculo, y me siento orgulloso; no cualquiera consigue rodar con tanta elegancia como yo.
Llevo como ocho años, de los diez que tengo, practicando esto de rodar. Últimamente he estado pensando que sería muy buena idea traer a mi hermanita Leticia como anunciadora del espectáculo. Leticia va a ser actriz, bailarina o algo así; le encanta declamar, hablar a gritos y hacer todo tipo de gestos, como si estuviera espantando moscas.
Leticia estaría encantada si nos instalamos tempranito en el parque y nos buscamos un buen lugar, en declive si es posible, y limpio de obstáculos, y que cuando ella vea que ya estoy controlando mi maquinaria, empiece a gritar invitando a los niños a hacernos rueda:
"¡Vengan a admirar la demostración más novedosa de la temporada! ¡El gran Alfredo, campeón mundial de la rodada en césped!", podría gritar, por ejemplo, mi hermanita. Tengo que inventar una buena presentación, no muy larga, para que la gente entienda en seguida de qué se trata.
De esta manera paso muy entretenido mis fines de semana, sin necesidad de soportar las burlas de los muchachos con eso de "¡gordo, a ver si puedes subirte a un árbol!" No, señor. Eso se acabó. Yo hago mi vida propia, me dedico a rodar de tiempo completo. En el pasillo, por las mañanas; en el piso de mi cuarto a mediodía, y también en el patio, si no llueve. Estoy en plena forma.
No me parecería nada extraño que el día menos pensado me salgan seguidores y admiradores también. Cuando empiece a darme cuenta de que tengo seguidores, propondré campeonatos y ligas de rodadores, por colonias, y a lo mejor un campeonato nacional de rodadores.
Y la cosa va a ser tan divertida, que todos los niños desearán ser tan gordos como yo, para poder tenderse al sol y rodar, ¡qué gusto tan grande!
Cuando escuchen por ahí la voz de Leticia, ya saben de qué se trata. Acérquense, por favor. Verán a Alfredo rodando, rodando, y,
a lo mejor, a la gran liga de rodadores, cuesta abajo en alguna lomita, felices de la vida. Los espero los domingos en el parque: no se olviden, tempranito.