Fotografía: Jesús Sánchez Uribe
Al mando de sus guerrilleros chinacos, el joven Porfirio Díaz participó en la defensa de la República en contra de los invasores franceses y alcanzó un amplio reconocimiento como militar. En 1877 fue elegido presidente con la ayuda de un grupo de liberales. Pero Díaz reformó la Constitución para poder reelegirse y fomentó que se hiciera trampa en las votaciones; de esa manera pudo permanecer en el poder por más de treinta años, salvo un corto periodo en que entregó el gobierno a un compadre suyo.
Conforme pasaba el tiempo, Porfirio Díaz se fue haciendo un hombre cada vez más duro y autoritario que se tenía que apoyar en el ejército y la policía para gobernar. El temor impedía que la mayoría de los mexicanos expresara su descontento.
A los altos funcionarios que gobernaban junto con Díaz la gente los llamaba despectivamente los científicos, porque hablaban de progreso, de máquinas y de industria, aunque no hacían nada para mejorar la vida del pueblo.
Estos gobernantes aprovecharon sus puestos para realízar grandes negocios y acrecentar sus propiedades. Mantenían buenas relaciones con los empresarios extranjeros y se asociaban a ellos.
Díaz y los científicos veían como parte del progreso de México el que los extranjeros vinieran a colonizar el país y en él invirtieran su dinero; por eso les daban muchas facilidades, gracias a lo cual acumularon inmensas fortunas.
Esos extranjeros adquirieron grandes haciendas, ricos campos petroleros y minas;
también eran dueños de fábricas, bancos, comercios y de los telégrafos y teléfonos.
La construcción de edificios, pavimentacíón y drenaje era parte de sus negocios.
Muchas regiones del país que antes estaban aisladas, comenzaron a comunicarse cuando las compañías constructoras estadunidenses e inglesas tendieron miles de kilómetros de vías de ferrocarril. Los trenes ayudaban a sacar del país las riquezas de los bosques, las minas y los campos de cultivo. Asimismo, se utilizaban para introducir productos industriales como maquinaria y herramientas.
Durante el siglo XIX los gobiernos liberales dictaron leyes que favorecieron
el despojo de tierras de las comunidades indígenas. Más tarde, Porfirio Díaz
promulgó nuevas leyes para colonizar terrenos desocupados pero aprovechó para
engañar a los campesinos y quitarles sus dotaciones de agua y sus mejores tierras.
Los abusos que se cometieron ocasionaron constantes rebeliones. Por ejemplo
la de los indígenas yaquis de Sonora, que eran excelentes agricultores y pastores,
y que se levantaron en armas en defensa de sus tierras; lucharon por muchos
años pero resultaron vencidos por el ejército y, en castigo, familias enteras
fueron enviadas a Yucatán, a los campos de trabajos forzados, donde la mayoría
murió a causa del maltrato, el clima y la labor extenuante.
Las tierras arrebatadas a los indígenas pasaron a formar parte de las haciendas, enormes extensiones de terreno dedicadas a la agricultura o a la ganadería.
Las haciendas necesitaban muchos trabajadores, de manera que pueblos enteros, que habían perdido sus tierras, se veían en la necesidad de laborar ahí, a cambio de unos cuantos centavos por día. Incluso había campesinos que tenían que pagar renta a la hacienda por tierras de cultivo que antes fueron suyas.
En el sur de México la población era muy escasa y había pocos campesinos que la hacienda pudiera contratar.
Surgió así la costumbre de comprar como esclavos a indígenas rebeldes y a prisioneros
sacados de las cárceles de todo el país. La venta de esclavos resultó un gran
negocio para las autoridades que la permitían.
Los capataces vigilaban el trabajo de los peones ayudados por una policía especial, contratada por la hacienda que era conocida como guardia rural. Frecuentemente en las haciendas no se pagaban los salarios con dinero sino con vales que se canjeaban en la tienda de raya por alimentos, velas, manta para ropa y cobijas.
En estas tiendas se aumentaba el precio de los productos y como generalmente el trabajador no sabía leer ni escribir se alteraban las cuentas, por lo que siempre quedaba debiendo. Las deudas pasaban de padres a hijos y si alguien intentaba escapar, la guardia rural lo devolvía después de castigarlo.
La mayoría de los propietarios de haciendas eran mexicanos muy ricos que vivían en la ciudad y mandaban a sus hijos a estudiar al extranjero. De vez en cuando visitaban sus propiedades en el campo, y por eso la hacienda tenía una casa amplía, bien protegida y con capilla propia. Además contaba con casas para los administradores, dormitorios para los criados y los peones, caballerizas, graneros, instalaciones con maquinaria y una cárcel.
En las ciudades, al igual que en el campo, el descontento era muy grande. Los
obreros tenían que trabajar jornadas de más de catorce horas para recibir un
sueldo que no alcanzaba para nada. El trabajo era inseguro y los mejores puestos
y los salarios más altos eran obtenidos por técnicos extranjeros. Los niños,
en vez de asistir a la escuela, se contrataban en las fábricas para ayudar un
poco a sus familias.
Los vendedores callejeros, los artesanos, los dueños de pequeños comercios,
los empleados y los profesionistas también la pasaban mal, y pobres de aquellos
que expresaran públicamente sus protestas, la policía se encargaba de acallarlos.
Los periodistas, especialmente, sufrían castigos y cárcel si criticaban la situación
política.
Para luchar contra estas injusticias, los hermanos Flores Magón fundaron un partido político y un periódico que se oponía a la dictadura de Díaz. Sus ideas libertarias influyeron en los trabajadores, que en los primeros años del siglo XX organizaron huelgas y levantamientos.
En Sonora, por ejemplo, los mineros del cobre exigieron que el tiempo de trabajo se redujera a ocho horas, que se les pagara igual que a los extranjeros y que se quitara a los capataces más crueles. El dueño de la mina, la Cananea Consolidated Company, llamó a los guardias rurales y a soldados de Estados Unidos para que acabaran con la huelga. Y, en el estado de Veracruz, los obreros de la fábrica de telas de Río Blanco quemaron la tienda de raya para protestar por los abusos. En esta ocasión, el dueño, que era francés, llamó al ejército y hubo muchos muertos y heridos.
En la ciudad de México los periódicos seguían hablando de don Porfirio como
el hombre que trajo la paz y la prosperidad al país. Fue durante su gobierno
cuando se construyeron algunas colonias elegantes, como la Roma y la Condesa,
con edificios que seguían la moda francesa de la época; en las calles principales
se introdujo la iluminación eléctrica, se colocaron adoquines y alcantarillas
y se instaló el servicio telefónico; grandes tiendas de departamentos exhibían
artículos importados de Europa. Igualmente se destruyeron hermosas construcciones
de la época colonial para abrir amplias avenidas, por las que circulaban los
nuevos tranvías eléctricos que desplazaron a los de mulas. Muy pronto hicieron
su aparición los automóviles.
El bosque de Chapultepec también fue transformado con la construcción de un pequeño lago artificial. Los fines de semana el bosque se convertía en un agradable paseo. Lo mismo sucedía con la avenida Reforma, que contaba con cafés donde se reunían las familias ricas a tomar chocolate.
Navegar por el canal de la Viga, en trajinera, era otro de los paseos importantes
de la capital. Entre chinampas con flores y verduras, los paseantes se detenían
en Santa Anita para almorzar o asistir a un baile, antes de emprender el camino
de regreso. Por las calzadas laterales del canal transitaban los caminantes
y los carruajes tirados por caballos.
El circo y el teatro eran los espectáculos más concurridos. Nuevas modas, como
la práctica del ciclismo o las exhibiciones de globos tripulados y aeroplanos,
comenzaron a interesar a la gente. Desde fines de siglo se presentó el cinematógrafo
en México, con gran regocijo de la población.
En pequeños salones se proyectaban cortometrajes de unos cuantos minutos. Un músico acompañaba al piano la película, pues ésta era muda. No faltaban espectadores que, asustados, abandonaban su asiento cuando en la pantalla aparecía un tren a toda marcha.
Desfile en las fiestas del Centenario en que se representa a un grupo de guerreros aztecas. |