En el mar vive una gran variedad de mamíferos; uno de ellos es el lobo marino, que lo mismo puede sumergirse y nadar un rato en el agua, que salir a una isla y descansar sobre la arena.
Los lobos marinos pueden vivir dentro y fuera del agua porque son mamíferos acuáticos igual que el elefante marino, la foca y la morsa, que son sus parientes.
A todos ellos se les llama pinnípedos, pues tienen cuatro patas transformadas en aletas. Se cree que hace millones de años vivieron en la tierra, hasta que un día no hubo suficiente alimento y entraron al mar a buscarlo.
Poco a poco, su organismo se adaptó al ambiente marino. Su aparato respiratorio se modificó para que pudieran mantener la nariz cerrada dentro del agua y evitar así que les entrase líquido a los pulmones.
Además, los dedos de sus patas se unieron y se convirtieron en aletas. Gracias a esas adaptaciones, los lobos marinos pueden permanecer casi diez minutos bajo el agua; para ello, se impulsan con las dos aletas que tienen a los lados de su cuerpo y orientan su nado juntando las aletas traseras.
Para moverse en la tierra o andar sobre la rocas, apoyan su peso en las aletas delanteras y meten las traseras bajo su cuerpo, acomodadas hacia el frente. Al moverlas al mismo tiempo avanzan dando pequeños saltos.
Su hocico es alargado y posee bigotes, así como filosos colmillos. Tienen orejas cortas a los lados de la cabeza y una nariz parecida a la de los perros, incluso se comunican con un sonido similar a los ladridos.
Tienen piel resistente cubierta de pelo, que conserva el calor de su cuerpo dentro del agua, pues ésta es más fría que la tierra. Al salir a la superficie deben mantener el pelo húmedo, pues si llegara a secárseles por completo, acumularían demasiado calor y podrían morir.
Cuando son adultos, los machos se distinguen por una protuberancia o chipote en la cabeza, que se cubre con pelo delgado e incluso con canas al llegar a viejos. Pueden medir hasta dos metros y medio de largo, su color es gris oscuro y pesan unos cuatrocientos kilos.
Las hembras miden dos metros y pesan cerca de doscientos kilos. Son de color café y tienen la cabeza delgada. Existe un mayor número de hembras que de machos, porque ellas sobreviven con facilidad y pueden vivir por más tiempo.
Los lobos marinos son animales carnívoros que se alimentan de peces, pulpos y calamares. A pesar de las diferencias de tamaño y peso entre hembras y machos, ambos consumen más o menos ocho kilos de alimento cada vez que comen.
Prefieren buscar peces y moluscos en la noche pues éstos se acercan a la superficie del agua y es más fácil atraparlos. En cambio, si hay poco alimento cerca se sumergen hasta trescientos metros para encontrar comida.
Hay algo extraño en la dieta de los lobos marinos: piedras. En sus estómagos se han encontrado cerca de cien piedras pequeñas; aunque se desconoce por qué se las comen, se cree que lo hacen para sentirse llenos cuando dejan de alimentarse un tiempo o para pesar más y sumergirse con mayor facilidad en el agua.
Estos animales viven en grupo y andan juntos al comer o nadar. Son muy juguetones: parecen divertirse al deslizarse sobre las olas o saltar fuera del agua y volar por unos segundos.
Las islas habitadas por los lobos marinos se llaman loberas. Algunas están formadas únicamente por rocas; otras son más grandes, con arena en la orilla y viven ahí aves y otros animales.
En México, las loberas se ubican al noroeste, alrededor de la península de Baja California. En la costa del Océano Pacífico existen once islas de este tipo, mientras que en el Golfo de California hay cerca de cuarenta loberas.
Los lobos marinos no permanecen toda su vida en la misma isla, pues hay temporadas en las que escasea el alimento a su alrededor. Por ello, nadan a otra lobera donde puedan encontrar comida suficiente.
También emigran de una lobera a otra cuando nacen las crías y comienza la época de celo, esto ocurre en el verano. Poco antes, las hembras preñadas nadan a la isla donde ellas nacieron, ahí buscan lugares cómodos y protegidos para dar a luz a sus pequeños.
Los partos son en mayo o en junio; por lo general, las crías nacen con la cabeza por delante. Cada hembra tiene un solo cachorro que mide casi un metro y es de color oscuro.
Luego del nacimiento, la madre y la cría se huelen, después emiten sonidos; es en ambas formas como se identifican. Enseguida, el cachorro se alimenta de una de las cuatro glándulas mamarias que la madre posee en el vientre.
A las pocas horas de nacida, la cría ya puede entrar al agua acompañada por su madre, quien al principio usa los dientes para sostenerla del cuello y luego le enseña a nadar.
Unas semanas después del nacimiento de las crías, llegan a las islas las hembras que ya cumplieron cinco años y un macho adulto, al que se le dice sultán, porque escoge un grupo de hembras y es el único que puede aparearse con ellas.
Para ello establece su territorio y evita que otro macho se acerque. Si alguno lo hace, el sultán agita la cabeza, aúlla y mira a su rival; a veces, éste se retira con esas advertencias, pero otras, inicia una pelea que ganará el más fuerte de los dos.
Con tal de no descuidar su territorio, el sultán deja de entrar al mar por alimento y se queda hasta dos meses sin comer. En ese periodo utiliza la energía que le proporciona una gruesa capa de grasa que posee bajo la piel.
Los lobos marinos se aparean en las islas o bajo el agua. Durante la cópula, el macho se coloca sobre la parte posterior de la hembra y ambos unen su órganos sexuales. De esa unión nacerá una cría nueve meses después.
Al terminar la temporada de reproducción, el sultán y las hembras que no tuvieron hijos se van a otra isla. De esta forma permiten que las madres y las crías dispongan de alimento suficiente.
La madre y la cría permanecen juntos durante un año. La cría se alimenta de leche materna durante varios meses; más tarde aprende a capturar su alimento igual que lo hace su madre.
Cuando los lobos marinos nadan pueden encontrar a varios enemigos naturales que los atacan para alimentarse. Algunos son tiburones de gran tamaño, como el blanco, el azul, el tigre y el martillo. Uno más de sus depredadores es la orca.
Hasta hace unos años, los lobos marinos se enfrentaban a una amenaza seria: la cacería. El hombre los cazaba para obtener la grasa de su piel y los mató en tal cantidad que estuvo a punto de acabar con ellos para siempre.
Por fortuna se prohibió a tiempo su cacería. Gracias a esa medida de protección, pudieron reproducirse y poblar de nuevo sitios de los que habían sido eliminados.
Aunque la caza ya no los pone en peligro, aún son afectados por ciertas acciones humanas. Por ejemplo, cuando el hombre arroja desechos tóxicos a los ríos que desembocan en el mar, ocasiona la muerte de plantas y animales con los que se alimentan otros seres, entre ellos los lobos marinos.
Algunos lobos marinos mueren al comerse las bolsas de plástico que la gente arroja al mar. También es frecuente que pierdan la vida atorados en redes pesqueras.
Pese a estos problemas, la relación del hombre con los lobos marinos puede llegar a ser amigable, ya que son animales curiosos e inteligentes a los cuales es sencillo entrenar.
Así, es posible enseñarles a nadar junto a personas que investigan el mar, a quienes auxilian en caso de que se presente algún riesgo o un accidente.
En ocasiones, algunos lobos marinos son llevados a circos y acuarios, donde divierten al público al mover una pelota con la nariz, aplaudir con sus aletas e incluso cantar.
Los lobos marinos han vivido durante miles de años en nuestro planeta; sólo si protegemos nuestro ambiente podrán existir por mucho tiempo más y quizá alguno de ellos pueda ser el personaje de una historia como la que vamos a relatarte.
Hace muchísimos años, casi toda la superficie del planeta estaba cubierta por agua. Había tan poca tierra que los animales que la habitaban vivían incómodos, pues la mayoría eran enormes y al moverse chocaban unos contra otros. En cambio, los animales acuáticos podían nadar muy a gusto y conocer las bellezas del mar.
Un día, nacieron al mismo tiempo un lobo y una tortuga distintos a como hoy los conocemos. Aunque parezca difícil creerlo, eran amigos. Los dos tenían mucho que platicar, pues a la tortuga le encantaba conocer cómo se vivía en la tierra, mientras que el lobo tenía curiosidad por saber todo acerca del fondo marino
De tanto conversar, el lobo se entusiasmó al pensar en la posibilidad de nadar en el mar, jugar entre las olas y explorar el fondo marino. Por su parte, la tortuga empezó a soñar con vivir sobre la tierra, donde todo parecía muy tranquilo y no necesitaba recorrer grandes distancias. Sólo había un gran problema: el lobo no podía respirar dentro del agua ni la tortuga sobre la tierra.
Luego de mucho pensarlo, el lobo decidió ir a buscar al Señor de la tierra para decirle que quería vivir en el mar. Por su parte, la tortuga propuso pedir ayuda del Señor del mar y nadó hasta su cueva, pero él estaba muy ocupado y no quiso recibirla.
El lobo tardó muchos días en llegar a la casa del Señor de la tierra, porque le estorbaban los demás animales. Cuando por fin llegó, éste escuchó su petición y se quedó meditando. No le gustaba la idea de perder a una de sus criaturas, así que se le ocurrió pedirle que hiciera algo muy difícil a cambio. Sólo si podía llegar hasta el mar sin tropezarse con algún animal, cumpliría su deseo.
Así, el regreso fue todavía a más lento. El lobo medía con cuidado cada paso, pero los animales se movían sin aviso y no pudo evitar chocar con varios de ellos. Por eso, cuando estuvo cerca de la orilla se echó a llorar con tanta tristeza que el sabor de sus lágrimas llegó hasta la cueva del Señor del mar, quien sintió curiosidad y salió a ver qué pasaba.
Casi al mismo tiempo la tortuga también se asomó. Al ver a su amigo desconsolado, sin pensarlo se acercó a la orilla con la intención de ayudarlo, pero apenas intentó dar unos pasos en la tierra, ya no pudo respirar. El lobo se dio cuenta y se apresuró a empujarla al mar, sólo que una fuerte ola los arrastró al agua y el lobo estaba a punto de ahogarse.
De inmediato, el Señor del mar agarró un caracol que traía en la cintura y sopló para llamar al Señor de la tierra. Éste andaba en la punta de un cerro y desde ahí pudo ver lo que sucedía en la playa. Los dos señores se miraron y decidieron cumplir los deseos de sus criaturas y además permitirles vivir lo mismo en la tierra que en el mar, pues una amistad como la suya era difícil de encontrar.