Un día, el señor Sabino fue a recoger leña al campo con su carreta.
Y fue sin preocupación alguna.
Recogió la leña que un día antes había cortado, comenzó a rajar otros troncos y de pronto oyó un grito, un quejido que venía de allá de muy lejos.
El leñador suspendió su tarea y caminó hacia donde había surgido la voz. Cerca de una arboleda escuchó de nuevo el lamento y descubrió que éste salía de un árbol de mezquite que tenía forma de horqueta.
Se aproximó al lugar con miedo, pero pensó también que, a lo mejor, el quejoso necesitaba ayuda. Ya frente al mezquite, vio que el señor Rayo estaba atrapado entre el ángulo de la horqueta y una piedra. Entonces supo que la voz pertenecía al mismo señor Rayo.
Oye, Sabino dijo el señor Rayo, mira esta desgracia mía. Me encuentro aquí desde hace muchas horas y la luz se me está acabando. No sé no cómo me atrapó el árbol.
Estoy muy triste porque no puedo salir al mundo para continuar mi labor:
Tú sabes, hacer tronar el cielo, anunciar lluvias y tempestades.
¿Y si tu electricidad me mata? dijo el señor Sabino.
No te preocupes respondió el señor Rayo, a estas alturas he perdido gran parte de mi fuerza.
¡Bien, te ayudaré! asintió el leñador.
No sin antes sentir un leve toque, retiró la piedra que se encontraba sobre el Rayo. Luego, sólo escuchó un fuerte chiflido que se elevaba al cielo.
Es así como, gracias al señor Sabino, el Rayo sigue existiendo en la tierra. De otro modo, hubiera quedado atrapado en aquel árbol.
Y ahí donde el señor Rayo ve al leñador siempre lo saluda con relámpagos y truenos.