En las costas de clima cálido, en ríos y lagunas de agua tibia, abundan las
plantas y animales.
Hay peces, tortugas, cocodrilos y muchas aves que anidan en las orillas.
En esas aguas rodeadas de vegetación y protegidas del viento vive el manatí, un animal marino que habita las costas desde hace miles de años.
El manatí es de la familia de los sirénidos, mamíferos marinos que ya casi se han acabado. Los únicos que aún quedan son los manatíes y los dugongos.
El nombre de sirénidos tiene que ver con la leyenda de las sirenas que, según cuentan, eran hermosas mujeres con cola de pescado que vivían en el mar.
En realidad los marineros llamaban sirenas a las hembras de los manatíes y dugongos, que en época de crianza tienen tetas grandes y redondas, como los pechos de una mujer.
Pero el manatí está muy lejos de ser una sirena; más bien parece un gigantesco gusano. Su cuerpo largo y redondeado se adelgaza hacia la cola, que es fuerte como un poderoso remo. Tiene aletas cortas y gruesas, además de bigotes en el hocico.
Toda su piel es gruesa, arrugada y de color gris, aunque es común verlos de color café cuando se les pegan algas acuáticas al cuerpo.
Cuando es adulto, puede medir hasta cuatro metros y pesar tanto como una vaca.
Su aspecto es dócil. Parece sonreír con su gran hocico chato, que como ves, es parecido al de una vaca, por eso en algunos lugares le llaman vaca marina.
Aunque no puede respirar en el agua, se queda sumergido sin moverse durante mucho rato, ya que en la nariz tiene unos taponcitos que se cierran para evitar el paso de líquidos y se abren cuando sale a la superficie a tomar aire.
Durante las mañanas, el manatí busca un rincón para protegerse del sol y descansar.
En cuanto cae la tarde comienza su actividad. Juega, nada y busca comida.
Se alimenta de pastos y plantas acuáticas, como el jacinto y el lirio, que come en grandes cantidades.
Las plantas con que se alimenta deben ser blandas, pues el manatí no tiene dientes al frente de su boca. Por ello, jala despacio el alimento con sus labios y aletas, para después masticarlo con sus muelas.
Donde vive, ningún otro animal come sólo plantas, por eso el manatí no necesita pelear por su comida.
Es un animal manso, que no ha desarrollado defensas ni ataca a nadie.
Los manatíes andan en grupos pequeños, aunque es más común verlos solitarios.
En época de celo, es decir, cuando buscan unirse sexualmente, los manatíes forman grupos. Las hembras se unen en manadas y buscan aguas tranquilas, lejos del viento y de la gente.
Luego, los machos van a encontrarse con ellas.
Al reunirse, varios machos se juntan alrededor de cada hembra y giran cerca de ella, tratando de rozar su cara.
Después de jugar un rato, la hembra elige a uno de los machos y ambos buscan un rincón donde aparearse.
Una vez que la hembra queda preñada, comienza a formarse dentro de ella un manatí.
El período de gestación es de un año, mucho más de lo que tardan las crías de otros animales.
Los manatíes sólo tienen una cría cada dos o tres años.
El nacimiento de un manatí es algo que no ocurre muy seguido y pocos lo han visto.
El pequeño nace debajo del agua. Es una cría bastante grande, más o menos del tamaño de un becerro.
Apenas nace el manatí, la hembra lo empuja hacia arriba para que respire, si no, podría morir.
Luego de un rato, la cría comienza a nadar por sí sola. Al principio es algo torpe, pues la ayuda de sus pequeñas aletas no le sirve de mucho.
Sin embargo, poco a poco aprende a nadar en la forma graciosa que los caracteriza.
Con las aletas pegadas al cuerpo, mueve la cola de arriba a abajo para avanzar ligero y silencioso.
El primer alimento que recibe el manatí es la leche que su madre arroja al agua para que él la sorba. Así se alimenta hasta que cumple un año de edad.
A partir de entonces, la hembra le consigue hierbas o pastos acuáticos para comer. Y así lo hace durante dos años más.
La hembra manatí y su crío se reconocen tocando su piel, que es muy sensible, mientras se comunican por medio de gemidos.
Durante el tiempo que están juntos, la hembra le enseña en qué lugares es más fácil encontrar alimento y dónde puede refugiarse si hace frío.
Cuando el manatí cumple tres años, está listo para vivir solo.
Mientras esté en aguas cálidas, con suficiente vegetación, puede vivir hasta cincuenta años.
Sin embargo, la contaminación del agua que provoca el hombre con basura industrial y casera, así como los cambios de clima, le afectan gravemente.
Si los ríos y lagunas se contaminan, dejan de crecer las plantas que come el manatí. Además, la suciedad impide que la luz del sol llegue hasta el fondo, por lo que el agua se vuelve fría, siendo que él sólo puede vivir en agua tibia.
No obstante, su mayor enemigo es el ser humano, quien durante años lo ha cazado para utilizar su carne, grasa, piel y huesos en su alimentación, o en la manufactura de herramientas.
La cacería sin control casi los ha acabado en costas y ríos de los estados de Quintana Roo, Campeche, Tabasco, Yucatán y Chiapas, donde antes abundaban.
La única población de manatíes que aún queda en México se localiza en Río Hondo y Bahía de Chetumal, en Quintana Roo.
Además, durante la pesca comercial algunos manatíes se enredan en las redes por accidente y mueren, lo que provoca la desaparición de un animal admirado desde tiempos prehispánicos.
Los mexicas ya conocían al manatí, lo llamaron tlacamichin que significa hombre pez. Mientras que los mayas lo conocían por chiilbek, que quiere decir pez grande.
Los mayas y olmecas comían su carne, pero lo cuidaban mucho, pues para ellos era un símbolo de maternidad, por la forma en que la hembra cuida y alimenta a su cría.
Estos pueblos también creían que si el manatí nadaba en contra de la corriente, anunciaba sequía; y cuando viajaba a favor del río era anuncio de lluvias. Esta creencia aún existe entre los campesinos, al igual que muchas otras leyendas.
Una de esas historias cuenta que en una isla vivía una tribu de indios, gobernada por el cacique Caramatex.
Un día los indios encontraron un raro animal atrapado en las redes de pesca; como era pequeño y dócil lo llevaron a una estrecha laguna formada junto al río, para que la tribu disfrutara de su presencia.
Con el tiempo el animal creció hasta alcanzar un gran tamaño, tanto como las canoas de pesca. El cacique Caramatex se enteró y fue a ver al animal; quedó tan sorprendido que sólo pudo decir ¡mato, mato!, que significa ¡magnífico, magnífico!
Desde ese momento los niños comenzaron a llamarlo así, se acercaban a la laguna y con solo gritar ¡mato! ¡mato!, el animal salía del agua y se acercaba a la orilla. Mato se volvió el animal consentido de los niños, jugaba con ellos e incluso los paseaba sobre su lomo.
Pero un día la isla se llenó de silencio, unos hombres de vestimenta extraña llegaron del mar y pelearon con la tribu de Caramatex. Los indios tuvieron que huir hacia la selva vencidos por las armas de fuego de los extranjeros.
Así, Mato se quedó solo en la laguna. Una tarde que comía yerbas de la orilla, uno de los extraños se acercó al animal, quien acostumbrado a las caricias de los indios, siguió comiendo tranquilamente, pero el hombre le arrojó una lanza.
Desde ese momento, Mato empezó a salir a la superficie sólo para respirar; temeroso de que le hicieran daño, decidió vivir bajo el agua.
Una mañana el cielo se volvió oscuro y se desató una terrible tormenta. El río que comunicaba a la laguna con el mar se desbordó y Mato fue arrastrado por la corriente, nunca más se le volvió a ver. El agua lo había regresado a su lugar de origen.
Historia de Enrique Alonso a partir de los textos de José Durand.