Y en eso se le ocurrió decir en voz alta:
"El campo me da maíz, el campo me
da frijol, el campo me da fruta;
¿no podría el campo darme un papalote?"...
y se rió un poco de su ocurrencia.
Pero el campo, que lo había estado escuchando,
no se rió de su ocurrencia
sino que se la tomó en serio.
Y entre los árboles
y las plantas se empezó a correr la voz.
Y así fue quedando un papalote grande y hermoso.
Cuando estuvo terminado, una ráfaga de viento lo llevó a donde estaba, todavía
pensativo, el papá de Ema.
Lo miró con cuidado y entonces entendió:
"¡Este papalote me lo mandó el campo y es para Ema!"
Ema vió venir a su papá desde lejos...