Pedro encuentra trabajo


 

Había un muchacho muy latoso que nomás andaba haciendo travesuras, puras urdideras. Por eso, todos lo conocían como Pedro de Urdimalas. Una vez, siendo miércoles de ceniza, fue a pedirle trabajo a un hombre rico.

—Te lo doy, pero quiero que trabajes deveras.

—Pos luego, patrón, a eso vengo. Dígame el quehacer que me ha de poner.

—Quiero que vayas a traerme unos blanquillos para que comamos mi mujer y yo porque hoy es miércoles grande, día de ayuno de carne. Pero vuélale.

—Sí, patrón, cómo no. Deme el dinero.

Pedro se fue, pero no volvió pronto, sino hasta el año siguiente. Eso sí, había cumplido con el encargo. Al verlo, la patrona exclamó:


—¡Por fin regresó Pedro! Se tardó un año, pero de todas maneras nos van a servir los blanquillos.

Cuando Pedro estaba a unos pasos de sus patrones, corrió y a propósito se dejó caer sobre los huevos. Quedaron hechos un revoltijo.

—¡Ay, patrona! ¡Ay, patrón! Las cosas con prisas no salen. Ustedes me dijeron que regresara pronto y miren lo que pasó. Pa' qué me mandan con tanta ansia.

—No tienes vergüenza. Hace un año que te mandamos por los huevos.

—¿Pues qué no me dijo que eran para el miércoles de ceniza?

—Sí, pero del año pasado. Mira, Pedro, mejor vete y que dios te bendiga.

—No, cómo me voy a ir. ¿Qué no me van a seguir dando trabajo aquí?

Titubeando, el patrón dijo:

—Pos... sí, ándale. Ve a cuidarme los puercos.

Pedro se fue a cuidar los cochinos, que estaban en el lodazal. Al rato, pasó gente que ya lo conocía por travieso.

—¡Pedro! Véndeme los puercos.

—Sí, sí se los vendo —contestó, pensando que al fin y al cabo no eran de él.

—¿Cuánto valen?

—Se los voy a dar todos a cien pesos, pero con dos condiciones: Una, que me den de peso en peso pa' que se vea el puño grande. Y dos, que me dejen las colas y las orejas.

—Bueno, aquí tienes el dinero.

Hicieron el mochadero de colas y orejas. Luego, Pedro las acomodó en el lodo: unas orejas las clavó por aquí, una cola por allá. Más tarde corrió a buscar a la patrona, sabiendo que su esposo no se encontraba en casa.

—Señora, el patrón me mandó a decirle que hizo una tratada. Pide que le mande conmigo cien pesos, porque los puercos se atascaron en el lodo y necesita alquilar peones para sacarlos.

—¡Ah! Está bien, tómalos.

Con esto, Pedro tenía otros cien pesos. Ya eran doscientos, y en aquel tiempo eran un tapicazo de dinero. Después de recibirlos, fue a buscar al patrón.

—¡Señor, los puercos están atascados! Vamos, pa' que los saquemos.

Cuando llegaron, el patrón, que nada más veía orejas y colas, le dijo:

—¡Pedro, corre a traerme un azadón!

Mientras, el patrón empezó a jalar las orejas y... ¡zas!, hasta allá se daba un sentón. Jalaba una cola y... ¡zas!, se daba otro sentón. Al final, ya que estaba completamente enlodado, se dio cuenta de todo.

—¡Híjole! ¡Pedro ya me fregó! De seguro vendió los puercos y se peló. Esto no tiene otra explicación.