Hace mucho tiempo, vivía en el pueblo una muchacha muy bonita, con quien los jóvenes querían casarse, pero ella siempre se negaba.
Unos vecinos notaron que cuando sus padres iban al rancho a trabajar, la muchacha se ponía a hacer tortillas y salía de la casa llevando comida.
Nadie sabía a dónde iba. Una vez la acusaron con su mamá y ésta decidió seguirla. La vio salir y caminar hacia el río. Cuando la joven llegó al río, no se detuvo, se metió al agua con todo y ropa y desapareció.
La mujer regresó a su casa y al rato llegó la muchacha, quien le dijo:
Ahora que usted ya descubrió mi secreto, me debo ir y no volveré a la casa. Para dentro de tres días, prepare una buena comida y la lleva a la orilla del río. La deja usted sobre un petate fino y se aleja. Después, regresa usted, dobla el petate con mucho cuidado, se lo lleva y lo pone siete días sobre la viga; luego lo abre.
La mujer hizo todo lo que le dijo su hija. A los tres días fue junto al río y puso la comida sobre el petate. Al rato, vio salir al Hombre del Agua, un viejo calvo que tenía una cresta de gallo en la cabeza; detrás de él venían dos niños calvos. Eran el marido y los hijos de la muchacha.
Se sentaron a comer y, cuando acabaron, los niños se pusieron a bailar sobre el petate. Con los brincos se les caían pellejitos de la piel. Luego, la familia se regresó al río.
La mujer dobló el petate con cuidado, como le había dicho su hija, y se lo llevó a su casa. A los siete días lo abrió y, al desdoblarlo, aparecieron muchas monedas de plata.
Así fue como el Hombre del Agua les dio mucha riqueza a sus suegros, para que pudieran mantenerse.