Las charras son vaciladas que se cuentan para que todos se rían. Pueden ser frases, versos, chistes, coplas, canciones, historias... Algunas veces, los que platican charras meten dentro de la historia al que la está escuchando. A ver qué te parece ésta:


El arriero


   

Un arriero venía por el camino y llegó a una casa.

—Señora —dijo al entrar—, venía a ver si me vende de desayunar.

 

—Pos hay frijoles y huevos —dijo la mujer—. ¿Qué quiere?

—Pues, unos huevos estrellados con frijoles. Nomás le advierto que no traigo dinero, le pago a la vuelta.

—Pos'ta bien —le contestó la mujer.

Le preparó el desayuno y el arriero comió, agarró sus burros y se fue. Pasó el tiempo y el arriero no regresaba. Pero un día, como diez años después, la mujer lo vio llegar y le dijo a su hijo:

—A ver, háblale al arriero ese que va ahí.

El chamaco le habló y el arriero se acercó a la mujer.

—Oiga, señor, hace diez años usted pasó por aquí, me pidió de desayunar y hasta la fecha no me ha pagado.

—¡Ah!, ¿sí? ¿Y qué me vendió?

—Unos frijolitos y huevos estrellados. Si usted no se hubiera comido esos huevos, se los hubiera dejado a la gallina y habrían nacido pollitos. ¿Se imagina cuántos huevos y cuántas gallinas se hubieran dado en tanto tiempo? Así es que lo que me debe ya no lo paga ni con sus burros.

Y ahí empezó la "averiguata": que si la señora cobraba demasiado, que si el arriero no tenía con qué pagar... Total, le hablaron al comisario, quien tampoco lo pudo arreglar. Y ahí va el arriero para la cárcel. Ya le habían embargado sus burros, pero le faltaba mucho para pagar.

Ya en la cárcel el arriero andaba tristeando. Un borrachito, que también se encontraba ahí, le preguntó por qué lo habían encerrado. El arriero le contó su desgracia y el borrachito le propuso:

—Si me das diez pesos, yo te arreglo tu asunto.

—¿Y cómo lo vas a arreglar?

—Bueno —le contestó el borrachín—, tú me das diez pesos. Con cinco pago mi multa y con los otros cinco me echo un vinito y compro un material que necesito y, para mañana, arreglo tu asunto.

—Pos ten —dijo el arriero y le dio el dinero—. Para lo que he perdido, diez pesos no son nada.

Salió el borrachito y se echó sus vinos. Al día siguiente, compró una ollita y un kilo de garbanzos, tomó su fogón, unció una yunta de bueyes y se fue a parar frente a la presidencia municipal, cerquita de la cárcel, y puso a cocer los garbanzos. Inmediatamente llegaron dos policías.

—¿Qué está haciendo, amigo? —le dijo uno de ellos.

—Pos cociendo este garbanzo.

—¿Y Pa' qué lo está cociendo?

—Pa' sembrarlo.

—¡Pero dónde, viejo loco! —dijo
uno de los policías, y el otro completó:

 
 

—¿Cuándo has visto que el garbanzo se cueza pa' sembrarlo?

—¡Cómo! —contestó muy sorprendido el borracho—. ¿De modo que el garbanzo ya cocido no nace?

—¡No, cómo va a nacer! —le respondió uno de los policías.

—Pos mire —dijo astutamente el borrachín—, ustedes tienen a un señor preso porque hace diez añas se comió dos huevos. Y dicen que si no los hubiera comido, habrían nacido un montón de gallinas. ¿Ustedes creen que de esos huevos estrellados, ya fritos, iba a salir tanta gallina? ¿Verdad que no?

—¡No, pos no! —contestaron los dos policías.

—¡Ah, pos es lo mismo! Si ustedes sacan pollos de huevos fritos, yo voy a sacar buena cosecha, si antes cocino los garbanzos.