Texto: Doris Heyden, Mariana Yampolsky
Si al nacer hubieras sido un niño o una niña azteca, tus padres te habrían
saludado con gran alegría:
"Eres mi jade precioso, mi pluma de Quetzal".
Habrían puesto en
tus manos Para un varón,
Para las niñas,
Así, se sentirían
seguros de que al crecer, |
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Tus padres consultarían al sacerdote para escoger tu nombre, de manera que fuera igual al del día de tu nacimiento, ya que cada día tenía su nombre propio y su símbolo.
Después de buscar en sus libros, el sacerdote determinaba si el nombre era de buen agüero, pues, de lo contrario,
te lo cambiaban por otro de mejor suerte.
Cada niño recibía varios nombres, tales como:
Siete Flor y Pluma de Águila o Cuatro Venado y Ramillete de Flores.
Siete Flor corresponde al día del nacimiento y Pluma de Águila al nombre que les gustó a los padres.
Cada uno de los dieciocho meses del año tenía veinte días. Cada día era representado por un signo. Al final del año había cinco días de descanso.
Por la mañana los sacerdotes despiertan a la población con su ronca trompeta de caracol.
A través de las paredes de las casas, fabricadas con carrizo y adobe, se oye el rítmico palmear de las tortilleras.
Camino al trabajo, los hombres se saludan con sus vecinos.
Desde muy temprano se nota una intensa actividad en los patios de las casas:
las mujeres tejen, y los niños, rodeados de itzcuintlis los perros pelones y guajolotes, corretean entre las flores.
Estás listo para ayudar a tus padres.
Las niñas aprenden a tejer, barrer y guisar;
los niños, a traer leña, ir a la milpa o al taller.
¡Hay que tener cuidado de hacer bien el trabajo porque te pueden castigar picándote con púas de maguey,
o bien obligándote a respirar el humo de chiles quemados que hace llorar!
Así lo preparaban a uno para enfrentarse a las duras tareas de ir a la guerra y mantener fuerte el territorio.
Muchas canoas cruzan los canales de la gran México-Tenochtitlán.
Las chinampas, donde se cultivan verduras y flores, son pequeñas islas construidas por lo hombres.
Ellos ponen estacas entretejidas con ramas,
formando paredes que contienen el fértil lodo del fondo del Lago de Tezcoco.
Los agricultores emplean la coa para hacer hoyos en la tierra y depositar en ellos las semillas.
Los pescadores usan redes, anzuelos y arpones para pescar.
¡Qué sabroso comer pato silvestre, hueva fresca de mosco y pescado de agua dulce de los lagos!
Eres ya muy importante: ¡Por fin tienes edad para estudiar!
Todos los niños, pobres y ricos, van a la escuela, ya sea al Calmecac o al Telpochcalli.
Si entras a la escuela llamada Calmecac, para aprender a ser sacerdote y gobernante,
estudiarás la lectura y escritura, las matemáticas y el movimiento de los astros.
Dejarás de jugar y escucharás con cuidado los consejos de tu padre:
"Todos los días tendrás que hacer penitencia, bañarte en agua fría, ayunar y aprender a obedecer,
para que seas capaz de enfrentarte a la disciplina de la vida azteca y de ser útil a tu patria".
El Telpochcalli es la escuela donde los guerreros veteranos preparan a los jóvenes para la guerra.
Los alumnos reparan canales, cultivan en común las tierras y hacen trabajos de interés público.
En cambio las niñas viven en la escuela, junto a los templos, hasta que se casan.
Allí aprenden las costumbres religiosas bajo la dirección de las sacerdotisas.
Por las tardes, los muchachos se reúnen con las muchachas en el patio de la escuela de danza
para divertirse y aprender el baile y el canto.
Cualquier pretexto es bueno para pasar por el mercado, que parece una feria llena de movimiento y color.
A pesar de ser tan grande está ordenado y limpio.
En una parte hay frutas y verduras; en otra ropa y alhajas.
También se encuentran montones de pieles de puma, jaguar, lobo y venado; plumas de águila, halcón y aves tropicales.
Se pueden comprar guajolotes, conejos, liebres, patos e itzcuintlis; pescado, ranas y hueva de mosco.
¿Cuánto vale el azul para teñir?
Yo quiero un cuchillo de obsidiana.
Me duele el estómago, ¿que yerba me tomo?
En cada mercado hay jueces que deciden quién tiene razón
cuando surgen diferencias por el precio o la calidad de alguna mercancía.
¡Todos corren a ver a los comerciantes! Son formidables viajeros llamados pochtecas.
Llegaron con éxito de sus peligrosas misiones en busca de ámbar y plumas de quetzal.
Es fácil reconocerlos: visten lujosamente y siempre portan bastones y abanicos.
Hablan muchos idiomas para poder cambiar sus mercancías, y son los predilectos del Emperador;
no sólo porque le traen valiosos y raros obsequios, sino porque en sus viajes le sirven de espías.
A través de sus relatos, el Emperador sabe qué pueblos están descontentos y cuáles conviene conquistar.
Los aztecas observan todo lo que les rodea y lo pintan con amor en libros que guardan en grandes bibliotecas.
El pintor-escribano, con tierra de colores mezclada con la savia de algunas plantas,
pinta sobre piel de venado
o en papel hecho de corteza de árbol.
Las hojas se doblan como acordeón y forman libros llamados códices.
En ellos se relata las batallas, las hazañas de los reyes y la historia de los dioses.
También hay códices sobre hierbas medicinales, astronomía, compra y venta de mercancías y mapas.
Dan ganas de quedarse horas enteras mirando cómo trabajan los hábiles artesanos.
Unos hacen collares y anillos de oro, plata, turquesa, y trabajan el jade en forma de animales.
Otros cubren máscaras con concha nacar, coral y mosaicos.
¡Mira el colorido de los bordados en los vestidos y mantas!
Las capas y los huipiles, entretejidos con miles de pequeñas plumas multicolores, son muy bonitos.
Cuando ves las hermosas artesanías de tu gente
te das cuenta que,
si tus padres te llaman "piedra preciosa" o "pluma de quetzal",
es porque eres lo más bello de su vida.
Desde los diez años, a los niños que estudian para guerreros les cortan el pelo
y sólo les dejan un mechón, que les quitarán si capturan un prisionero.
Al lograr esta hazaña suben de rango, y si matan o capturan a cuatro enemigos,
ascienden a comandantes y forman parte del consejo de guerra.
Los más valientes son los Caballeros jaguar y los Caballeros águila.
Cuando entran en combate, el Emperador toca un pequeño tambor de oro
para animarlos a conquistar la victoria.
Los pueblos conquistados pueden seguir viviendo como antes,
conservando sus costumbres,
siempre y cuando entreguen al Emperador
tributos como mantas, cacao, plumas de quetzal y otras riquezas.
La lista de tributos se anota cuidadosamente.
Se entregan cuentas de jade, trajes de guerrero, mantas y ropa, jarras de miel y muchas otras cosas,
y cada pueblo paga según lo que produce.
Un dedo dibujado encima del objeto significa que debe entregarse una de estas piezas;
una banderita indica que deben entregarse veinte;
y una pluma, cuatrocientas.
Durante la guerra, los aztecas toman prisioneros, se hacen de riquezas ajenas
y adquieren prestigio.
Al guerrero se le enseña, como a todo buen soldado, que
el triunfo depende de él.
Las armas del guerrero son: un escudo de cuero sobre un armazón cubierto de plumas,
una macana de madera con orillas de obsidiana, arco y flechas, y una lanza-dardos llamada átlatl.
Además se protege con un traje de algodón acolchado.
Al atacar, los guerreros levantan sus estandartes, gritan de manera escalofriante
y tocan con furia sus tambores y silbatos.
Así atemorizan al enemigo.
Todos los niños quieren saber cómo se formó el mundo.
Los viejos cuentan que existieron cuatro mundos, llamados soles, los cuales nacieron y después se apagaron.
En cierta ocasión se reunieron todos los dioses en la sagrada ciudad de Teotihuacán,
para decidir quién se sacrificaría a fin de crear el Quinto Sol y acabar así con la oscuridad.
Para ello, se ofrecieron dos dioses:
Tecuciztécatl, el rico, cubierto de plumas y jade,
y Nanahuatzin, el pobre, lleno de llagas y vestido de papel.
Los dioses hicieron una gran fogata para que aquéllos se arrojaran al fuego.
Cuando las llamas brincaban y el calor era insoportable, Tecuciztécatl se acobardó.
En cambio, el pobre Nanahuatzin se lanzó en medio de las llamas y se convirtió en un sol que subió al cielo.
Entonces, avergonzado, Tecuciztécatl también se sacrificó y subió al cielo
junto con el primero.
Al ver los dos soles iguales, los otros dioses se preguntaron
"¿Cuál es cuál?"
Mientras trataban de resolver su duda, pasó un conejo;
entonces
los dioses lo cogieron de las orejas y lo tiraron directamente al segundo sol,
con lo que lograron reducir su brillo.
A éste, lo llamaron Luna. Por eso, si
miras la luna, verás en ella un conejo.
El Sol brillaba pero no se movía.
Para darle fuerza y movimiento, todos los demás dioses se sacrificaron
y lo alimentaron con su sangre para que el Sol pudiera seguir su camino.
Los aztecas tienen muchos dioses.
Huitzilopochtli, el Dios Supremo, lleva un colibrí azul;
Tonatiuh, el Sol, se representa con la cara roja;
Tezcatlipoca, Espejo Humeante, porta un espejo de obsidiana en donde se reflejan las acciones de los hombres.
El dios del viento, Ehécatl, tiene un pico de pato de donde sale aire;
Tláloc, Dios de la lluvia, siempre lleva círculos de jade que simbolizan el agua alrededor de los ojos.
Xilonen, diosa del maíz tierno, es una muchacha joven,
y Chicomecóatl, diosa del maíz duro, es una mujer de más edad.
Dentro de las ciudades se encuentran imágenes de esos dioses
tanto en lugares públicos como
en los altares de las casas,
y antes de emprender cualquier acción importante, se les consulta.
Cientos de templos en forma de pirámide
y
decorados con muchos colores,
se elevan por encima de los demás edificios.
Imitando el camino del Sol en el cielo,
los sacerdotes suben por una ancha escalinata de la pirámide
y realizan el sacrificio frente a la estatua del dios que está en su templo.
¡Mira cuántos miles de trabajadores!
Es asombroso darse cuenta que estas pirámides son construidas
sin la ayuda de animales de carga,
ni instrumentos de hierro.
¡Cuánto movimiento, cuánto trabajo, cuánto ingenio y esfuerzo el de un pueblo entero
que
levanta a sus dioses estas formidables construcciones!
El Emperador, con diadema de turquesa, orejeras y joyas de piedras preciosas
contempla las ceremonias desde un trono de tule tejido.
Solamente los gobernantes
pueden sentarse en este tipo de silla.
Algunos prisioneros de guerra pelean en público con guerreros bien armados.
Para defenderse, el cautivo sólo cuenta con un palo de madera.
En esta pelea desigual, el que pierde es sacrificado.
Durante las fiestas, la ciudad adornada con arcos de flores vibra por el sonido de los tambores y flautas.
El aroma del copal alcanza todos los rincones.
La gente se divierte con el teatro, los acróbatas, los danzantes y los cantores.
Y así, cuando ha caído la noche, te vas a dormir, contento de haber pasado un día en el país del jade y del quetzal.
Si tienes la posibilidad de estar en la Ciudad de México,
no dejes de visitar el Museo Nacional de Antropología, en el parque de Chapultepec.
Funciona de martes a domingo de 10 a 18 hrs.
Para los escolares la entrada es gratis.
Este museo enseña mucho sobre los orígenes del hombre
y
acerca de todas las culturas que poblaron nuestro territorio.
Tiene todo un piso con reproducciones de casas en tamaño natural con los muebles y utensilios propios de cada región.
También hay figuras vestidas con trajes típicos y rodeadas de su rica producción artesanal.
Hay una sala dedicada a la cultura mexica
en la que encontrarás la maqueta del mercado de Tlatelolco, del que ves aquí solamente una parte.
Es la reproducción del tianguis que existía en todas las ciudades y pueblos
prehispánicos.
Allí los antiguos mexicanos realizaban intercambios de mercaderías.