Eran dos compadres: uno rico y otro pobre. Un día, mientras trabajaban en la milpa, el pobre se quejaba y el rico ofreció ayudarlo:
Ve a mi casa hoy en la noche le dijo, pero no le digas a nadie.
En la noche se vieron y salieron al monte; el rico le enseñó a su compadre a convertirse en tigre. Así, transformados en fieras, anduvieron matando y comiendo puercos, pero las gentes y los perros los corretearon.
Muchas veces salieron de cacería, hasta que en una ocasión lograron alcanzarlos. Mataron al compadre pobre e hirieron al rico. Desde entonces, éste estuvo muy enfermo y, como ya no podía convertirse en tigre, no tenía qué comer.
Todas las personas dicen los chinantecos tienen un nagual que los acompaña como su sombra desde el nacimiento hasta la muerte. Es su doble natural: si a la persona le sucede algo, su nagual también lo sufre dondequiera que esté, ya sea en el monte, en el mar, en el aire. El nagual puede ser un animal, un rayo, una nube, un trueno o una tempestad.
No todos saben cuál es su nagual; los que llegan a saberlo tienen mucho poder y pueden transformarse a voluntad.
En estas historias no existe una separación clara entre los hombres y la naturaleza, entre las personas y los animales, entre los lagos y las nubes que en ellos se reflejan; parece que escuchan algo entre los árboles y las piedras que con el ruido de las grandes ciudades ya no se alcanza a oír.