Pues a la gente de Los Altos se les va a quedar la fama de que les encantan las largas o cuentos-mentiras. Pero palabra que así se pasa mejor el rato, o se echa una buena risa mientras se siembra o se ordeña. Así, bromeando, no se hace tan pesado el trabajo; por eso, ahí te van dos...



Los pollos del gato

 

En un rancho de aquí cerca había un gato bien flojo, muy poltrón el malvado. Y siempre se amadejaba a dormir en el nido donde ponían las gallinas. Todos los días el gato se echaba a dormir sobre los blanquillos que ponían las gallinas.

 

Y así, llegó un día en que, ¡crack!, ¡crack!, ¡crack!, empezaron a tronar los huevos y a salir de ellos los pollitos. ¡Sac!. ¡sac!, salieron los pollitos de tanto que el gato calentó los blanquillos.

Los pollitos movieron sus alitas y comenzaron a cantar:

-¡Kikiriñau! ¡Kikiriñau!

Cantaban así, y no kikirikí, porque los empolló el gato, no una gallina.