Fotografía: Flor Garduño y Jesús Sánchez U.
Allá por el año 1500, España era una nación muy poderosa. Conquistó y colonizó un Nuevo Mundo que más tarde se conoció como América. Y como ésta era muy grande, fue dividida en reinos, virreinatos y capitanías. La tierra que Cortés conquistó la bautizó con el nombre de Nueva España y trescientos años después era la colonia más rica.
En estas nuevas tierras los españoles se establecieron con sus familias y a sus hijos que nacieron en las colonias se les llamó criollos. Criollos y conquistadores trajeron negros de África para la explotación minera y otras labores, pues muchísimos indígenas habían muerto por la guerra, las enfermedades y el maltrato de sus nuevos amos.
Los españoles o peninsulares ricos controlaban el comercio y eran dueños de
las minas y de las haciendas. Algunos criollos heredaban grandes fortunas; y,
aunque muchos de ellos se preparaban en seminarios y universidades, los españoles
ocupaban siempre los mejores puestos. A pesar de esto, los criollos vivían mejor
que los indígenas, y éstos mejor que las castas y los mestizos. Los españoles
eran los más ricos y controlaban el comercio y la política.
Así estaba la situación cuando, en 1808, el emperador francés Napoleón Bonaparte
invadió España, destronó al rey Carlos IV y puso en su lugar a su hermano José
Bonaparte. Al llegar a la Nueva España noticias de lo que sucedió en la Península,
los criollos dijeron que no querían ser gobernados por un francés; querían nombrar
un gobernante desde la Nueva España, pero los españoles peninsulares, que siempre
recibían órdenes de España, se opusieron. Los criollos, por su parte, se juntaron
a discutir la mejor manera de gobernarse a sí mismos mientras volvía a haber
un rey en España. El virrey los apoyaba; entonces, preocupados, los peninsulares
lo destituyeron violentamente. Las nuevas autoridades perseguían a los criollos,
y un grupo de éstos que se reunía en casa del corregidor de Querétaro fue sorprendido.
La esposa del corregidor, doña Josefa Ortiz de Domínguez, antes de ser aprehendida, pudo dar aviso a otros conspiradores en Dolores y en San Miguel el Grande.
Al saberse descubierto, el cura de Dolores, don Miguel Hidalgo, y algunos jóvenes decidieron iniciar la lucha de inmediato.
Con la gente que pudo juntar, Hidalgo salió de Dolores hacia San Miguel y poco a poco se fue reuniendo más y más gente. Todo resultó sorpresivo; Hidalgo y los suyos tomaron varias ciudades, incluyendo la entonces muy importante de Guanajuato, provocando la alarma de los peninsulares. Cuando el ejército insurgente pasó por Valladolid, Hidalgo decretó la abolición de la esclavitud. Hidalgo y sus hombres seguían, sin que nadie los pudiera detener.
En un lugar llamado Monte de las Cruces, ya cerca de la ciudad de México,
llegaron a vencer al ejército virreinal, comandado por españoles pero compuesto
por criollos y mestizos.
Temeroso de no poder controlar el saqueo de la ciudad de México, y sabiendo
que las fuerzas del gobierno se acercaban desde Querétaro, Hidalgo decidió
no entrar a la ciudad. Después de un año de luchas y batallas
Calleja derrotó a Hidalgo y lo hizo prisionero, junto con Allende y Aldama,
y luego de un juicio éstos murieron fusilados.
Bandera insurgente que recuerda la
muerte del padre Hidalgo.
Fue capturada por los realistas en Zitácuaro el 2 de enero de 1812
José María Morelos e Ignacio López Rayón siguieron la lucha. Morelos conocía muy bien la amplia zona entre lo que ahora son los estados de Michoacán y Guerrero. Pronto entró en contacto con jóvenes de la región y organizó con ellos un ejército que lanzó sobre el puerto de Acapulco.
En la Nueva España, el pueblo encabezado por los insurgentes ya había hecho su declaración de independencia. Y en 1814, en la ciudad de Apatzingán, escribieron una constitución. En 1815 los realistas consiguieron derrotar y aprehender a Morelos, que fue enjuiciado y fusilado.
Al morir Morelos parecía que la lucha había terminado y que las cosas volverían
a ser como antes. Pero era imposible volver atrás. Los realistas creían haber
dominado a los insurgentes, mas Vicente Guerrero y otros continuaron luchando.
En 1820, en España, los que allá defendían la libertad obligaron al rey Fernando
VII a obedecer la constitución que había suprimido. Los españoles de la Nueva
España, y los criollos que se habían declarado enemigos de los insurgentes,
temían que la Constitución de Cádiz diera demasiado poder a los liberales. Entonces
hicieron algo contrario a lo que siempre habían venido haciendo: trataron
de independizarse totalmente de España, a fin de no tener que obedecer
la Constitución. Fueron a ver a Agustín de Iturbide, criollo realista,
para que él convenciera a Vicente Guerrero de que insurgentes y realistas
declararan la Independencia.
El 27 de septiembre de 1821, ya unidos, Guerrero e lturbide formaron un solo
ejército, el de las Tres Garantías, y entraron en la ciudad de México.
Unos meses después lturbide se proclamó emperador de México.
Terminada la guerra tenía que comenzar la organización de un nuevo país en el que los criollos, los peninsulares, los mestizos, los indios y los negros fueran ciudadanos con los mismos derechos.
México ya no obedecería las leyes de España; tendría las suyas propias, que gobernarían, desde entonces, a los mexicanos en una patria libre y nueva que aspiraba a vivir en paz.