Grillo y la yegua perdida


En una hacienda había un muchacho al que llamaban Grillo. Se había criado ahí y no tenía más familia que su mamá. El patrón lo quería mucho y le tenía mucha confianza, pero no le pagaba bien por su trabajo. Grillo deseaba obtener más dinero para cumplir con sus obligaciones. Por eso se le ocurrió una idea.

El patrón tenía una yegua fina. Era el animal que más estimaba, el que mejor trato recibía en las caballerizas. Pues resulta que una noche Grillo sacó la yegua del establo. Se la llevó al monte, a un lugar que él conocía, y la escondió donde nadie podría dar con ella.

A la mañana siguiente, cuando se descubrió que el animal no estaba, el patrón se puso triste. Grillo, con todo muy bien planeado, se acercó a hablarle.

—Oiga, patrón —le dijo—, ¿cuánto me daría por encontrar su yegua? Porque yo soy medio adivino, ¿sabe?

—Mira, si encuentro a mi yegua, te daré una

muy buena propina

—Ahora verá cómo doy con ella.

El patrón y Grillo ensillaron unas bestias y se fueron al monte a buscar la yegua. Grillo se anduvo haciendo tonto, a pura vuelta y vuelta para despistar. Así pasó la mayor parte del día. Ya muy tarde, el patrón le dijo:

—Mejor nos regresamos a la casa, Grillo. Ya perdí las esperanzas.

—No, patrón, espérese tantito. Me huele a pasojitos frescos. No estamos muy lejos de la yegua.

Y claro, como él ya sabía dónde estaba, al ratito la encontraron.

—¡Qué buen adivino eres! ¡Todo un saurín! —exclamó el patrón.

En el rancho le dio la propina prometida y desde entonces le tuvo mayor aprecio.