La bola de garrote
El muchacho abrió tamaños ojos ante aquel juguete de hombre y se quedó con el hacha en el aire. Con curiosidad y asombro le preguntó: ¿A poco vives aquí? Así como ves. Este tronco es mi casa. Como el muchacho siempre tardaba en reaccionar, no le cabía en la cabeza que podía ir a hacer leña a otro lugar. Así que, bajando el hacha, se puso a alegar con el monigotito. Pues por leña me mandaron y sin leña no he de volver. No seas así, hombre, deja mi casa en paz. Pues por leña me mandaron y sin leña no he de volver. Bueno, está bien, pero puedes ir a hacer leña a otra parte. Por aquí hay mucho árbol seco. Te digo que por leña me mandaron y sin leña no he de volver. El monigotito, viendo que no podía meter en razón al muchacho, sacó una toallita que tenía guardada y le propuso: Vamos haciendo un trato. Deja de tirar mi casita y yo te doy esta toalla de virtud. ¿Y para qué la quiero, si yo vine por leña? Pues para quitarte el hambre. Te puede sacar de cualquier apuro. Mira, nomás es cosa de ponerla sobre una mesa y hablarle así: —¡Componte toallita con el poder que dios te ha dado!, y de inmediato se forma un montón de comida de la que tú quieras. El muchacho no se esperó a hacer la prueba. Le agarró la palabra al hombrecillo y se fue, sin leña, muy campante a su casa. Su mamá, en cuanto lo vio llegar, le dijo: ¿Dónde está la leña, hijo? No la traigo, ya pa' qué la queremos. Mira nomás la toallita que tengo. Bueno, ¿pero tú crees que vamos a comer toallita o qué? No te enojes, mamá. Mira lo que sabe hacer. ¿Pues qué ha de hacer? ¡Nada! El muchacho tendió la toalla de virtud encima de la mesa y dijo: ¡Componte toallita con el poder que dios te ha dado! Al instante, se apareció una gran variedad de comida en la mesa. La mamá abrió tamaños ojotes: ¡Qué bueno, hijo! Teniendo comida lo tenemos todo.
La burra hizo dinero como si hubiera comido en un solo día lo de tres. Viéndose con una minita de oro en las manos, se pusieron de acuerdo para entregar una burra falsa. Muy confiados, madre e hijo recogieron el animal y se lo llevaron de regreso a su casa. Llegando, lo primero que hicieron fue darle sus tres varazos en el lomo, pero el pobre animal nada más se pandeó. Entonces le soltaron otros, y otros, y sólo rebuznó y pateó. No hizo nada de dinero. Al día siguiente, muy enojado, el joven fue a ver al hombrecito con intención de tumbarle su casa. Zas, zas, zas. A los tres hachazos salió el duende. ¿Otra vez tú? ¿Qué no te dije que ésta es mi casa? Sí gritó enojado el muchacho, pero ya con ésta van dos que me haces. Tu burra sólo sirvió una vez. A mí se me hace respondió el monigotito que alguien te engañó y te cambió la burra y la toalla de virtud. Entonces, el muchacho, lento y todo, recordó que la toalla y la burra dejaron de funcionar desde que las encargó a sus familiares. Como adivinándole el pensamiento, el hombrecillo sacó un palo con una bola en la punta y se lo ofreció, advirtiéndole: Ten este palo, esta bolita de garrote. Al que se le ocurra decirle: "¡Componte bola de garrote con el poder que dios te ha dado!", la va a pasar mal. Abusado, no se te vaya a ocurrir decírselo, porque te agarra a golpes. Si la quieres aquietar, nomás le dices: "¡Silénciate, bola de garrote!" y se apacigua. El joven quedó conforme y regresó a contarle a su mamá lo ocurrido. ¡Ay, m' hijo, ya te engañaron otra vez! No te creas, tú nomás espérate al domingo. Llegó el domingo, la viejita y su hijo volvieron a pasar por la casa de sus familiares. El muchacho, maliciosamente, les encargó la bola de garrote, recomendándoles que no le dijeran el conjuro. Apenas se fueron, los parientes hicieron de las suyas esperando recibir algo de valor. ¡Componte bola de garrote con el poder que dios te ha dado! le dijeron. Cuál sería su sorpresa cuando empezaron a sentir los palazos. Al poco rato, la bola de garrote traía asoleada a toda la familia y nadie la podía parar. Perseguidos por el garrote, todos trataban de esconderse. Se metían bajo la cama, se escondían tras lo que encontraban, se tapaban unos con otros. Hasta llegaron al extremo de ponerse la bacinica en la cabeza, pero ni así se salvaban de la lluvia de garrotazos. Para su mala suerte, la viejita y su hijo no regresaban. Se habían entretenido comprando charamuscas en el mercado. Después de un buen rato, el joven y su madre llegaron muy quitados de la pena. Encontraron a sus parientes arrinconados, tratando de salvarse de los golpes. En cuanto las mujeres vieron a su primo, le suplicaron: ¡Ay, córrele, primo, que esta bola nos va a matar! Desde que ustedes, ¡ay!, se fueron, nos está golpeando. Yo les advertí que no le dijeran: "¡Componte bola de garrote...! ¡Ay, ay! Pues la mera verdad, se nos hizo fácil decírselo. ¡Ay! Pero si lo haces por tu toalla y por tu condenada burra, pues te la regresamos, con tal de que ya le pare. Trato hecho. Venga mi toalla y mi burra. Como pudo, una de sus primas se las entregó. Sólo hasta entonces el muchacho dijo el conjuro: ¡Silénciate, bola de garrote! La bola de garrote se apaciguó. La viejita y el muchacho regresaron a su casa con la toallita, la burra y la bola de garrote. Y por fin, el duende pudo vivir tranquilo en su árbol. |