La diosa que vivía bajo el arcoíris

Texto: Magaly Martínez

Ilustración: Mariana Yampolsky

Imagen de Xochiquetzalli

Xochiquetzalli, la primera mujer, se sumergió en el violeta. Allí nadó con flores en el pelo.

"Los hombres y las mujeres necesitan vestidos", dijo, y de espaldas se dejó arrastrar por la corriente. Contempló al ave azul de largo cuello.

"No basta que sus ropas los cubran del viento, del sol o del frío", pensó, y dentro de las aguas de añil movió sus manos como pequeños pescados.

Imagen de Xochiquetzalli levantando una tienda bajo el arco iris

"Es necesario que sus vestidos sean bellos." Y caminó sobre el verde como por un pasto mullido de plumas de quetzal.

"De todas las posesiones valiosas de la tierra, las más nobles son las que significan algo para nosotros; poco o nada podríamos hacer sin los símbolos", y se engalanó el pecho con flores amarillas, brillantes como el sol.

Cuando llegó al naranja miró hacia los rostros que la contemplaban desde la tierra. "¿Qué es la vida de los seres —se preguntó la primera mujer— si su fuerza no se manifiesta en todo lo que hacen?

Ellos aman la vida y temen a la muerte; están rodeados de lucientes flores de color guacamaya, de las oscuras flores del cuervo. Se encuentran amenazados por la sangre. ¿Qué vestido les daré?" Y bajo el sol, su cuerpo se volvió rojo.

La diosa, que vivía bajo el arco iris, meditó: "Lo que más agrada a la divinidad es la poesía, los colores, las sorpresas."

Entonces, rápida como el viento, tomó los colores y bajó a la tierra.

En el tianguis levantó una tienda hecha con el arco iris.

Con cantos y música, dulces flautas, el sonido de caracoles marinos, chirimías, teponaztles y huéhuetls, convocó a mujeres y hombres capaces de tejer y de bordar. Cuando los tuvo frente a sí, pidió que le hicieran un vestido amarillo y rojo y un tocado de algodón en rama, como convenía a las divinidades del cielo y de la tierra.

Imagen de un hombre deteniendo con  la mano un caracol marino

—Desde hoy —les dijo— el tejido es de origen divino. Se perdonará la vida de los esclavos cuyas manos sean capaces de elaborar telas maravillosas, y a nadie se sacrificará a los dioses si de sus manos salen texturas hermosísimas.

Les enseñó a preparar colores con insectos, flores, plantas, minerales, conchas y caracoles.

—Con rojo pondrán el fuego en los vestidos y significarán el calor y la fuerza del corazón de los hombres. Con azul representarán el agua, con amarillo el sol y con negro de humo la obscuridad y el miedo.

Del caos producirán el orden en prendas perfectas. Y los trajes representarán los deseos de sus dueños, sus creencias, los anhelos de quienes los hacen.

Las serpientes significarán la lluvia. Bordarán el movimiento zigzagueante del comején bajo la corteza de los árboles. Imitarán figuras humanas, vegetales y animales, los negriamarillos y rojos pájaros, la riqueza de las flores, porque ellas representan la vida.

Imagen de tejedores pizcando el algodón

Y los tejedores pizcaron el algodón para elaborar telas finas y de los magueyes extrajeron el ixtle. Con maderas y huesos prepararon telares, husos e instrumentos, mientras la diosa contaba:

—De coral es mi lengua, mis labios de esmeralda, así me siento a mí misma.

—¿Qué forma le daremos a la ropa? —le preguntaron.

La primera mujer detuvo por un momento sus bailes y sus cantos.

—Es importante que los seres puedan moverse con libertad en la Naturaleza, —dijo—, así será feliz su corazón.

Y siguió bailando.

Imagen de diferentes vestimentas indígenas

Imagen de una mujer tejiendo

Entonces los tejedores hicieron el quechquémitl, el huipil y el cueitl para las mujeres.

Elaboraron el tilmatli y el maxtlatl para los hombres.

Cuando una diosa trae el quechquémitl, parece un ave de plumaje precioso dentro del triángulo doble de la tela. La mujer es libre como una garza vistiendo el huipil.

Xochiquetzalli vio cómo tejían el cueitl, en una larga pieza de tela que se sostiene con un cinturón tejido. Observó el tilmatli, lienzo cuadrado que se ataba sobre el hombro o en el pecho, y el maxtlatl que envolvía la cintura, pasaba entre las piernas y se anudaba al frente, dejándose caer los dos extremos por delante y por detrás.

Imagen de piedras semipreciosas y piezas de barro

Pero un día, Xochiquetzalli supo que venían otros tiempos. —Adiós, —les dijo a los seres, y voló al cielo, abrió su casa, regresó al arco iris.

Imagen de una mujer y un hombre con vestimenta indígena

—¡Oh! ¡Ah!,—lloraron hombres y mujeres cuando Xochiquetzalli se marchó.

Los conquistadores derrocaron a dioses, reyes y caciques. Y aunque dictaron leyes para que los indígenas no vistieran como ellos, muchos se apresuraron a usar el traje español.

—¡Oh! ¡Ah!,— gimieron hombres y mujeres—. ¿Destruirá la muerte nuestras creaciones?

Imagen de un hombre y una mujer con vestimenta española

—No se acabarán sus flores —afirmaron—, no se terminarán sus cantos.

Y con los dones de Xochiquetzalli elaboraron los rebozos, los sombreros, las camisas y los calzones de los hombres que, inspirados en la ropa española, desde entonces se incorporaron al atavío mexicano.

Imagen de las diferentes vestimentas mexicanas

Imagen de vestimentas indígenas

Bordadoras y tejedores, hombres y mujeres, insistían:

—¿Nos habrá dejado solos Xochiquetzalli? ¿Tendremos que abandonarlo todo?—

Pero cuando los españoles introdujeron en México el cultivo de la seda, un canto delgadito, delicado, se entretejió con las fibras brillantes.

—Es la voz de Xochiquetzalli —se dijeron, y trabajaron en seda hermosas piezas.

Imagen de piezas hechas con seda

A veces sentimos que Xochiquetzalli ha muerto.

Pero todavía, cuando la serpiente-lluvia cae desde el cielo, la casa de Xochiquetzalli brilla con sus siete colores.

Entonces, si uno se pone atentísimo, silbando en el viento, se oyen unas dulces palabras: "Cubierto de flores estará mi corazón, joyeles preciosos y bellos se habrán hecho, que en ninguna parte de la tierra tienen su modelo."