Grillo y el capitán


Otro día, don Tomás le anunció a Grillo:

—Mañana te vas. Te voy a dar una recompensa y un resguardo para que te acompañe a tu casa. No sea cosa de que te roben en el camino.

   

Grillo partió de ahí con una mula
cargada de dinero. Lo protegían tres soldados y un capitán. Iban a medio camino cuando apareció en el horizonte un rancho.

—Me voy a adelantar —dijo el capitán—. Quiero ver si ahí nos venden algo de comer.

Y acompañado de un soldado se fue a todo galope.

Ya en el rancho, el capitán compró una puerca. Ordenó al soldado que abriera un agujero en la tierra. En el interior mataron al animal y lo empezaron a cubrir. Mientras lo hacían, un grillo se atravesó y de un manotazo lo aplastaron. Al terminar, el capitán se sentó a esperar con el rifle en la mano. Poco después llegaron Grillo y los otros soldados.

 

 

—A ver, Grillo —gritó el capitán, amenazándolo con el rifle—, adivina qué hay enterrado en esta fosa o te mato.

Grillo se puso tieso del miedo.

—Pues aquí es donde la puerca torció el rabo y el Grillo se fregó —contestó.

—¡Sí adivinó! ¡Ni modo! —exclamó el capitán.

Lo que él nunca supo es que todo fue de pura suerte, porque Grillo, al decir lo que dijo, se refería a sí mismo.

Siguieron el camino a casa de Grillo como si nada hubiera pasado. Sin embargo, el capitán no estaba convencido de que Grillo fuera adivino y quería ponerle otra prueba. Ya muy cerca de la casa del muchacho, el capitán se adelantó otra vez. Dijo que avisaría a la mamá de Grillo que su hijo estaba por llegar.

Como en la casa no había nadie, el capitán se metió y se topó con un tenate, de esos que se hacen con cueros de res. Entonces se le ocurrió una idea: llenó el tenate con caca de vaca que recogió del corral y lo colgó de la viga más alta.

 

Grillo llegó a su casa y lo primero que vio fue al capitán con el rifle en la mano. Cuando Grillo estuvo cerca, el capitán alzó el arma y le apuntó.

—A ver, Grillo —gritó—. Ésta es tu última oportunidad. ¿Qué hay en ese tenate que está colgado de la viga? Si no me contestas, te mato.

—¡Ay, tenate de porquería! ¡Qué alto estás! —se lamentó Grillo, porque desde su lugar no alcanzaba a ver nada.

—¡Vámonos! —ordenó enojado el capitán—. Este Grillo es un buen saurín.

Grillo respiró hondo, y desde ese momento ya pudo vivir en paz, sin necesidad de meterse en líos de adivinaciones.